Fredric Brown nació en Cincinnati (Ohio) el 29 de octubre de 1906. Se graduó en el Hanover College de  Indiana y desempeñó durante su juventud los más variados trabajos desde recadero hasta encargado del tiovivo en un parque de atracciones. Ya casado y con dos hijos obtuvo un empleo estable como corrector del Milwaukee Journal y comenzó a escribir cuentos de misterio y ciencia ficción que vendía a las revistas a razón de uno o dos centavos la palabra. Su primera novela, La trampa fabulosa, publicada en 1947, le valió el codiciado premio Edgar Allan Poe otorgado por la Asociación de Escritores de Misterio de América. Este hecho determinó que se hiciese escritor profesional, publicando sin descanso novelas y colecciones de cuentos: El caballo muerto, Universo de locos, Por las sendas estrelladas y muchos títulos más que los consagraron como uno de los escritores más originales en los campos de la novela de suspense y de la ciencia ficción. Muchos  de sus libros fueron adaptados para la radio, la televisión y el cine. (Ver la cronología-bibliografía-filmografía)
            Tras residir largo tiempo en California, se trasladó a Tucson (Arizona) en busca de un clima más apropiado para sus deficiencias respiratorias. Allí murió en 1972.
            Fredric era un tipo peculiar. Odiaba que escribiesen mal su nombre. Algún que otro editor despistado imprimía en las portadas de sus libros Frederic o Frederick lo cual le irritaba sobremanera toda vez que era un gran amante de la exactitud ortográfica, no en vano se dedicó profesionalmente en una época de su vida a depurar los gazapos de los periodistas del Milwaukee Journal.
   
         Sus amigos le llamaban Fred. Su vida privada era de lo más normal. Su primera esposa, Helen Ruth Brown, con la que se casó en 1929, le dio dos hijos. En esa época,  vivía en Milwaukee donde jugaba con su gato siamés Ming Tah y tocaba un instrumento de madera similar a una flauta. Le gustaba jugar al ajedrez y en los ratos libres utilizaba su máquina de escribir pero no precisamente para divertirse o jugar, sino para escribir cuentos cortos de fantasía, misterio o ciencia ficción. Esto constituía un pequeño incremento a los ingresos que su labor en el periódico le proporcionaba.
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            Era más bien bajito, de huesos pequeños y facciones delicadas que ocultaba con unas gafas de gruesa montura (aunque en la foto no sea tan gruesa)  bajo la que florecía un fino bigote. Realmente muy parecido a las descripciones de sus personajes: tipos corrientes, rayando en lo vulgar, con debilidades tales como el alcoholismo o el tabaquismo. Se sabe, por la descripción que de él hace su amigo Robert Bloch, que a Fred le gustaba la bebida y era un impenitente jugador de póquer, por el contrario y entre sus muchas virtudes era un gran conversador y era poseedor de un gran ingenio verbal. Su dominio sobre las palabras era algo innato en él. Es este don el que supo desarrollar en múltiples relatos donde los juegos de palabras campean por doquier. Se diría que fue un Lewis Carrol de su época. Lamentablemente muchas traducciones no permiten apreciar en toda su magnitud esta destreza.
            La publicación de La trampa fabulosa en 1947 le abrió las puertas del mundo editorial, mientras su vida privada sufría algún que otro revés. Se divorció de Helen y se casó un año después con Elizabeth Charlier en 1948. Continuó con su labor de corrector aunque ya estaba metido de lleno en la faena literaria propiamente dicha. Empezó a escribir frenéticamente libros de misterio y ciencia ficción, surgiéndole alguna propuesta atractiva de trabajo que llegó a considerar sin fraguar finalmente. No obstante unos años después y a raíz del boom surgido con los pulp-fiction (revistas baratas especializadas en relatos de CF ) Fred tuvo oportunidad de desarrollar todo su talento narrativo. Gracias a esta circunstancia, Fredric Brown se encontró en el lugar justo y el momento justo.
           
Fue en pleno éxito de crítica, comercial y creativo cuando por razones de salud (asma crónica o problemas respiratorios de naturaleza similar) cuando se trasladó a vivir a Taos, Nueva México, buscando un clima desértico y seco, más favorable a sus problemas. En esa época ya estaba dedicado de lleno a escribir novelas cuyos desenlaces eran sorprendentes. Le gustaba dar giros inesperados a sus historias y le gustaba burlar al lector para rematarlo con finales geniales. Esta actividad intelectual le suponía en ocasiones auténticos esfuerzos hasta el punto de que para poder concentrarse, se metía en el primer autobús que encontraba (el destino era lo de menos) y se pasaba horas viajando hasta que encontraba el desenlace adecuado a sus obras. Robert Bloch nos dice que las mejores obras de Fred se le ocurrieron en el expreso de Greybound.
            Fue un innovador. Teniendo en cuenta el puritanismo vigente en la América de los años cincuenta y sesenta, Fred no se paraba en mientes para insinuar en algunos de sus relatos, situaciones con una componente claramente sexual. Esto le valió algún que otro quebradero de cabeza. Por las sendas estrelladas se consideró en su época una obra atrevida por tratar temas tabú para la sociedad americana. Teniendo en cuenta que el programa espacial en esos años era idolatrado, Fred lo satirizaba. Sus protagonistas eras astronautas mayores, con debilidades impropias del héroe americano, no obstante sus libros fueron bien recibidos.
           
También quiso escribir algo más realista, más cotidiano. Consecuencia de ello fue la publicación de su novela La Oficina. Una obra semiautobiográfica que pasó sin pena ni gloria, tan encasillado como estaba en el género policíaco y de ciencia ficción. De hecho no volvió a repetir la experiencia, volviendo a sus guiños literarios de siempre, regalándonos su ingenio, su humor y esa superlativa sátira que impregna la mayor parte de su obra.
            Fredric Brown murió en el Hospital de Tucson, Arizona, en marzo, el día 11 según Newton Baird, el más eminente estudioso de la vida y la obra del novelista, o el 12 según la comunicación epistolar de la viuda Elizabeth C. Brown al experto francés Jean-Jacques Schleret; tal vez haya que deducir que el fallecimiento se produjo al iniciarse la madrugada del segundo día.

            Es considerado por muchos, el maestro indiscutido del relato supercorto, inimitable en su habilidad para crear en una o dos páginas todo un mundo lleno de sugerencias e implicaciones. Su humor endiablado, su imaginación portentosa y su dominio del idioma son los tres factores que sitúan a Brown a la altura de un Bierce o un Salinger como autor de relatos breves y hacen de él una figura singularísima en el campo de la ciencia ficción.
           

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