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Guy de Maupassant

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A GISÈLE D'ESTOC
(original en francés)

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     [Enero 1881]

      Señora,
      ¡ He aquí ahora que vuelvo a charlar con usted ! ¿Por qué? Porque su carta es muy curiosa. Es la de una mujer un poco ofendida, un poco irritada, pero muy interesante.
      Me permitirá ser franco ¿verdad?
      Escribiéndole como lo he hecho, quería ver dos cosas. La primera es si usted es en realidad una mujer. Ahora estoy completamente convencido. Luego, si usted tenía, como todas las mujeres, la eterna preocupación del amor. Si, como usted parecía decir en su primera carta, consistía mas que una curiosidad intelectual, y si en el deseo de ver un hombre desconocido no se escondería una secreta intención de tratar de enamorar a ese hombre por un natural sentimiento de vanidad femenina.
      He incrementado, dice usted, sus ilusiones, lo que prueba que mi inquietud psicológico (perdón por la palabra) no era en vano. No se ofenda, se lo ruego; no conociéndola en absoluto, yo tomo de usted una entera libertad de aspecto. Me dice cosas que revelan de su parte una penetración singular, y debo confesarle que las reconozco sinceras. Pero me pregunto si alguien no le ha hablado de mí.
      Una frase me ha herido un poco y me ha demostrado al mismo tiempo que usted no me conoce todavía bajo todos los aspectos. Hela aquí:
      «Dentro de algún tiempo comprobaré si ha considerado oportuno contestarme »  ¡Oh! Señora, ¿por quién me toma? Ese  « considerado oportuno » está lleno de sobreentendidos.
      Hablemos de usted. He profundizado mucho en la frase donde usted me habla de Diana y he buscado sin duda unos sentidos mucho más complicados que no eran necesarios, ¿esto no querrá decir simplemente que usted sea morena, delgada y alta? Aquí, Señora, voy a demostraros que soy infinitamente más idealista que usted. Habría podido decirme al recibir sus cartas: « He aquí una mujer, joven, bonita, encantadora que me escribe, seguramente de buena fortuna, aprovechémonos »
      Pero, no. No he actuado más que por pura curiosidad intelectual, buscando a través de sus cartas no la mujer de carnes rosadas o morena, sino la feminidad, el alma femenina, el pensamiento ordinario de su espíritu, el misterio de este ser caprichoso, de ordinario sin lógica, a veces irritante, pero siempre encantador, sí, Señora, escribo siempre encantador, que es la mujer, teniendo incluso canas. Me he dicho « esta mujer, sin duda, no es joven, no tomaría tantas precauciones preliminares, vemos en ella su pensamiento. »
      Perdón aún por esta excesiva franqueza. No he creído encontrar una mujer joven ni una mujer bonita. He respondido a una mujer para ver un poco el brinco que daría ante mis declaraciones de príncipe y cual sería su valor moral.
      Usted me dice: «Siento en usted un menosprecio inveterado por la mujer y nunca le hará el honor de revelarse ante ella.» ¡Ah, ah!, Señora, pero como quiere usted que me revele ante una mujer, si esa mujer se enfada de inmediato, no discute, pero me trata  de persona  grosera o brutal; si ella es mujer en la acepción estrecha de esta palabra.
      Ahora bien, llegado a este punto. ¿Quiere que me revele un poco? Bien Señora, yo no me he revelado nunca a una mujer ni a un hombre... Vivo en absoluta soledad de pensamiento y no tengo más que amigos literarios con los que charlo sobre todo de aspectos técnicos del arte. No pienso como nadie,  no siento como nadie, no razono como nadie y estoy persuadido de la eterna verdad de esta frase de mi maestro, el único ser al que he amado con un afecto absoluto y que se mantendrá hasta la muerte, hablo de Gustave Flaubert: «Desagradable invento es la vida decididamente. Estamos todos en un desierto. Nadie comprende a nadie. Hablo, entendámonos, para las naturalezas de élite.»
      Vamos, Señora, quizás me encuentre menos brutal en mis palabras que en mis cartas. ¿Desea que charlemos una hora o dos? Puede usted apreciar que soy franco. Quizás demasiado. Tanta franqueza es un poco sinónimo de sinceridad. Ahora bien, le doy mi palabra que si alguna casualidad viene a revelarme el nombre de mi desconocida, ese nombre jamás saldrá de mi boca.
      No respondo a su teoría de la selección, reservándome para decirle mi idea de viva voz. No le sorprenderá que no esté de acuerdo con usted.
      Vamos, Diana desconocida, respóndame. Veo que usted no es ni rubia, ni rosada, ni gorda y que no es una sirena, lo que me produce placer, pues ¡¡¡ no me gusta la música !!! pero va usted todavía a brincar.
      Detesto, Señora, que usted me considere material. ¡Ah! a usted no le gustan los faunos. Son sin embargo los únicos poetas, señora, los que viven sumergidos en los bosques, entre las plantas, en las fuentes, en la selva de árboles y flores, en la verdadera poesía de la tierra. ¡Es a mí a quién le habría gustado vivir en los tiempos en los que se creía en esos seres !
      Me gustaría, Señora, que consintiera en concederme tres citas, en las fechas, sitios y horas que usted designe y procuraría explicarle lo que yo entiendo por fauno (no tengo al respecto ningún pensamiento lascivo).
      ¿Ya está usted de mejor humor, y quisiera permitirme que bese castamente sus manos que no son rosadas, pero que en ocasiones están nerviosas?

      GUY DE MAUPASSANT

      Tengo una idea. Puesto que parece temer un cara a cara conmigo, ¿por qué no ir un día de estos a almorzar a un lugar público, pero seguro, como el pabellón Henri IV en Saint-Germain? Daríamos una vuelta por la terraza y nos haríamos amigos, espero. ¿Quiere?

Traducción de José M. Ramos González para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant


A GISÈLE D'ESTOC 

[Janvier 1881.]

      Madame,
      Voilà maintenant que j'ai envie de causer avec vous ! Pourquoi ? Parce que votre lettre est fort curieuse. Elle est d'une femme un peu blessée, un peu irritée, mais très intéressante.
      Vous me permettez d'être tout à fait franc, n'est-ce pas ?
      En vous écrivant comme je l'ai fait, je voulais voir deux choses. D'abord si vous étiez bien une femme. J'en suis tout à fait persuadé maintenant. Ensuite, si vous aviez comme toutes les femmes l'éternelle préoccupation de l'amour. Si, comme vous le sembliez dire dans votre première lettre, vous n'éprouviez qu'une curiosité intellectuelle, et si, dans le désir de voir un homme inconnu ne se trouvait point une secrète envie de rendre cet homme amoureux de vous par un naturel sentiment de vanité féminine.
      J'ai enlevé dites-vous, vos illusions, ce qui prouve que mon enquête psychologique (pardon du mot) n'était point tout à fait vaine. Ne vous froissez pas, je vous prie ; ne vous connaissant nullement, je prends vis-à-vis de vous une entière liberté d'allure. Vous me dites des choses qui révèlent de votre part une pénétration singulière, c'est vous avouer que je les reconnais vraies. Mais je me demande si quelqu'un ne vous a point parlé de moi.
      Une phrase m'a un peu blessé et m'a montré en même temps que vous ne me connaissiez guère encore sous tous les rapports. La voici :
      « J'irai dans quelque temps voir si vous avez jugé à propos de me répondre. » Oh ! Madame, pour qui me prenez-vous ? Ce « jugé à propos » est plein de sous-entendus.
      Parlons de vous. J'ai beaucoup creusé la phrase où vous me parlez de Diane et j'y ai cherché sans doute des sens beaucoup plus compliqués qu'il ne fallait, cela ne veut-il pas dire tout simplement que vous êtes brune, mince et grande ? Ici, Madame, je vais vous prouver que je suis infiniment plus idéaliste que vous. J'aurais pu me dire en recevant vos lettres : « Voici une femme, jeune, jolie, charmante qui m'écrit, c'est sûrement une bonne fortune, profitons-en. »
      Eh bien, non. Je n'ai agi que par pure curiosité intellectuelle, cherchant à travers vos lettres non la femme aux chairs roses ou brunes, mais le féminin, l'âme féminine, la pensée ordinaire de votre esprit, le mystère de cet être capricieux, sans logique ordinairement, parfois irritant, mais toujours charmant, oui, Madame, j'écris toujours charmant, qu'est la femme, eût-elle des cheveux blancs. Je me suis dit « cette femme sans doute, n'est plus jeune, elle ne prendrait pas tant de précautions préliminaires, voyons en elle sa pensée. »
      Pardon, encore, pour cette excessive franchise. Je n'ai point cru rencontrer une jeune femme, ni une jolie femme. J'ai répondu à une femme pour voir un peu quel bond elle ferait devant mes déclarations de principe et quelle était sa valeur morale.
      Vous me dites : « Je sens chez vous un mépris invétéré de la femme et jamais vous ne lui ferez l'honneur de vous révéler devant elle. » Ah, ah ! Madame, mais comment voulez-vous que je me révèle devant une femme, si cette femme immédiatement se fâche, ne discute plus, mais me traite d'être grossier ou brutal ; si elle devient femme enfin dans l'acceptation étroite de ce mot.
      Or, voilà ce qui m'est toujours arrivé. Voulez-vous que je me révèle un peu ? Eh bien Madame, je ne me suis jamais révélé à une femme, ni à un homme... Je vis dans une absolue solitude de pensée et je n'ai guère que des amis littéraires avec lesquels je cause surtout du côté technique de l'art. Je ne pense comme personne je ne sens comme personne, je ne raisonne comme personne et je reste persuadé de l'éternelle vérité de cette phrase de mon maître, le seul être que j'ai aimé d'une affection absolue et qui sera sans fin, bien que lui soit mort, je parle de Gustave Flaubert : « Sale invention que la vie décidément. Nous sommes tous dans un désert. Personne ne comprend personne. Je parle, bien entendu, pour les natures d'élite. »
      Allons, Madame, peut-être, me trouverez-vous moins brutal dans mes paroles que dans mes lettres. Voulez-vous que nous causions une heure ou deux. Vous voyez que je suis franc. Peut-être trop. Eh bien franchise est un peu synonyme de sincérité. Or je vous donne ma parole que si quelque hasard venait à me révéler le nom de mon inconnue, ce nom, jamais ne sortira de ma bouche.
      Je ne réponds point à votre théorie de la sélection, me réservant de vous dire ma pensée de vive voix. Elle ne vous choquera point, bien que je ne sois pas d'accord avec vous.
      Allons, Diane inconnue, répondez-moi. Je vois que vous n'êtes ni blonde, ni rose, ni grosse et que vous n'êtes pas une sirène, ce qui me fait plaisir, car je n'aime pas la musique !!! mais vous allez encore bondir.
      Fi, Madame, comme vous me croyez matériel. Ah ! vous n'aimez point les faunes. Ce sont pourtant les seuls poètes, madame, ceux qui vivent mêlés aux bois, aux plantes, aux sources, à la sève des arbres et aux fleurs, à la vraie poésie de la terre. C'est moi qui aurais aimé vivre au temps où l'on croyait à ces êtres-là !
      Je voudrais, Madame, que vous consentiez à m'accorder trois rendez-vous, aux époques, aux endroits et aux heures que je vous désignerai, et j'essaierai de vous expliquer ce que je comprends par faune (je ne mets là-dedans aucune pensée grivoise).
      Êtes-vous un peu de meilleure humeur, et voulez-vous permettre que je baise chastement vos mains qui ne sont point roses, mais qui sont parfois nerveuses ?

      GUY DE MAUPASSANT

      Une idée me vient. Puisque vous semblez craindre un tête-à-tête avec moi, pourquoi n'irions-nous point un jour ou l'autre déjeuner dans un lieu public, mais sûr, comme le pavillon Henri IV à Saint-Germain ? Nous ferions ensuite un tour sur la terrasse et nous reviendrions amis, je l'espère. Voulez-vous ?

Puesto en formato html por Thierry Selva:  http://maupassant.free.fr/