ÉTRETAT
( Étretat )

Publicado en Le Gaulois, el 20 de agosto de 1880

      Cuando, sobre una playa a pleno sol, la ola veloz hace rodar a los finos guijarros, un ruido fascinante, seco como el desgarro de una tela, alegre como una risa, y cadencioso, corre todo a lo largo de la orilla, ondea al borde de la espuma, parece bailar, se detiene un segundo, después vuelve a comenzar con cada regreso de la ola. Este nombrecito de Étretat, enérgico y brincador, sonoro y alegre, ¿acaso no parece surgido del ruido de los cantos rodados por las olas?
      La playa cuya célebre belleza ha sido tan a menudo ilustrada por los pintores, parece un decorado de cuento de hadas con sus dos maravillosas desgarraduras de acantilados que llaman las Puertas. Se extiende en forma de anfiteatro regular cuyo Casino ocupa el centro; y el pueblo, un puñado de casas plantadas en todos los sentidos, envolventes sus fachadas por todos sus lados, con cierto estilo, irregulares y divertidas, parecen arrojadas del cielo por la mano de cualquier sembrador y haber arraigado como consecuencia de la caída. Surgido al borde del mar, cierra el extremo de un adorable valle en la lontananza ondulante y cuyas colinas, a cada lado, están agujereadas de chalets que desaparecen bajo los árboles de sus jardines.
      En los alrededores, diminutos valles sin nombre, barrancos salvajes llenos de brezo y de aulagas se extienden en todos los sentidos; y a menudo, a la vuelta de un sendero, vemos allá abajo, en un corte profundo, el enorme mar azul, resplandeciente de luz, con un velo blanco en el horizonte.
     Pasamos por entre el olor de las costas marinas, azotado por el aire suave del mar adentro, el espíritu perdido, el cuerpo radiante de todas esas sensaciones frescas, cuando unas risas nos hacen girar la cabeza; y unas elegantes damas, de cintura delgada, con enorme sombrero de paja cayendo sobre los ojos, sembrando en la sana brisa sus perfumes turbadores de parisinas, pasan, alegres, a nuestro lado.
     Sin embargo, no vayáis a creer, ¡Oh, Dios mío!, jóvenes frívolos que, persiguiendo a Venus hasta su mar natal no encontrareis en los balnearios más que aventuras galantes y líos efímeros, que Étretat será para vosotros un Eldorado.
     Sin duda, el amor tiene, como en todas partes, un amplio espacio sobre la orilla coqueta de Étretat; y, si, el doctor de Miramont, el amable médico de los baños, guarda en su rostro malicioso una sonrisa que nada borra, esto se debe, aseguran, a las confidencias que le hacen algunas de sus hermosas clientas.
     Pero el escándalo es poco más o menos desconocido en las riveras que descubrió Alphonse Karr, y, si ocurriera que un Lovelace quemara o un paisano de Fécamp encontrara, por suerte, el lugar de sus seducciones semi-rurales, el país entero se enteraría y las conversaciones tendrían alimento para la estación-temporada.
     Étretat es un terreno mixto donde el artista y el burgués, estos enemigos seculares, se reencuentran y se unen contra la invasión del chiquilicuatro de tres al cuarto y del mundo inferior.
     Offenbach, Faure, Lourdel, los pintores Landelle, Merle, Fuhel, Olivié, Lepoittevin, etc, poseen allí encantadores villas donde sus familias y algunas veces ellos mismos se instalan con la llegada de las primeras hojas, para no irse antes de la primera helada.
      La vida allí fluye suavemente, sin emociones vivas y sin incidentes dramáticos.
      Los propietarios bajan hasta el mar invariablemente todas las mañanas (siempre que el cielo lo permita), hacia las diez de la mañana.
     Los hombres van al Casino, leen los periódicos, juegan al billar o fuman en la terraza. Las mujeres prefieren la playa, dura, pedregosa, pero por esto mismo siempre seca y limpia, y trabajan al abrigo de una sombrilla, o más a menudo ocultas bajo esas horribles cestas que recuerdan, en muy feo, a los antiguos toneles de las zurcidoras.
      Alrededor de las damas y a sus pies, los hombres, que  el Casino no absorbe, se sientan o se acuestan sobre los cantos rodados, cuando su edad se lo permite, y las conversaciones se entablan y se continúan hasta las once y media.
      Entre los grupos, algunos personajes más maduros, que temerían confesar su edad desplomándose sobre una silla, se mantienen de pie arrojando sobre los más flexibles una mirada cargada de envidia y no osando aventurarse sobre los cantos rodados. El tan amable Paccini, pillo como una ardilla, listo como un ajo, atreviéndose a todo como ávido de conquistas, sonríe, saluda, felicita, admira, a derecha, a izquierda, al norte, al centro, sin preferencia y sin deliberación.
      Cada uno lo considera su amigo más querido, y cada mujer mantiene muy en el fondo de su corazón un pequeño sentimiento de afectuosa compasión por este cariñoso, respetuoso y prudente que la ha distinguido...con el mismo tratamiento que a todas las demás.
     Y sin embargo Paccini no es en absoluto banal, él sabe, en tanto en cuanto su naturaleza benevolente, odiar a sus enemigos; tiene, como los mortales menos capacitados, simpatías y antipatías. En primer lugar, y para no equivocarse, improvisa un cuarteto halagador en honor de cada bañista hombre y mujer; estos cuartetos son parodiados con profusión, divulgados por los castillos, las chozas y las casetas, publicadas si es necesario, por el tambor de la localidad
      A continuación, hace una selección, clasifica a parte los que no le gustan y les dedica nuevos cuartetos, estos pérfidos y maléficos, y que no son leídos más que en petit comité.
     En el fondo, prefiere a todo el mundo pero no ama a nadie más que a su excelente y digna mujer.
     La Sra. M... que ha tenido la triste fortuna de inspirarle un cuarteto de estilo secundario, es una de las fisonomías de esta amable playa.
     Alta, morena en exceso, nariz arqueada, muy inclinada por una caída rápida bajo un binóculo imperioso, la Sra. M... tiene algunos amigos consagrados que se aprovechan de su buen corazón, y un buen número de enemigos que debe a su espíritu cáustico.
      En otro tiempo, reina municipal de esta pequeña villa, dominaba en el consejo y el ayuntamiento, mejorando, reformando, modificando, transformando, luchando heroicamente contra la rutina, mientras que su marido, arquitecto de gran renombre y hombre de carácter por añadidura, trazaba el plano de un Étretat nuevo, hecho de mármol y de pórfido.
     Hete aquí que vivimos en unos tiempos en que los gobiernos mejor intencionados sucumben bajo la ingratitud de sus administrados. El Sr. M...ya no es alcalde; la Sra. M...conserva en su jubilación esta austera majestad que solo poseen los soberanos destituidos.
     No le gustan las mujeres y no lo disimula en absoluto. Republicana, esto no hay ni que decirlo, frecuentaba el Olimpia del barrio de Saint-Honoré y allí se encontraba como en su casa.
     La Sra. Grévy no tenía secretos para la Sra. M...y sus consejos eran muy apreciados.
     Sin embargo pareció aburrida de la política y no habla del Elysée más que con gran reserva.
     Su chalet, que comprime amorosamente la casa de Faure, es de buena construcción, a la par que elegante y sólida, pero de estilo desconocido. Una sombra de gótico, una terraza a la italiana, una estructura suiza, el conjunto es de un bonito efecto, y cómodo, contrariamente al uso.
     La casa Faure, la casa Desfossés -de amables parisinos que se hicieron ricos por la gracia del Petit Journal y de la inteligencia- tienen, si no me equivoco, el mismo origen, y consecuentemente un aire de familia muy acentuado. Los tres están sobre la playa, a la misma puerta del Casino.
      Los propietarios que viven en la costa de Fécamp están relativamente lejos del mar; también, la mayoría, vuelven de allí o al menos regresan en coche.
      Offenbach es el primer ocupante: villa maravillosa, el salón más grande y más hermoso de Étretat. Pequeño salón pintado por Bendict-Masson, despacho de madera hasta el techo, gran chimenea esculpida en roble, sobre la cual destacan un violón de madera, una flauta y un cuaderno de música muy grande abierto; un motivo de Orphée aux Enfers y la Chanson de Fortunio esculpido con punzón.
      Un poco más lejos, sobre la costa, el importante castillo del príncipe Lubomirski; más arriba, casi sobre la cresta del acantilado, una torre almenada, ruina moderna, edificada por Dollingen, un corredor de información que fue hombre de letras en sus tiempos.
      Dollingen estaba orgullosos de su castillo; había izado sobre su azotea un cañón que se disparaba cuando el señor llegaba de París; pronto añadió al cañón un pendón feudal, además de una horca a la cual ató un esqueleto humano. De repente, la autoridad local intervino y un decreto justificado del Sr. Alcalde suprimió horca, bandera y cañón.
      Dollingen no pudo consolarse. Vendió su castillo fortaleza mediante una renta vitalicia de veinticinco mil francos, y murió tres meses después.

     A las cuatro de la tarde, se vuelve a bajar a la playa. Mismo panorama que por la mañana.
     A las seis y media se regresa para cenar, y por la noche, si el aire está puro, el tiempo claro, se va a soñar una hora o dos al Casino o sobre los cantos rodados.
     Además de los propietarios, hay una población flotante bastante considerable en Étretat. Esta población se repartió entre los tres principales hoteles de la región: el hotel Blanquet, el hotel Hauville y el hotel de Bains.
     El hotel Blanquet es el mejor situado y consecuentemente el más frecuentado.
     En vida, el padre Blanquet era amigo de sus clientes. Alphonse Karr le profesaba una particular estima, y le había regalado su retrato con una afectuosa dedicatoria. Lepoitevin le había bosquejado su estandarte, que representaba la playa con los bañistas y las barcazas encalladas, grandes barcos de pesca fuera de servicio.
     La casa es hoy día regida por la Sra. Blanquet, que cuidadosamente ha retirado de la fachada de donde se desconchaba, el letrero de Lepoitevin, y lo ha reemplazado por una copia, por otra lado muy exacta, y que los clientes admiran con cordialidad.
     La vida de hotel es, en Étretat, igual que en todas partes. Se desayuna y cena a las mismas horas y la mesa redonda es conforme al modelo típico.
     Una escena casi trágica ha, sin embargo, enturbiado la calma habitual de la casa Blanquet al comienzo de la estación, y no resisto el deseo de contárosla.
     Hace algunos meses una solitaria, joven, guapa, aspecto excéntrico y acento extranjero, bajó hasta el hotel y pidió una habitación sobre el mar.
     La Sra. Blanquet presintiendo una aventura se disponía a negarle la hospitalidad cuando la extranjera comunicó la próxima llegada de su marido.
     Se inclinó.
     Sin embargo, los días pasaban y el marido no aparecía. La Sra. Blanquet, cada vez más recelosa, notificó a su inquilina que debería cambiar de domicilio, añadiendo que había alquilado su habitación a un cliente.
     La extranjera reclama, protesta, se enfurece pero la severa Sra. Blanquet se muestra inflexible, y tuvo que cambiar de morada.
     Esa misma noche, precisamente, el marido tantas veces anunciado, llegó por fin. Pide la habitación número 4 (la que su mujer todavía tenía la víspera) y se le concede. Percibe un par de botas, golpea violentamente la puerta. El nuevo inquilino se despierta, abre aún dormido y recibe un par de magistrales puñetazos seguidos de una paliza de bastonazos.
      Gran escándalo, todo el hotel se despierta y se precipitan sobre el loco, que se obstinaba en querer matar al desconocido encontrado en la habitación de su mujer.
      Total, todo se aclara; el marido celoso se enreda en excusas un poco tardías, y el señor se vuelve a acostar sin haber comprendido bien el sentido, el motivo y razón determinante de la paliza que acababa de recibir.
      Antes de contar las anécdotas que ocurren, rematemos en pocas palabras, la galería de celebridades. Nos encontramos cada día en la terraza a los Srs. Lehmann, Paccini, Vizentini, Aarón, Nozal ( un joven pintor camino de convertirse en un gran pintor), Vrignault, Brizard ( un hombre amable apodado el amigo de los artistas), y otro hombre, igualmente amable, el Sr. Mathis, apodado el amigo de...las actrices.
     La Srta. Dica-Petit paseaba la semana pasada su real belleza sobre los guijarros de la playa. En fin, para alegría de los espectadores, un grupo de bellos ancianos, de bigote teñido, asiduos del patinaje y de los Folies-Bergère, vagan alrededor de virtudes fáciles, con sus rostros arrugados de viejos polichinelas obscenos.
      La juventud alegre está dignamente representada por una banda de jubilosos chicos, casi todos artistas. Los pintores Georges Merle, el arquero, Lepoitevin y su amigo, hijos también de pintores, Armand Ytasse, lanzan ruidosos fuegos de artificio y pasean por todo el país desfiles con antorchas que hacen asomarse a las ventanas cabezas autóctonas con sombrero de algodón.
     Pasemos ahora a las anécdotas.
     Un hombre ilustrado desde hace poco, uno de los que en otro momento calificaríamos de "Excelencia", el Sr. Constans, "porque hay que llamarle por su nombre", ha honrado la región con una corta visita. Ahora bien, esto es lo que se cuenta. ¿Es verdad? La Sra. Constans (que por otra parte ha dejado por aquí los mejores recuerdos) se fue a Havre a buscar a su pudiente esposo. Hacía mucho calor aquel día, y, cuando hicieron su entrada en Étretal, que el Sr. Ministro se imaginaba debía de ser triunfal, muchos señores, extenuados por el calor, caminaban penosamente, con sus sombreros en la mano.
     -¡ Cabezas descubiertas !- gritó el Sr. Constans- esto es por mí. Y saluda a derecha e izquierda, se inclina, sonríe, se desloma, lanza besos con los dedos a la estupefacta población.
      Por la tarde entra en el casino esperando una ovación.
     ¡ Nada ! -parece que ya no le conocen y se dice:
     -¡ Es una cábala !- y busca al Ribourt del lugar. Ni un Ribourt visible. Vuelve furioso y se acuesta después de haber telegrafiado al Sr. Andrieux para que le enviara a su mejor sabueso. ¿Vinieron? Lo ignoramos. Lo cierto es que nuestro dirigente se fue dos días más tarde, y fue únicamente entonces que los habitantes del país se percataron de su presencia entre ellos.
      Otra historia.
      La Sra. Constans tiene criadas-¿quién no tiene?.- Pero, imbuida de sentimientos democráticos, la Sra. Constans no quiere pasárselo bien ella sola mientras que sus criadas lavan los platos. Así que, les dice una noche de espectáculo en el Casino:
      -Mis queridas subordinadas, vais a entrar en los treinta y uno, así que os pago, sí, os pago la representación.
      Dejaron la platería a medio hacer, y se frotaron las manos en lugar de secar los platos; después se fueron, como un regimiento con "coronel", es decir, señora a la cabeza. Entraron, se acomodaron. Pero un vigilante de la sala, viendo a las señoritas de la antecámara llevar los abrigos sobre sus brazos, se aproxima hipócritamente, les pregunta cual es su profesión y, una vez sabida exhibe el reglamento. Es circunspecto, este tiránico reglamento, detrás de los restos de las pasadas monarquías: "Las criadas, bajo ningún pretexto, pueden entrar en la sala"
     Y las pobres chicas son expulsadas como simples jesuitas.
     Una noticia para terminar:
     La vieja iglesia de Étretat, una joya romana, posee un órgano agarrotado, lánguido, duro de toque y casi afónico.
     La colonia artística de Étretat decidió reemplazarlo por medio de una suscripción. Faure, el gran cantor, se puso a la cabeza del movimiento y anunciaron para el domingo 21 un concierto espiritual en la propia iglesia.
     Faure cantará, y también la Srta. de Miramont, una artista de mucho mérito y que debería decidirse a entrar intrépidamente en el teatro.
     El hijo de Offenbach, Augusto Offenbach, un joven virtuoso que bien podría llegar a ser un compositor a pesar de su padre y de su madre, nos hará escuchar los últimos suspiros del anciano órgano en beneficio del órgano nuevo.
     Las localidades cuestan 20 y 30 francos
     Ahora mismo es casi imposible conseguirlas.
     Sobre lo que firmo

    CASCAJO DEL DEMONIO

20 de agosto de 1880

Traducción de María Rodríguez Fernández para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre