¡ BAH !
( Zut ! )

Publicado en Le Gaulois del 5 de julio de 1881

     ¡ Joseph !
      - ¿ Señor ?
      - ¡ Mi lanza y mi escudo !
      - ¿Cómo dice, Señor ?
      - Te pido mi lanza y mi escudo.
      - Pero, Señor...
      - Espabila, bribón, y di a mi criado que ensille mi mejor caballo de batalla. Parece que se nos ha insultado allá, en Italia, e iré, ¡ caramba ! a coserles la lengua al paladar con el hierro de mi lanza, a esos lazzaroni deslenguados.

      Tal es quizás el diálogo que muchos burgueses pacíficos han tenido con su criado tras haber leído el otro día, en ese periódico, la llamada a las armas de un periodista.
      Era resonante y fiera, esa llamada. Sonaba bien, y ha debido remover corajes dormidos. Yo incluso, en un primer momento, estaba dispuesto a pedir mi lanza y mi escudo. Me decía: « ¡Ah ! se nos insulta ahí; ¡ ah ! se grita: ¡ Abajo Francia ! ¡ Vamos a ver, vecinos, vamos a ver !»
      Y me he acostado.
      El sol magnífico entraba por mi ventana abierta. Cantos de pájaros se oían en el aire límpido. El murmullo del río que discurre ante mi puerta subía justo hasta mi cama con los ruidos vagos del campo.
      Todos los libros alrededor de mi habitación reposaban sobre sus estanterías; y, sobre mi gran mesa, la novela comenzada se detenía en medio de una página blanca inacabada la víspera por la noche... Yo me dije entonces: « Pero ... ¿ es que se nos ha insultado tanto como dicen ? » Tenía aún un poco de sueño, y volviéndome, en mi cama y volviendo a cerrar los ojos, pensaba: « No, no me siento insultado. » Me estimulaba con ideas heroicas, con todos los grandes sentimientos de antaño, con el patriotismo. Decididamente, no vibraba - Me volví a dormir.

      Cuando me desperté, razoné de nuevo:
      - Tal vez soy un monstruo de la naturaleza, un sin corazón, un pordiosero. Habría que considerar la opinión de los demás.
      Precisamente, a orillas del río, un caballero que parecía hecho como todo el mundo, y cuyo rostro no parecía el de un miserable, pescaba placidamente con caña. Me aproximé y, saludándole cortésmente:
      - Perdón, caballero, si le molesto.
      Él respondió:
      - No se preocupe, caballero.
      Entonces, envalentonado, añadí:
      - ¿Se ha sentido insultado, señor ?
      Él, estupefacto, preguntó:
      - ¿ Por qué ?
     Entonces, con una grave voz que yo trataba de poner heroica, le exclamé en su rostro.
      - Por los italianos, ¡caramba!
      Él respondió suavemente:
      - ¿Acaso está usted loco ? Me importan un bledo los italianos.

      Entonces yo expliqué las razones, multiplicaba los periodos belicosos, buscaba los efectos, espiándole para ver si vibraba. Sí, parecía vibrar; su mirada se iluminaba, su caña temblaba en su mano; luego de repente se volvió hacia mí, el rostro inflamado, los labios temblorosos. Yo pensaba: «¡ Ya está ! » ¡Ah ! bien sí ! Exasperado, me espetó bajo la nariz:
      - ¿ Va usted a dejarme en paz, con sus historias ? ¡ No ve usted que no pican, maldito charlatán !
      No me quedaba más que retirarme. Lo que hice.
      Pero, acosado por mi idea, tomé un tren para París. Sobre el bulevar, uno de mis amigos se dirigió a mí. Era
precisamente lo que se llama un malas pulgas. Le pregunté:
      - ¡ Y bien ! ¿ Te dispones a partir para la guerra ?
      Él, sorprendido, respondió:
      - ¿De qué guerra hablas ?
      Yo simulé una estupefacción indignada.
      - Pues de la guerra con Italia. Se nos insulta allí todos los días.
      Él respondió:
      - Me fijo poco en Italia. Cuando acaben de gritar, se callarán; son unos bocazas grotescos.
      Lo dejé.
      Veinte pasos más lejos, me encontré de frente con un ex miembro de la Comuna cuyo agudo espíritu me gustaba mucho, lo confieso. Tiene, además, un enorme talento como escritor, es un maestro. Se ha batido como un fanático por su causa; y la independencia absoluta de su pensamiento, su desprecio por las fórmulas y las creencias establecidas, le hacen incluso sospechoso a sus colegas. Yo le pregunté: « ¿ Y de Italia ? ¿ Qué piensa usted ? Se declarará la guerra, ¿ no es así ? Ahora es inevitable ». Él respondió: « ¡Basta ! eso es una tontería, todo eso, Túnez y lo demás !» Luego, tras un momento de reflexión, añadió: « Que ellos se batan si quieren por esas naderías. En cuanto a mí, ¡ me reservo para la guerra civil !»
      La gracia de esta respuesta me divirtió, y marché, acabada mi encuesta.

      Pero en el camino reflexioné sobre esta frase: « Me reservo para la guerra civil ». Eso de entrada parecía monstruoso. Todas las antiguas declamaciones me volvían a la memoria: « La guerra entre conciudadanos, entre personas hablando la misma lengua, entre hermanos, es horrible ». Luego, poco a poco, razonando, se cambia de parecer; se llega a descartar las regañinas filosóficas, se piensa todo solo, y se dice: « Pero tiene razón, ese hombre, mil veces razón. Una única guerra es lógica, la guerra civil. Allí al menos, se porque lucho ».
       El odio verdadero es el odio de familia, los odios entre parientes, porque todos los intereses están en juego; las auténticas guerras son entre conciudadanos, por la misma razón: porque se está en lucha todos los días, a todas horas, porque todos los sentimientos humanos son removidos, la envidia, las incesantes rivalidades, etc. Es el « quítate de ahí que me pongo yo» aplicado. Sí, la guerra civil es lógica. Pero la otra, no. ¿Acaso conozco a los italianos ? ¿Tenemos intereses comunes ? A mí no me gustan los macarrones. ¿ Que iría a hacer en su casa ? Se me responde:
      - Pero ellos te insultan desgraciado.
      - Y bien, tanto peor para ellos. Eso demuestra que tienen tiempo que perder.
      Y me acordé de dos obreros que había visto pelearse algunos días atrás.
      Uno furioso, gesticulando, babeando, en medio de un grupo pacífico, gritaba al otro: - « ¡ Holgazán, eres un holgazán, un don nadie, un cobarde, eres un cobarde, voy a arrancarte la nariz, entiendes, holgazán ! » - El otro, muy tranquilo, apoyado sobre su pala, escuchaba, y cuando su adversario vociferaba: « voy a arrancarte la nariz », se conformaba con responder con voz tranquila: « ¡ ven entonces, ven entonces ! » El energúmeno aullaba pero no avanzaba; luego de repente, volviéndose hacia sus compañeros, les dijo con una voz casi calmada: « Agarradme o habrá una desgracia ». Como los otros no le retenían, se fue. Yo miré al insultado regresar a su tarea y pensé: « ¡ Que sabio es este hombre, y digno al mismo tiempo, dueño de sí y superior ! ¿Cuando los pueblos, cuyo honor colectivo me parece algo bastante problemático, ¿ tendrán esa razón y esa tranquilidad ? »

      Pues bien, ¡ Francia acaba de tener esa tranquilidad y esa razón ! Lo que siente nuestro pueblo en este momento, es más que la indiferencia por unos agitadores, es el desprecio por la misma guerra. Los grandes soplidos heroicos se han acabado: nos hemos convertido, felizmente, en hombres de razonamiento y no en hombres de arrebato. Los aires de bravura no se llevan ya, los periodos magnánimos quedan sin efecto. Cuando se nos grita: « te voy a arrancar la nariz », respondemos tranquilamente: « ¡Ven entonces ! » Que se venga.
      Y encuentro esto bueno, muy bueno. La Edad Media - por fin- está enterrada, caballeros; tanto mejor. Nunca me ha gustado ese periodo de estoque y de porte, y de imbecilidad. Los patanes blasonados, cubiertos con su armadura, me dejan en la nariz una sensación de un espantoso mal olor; y, en lugar de exaltarme sus grandes golpes de espada, pienso en la infección que debían pillar esos altos barones cuando salían de la marmita heroica en la que se habían cocido todo el día.
      Nos hemos vuelto tranquilos, tanto mejor. ¿ Es acaso que el ridículo chauvinismo se debilitaría ? Y he aquí que, por primera vez, tengo una especie de estima por un gobierno. ( No hablo de su representación, sino de la misma forma del gobierno.) ¿Es gracias a la República a lo que debemos esta sagacidad del pueblo entero ? Bajo las monarquías, unos frenéticos alaridos salían de todas las bocas desde que la palabra "guerra" era pronunciada. Bajo la República, miramos, indiferentes, y esperamos tranquilos. ¿ A que se debe esto ? No los sé; pero confirmo un sorprendente progreso, eso es todo.
      No a la guerra, no a la guerra, a menos que se nos ataque. Entonces, sabremos defendernos. Trabajemos, pensemos, busquemos. Solo existe la gloria del trabajo. La guerra es el acto de los bárbaros. El general Farre ha suprimido los tambores en la armada; suprimámoslos también en nuestros corazones. El tambor en una plaga en Francia. Nosotros luchamos por todo.
      Y unos ministros vendrán que suprimirán los cañones, más tarde, más bien tarde.
      En cuanto a mí, la vista de una simple esquiladora mecánica me interesa, me llega y me seduce infinitamente más que la de un regimiento que pasa, música a la cabeza y bandera al viento.

5 de julio de 1881

Traducción de José M. Ramos González para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre