ADIÓS MISTERIOS
( Adieu Mystères )
Publicado en Le Gaulois del 8 de noviembre de 1881

      ¡ Detesto a los conservadores, a las personas que no son de su siglo !
      La humanidad se ha dividido siempre en dos clases, la que tira hacia adelante y la que lo hace hacia atrás. Los primeros algunas veces van demasiado aprisa; pero los otros no aspiran más que a frenar, y detienen a los primeros, retrasan el pensamiento, traban la ciencia, ralentizan la sagrada marcha de los conocimientos humanos.
      Y son numerosos, esos anquilosados, esos petrificados, esos detractores de sondear los misterios del mundo: viejos caballeros y viejas damas embadurnados de moral infantil, de religión ciega e ingenua, de principios grotescos, personas del orden de la especie de las tortugas, proceadores de todos esos jóvenes envarados con cerebro de pájaro, transmitiendo los mismos aires de padres a hijos, cuya única imaginación consiste en distinguir lo que es elegante y lo que no. Un asesino, un soldado traidor, todo criminal, alguien monstruoso sea lo que sea me parece menos odioso, es menos mi enemigo natural, instintivo, que esos retrasados cortos de vista, que arrojan entre las piernas de los corredores sus antiguos prejuicios, las anticuadas doctrinas de nuestros antepasados, la letanía de las tonterías legendarias, tonterías que no se pueden desarraigar, que repiten como un sacerdote.
      Marchemos adelante, siempre adelante, demolamos las falsas creencias, abatamos las tradiciones que estorban, destruyamos las doctrinas seculares sin ocuparnos de las ruinas. Además vendrán quienes desescombren; otros, quienes construirán enseguida; luego quienes diseñen y otros que siempre restablecerán. Pues el pensamiento marcha, trabaja, alumbra; todo se utiliza, todo pasa, todo cambia, todo se modifica. Las ideas no son de naturaleza más inmortal que los hombres, los animales y las plantas. Y sin embargo, ¡ como nos tienta a menudo, este cariño culpable por las creencias antiguas que se saben mentirosas y perjudiciales !

      De este modo un templo de las nuevas religiones, un templo abierto a todos los cultos, a todas las manifestaciones de la ciencia y del arte, el palacio de la Industria muestra cada tarde a las multitudes, asombradas con los descubrimientos tan sorprendentes, como la vieja palabra balbucida siempre en los orígenes de las supersticiones, la palabra « milagro », nos viene instintivamente a los labios.
      El rayo cautivo, el rayo dócil, el rayo que la naturaleza ha hecho dañino, transformado en algo útil en las manos del hombre; lo inaccesible empleado como fuerza, transmitiendo a lo lejos el sonido, el sonido, esta ilusión del oído humano, que transforma en ruido las vibraciones del aire. La imponderable manipulación de la materia, y la luz, una prodigiosa luz, medida, divisada, controlada a voluntad, producida por ese desconocido formidable cuyo estrépito hacía caer a nuestros padres de rodillas: he aquí lo que algunos hombres, algunos trabajadores silenciosos, nos hacen ver.
      Se sale de allí lleno de una admiración entusiasta.
      Se dice: « Más misterios; todo lo inexplicado será comprensible un día; lo sobrenatural baja como un lago que un canal desagua; la ciencia, en todo momento, reduce los límites de lo maravilloso.»
      ¡ Lo maravilloso ! Antaño cubría la tierra. Fue con él con lo que se educaba al niño; el hombre se arrodillaba ante él; el anciano, al borde de la tumba, se estremecía perdido ante las concepciones de la ignorancia humana.
      Pero han llegado hombres, filósofos primero, luego sabios, y han entrado audazmente en este espeso y temible bosque de supersticiones; han cortado sin cesar, abriendo rutas para permitir a otros venir; luego éstos se han puesto a desbrozar con rabia, limpiando, haciendo un claro, la luz en torno a ese terrible bosque.
      Cada día extienden sus líneas, alargan las fronteras de la ciencia; y esta frontera de la ciencia es el límite de los dos campos. De este lado, lo conocido que ayer era lo desconocido; al lado, lo desconocido que será lo conocido mañana. Este último resto de bosque es el único espacio dejado aún a los poetas, a los soñadores. Pues nosotros tenemos siempre una invencible necesidad de sueño; nuestra antigua raza, acostumbrada a no comprender, a no buscar, a no saber, hecha a los misterios cercanos, se resiste a la simple y clara verdad.
      ¡ La explicación matemática de sus seculares leyendas, de sus poéticas religiones, la indigna como un sacrílego ! Ella se aferra a sus fetiches, injuria a los leñadores, llama desesperadamente a los poetas.
      Apresuraos, oh, poetas, no os queda más que un rincón de bosque a donde llevarnos. Todavía es vuestro; pero, no os equivoquéis ahí, no tratéis de volver a donde hemos explorado.

      Los poetas responden: « Lo maravilloso es eterno. ¡ Qué importa la ciencia reveladora, puesto que tenemos la poesía creativa ! Somos los inventores de las ideas, los inventores de ídolos, los hacedores de sueños. Conduciremos siempre a los hombres a países maravillosos, pueblos de seres extraños que nuestra imaginación alumbra.»
      Pues bien, no. Los hombres no os seguirán más, ¡oh, poetas ! No tenéis el derecho de confundirnos. Nosotros no tenemos ya la capacidad de creeros. Vuestras heroicas fábulas no nos motivan; vuestros espíritus, buenos o malvados, nos hacen reír. ¡ Vuestros pobres fantasmas son mezquinos al lado de una locomotora en movimiento, con sus enormes ojos, su estridente voz, y su sudario de vapor blanco que discurre alrededor de ella en la fría noche. Vuestros miserables pequeños trasgos quedan suspendidos en los hilos del telégrafo ! ¡ Todas vuestras creaciones extrañas nos parecen infantiles y antiguas, tan antiguas, tan usadas, tan repetidas ! Leo cada día, esos libros de exaltados frenéticos, de bardos obstinados, de recreadores de misterios. Está acabado, acabado.  Las cosas no hablan, no cantan, tienen leyes ¡ La fuente murmura simplemente la cantidad de agua que de ella mana !
      ¡ Adiós misterios, viejos arcanos de tiempos antiguos, viejas creencias de nuestros padres, viejas leyendas infantiles, viejos decorados del mundo antiguo !
      ¡ Ahora desfilamos tranquilos, con una sonrisa de orgullo, ante el antiguo rayo de los dioses, el rayo de Júpiter y de Jehová prisionero en unas botellas !
      ¡ Sí ! ¡ viva la ciencia, viva el genio humano ! ¡ gloria al trabajo de este pequeño animal pensante que levanta uno a uno los velos de la creación !
      El gran cielo estrellado no nos asombra ya. Sabemos las fases de la vida de los astros, las figuras de sus movimientos, el tiempo que llevan arrojándonos su luz.
      La noche ya no nos espanta, no tiene fantasmas ni espíritus. Todo lo que se llamaba fenómenos es explicado por una ley natural. No creo en las burdas historias de nuestros padres. Llamo histéricos a los creyentes en milagros. Razono, profundizo, me siento liberado de las supersticiones.
      Y bien, a pesar mío, a pesar de mi deseo y la alegría de esta emancipación, todos esos velos levantados me entristecen. Me parece que se ha despoblado el mundo. Se ha suprimido lo Invisible. ¡ Y todo me parece mudo, vacío, abandonado !
      Cuando llega la noche, como me gustaría poder estremecerme de esa angustia que hace persignarse a las ancianas a lo largo de los muros de los cementerios, y salvar las últimas supersticiones ante los vapores extraños de las marismas y los fantásticos fuegos fatuos. ¡ Como me gustaría creer en alguna cosa vaga y terrorífica que se imaginara sentir pasar en la sombra ! ¡ Que negras debían ser las tinieblas nocturnas de antaño, bullendo con todos esos seres fabulosos !
      Y he aquí que no podemos incluso ni respetar el trueno, desde que lo hemos visto tan de cerca, tan paciente y tan vencido.

      8 de noviembre de 1881

Traducido por José M. Ramos González para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre