LA IGUALDAD
( L'égalité )
Publicado en Le Gaulois el 25 de junio de 1883

      De todas las tonterías con las que se gobiernan los pueblos, la igualdad es tal vez la más grande, porque es la más quimérica de las utopías.
      Cuando se haya establecido la igualdad de las tallas y la igualdad de las narices, creeré en la igualdad de los seres.
      Se me responderá: « No nos referimos a la igualdad social, - un ministro es más que un carbonero, - ni a la igualdad intelectual, - un artista es más que un ministro, - ni a la igualdad de fortuna, - el Sr. Rotschild posee más que un simple elector, su igual por el voto, - ni a ninguna especie de igualdad efectiva; nosotros tan solo queremos decir que todos los franceses son iguales ante la ley. » ( Ese principio, claro está, no es ni aplicado ni aplicable rigurosamente.)
      Sin embargo esta idea de la igualdad de los seres ha provocado, en política, una serie de locuras que enseguida va a terminar en la más redonda de todas. Quiero hablar del servicio militar de tres años, obligatorio para todo el mundo.
      Así pues, se van a reclutar a todos los franceses, sean quiénes sean, de veinte a veintitrés años, y se les va a encerrar en un cuartel donde unos sargentos instructores les enseñarán a distinguir su pie derecho de su pie izquierdo y a girar a la orden.
      Al cabo de esos tres años de instrucción militar, esos hombres, convertidos en ciudadanos, no serán muy buenos en grandes cosas. En todo caso habrán perdido absolutamente el hábito del trabajo intelectual especial de su profesión.
      Allí no se conseguirá incluso un buen oficial, pues los buenos oficiales son aquellos que, sintiendo la vocación militar, han elegido espontáneamente la carrera de las armas.
      Esto es lo que se llama el patriotismos bien comprendido y la igualdad bien entendida.
      Unos príncipes que se llamaban los Médicis, y cuyo nombre está todavía rodeado de una cierta gloria, tuvieron antaño una manera de ver y gobernar totalmente diferente a la que nos aplican nuestros diputados.
      Ellos pensaron, esos ingenuos, que un pueblo era sobre todo grande por las artes, grande por sus grandes hombres, grande por todas las manifestaciones del talento y del genio.¡ La igualdad no les inquietaba demasiado ! No habrían confundido a Miguel Angel con el fusilero Pitou. No habrían invitado al señor Rafael, ejerciendo la profesión de pintor, a perder tres años de su trabajo, a fin de aprender a desfilar en línea y a sacar brillo a unos botones de cobre para la mayor gloria y más grande beneficio de su patria.
      Eran de la opinión que un gobierno artista es el más inmortal de todos, y protegieron a los artistas, los querían, sostenían, pagaban, y los traían de todos los rincones del mundo;  lo hicieron tan bien que el mundo entero, todavía hoy, tiene los ojos sobre Italia. De todos los extremos de la tierra, se viene a ver este país poblado de obras maestras, madre de las artes, madre de pintores, de poetas, de escultores, de cinceladores y de arquitectos; no la Italia del rey Humberto, ni la Italia de Garibaldi, - se va a ver la Italia de los Médicis, la que han hecho y dejado inmortal, la que han amueblado de maravillas para permanecer hasta el fin de los siglos, aquella en la que han sabido hacer explotar todos los genios a la vez.
      No se dice: el siglo de Carlomagno, ni el siglo de Enrique IV, ni el siglo de Napoleón. No se dirá, en el futuro, el siglo de Bismarck,  a pesar de las victorias de ese estéril destructor. No se dirá nunca más: el siglo de la República, estamos bien persuadidos de ello.
      Pero sí se dice: el siglo de Péricles, de Augusto, de Luis XIV y de los Médicis.

      Francia sin embargo amaba las artes y las practicaba con un cierto éxito.
      No sobrevivirán al ritmo que las tratan los caballeros de la Cámara, en el nombre de la igualdad.
      Entonces, se va a reclutar, a los veinte años, a todos aquellos que habrían sido unos artistas y, durante tres años, se les va a sustraer violentamente sus preocupaciones, sus estudios, la práctica de su artes; se les va a embrutecer todo lo que se pueda, a hacerlos unos cualquiera, unos mediocres, y eso en nombre del patriotismo y de la igualdad. Se les recluta a los veinte años, es decir a la edad en la que el artista eclosiona, donde el temperamento se forma, donde el espíritu comienza a poseerse de sí mismo, a comprender, a concebir, a ensancharse y a levantar el vuelo. Se les conserva tres años, es decir durante el periodo en el que el talento en germen iba a florecer, en el que el alma inquieta del adolescente iba a convertirse en el alma madura del artistas, durante el periodo en el que el talento se decide, elige su camino, obtiene sus primeros frutos. Se les recluta precisamente a la hora del mayor esfuerzo, a la hora del ascenso de la savia, a la hora decisiva donde tienen la mayor necesidad de todo su tiempo, de toda su voluntad, de toda su fuerza de su trabajo, de toda su libertad. Y cuando se les devuelve a la vida, a esos pintores, músicos, escritores, habrán olvidado todo; la llama del arte se habrá extinguido; habrán engordado, incapaces de retomar sus estudios. Se les va a cortar las alas, como se les hace a los pájaros cautivos.
      Pues no es un temperamento de artista sobre cien capaz de resistir tres años de cuartel.
      ¿ No quisieran verlos, por el contrario, a todos aquellos que ofrecen unas esperanzas de renombre para esta Francia que fue, que es una tierra artista, protegidos, socorridos, puestos aparte, ayudados en sus esfuerzos y en su desarrollo intelectual, a pesar de la ley común y de la falsa igualdad ?
      De la falsa igualdad, pues ese servicio de tres años es una odiosa injusticia. Todo, en la vida, debe someterse a la ley de las proporciones. ¿ No sería injusto establecer un impuesto único de quinientos francos o de mil francos por cabeza ? Esta carga, insignificante para los ricos, sería abrumadora para los pobres.
      Los mil francos del albañil o del pequeño empleado tienen otro valor que los mil francos del barón de Rothschild.
      Ahora bien, díganme, por favor, si los tres años de los Sres. Gounod, Meissonnier, Clairin, Gervex, Massenet, Saint-Saëns, etc., etc., no tienen otro valor que los tres años del agricultor. Díganme si no sería más provechoso para la patria que esos hombres dedicasen todo su tiempo al arte más que al cuartel.
      Tres años de la vida de un artista, justo en el momento donde ese artista se forma, donde va a devenir él, donde se va a afirmar, nacer, ¡ vale la vida entera de cien mil comerciantes y de cien millones de obreros !
      Los señores diputados no piensan así. Tanto peor para ellos. Esto demuestra que hay una gran distancia entre ellos y los príncipes de Médicis.

      Aquellos que han preparado la ley tienen incluso un miedo tan vehemente a que un joven encuentre el medio de escapar a la teoría que han tenido cuidado de establecer esta cláusula:
      « Proscribimos el alistamiento voluntario en las tropas no combatientes, a fin de detener un abuso verdaderamente escandaloso. Bajo pretexto, en efecto, que los alistados voluntarios tienen preferencia en elegir el cuerpo en el que quieren servir, numerosos jóvenes, algunos días antes de comparecer ante el consejo de revisión, se alistan en las compañías de enfermeros o de obreros de la administración.
      « Esos cuerpos, en consecuencia, están repletos de individuos cuyas facultades, en tiempos de paz como en tiempos de guerra, encontrarían mucho más útil empleo en las tropas activas.
      « Una tan ardiente búsqueda de situaciones que les suponga exentos de toda fatiga y de todo peligro es una vergüenza para la juventud francesa. »
      Escandaloso, una vergüenza. He aquí de entrada un notable ejemplo de saber vivir, ¡ de buena educación política ! He aquí unos cumplidos completamente distinguidos dirigidos a todo el personal del cuerpo de intendencia, que tenía sin duda la pretensión de servir a su país con sus facultades ( facultades que encontrarían, sin duda también, un más útil empleo en la infantería ). Entonces, los intendentes no sirven a su patria. Resulta igualmente de este libelo que las facultades de un panadero, de un sastre, de un zapatero encontrarían un más útil empleo aplicadas a los desfiles militares que utilizadas en la fabricación del pan, de los pantalones o del calzado necesario para las tropas. Si un contable me dijese: « Voy a alistarme en las oficinas donde se servirán de mis conocimientos », se equivocaría sobre el uso que debe hacer de sus facultades, y cometería una acción verdaderamente vergonzosa. Quienquiera que tenga unas facultades, no debe ocuparse más que de la teoría. En cuanto a los oficiales de la administración y a los obreros militares, ¡ todos unas nulidades sin duda !
      ¡ Esta ley se diría redactada por el coronel Ramollot !

      No se trata aquí de la eterna cuestión de la publicidad electoral.
      La igualdad es en este caso el gran caballo de batalla del cuerpo de los diputados quienes, ellos también, utilizarían sin duda más ventajosamente sus facultades en el cuartel que en la Cámara.
      Van a matar, de un golpe, toda la producción artística de nuestro país. El talento y el genio tienen necesidad de ser tratados como las plantas delicadas que se cultivan en el invernadero. Ellas mueren sofocadas en el bosque popular.
      La igualdad es el mal del que morimos, porque no existe en ninguna parte de la creación; es contraria a las leyes del mundo y peligrosa como todo lo que se opone al orden natural de las cosas.
      Que los señores diputados se consideren como los iguales al recién llegado, es su derecho.
      Otros tienen el excesivo orgullo de considerarse adelantados.

25 de junio de 1883

Traducción de José M. Ramos González para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre