A 8000 METROS
( À 8000 métres )
Publicado en Le Figaro, el 3 de agosto de 1887

      Habiendo contado últimamente en este periódico una larga y feliz travesía aérea, no dudé en absoluto cuando tuve que ocuparme de nuevo de unos globos algunos días más tarde.
      Acepté con mucho gusto la misión de exponer la peligrosa ascensión que va a intentar dentro de algunos días el Sr. Jovis con el concurso y patrocinio del Figaro.
      Para que se comprenda bien su valor y utilidad, contaré en algunas líneas, las tentativas similares que han tenido lugar hasta el presente, así como sus felices o nefastos resultados. Hasta nuestros días, el globo ha dado lugar a unas experiencias de dos tipos, experiencias relativas a la dirección y experiencias científicas. No hablo de los simples paseos de placer como el que acabamos de realizar.
      Las experiencias relativas al enrarecimiento del aire, en las más grandes altitudes que el hombre puede alcanzar, y a la electricidad atmosférica, han sido realmente iniciadas por el flamenco Robertson, amigo de Volta.
      El primero, llegó a las altas regiones de la atmósfera, habiendo alcanzado una altura de 7400 metros, el 18 de julio de 1803. Su globo esférico, de 30 pies y 6 pulgadas de largo, había sido construido en Meudon por el servicio de los ejércitos franceses.
      Salió de Hamburgo a las nueve de la mañana, con un francés, el Sr. Lhoest, marcando el barómetro 28 pulgadas y el termómetro Réaumur 16º; Robertson subió tan aprisa y tan alto que, en todas las calles, cada persona creía verlo en su cenit.
      A las diez y cuarto, el barómetro señalaba 19 pulgadas, y el termómetro 3 grados bajo cero. Sintiéndose invadido por todos los males debidos al enrarecimiento de aire, el aeronauta se dedicó a comenzar sus experiencias y comprobó « que la electricidad de las nubes obtenida en tres ocasiones era siempre acristalada ».
      Sin embargo, aunque muy incómodos, continuaban subiendo, el frío aumentaba, sus oídos zumbaban, su ansiedad se volvía intolerable. El dolor que experimentaban « era algo parecido a lo que se siente cuando se introduce la cabeza en el agua. Nuestros pechos parecían dilatados y faltos de resuello, mi pulso estaba acelerado. El del Sr. Lhoest lo estaba menos. Él tenía, como yo, los labios hinchados, los ojos sanguinolentos, todas las venas estaban dilatadas y se marcaban en relieve sobre mis manos. El frío llegaba de tal modo a la cabeza que me hizo observar que su sombrero le parecía demasiado estrecho...
      «... El termómetro bajaba a 5 grados y medio por debajo del punto de congelación, mientras que el barómetro estaba a 12 pulgadas con cuatro centésimas. Apenas me encontraba en esta atmósfera cuando el malestar aumentó; me encontraba en plena apatía moral y física. Apenas podíamos defendernos de una leve somnolencia que nos reducía como la muerte...
      « ... Fue en este estado, poco proclive a realizar delicadas experiencias, cuando había que comenzar las observaciones que me había propuesto...»
      Las opiniones científicas emitidas por Robertson encontraron una viva oposición entre los sabios de todo el mundo. Ahora bien, para demostrar la exactitud de sus observaciones, el aeronauta, acompañado de un sabio ruso representante de la Academia de San Petersburgo, el Sr. Zuccharoff, hicieron en Moscú una nueva ascensión y realizaron durante varias horas los experimentos de Robertson.
      El Sr. Zuccharoff confirmó varias de las afirmaciones del flamenco, sobre todo aquellas relativas al debilitamiento gradual de la acción magnética de la tierra.
      Pero después de esta nueva prueba, la lucha prosiguió más violenta y encarnizada entre los científicos. En Paris, los miembros del Instituto se dividieron en dos facciones, que habrían discutido durante tiempo si Laplace no hubiese propuesto, en el transcurso de una sesión, realizar nuevas experimentos.
      Biot y Gay-Lussac, profesores de física, fueron elegidos para esta prueba.
      La ascensión, una de las más célebres que nunca hayan sido hechas, tuvo lugar el 20 de agosto de 1804.
      « Nuestro principal objetivo, escribía Biot algunos días más tarde en un informe a la Academia de las ciencias, era examinar si el magnetismo terrestre experimenta alguna disminución apreciable cuando se aleja de la tierra. Saussure, según las experiencias realizadas sobre la colina del Géant, a 3435 metros de altura, había creído apreciar allí una disminución muy sensible que evaluó en 1/5. Algunos físicos incluso habían anunciado que esta propiedad se pierde completamente cuando uno se aleja de la tierra en un aerostato.
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       «  Además de este principal objetivo en ese primer viaje, nos proponíamos también observar la electricidad en el aire, o más bien la diferencia de electricidad de las distintas capas atmosféricas.
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      « Habíamos proyectado también estudiar el aire tomado a gran altura. »
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     Salileron del jardín del Conservatorio de las Artes, el 20 de agosto, a las diez de la mañana. El barómetro estaba a 765 mm (28,31 pulgadas), el termómetro a 16'5º centígrados y el higrómetro a 88'8%, es decir bastante cerca de la máxima humedad.
      Biot contó enseguida con una gran claridad y precisión los diferente incidentes de su magnífico y tranquilo viaje, atravesando las nubes, su admiración por ese sorprendente espectáculo.- « Esas nubes vistas desde lo alto nos parecieron de un blanco luminoso... estaban todas exactamente a la misma altura; y su superficie superior totalmente protuberante y ondulante nos ofrecía el aspecto de una llanura cubierta de nieve...
      « Hacia esta altura ( 2723 metros ), observamos a los animales que habíamos llevado. No parecían sufrir el enrarecimiento del aire. Una abeja a la que habíamos liberado, voló muy rápido y nos abandonó zumbando. El termómetro indicaba 13º centígrados. Estábamos muy sorprendidos de no experimentar frío; al contrario, el sol nos calentaba con fuerza. Nuestra pulso estaba acelerado: el del Sr. Gay-Lussac, que latía de ordinario a sesenta y dos pulsaciones por minuto, latía a ochenta. El mío, que por lo común está en setenta y nueve, latía a ciento once. »
      Como consecuencia de las experiencias minuciosamente descritas, Biot concluyó:
      « El magnetismo no experimenta ninguna disminución apreciable desde la superficie de la tierra hasta los 4000 metros de altura. Su acción en esos límites se manifiesta constantemente por los mismos efectos y siguiendo las mismas leyes.
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      « A 3400 metros de altura, liberamos a un pajarillo que se llama verderol; enseguida voló, pero regresó casi al instante para posarse en nuestras cuerdas; tomando de nuevo su vuelo, se precipitó hacia la tierra, describiendo una tortuosa línea poco distinta de la vertical... Pero una paloma que soltamos del mismo modo y a la misma altura, nos ofreció un espectáculo mucho más curioso: puesta en libertad sobre el borde de la barquilla, permaneció algunos instantes como para medir la extensión que tenía que recorrer; luego se lanzó revoloteando de un modo irregular, de modo que parecía estar ejercitando sus alas; pero después de algunos aleteos, se limitó a extenderlas y se abandonó completamente. Comenzó a descender hacia las nubes describiendo grandes círculos como hacen las aves de presa...»
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      Después del detallado relato del modo en el que experimentaron la electricidad del aire, continúa
      « Esta experiencia indica una electricidad creciente con la altura, resultado conforme a lo que se había concluido teóricamente según las experiencias de Volta y de Saussure...
      « Nuestras observaciones del termómetro, por el contrario, nos han indicado una temperatura decreciente desde abajo a arriba, lo que está de acuerdo con las resultados conocidos, Pero la diferencia ha sido mucho más débil de la que habríamos esperado, pues elevándose a 2000 marcas, es decir bien por encima del límite inferior de las nieves eternas en esta latitud, hemos experimentado una temperatura mas baja de los 10,5 º en en termómetro centígrado; y al mismo tiempo la temperatura del Observatorio, en París, era de 17,5º centígrados.
      « Otro hecho bastante notable que nos ha sido proporcionado por nuestras observaciones, es que el higrómetro ha tendido constantemente hacia la ausencia de humedad a medida que nos elevábamos en la atmósfera; y, descendiendo, ha vuelto gradualmente la humedad. »

      Esta primera ascensión estableció la falsedad de la mayoría de las alegaciones de Robertson; para disipar las objeciones que todavía subsistían, Gay-Lussac se elevó solo, el 16 de septiembre de 1804, a 7016 metros sobre el nivel del mar.
      Es imposible reproducir aquí sus numerosas y minuciosas observaciones. Son de un interés muy especial y muy vivo, sobre todo sus relaciones con la ley establecida en estos últimos tiempos por el Sr. Faye y el decrecimiento de la temperatura en razón de la altura. En la superficie de la tierra, el termómetro estaba a 30,75º, y a la altura de 6977 metros había descendido a 9,5º.
      Gay-Lussac tomó aire en unos recipientes de vidrio a 6561 y a 6636 metros.
      El análisis de este aire le ha permitido concluir en general que la constitución de la atmósfera es la misma desde la superficie de la tierra hasta las mayores alturas a las que se puede llegar. Las experiencias de Cavendish, MacCarthy, Berthollet y Davy han confirmado además la misma de composición de la atmósfera sobre toda la superficie de la tierra. Gay-Lussac no sintió a esta altura ningún trastorno grave, aunque experimentó las molestias ordinarias debidas a la enrarecimiento del aire.
      A pesar del deseo expresado vehementemente por él de que esas experiencias tan interesantes continuases bajo el patrocinio del Instituto, no fue hasta cincuenta años más tarde cuando los Sres Barral y Bixio hicieron algunas ascensiones científicas. Durantes los años siguientes, los accidentes fueron tan numerosos que tal vez se deba atribuir a ello la causa del poco empeño de los verdaderos sabios en ir a buscar informaciones al espacio.
       Llegamos a la famosa ascensión del Sr. Glaisher, jefe de la oficina meteorológica de Greenwich.
      Curtido por treinta viajes aéreos que le habían acostumbrado a afrontar los efectos del enrarecimiento del aire y de la baja temperatura, superó tres veces seguidas la altura de 7000 metros, y en su ascensión del 5 de septiembre de 1862 alcanzó, con el aeronauta Coxwell, la fabulosa altura de 10000 metros.
      « De súbito, dice el Sr. Glaisher, me sentí incapaz de realizar ningún movimiento. Veía vagamente al Sr. Coxwell en el círculo, y trataba de hablarle pero sin conseguir mover mi impotente lengua. En un instante, unas espesas tinieblas me invadieron, el nervio óptico había perdido súbitamente su actividad. Tenía todavía toda mi conciencia y mi cerebro estaba también activo como cuando escribo estas líneas. Pensaba que me estaba asfixiando, que no haría más experimentos y que la muerte iba a sobrevenir... Otros pensamientos se precipitaban en mi espíritu, cuando perdí de repente el conocimiento, como cuando uno se duerme... Mi última observación tuvo lugar a la 1 h 54, a 9000 metros de altitud. Supongo que transcurrieron uno o dos minutos antes de que mis ojos  dejasen de ver las pequeñas divisiones de los termómetros, y que un tiempo similar pasó antes de mi desvanecimiento. Todo parece llevar a suponer que me dormí a las 1 h 57 con un sueño que podía ser eterno.»
      Por fortuna el Sr. Coxwell había conservado sus facultades, y aunque tenía los brazos paralizados y las manos negras, pudo tirar con sus dientes de la cuerda de la válvula.
      A 8000 metros, el termómetro había descendido a 21º bajo cero.
     Las experiencias del Sr. Glaisher, las más concluyentes y las más completas hechas hasta ese momento, tuvieron una gran repercusión en los ámbitos científicos de todo el mundo.

      Fueron retomadas en 1867 por unos sabios franceses. El Sr. Camille Flammarion, ayudado del Sr. Eugène Godard, persiguieron juntos la solución de varios problemas sobre el estado físico e higrométrico de los mantos de nubes, la formación de las mismas, su altura, la dirección y la rapidez de los vientos y de las corrientes superpuestas, pero no tuvo lugar ninguna ascensión a gran altura hasta la del Zénith, que supuso la muerte de Sivel y Crocé-Spinelli.
     Paul Bert, para combatir la asfixia debida a las grandes altitudes y llamada mal de las montañas, había hecho unos muy interesantes trabajos. Habiendo confirmado que los cambios en la presión atmosférica no actúan en absoluto, como se creía hasta el momento, por una influencia mecánica o física, sino porque hacen variar la tensión del oxigeno y sus combinaciones en la sangre, concluyó que bastaría absorber oxigeno para luchar contra el sopor de las altas regiones.
     Como consecuencia de numerosos análisis de sangre sobre animales sometidos a distintas presiones y de pruebas personales sometidas en un cilindro de un aparato inventado por él, y en el cual una bomba a vapor hacía el vacío, llegó a verificar la constante exactitud de su teoría.
      Durante este tiempo, los Sres. Gaston y Albert Tissandier hacían numerosos viajes aéreos y notables observaciones relativas a las sombras aerostáticas, mientras que Sivel, antiguo oficial de marina, y Crocé-Spinelli, viejo alumno de la Escuela central, emprendían una serie de ascensiones destinadas a experimentar los descubrimientos de Paul Bert.
      Fueron los Sres. Gaston Tissandier, Sivel y Crocé-Spineeli quienes subieron al Zénith que emprendió, tras un largo y feliz viaje, la ascensión a una altura en el que dos de los aeronautas encontraron la muerte.
      La horrible catástrofe está todavía demasiado próxima para que sea apropiado recordar los detalles.
      Habiendo salido el 15 de abril de 1875, a las 11h 35 de la mañana, de la fábrica de gas de la Villette, el aeróstato tomaba tierra a las 4, con dos cadáveres en su barquilla.
      Es necesario leer el bello relato que el Sr. Gaston Tissandier, el único sobreviviente, hizo de este terrible drama.
      Fue a 7000 metros cuando el entumecimiento parece haberles atacado. A esta altura, el Sr. Tissandier escribía todavía con una mano que el frío hacia temblar:
      « Tengo las manos congeladas. Estoy bien. Bruma en el horizonte con pequeños cirros redondeados. Subimos. Crocé resopla. Respiramos oxígeno. Sivel cierra los ojos. Crocé también cierra los ojos. Temperatura 10º 1h 2 H. 320. Sivel está adormilado.- 1h 25. Temp. 11º H. 300. Sivel arroja lastre...» ( Estas últimas palabras apenas son legibles. )
      Pero Sivel se reanima para arrojar lastre, el globo permanecía a 8000 metros, y los tres viajeros pierden el conocimiento.
      El Sr. Tissandier, habiendo despertado a las 2 h 8 m, vio a Crocé-Spinelli depertar a su vez, y, en una especie de acceso de locura, arrojar por la borda el aspirador, el lastre, las mantas, todo lo que caía bajo sus mano. Habiendo perdido de nuevo el conocimiento, el Sr. Tissandre no lo recuperó hasta las 3h 30 aproximadamente, encontrándose el aerostato todavía a una altitud de 6000 metros. Sus compañeros tenían el rostro negro, los ojos apagados, la boca muy abierta y llena de sangre.
      A las cuatro, el Zénith, chocando con un árbol, depositaba en tierra a los dos muertos y al superviviente.

      Dentro de algunos días, el Horla, tripulado por los Sres. Paul Jovis y Mallet, tomará la ruta abandonada desde esta catástrofe, y se elevará, si ningún accidente viene a truncar la voluntad de los aeronautas, a la altura de 8000 metros.
      El Figaro, siguiendo en esto el magnífico ejemplo del New York Herald que, tras haber enviado unas expediciones al Polo Norte, envía a Stanley a traves de África, el Figaro ha preparado, con un minucioso cuidado, todos los detalles de este interesante y audaz viaje.
      Además, una comisión especial va a ser nombrada, con el concurso del Negociado central meteorológico y de la Facultad de medicina, para controlar y estudiar las informaciones que traerán los viajeros.
      Algunos sabios oficiales, que patrocinaron la desgraciada ascensión del Zenith, parecen creer hoy, a pesar de los victoriosos intentos de Robertson, de Gay-Lussac y de Glaisher, que el hombre no puede vivir por encima de 7000 metros, y que, si resiste a los peligros de esa alturas, no conserva suficiente lucidez allí para realizar observaciones meteorológicas.
      En cualquier caso, el eminente director del Observatorio de Meudon, Sr. Janssen, ha declarado que esta experiencia tendría el mayor interés si se pudiese cumplir enteramente, probar la altitud alcanzada y la duración de la estancia en las grandes altitudes. Pero duda de que esas condiciones puedan darse completamente.
      Para vencer estas dificultades, el Sr. Joves ha hecho construir un aparato registrador parecido al que hemos utilizado en nuestro primer viaje en el Horla. Pero este aparato pautado entonces para 3000 metros va a serlo ahora para 9500. Movido por una muy delicada mecánica de relojería, traza, sobre una pequeña banda de papel enrollado alrededor de un cilindro, y que se desenrolla de un modo lento y regular, una pequeña línea negra, con tinta.
      El trazo vertical indica la altura alcanzada, mientras que la longitud del trazo mide la duración de cada periodo de la ascensión. Ese precioso barómetro, construido por los  hermanos Richard, está expuesto, desde ahora, en la sala de los despachos del Figaro.
      Además, los barómetros de mercurio son testigos irrecusables de la elevación; pues el mercurio contenido en un tubo de dos ramas sube en una y baja en la otra a medida que la presión atmosférica disminuye. Esta aparato, estando pautado para 7000 metros, el metal líquido llega entonces al orificio del tubo libre y se extiende. La cantidad extendida indicará, consecuentemente, cuantas veces se han pasado los 7000 metros.
      Los restantes aparatos, electroscopio, brújula aérea, instrumentos de los más preciosos y desconocido hasta esos días, serán construidos por el ingeniero Chevalier.
      La cuestión del vestuario para afrontar una diferencia de tempeartura que puede ser de cincuenta grados en una hora, ha sido resulto gracias a los consejos del geógrafo Sr. Liénard, cuyas numerosas ascensiones han informado de estos peligros. Serán de seda y forrados interiormente con una tela fina y ligera. Los propietarios de la Belle Jardinière, que son aeronautas, de modo que uno de ellos fue, conmigo, padrino del Horla, se han encargado de hacerla confeccionar. En fin, la nueva barquilla del globo, conteniendo todo el laboratorio aéreo necesario para esta ascensión, estará expuesto la próxima semana.
      Buena suerte a los viajeros.

3 de agosto de 1887
raducción de José M. Ramos González para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre