BOUVARD Y PÉCUCHET
( Bouvard et Pécuchet )

Publicado en el suplemento del Gaulois del 6 de abril de 1881

      La última novela de Gustave Flaubert, Bouvard et Pécuchet, acaba de aparecer editada por Alphonse Lemerre.
      De todas las obras del magnífico escritor, ésta es seguramente la más profunda, la más cuidada, la más larga; pero, por esas mismas razones, tal vez sea la menos comprendida.
      He aquí cual es la idea y el desarrollo de este extraño y enciclopédico libro, que podría llevar como subtítulo: « De la falta del método en el estudio de los conocimientos humanos »
      Dos copistas empleados en París se encuentran por casualidad y se acaban prodigando una estrecha amistas. Uno de ellos recibe una herencia, el otro aporta sus economías; compran una granja en Normandía, sueño de toda su existencia, y abandonan la capital.
      Entonces comienzan una serie de estudios y de experiencias abarcando todos los conocimientos de la humanidad; y, allí, se desarrolla el aspecto filosófico de la obra.
      Se dedican primero a la jardinería, luego a la agricultura, a la química, a la medicina, a la astronomía, a la arqueología, a la historia, la la literatura, a la política, a la higiene, el magnetismo, la brujería; llegan a la filosofía, se pierden en abstracciones, caen en la religión, disgustándose, intentan la educación de dos huérfanos, fracasando y, desengañados, desesperados, vuelven a copiar como antaño.
      El libro es una revista de todas las ciencias, de tal modo que éstas aparecen en dos espíritus bastante lúcidos, mediocres y sencillos. Es al mismo tiempo un formidable amontonamiento de saber, y sobre todo, una prodigiosa crítica a todos los sistemas científicos opuestos los unos a los otros, destruyéndose los a unos a los otros por las eternas contradicciones de los autores, las contradicciones de los hechos, las contradicciones de leyes reconocidas, indiscutibles. Es la historia de la debilidad de la inteligencia humana, un paseo en el infinito laberinto de la erudición con un hilo en la mano; este hilo es la gran ironía de un maravilloso pensador que constata sin cesar, en todo, la eterna y universal tontería.
      Unas creencias establecidas durante siglos son expuestas, desarrollados y desarticuladas en diez líneas por la oposición de otras creencias también claramente demostradas y demolidas. De página en página, de línea en líneas, un conocimiento se levanta, y de inmediato otro se erige a su vez, abatiendo el primero y cayendo él mismo golpeado por su vecino.
      Lo que Flaubert había hecho por las religiones y las filosofías antiguas en La Tentation de saint Antoine, lo hace de nuevo trasladado a todos los saberes modernos. Es la torre de Babel de la ciencia, donde todas las doctrinas diversas, contrarias, absolutas sin embargo, hablando cada una su lengua, demuestran la impotencia del esfuerzo, la vanidad de la afirmación y siempre la « eterna miseria de todo ».
      La verdad de hoy se convierte en error mañana, todo es incierto, variable y contiene en proporciones desconocidas unas cantidades de verosimilitud como de falsedad. A menos que no haya allí ni verdadero ni falso. La moral del libro me parece contenida en esta frase de Bouvard: « La ciencia está hecha siguiendo los dones proporcionados por un rincón del entendimiento. Puede que no le convenga todo el resto que se ignora, que es mucho más grande y que no se puede descubrir.»

      No hay razon para que se produzca un malentendido entre el autor y el público, y que el lector en busca de aventuras vaya a decir: «¿ Esto es una novela ? Pero si no hay intriga.» Es una novela, sí, pero una novela filosófica, y la más prodigiosa que se haya escrito nunca. Los críticos seguramente van a proclamar cosas sorprendentes y, en nombre del arte para todos, atacar este arte al uso de inteligencias únicas. Es incluso probable que se cuestionará el derecho del autor de dar esta forma imaginaria de la novela a unas discusiones de filosofía pura. Tanto peor para los que piensen así; eso quiere decir que no comprenden. Este libro atañe a todo lo que hay de más grande, de más curioso, de más sutil y de más interesante en el hombre: es la historia de la idea bajo todas sus formas, en todas sus manifestaciones, con todas sus transformaciones, en su debilidad y en su poderío.
      Aquí, es curioso hacer notar la tendencia constante de Gustave Flaubert hacia un ideal cada vez más abstracto y elevado. Por ideal no me refiero a ese rococó romántico que seduce a las imaginaciones burguesas. Pues el ideal, para la mayoría de los hombres, no es otra cosa que lo inverosímil. Para los demás, es simplemente el dominio de la idea.
      Gustave Flaubert, pese a lo que dicen los inconscientes, ha sido siempre el más encarnizado de los idealistas; pero, como tenía también un ardiente amor por la verdad, sin la que el arte no existe, todos aquellos que confunden, como acabo de indicar, ideal con inverosimilitud, han hecho de él un materialista fanático.
      He aquí como se entiendo esto.
      En lo que ordinariamente se denomina novela, unos personajes se mueven, se aman, combaten, se destruyen, mueren, actúan sin cesar. En este libro, los personajes no son más que los portavoces de las ideas que se mantienen vivas en ellos y, como unos seres, se mueven, se unen, combaten y se destruyen. Y una comicidad muy particular, una intensa comicidad, se desprende de esta procesión de creencias en el cerebro de esos dos pobres hombres que personifican a la humanidad. Ellos actúan siempre de buena fe, siempre ardientes, e invariablemente la experiencia contradice la teoría mejor establecida; el razonamiento más sutil es demolido por el hecho más simple.
      Este sorprendente edificio de ciencia, construido para demostrar la impotencia humana, debía tener un desenlace, una conclusión, una justificación brillante. Tras esta requisitoria formidable, el autor había recopilado una grandiosa cantidad de pruebas, la documentación de tonterías de los grandes  hombres.
      Cuando Bouvard y Pécuchet, hastiados de todo, se ponían a copiar, abrían naturalmente los libros que habían leído, y tomando el orden natural de sus estudios, transcribían minuciosamente unos pasajes elegidos por ellos en las obras de donde ellos los habían sacado. Entonces comenzaba una espantosa serie de ineptitudes, ignorancias, contradicciones flagrantes y monstruosas, errores enormes, afirmaciones vergonzosas, inconcebibles fallos de los más altos espíritus, de las más grandes inteligencias. Quien quiera que escriba sobre un tema cualquiera ha dicho en ocasiones una tontería. Flaubert lo había encontrado infaliblemente y lo había registrado; y, cotejando una y otra, luego uno y otra, había formado un manojo formidable que desconcertaba toda creencia y toda afirmación.
      Este dossier de la tontería forma hoy una montaña de notas. Quizás, el año próximo, podrán ser divulgadas al público.

      Se puede decir que la mitad de la vida de Gustave Flaubert se ha pasado en meditar Bouvard y Pécuchet, y que ha consagrado sus diez últimos años ejecutando esta proeza. Lector insaciable, buscador infatigable, amontonaba documentos sin cesar. Finalmente, un día, se puso a la obra, aterrorizado en ocasiones ante la enormidad de la tarea. « Hay que estar loco, decía a menudo, para emprender semejante libro. » Sobre todo era necesaria una paciencia sobrehumana y una gran fuerza de voluntad.
      Allá, en Croisset, en su gran despacho de cinco ventanas, se dedicaba día y noche a su obra. Sin ninguna tregua, sin descanso, sin placeres y sin distracciones. el espíritu formidablemente dedicado, avanzaba con una lentitud desesperante, descubriendo cada día nuevas lecturas que hacer, nuevas búsquedas que emprender. Y la frase también le atormentaba, la frase tan concisa, tan precisa, colorista a la vez, que debía encerrar en dos líneas un volumen, un un párrafo todos los pensamientos de un sabio. Él tomaba juntos un lote de ideas de la misma naturaleza y como un químico preparando un elixir, los fundía, los mezclaba, rechazaba los accesorios, simplificaba los principales, y de su formidable crisol salían fórmulas absolutas conteniendo en cincuenta palabras un sistema entero de filosofía.
      Una vez tuvo que detenerse, agotado, casi desanimado, y como descanso escribió su delicioso volumen titulado: Trois Contes.
Luego volvió a la tarea.
      Pero la obra emprendida era de las que no se acaba. Un libro semejante devora al hombre, pues nuestras fuerzas son limitadas y nuestro esfuerzo no puede ser infinito. Flaubert escribió dos o tres veces a sus amigos: « Tengo miedo que la terminación del hombre llegue antes que la del libro, lo que sería un bello fin de capítulo.»
      Una vez que lo hubo escrito, se derrumbó una mañana, fulminado por el trabajo, como un Titán demasiado audaz que habría querido subir demasiado alto.
      Y, dado que estoy con las comparaciones mitológicas, he aquí la imagen que despierta en mi espíritu la historia de Bouvard y Pécuchet.
      He recordado la antigua fábula de Sisifo: estos son dos Sisifos modernos y burgueses que intentan sin cesar la escalada de esta montaña de la ciencia, empujando ante ellos esta piedra de la comprensión que sin cesar rueda y vuelve a caer.
      Pero ellos, al fin, jadeantes, agotados, se detienen y, volviendo la espalda a la montaña, se hacen un asiento de su roca.

6 de abril de 1881

Traducción de José M. Ramos González para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre