LOS
AUDACES
( Les audacieux )
Publicado en el Gil Blas, el 27 de
noviembre de 1883
Todo un ejército de críticos embebidos de moral profiere unos
gritos de ocas cada vez que aparece un libro atrevido. Además el arsenal de sus
argumentos no son variados. - « ¿ Por qué decirnos esas cosas
? - ¿ A cuento de qué mostrarnos lo que es feo ? - Muéstrennos lo que es
bueno, reconfortante, honesto.»
Hablan también del arte moralizador; y cada vez que el escritor se
enardece hasta describir el amor protector ( el único útil a la humanidad ),
ellos le acribillan con las letanías de adjetivos insultantes.
Ahora bien, desde que la humanidad existe, todos los grandes escritores han
protestado, por sus obras, contra esos consejos de impotentes.
La moral, la honestidad, los principios. son cosas indispensables para el
mantenimiento del orden social establecido. No hay nada en común entre el orden
social y las letras. Los escritores ( exceptuando a los poetas ) tienen por
principal motivo de observación y de descripción todas las pasiones humanas,
buenas o malas. No tienen la misión ni desmoralizar ni de flagelar ni de
enseñar. Todo libro tendencioso deja de ser un libro artístico.
El escritor mira, trata de penetrar en las almas y en los corazones, de
comprender sus bajezas, sus inclinaciones odiosas o magnánimas, toda la
complicada mecánica de las motivaciones humanas. Observa de ese modo, siguiendo su
temperamento de hombre y su conciencia de artista. Cesa de ser concienzudo y
artista si sistemáticamente se esfuerza en glorificar a la humanidad, de
maquillarla, de atenuar las pasiones que el juzga deshonestas en provecho de las
que considera honestas.
Aparte de la verdad observada con buena fe y expresada con talento, no hay
nada
más que esfuerzos impotentes de peones. Aristófanes no es casto, Lucrecio
menos, Ovidio menos todavía, Virgilio no más, no más Rabelais, Shakespeare,
etc. Cada uno debe escribir siguiendo las tendencias naturales de su espíritu,
sin tomar partido de ninguna clase por o contra la moral establecida.
Si un libro contiene una enseñanza, esta debe ser, a pesar de su autor, por la
misma fuerza de los hechos que éste describe.
Es indiscutible que las relaciones sexuales entre hombres y mujeres constituyen
en nuestra vida una gran importancia, siendo el motivo determinante de la
mayoría de nuestras acciones.
La sociedad moderna asocia una idea vergonzosa al hecho brutal del
acoplamiento (
los antiguos lo habían divinizado de mil maneras ). La manera de ver ha
cambiado. El hecho sin embargo es el mismo; ha conservado la misma importancia
en las relaciones sociales. Y he aquí la hipocresía mundana que quiere
echarnos un rapapolvo por hablar de ello en un libro.
La sociedad, que defiende la moral que se ha
echado a la espalda, siente
donde el golpe la hiere. Eso es todo.
Yo tenía la intención de proclamar el principio de la libertar del arte antes
de hablar de dos libros nuevos que han escandalizado bien a los lectores
pudibundos.
Esos dos libros son además absolutamente distintos. Uno es una novela de larga
duración; la otra una antología de relatos. El primero proviene de la
escuela de los analistas sutiles, complicados; el otro de las escuela de los
analistas brutales. El arte del primero no se parece en nada al del segundo.
Pero ambos son atrevidos y sinceramente escritos.
Uno de los jóvenes del entorno de Émile Zola, Léon Hennique, acaba de
publicar su
segunda gran novela moderna: L'Accident de Monsieur Hébert. Perteneciendo al
grupo de aquellos a los que se han bautizado como los naturalistas, Léon
Hennique parecía haber cesado de trabajar tras la publicación de La
Dévouée
que se remonta a algunos años atrás.
Su libro es un estudio audaz, y ferozmente auténtico, del adulterio
burgués
tal y como se practica todos los días.
El Sr. Hébert, magistrado de Versalles, tiene una esposa joven y bonita,
semejante a casi todas las jóvenes, un poco soñadora, nada más que un
poco, prendada de un ideal en pantalón rojo con sable al costado y bigote
moreno.
Las mujeres, cuya alma se exalta, hinchada de falsa poesía, tienen generalmente
dos tipos de hombre que sirven de tema a sus ensoñaciones sentimentales: el
guapo oficial y el gran artista. El guapo oficial que ellas distinguen es
generalmente un gran fatuo, bien arqueado, mostrando bajo el paño rojo de su
pantalón, ceñido como un maillot, unos muslos de bailarín, y cuya absoluta
preocupación recae sobre la forma de su túnica y el rizado de sus bigotes.
Los oficiales valientes, aquellos que trabajan, siendo a menudo pequeños, mal
proporcionados, con gafas, flacos como bastones, o gruesos como calabazas,
hechos en definitiva como la mayoría de los hombres, las mujeres poéticas no
los aprecian.
El gran artista que gusta a las mujeres es siempre un
cantante o un comediante.
Entonces, la Sra.Hébert se había prendado, un día de estreno, de un bello
capitán del Estado Mayor, viéndole domar un caballo rebelde. Ella le escribe y
se convierte en su amante.
Louis Bouilhet en dos versos encantadores, retrata este ideal de las
jóvenes mujeres y de las jóvenes muchachas:
Puis, un beau mousquetaire arrive, un soir d'été, |
Luego, un bello mosquetero llega, una tarde de verano, |
El adulterio de la Sra. Hébert se desarrolla siguiendo las
fases ordinarias. Ella ama sin amar, se entrega sin saber demasiado por qué, y
se figura enseguida que está locamente prendada de su amante.
Hennique ha analizado con una singular penetración todo lo que pasa en el
corazón de las mujeres en esta situación convertida tan formal de un menage a
trois. Ha sabido penetrarla en todas las delicadas y sutiles sensaciones, los
extraños razonamientos y las inocentes estrategias que tienen.
El marido y el amante se han conocido en el colegio. Ellos charlan. Reproduzco:
« En ese momento, por casualidad, el magistrado y él echan un vistazo a la Sra.
Hébert. Ella estaba radiante, rodeando a su marido y a su amante con un mismo
halo luminoso, abrigándolos casi bajo el calor de sus pensamientos... Su alianza
la dilataba, la elevaba de la tierra, la sumergía en una languidez tan extraña
y dulce que tenía mal el alma. » Los hombres casados serán sin duda los únicos
en no saborear la profunda precisión de esta observación.
Esta aquí no es menos impresionante. Un amigo acaba de hacer una broma un poco
atrevida. - « El rostro de la Sra. Hébert se vuelve glacial. Desde su
falta, no toleraba más las expresiones arriesgadas, odiaba los menores sobreentendidos
picantes. Todos encendían las mechas de su pudor, le parecían
dichos por ella, la rodeaban como un viento de fuelle.»
Pero lo que hay de particularmente audaz y verdadero en este
libro, son todos los
detalles íntimos, los detalles secretos, vergonzosos y grotescos de las
relaciones cariñosas. Sin miedo a la indignación, el novelista se atreve,
con tan buena fe que parece inocente. Lava ante nosotros la ropa sucia del
amor.
El desenlace, de una simplicidad inesperada, sin maquinaciones, sin dramas, sin
escenas violentas, aparece como una revelación
Evitaré un análisis más competo de esta notable novela. Los libros de
observación no son para contar.
Con unas formas menos vivas, unos atrevimientos menos brutales,
pero no menos
completas, el ultimo libro de René Maizeroy: Celles qui osent, nos ofrece una
nota muy distinta.
Amando a las mujeres más que a todo en el mundo, este escritor refinado, sutil
y encantador nos ofrece una serie de retratos de aquellas que se atreven.
Sea cual sea la seducción de las mujeres absolutamente honradas, tienen, desde
luego menos atractivo para nosotros que aquellas de las que se puede esperar de
todo. Es a aquellas que se atreven, a las que nosotros debemos nuestras mejores
alegrías y nuestro más cariñoso reconocimiento.
René Maizeroy, en una serie de relatos tan delicados como tan terribles,
exquisito, de rasgos finos y poderosos, proporciona seductoras figuras de mujeres.
Su estilo más sobrio que en sus último libros, indica más firmemente las
líneas.
Lo que transparenta ante todo en este volumen, en cada cuento, en cada frase, es
el amor de la mujer. La mujer esta allí al completo con todo lo que hay en ella
de turbador para nosotros; con su naturaleza mimosa y engañosa, embriagadora,
tierna y apasionada. Uno huele allí la carne fresca como en el domicilio del
ogro.
Habría que citar uno de estos cortos y enérgicos
relatos, desde P.P.C. hasta
Soeur Jeanne.
Y yo encuentro en P.P.C. algunas líneas que
darán la nota justa de este libro
más que una larga explicación.
« Era ( el barón Octave de Despeyroux ) un apasionado que amaba la mujer por
la mujer, fuese pelirroja, rubia o morena. Tenía unas alegrías de colegial, unas
idolatrías de devoto a cada alcoba que él reemplazaba con el ruido de sus besos. Las
adoraba a todas, sin amar a una sola, y no tenía más que un objetivo, más que
un sueño, poseer a unas después de las otras, gastar en sus brazos sus fuerzas
y sus millones, no existir, no pensar, no gozar más que por ellas y con ellas.
« Y todo lo que no fuese amor le parecía inutil e irrisorio. Los pelillos
rubios de una nuca, los contornos de un corsé, los encajes de una falda
limitaban su horizonte, lo apartaban de las realidades, lo transportaban a unos paraísos
artificial de los que no podía escapar. Encontraba las noches demasiado breves y los días interminables.»
Se podría escribir estas dos frases como epígrafe
a Celles qui osent. Tanto
peor para aquellos que juzgaron ese volumen un poco... cantárida.
27 de noviembre de 1883
Traducción
de José M. Ramos González para
http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión
en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre