MADAME PASCA
( Madame Pasca )

Publicado en Le Gaulois, el 19 de diciembre de 1880.

     La exposición de 1875 acababa de abrir sus puertas al público. La muchedumbre se extendía penosamente a través de las salas cuyas paredes estaban cubiertas de cuadros. Pero una cola considerable, apretujada desde la mañana en el mismo lugar, cubría todo el pasaje, deteniendo de repente el reflujo móvil de espectadores; y nos recién llegados, mezclándose con los primeros, permanecían allí, inmóviles, el rostro al aire.
      Una gran tela atraía la mirada. Era una mujer de porte distinguido y belleza grave, de pie, con un vestido blanco muy sencillo, cubierto con piel oscura. Tenía la frente destacada y poderosa, la boca voluntariosa, ojos de negro carbón, la tez de una blancura mate, una talla perfecta y cabellos espesos, cabellos cuya negrura parecía reluciente, y de los que un bucle enrollado dibujaba una serpiente sobre la sien derecha. Encerrada en su marco, parecía considerar al público con un aspecto tranquilo y grandioso.
     Cuando se la miraba durante tiempo, su fisonomía parecía animarse, y se descubría en ella otras cualidades.
      Su mirada, dura de entrada, tomaba un encanto penetrante, un encanto negro. La energía de la frente y de la boca se atenuaban, y en el conjunto de su persona se podía apreciar una naturaleza violenta pero tierna, vibrante, una pasional.
      Cuando se buscaba bien, algún rastro dulce podía relacionarse con esta figura imponente, descubriendo el motivo, era el brazo: la manga, abierta hasta el hombro, dejaba pasar enteramente un brazo desnudo encantador, un auténtico brazo de enamorada y de gran señora, adorable de forma y tono, de un grosor perfecto, exquisito.
      Toda la tela magistral, la más magistral de un gran pintor que tenía al público arrebatado, admirado y encantado. Una frase corría en ocasiones:
      - ¡Es muy bonito!
      Los ignorantes consultaban su guía, pero dos nombres parecían flotar en la sala, dos nombres que se unían en ese triunfo, regresaban tan a menudo a los bocas que los más provincianos comprendían:
     -¡Es Madame Pasca, pintada por Bonnat - Bonnat - Madame Pasca!
      Fue de este modo cuando yo la vi por primera vez, de cerca y fuera de escena, a la bella y rigurosa actriz que Rusia todavia lamenta, y que reaparecía al día siguiente en la obra del Sr. Gondinet, Les Braves Gens.
     
Hay hombres que parecen haber nacido académicos, otros que parecen haber nacido generales; a mí me parece que Mme. Pasca, más que cualquier otra, había nacido asociada a la Comédie-Française, y no puedo comprender aún que ella no lo sea aún.
      Además es una clásica. Sus actuaciones son sobrias, sabias, violentas o suaves, a su voluntad. Todos sus efectos están estudiados, seguros y naturales. Nada, en sus recreaiones, no es dejado nunca al azar de la improvisación. Ella destaca en drama, aprobando en la fina comedia, triunfa en simpatía.
      Ha tenido por profesores a dos maestros, Delsarte y Sr. Régnier, quienes la trataban como una igual. Con el último, ha estudiado Céliméne, y él la juzgaba excelente. Uno de sus grandes éxistos en Rusia ha sido en el papel de Fortunio, del Chandelier. Ella ha representado, todo el repertorio de la casa llamada de Moliere, mejor seguramente que varias de las actrices que se nos ha mostrado allí hoy; y mis vecinos, dos críticos dramáticos, escuchándola la otra noche en el Gymnase, me decían:
      -Aparte de Madeleine Brohan, quién no parece más en cartel, nadie lo vale tanto en francés.
      Yo preguntaba:
      -¿A qué puede deberse que ella no esté a punto?
      Uno de ellos respondió:
      - Al azar, sin duda, a las circunstancias; tal vez no es lo suficientemente comediante.
      La razón no me pareció suficiente; interrogué al respecto a uno de sus amigos que la había visto y aplaudido en Rusia. Me contó cosas sobre ella, sobre su vida, sobre sus creaciones, unos detalles particulares. Añadiendo esto a lo que yo sé de su carrera entre nosotros, me parece interesante hablar unos instantes de esta notable actriz, una de las mejores que tenemos.
      La vemos en primer lugar en el Gymnase, debutando con brillo en Héloïse Paranquet, la prensa la cubre de flores. El público acude y la aclama; ella es a partir de ese momento consagrada como actriz de gran valor. Representaba allí, si no me equivoco, frente Arnal, en una de sus últimas creaciones.
      Luego, a pesar de su triunfo, casi despareció, no regresó más que cuatro o cinco veces en seis años y parecía luchar contra un mal querer oculto de su director.
      Y en toda su carrera, volveremos a encontrar esos singulares eclipses de Madame Pasca. A pesar de la disposición de los periódicos a brindarle homenajes, a pesar del público al que ella domino, no se le dio casi nunca un gran papel en una buena obra.
Cuando esto llegó, fue infaliblemente un triunfo; pero después de algunos años, no ha hecho más que representar papeles de segunda.
      ¿Por qué esta especie de vacilación de los directores? ¿Acaso sería cierto que ella no era lo bastante comediante para representar todas las intrigas de bastidores?
      En 1867 aparece con un clamoroso éxito en Les Idées de Madame Aubray. Fue una de las más bellas creaciones de esta actriz. Había encarnado extrañamente a esta especie de alucinada soñada por Dumas; y su voz vibrante, su grave belleza, la exaltación de su mirada y de su palabra ejercieron sobre el público un prodigioso efecto.
      Este efecto, por otra parte, la produjo en toda su carrera, pues yo recuerdo perfectamente las primeras representaciones de Séraphini, donde una camarilla organizada obligaba a los actores a detenerse. Madame Pasca, tranquilamente, cesaba de hablar, miraba la sala, esperaba; y, sin ningún embarazo, cuando los silbadores se callaban, al verla así calmada y  determinada, ella volvía  retomar el papel. El concierto unánime de alabanzas que acogieron su recreación de Fanny Lear fue meritoria sin duda, pero quizás exagerado. Si consultase a la actriz al respecto, me confesaría seguramente que tuvo menos problemas en representar ese papel donde el acento inglés debía suponerle una ayuda más que una molestia; y presumo que debió encontrar dificultades, a veces penosas, cuando recreó el personaje tan complicado de la condesa Romani.
      Para finalizar enseguida con la lista de las grandes piezas donde se fragua su reputación, recordamos a Fernande, Adrieene Lecouvreur y Medio-Mundo.
      Partió para Rusia. Desde su llegada, tuvo un éxito prodigioso que aquí no podríamos ni imaginar.
     La corte dio ejemplo. El Emperador, la Emperatriz, los grandes duques, las grandes duquesas, y, tras ellos, los personajes importantes en cualquier ámbito, fueron a aclamarla con regularidad. La Emperatriz la recibió; las grandes duquesas la trataron casi como amiga; y yo encuentro las siguientes líneas en una publicación rusa, firmada por Fervacques:
      « Todo ese mundo de calidad la aplaude con frenesí. Nuestra compatriota Mme. Pasca no es únicamente apreciada aquí como artista, también es adorada como mujer, y sus salones están siempre llenos de la más alta y mejor sociedad de Petersburgo. Las más grandes damas tienen el honor de recibirla en sus casas; no es solamente una mujer de talento, es una amiga para ellas, y esta amistad no es banal, sino sólida, duradera y sincera.»
      Tal vez sea en estas líneas donde hay que buscar la explicación de la dificultad que parece encontrar Mme. Pasca en representar grandes papeles, y en llegar al Teatro Francés.
      Ella es una mujer de mundo al mismo tiempo que una artista de primer orden, y puede que la primera de esas "profesiones" perjudique a la segunda.
      Que la santa moral me guarde de hablar mal de nuestras actrices; sin embargo debo manifestar que los "protectores" no perjudican nunca. Cuántos más diputados, senadores u otros personajes tengan en su... manga, más oportunidades se tiene de obtener el "estanco" o cualquier otro favor. Ahora bien, cuando una mujer no tiene ganas para recomendarse a sí misma, de modo que recurre a sus relaciones mundanas y que vive de modo que las puertas de los salones se abren ante ella, puede ocurrir que las puertas de los distribuidores de favores se entreabran más difícilmente.
      Explicaré esto con las frases que yo cito a todas horas:
      «Ella no es lo suficientemente comediante.» Otra frase, esta vez de un ruso, la completa: «Ella no es lo bastante coqueta.» Es esto, en efecto, parece ser, el único reproche que le hacen los rusos. A ella parecen no gustarle los homenajes y pasa, indiferente, en medio de los hombres que se inclinan a su paso.
      Mme. Pasca, en efecto, si se juzga por la expresión de su figura, su porte, incluso su voz, me parece pertenecer a esta raza de mujer que desprecia la galantería y no cree más que en la pasión. Pero la pasión, señora (perdón si esto le parece una odiosa paradoja), no es más que la galantería en grandes dosis. En el orden moral yo mantengo, como teoría análoga a esta verdad indiscutible, que cuatro piezas de cien peniques conforman la moneda de un luís de veinte francos.
      Cuando se habla de una mujer, incluso de la que se conoce poco, como es el caso, es necesario siempre tratar de levantar la vela que oculta sus pensamientos sobre el amor.
      El amor siendo el elemento donde nada el espíritu de las mujeres más grandes y más "honestas!, es necesario tratar de descubrir si ellas son... de agua dulce o salada. Aquellas incluso que no practican, tienen siempre sobre esto doctrinas muy enraizadas.
      Ahora bien, si tuviese que aventurar las reglas de conducta de nuestras actrices, nada más que después de ver diez minutos a Mme. Pasca, diría esto: «O me ato o me muero.» Del mismo modo que estaría tentado a asignar a otra de nuestras estrellas, quien recorre el mundo hoy, este viejo dicho: «Por todos los medios.»
      Y luego, es severa. Debe ser seguramente buena compañera, pero poco familiar. Ella no llama nunca a sus directores «mi gordito ratón» y no les adula. Es una dama, en la escena como entre bastidores. Un poco más de habilidad no le perjudicaría.
      Por lo demás, si ella sabe en cualquier momento permanecer como una mujer de mundo, las personas de mundo a su lado parecen experimentar por ella una atracción particular.
      En Petersburgo, por ejemplo, ejercía sobre la corte y la nobleza una auténtica fascinación; era la estrella de la alta sociedad, mientras que su compañera, Srta. Delaporte, que tu
vo también un gran éxito, fue a pesar de toda la estrella de la burguesía, el ídolo de la clase media.
      Cuando el Sr. de Girardin, últimamente, recibió a un gran duque en su mesa, fue Mme. Pasca quién se puso a su lado. En Cannes, donde ella pasó el inverno pasado, era recibida familiarmente en palacetes principescos. El Sr. Alexandre Dumas tiene una amistad muy intensa por ella.
     Vive lejos de los barrios ruidosos, en Batignolles, una coqueta planta baja sobre la calle.
      En el vestíbulo, un oso negro, enorme, parece guardar la puerta. En su pata, lleva un anillo de plata con algunas palabras grabadas: «Muerto por las Sras. Nilsson y Pasca, el... etc.» He aquí la historia.
      Esas dos damas, cuando estaban juntas en Rusia, fueron invitadas a una gran cacería en la ruta de Finlandia. Para vestirse, experimentaron un terrible contratiempo; pues no tenías más que un vestuario de ciudad poco adecuados para llevar corriendo en las llanuras. Finalmente la Srta. Nilsson se vistió con un viejo vestido de Mignon tomado de deshecho; Mme. Pasca se envolvió en una vieja schoub (?) forrada, y se partió.
      Cuando llegó el día de la caza, se emboscaron en un bosque lleno de nieve, en medio de un grupo de cazadores. De súbito, un oso colosal surgió adelantándose rugiendo. La Srta. Nilsson apuntó y disparó la primera. El animal herido en el cuello dio un traspiés, cayó, se volvió a levantar. Mme. Pasca entonces, de una sola bala en pleno corazón, lo remató.
Ella todavía caza algunas veces y acorrala al conejo como el Sr. Grévy.
      Su salón está siempre atestado de flores y adornado de figuritas. Ella, seria, mira de frente y charla con su voz mordiente; mientras que en la pared, si usted se gira un poco, otra Mme. Pasca, grave y de pie, inmóvil sobre la amplia tela, pero totalmente idéntica a su vecina, cubre con sus ojos negros al visitante, que no puede volver los ojos hacia una por tenerlos sobre la otra.
Pronto no sabe cual de ambas le habla y responde al retrato mirando al original, y comprende que con semejante modelo, el Sr. Bonnat no podía hacer más que una obra maestra.

19 de diciembre de 1880

Traducción de José M. Ramos González para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre