No conozco casi nada de Pot-Bouille, únicamente sé como todo el mundo,
que el autor estudia, en esta obra, el Adulterio burgués. Esta cuestión
es eterna y siempre está de actualidad. La nueva novela de Zola presentará
este interés tan particular que el autor, perteneciendo a la gran familia de
los escritores observadores, se cuidará mucho de no hacer un alegato a favor o
en contra, y dejará salir la conclusión de los mismo hechos, como en ese gran
libro, el más notable que ha escrito, según mi opinión, que es L'Assommoir.
Desde el momento que me percato de un alegato en una obra, me pongo en guardia;
desde el momento en que un escritor cesa de ser un artista, nada más que un
artista, para convertirse en polemista, dejo de seguirle, estimándome lo
suficiente inteligente para pensar por mi mismo y no queriendo de él más que
la obra de arte. Las ideas cambian sin cesar, pero el instinto humano no varía;
el modo de apreciar se modifica con el tiempo y las costumbres. Un hombre que
haga trampas en el juego, que viva a expensas de una mujer y estafe a los
protectores de esa mujer, sería hoy considerado como el último de los
pordioseros.
Ahora bien, si el abad Prévost hubiese aportado
en su obra maestra Manon Lescaut este espíritu de polemista, de
filósofo predicador, de pensador dramático que el Sr. A. Dumas puso en sus
obras, si hubiese buscado en mostrarnos al caballero Des Grieux desde su punto
de visto, fuese cual fuese dicho punto de vista, nuestra manera de juzgar
habiendo cambiado, Manon Lescaut nos indignaría o nos aburriría. Pero
aquí el autor ha sido totalmente sincero, desinteresado y auténtico; se ha
apartado para presentarnos únicamente a sus personajes, ellos únicamente, con
sus amores, sus costumbres ( las costumbres de la época ) y sus fisonomías
luminosas de realidad, de modo que nosotros no nos revolvemos, no nos asombramos
incluso, nos sumimos en la irresistible y encantadora obra en su brutal
sinceridad.
Es entonces de adulterio de lo que trata Pot-Bouille.
El tema no es nuevo; no parece difícil; no parece más interesante, el
adulterio habiendo sido siempre la gran preocupación de las sociedades, el gran
tema de los escritores, el gran juguete del espíritu de los hombres. Y
se haría un curioso estudio rebuscando de que modo, bien en broma o bien
trágicamente, las generaciones sucesivas han juzgado las faltas a este
acoplamiento legal que se denomina matrimonio.
La ley, con razón, no es suave para el
adulterio. La opinión pública se muestra generalmente más clemente; aunque
hoy no demasiado. Ella perdona, excusa, olvida, cierra los ojos; no tiene la
viva alegría de antaño. Los cuentos de la reina de Navarra, y los de Bocaccio,
y las inimitables comedias de Molière nos muestran grotescos a los maridos
burlados. Más tarde fueron deshonrados; ahora éstos permanecen simplemente
engañados, ni grotescos ni deshonrados; y esta última manera de juzgar es la
verdadera.
Las opiniones sobre todas las cosas cambian de
tal modo, que antes resultaba honorable e incluso aprovechable ser... tocado
por el rey. Los maridos buscaban ávidamente este honor. Un burgués o incluso
un príncipe hecho padre, se enfadaba raramente, aunque la burguesía sea la
única clase de la sociedad donde el adulterio haya tenido siempre importancia.
En la brillante aristocracia del siglo XVIII, una
pareja fiel hubiese sido soberanamente grotesca. Solamente en las casas de las
personas corrientes se podía encontrar ese ridículo, esa falta de uso y de
gusto.
Encuentro en La Femme au XVIIIe siècle,
de Edmond y Jules de Goncourt, un adorable cuadro de los comienzos de una unión
en esta época. He aquí algunos pasajes:
« ... Lo más frecuente era que la muchacha
encontrase un joven hombre encantador, algún hermoso hombre dotado de maneras y
elegancias... Ese muchacho, un hombre después de todo, no podía
defenderse en las primeras horas, de una especie de reconocimiento por parte de
esta muchacha, todavía a medio vestir con sus velos de jovencita, que revelaba
en el matrimonio la novedad de un púdico placer, de una voluptuosidad
emocionada, fresca, desconocida, deliciosa. Sin embargo, las ternuras, hasta
allí reprimidas, agitaban y estremecían a la muchacha...
« Pero cuando todas las distracciones de las
primeras semanas del matrimonio, presentaciones, visitas, pequeños viajes,
arreglos de la vida, de la convivencia, del futuro, habían llegado a su fin;
cuando la pareja volvía a si misma, y que el marido, recayendo sobre su esposa,
se encontraba de cara ante una especie de pasión, llegaba a encontrarse
súbitamente muy asustado...
«Un poco avergonzado, y todo eso agobiándole, procuraba
sin embargo ser educado con ese gran amor de su mujercita; y a sus quejas él
respondía con una ironía mimosa y una indiferencia compasiva, tomando el tono
que se suele usar con los niños para hacerles entender que no son razonables...
Reproches, arrebatos, ternuras, él sufría todo con sangre fría, el desahogo
de las más perfecta compañía.
« La mujer, después de semejantes escenas, se
volvía hacia sus padres. Ella estaba totalmente asombrada de verles tomar por
piedad su pequeñez de espíritu, y tratar sus grandes temores de míseros.
Sobre la figura, en las palabras de su madre, le parecía leer que había allí
una especie de indecencia a amar a su marido de ese modo. Y, al borde de las
lágrimas, encontraba la sonrisa de un cuñado, diciéndole: « ¡ Bien !
tomemos las cosas en el peor de los casos: cuando el tenga una amante, una
aventurilla, ¿ qué significaría ? ¿ Te amará al menos en el fondo ? ... »
El marido aparecía entonces, y deslizaba amistosamente estas palabras a su
esposa: « ¡ Hace falta que te distraigas. Ver el mundo, tener relaciones, en
fin, vivir como todas las mujeres de tu edad ! » Y añadía dulcemente: « Es
el único medio de agradarme, mi querida amiga. »
¿ Qué maridos se atreverían hoy a hablar así
? Es cierto que en el mundo elegante y refinado, buen número de esposos
indiferentes y escépticos cierran los ojos y viven aparte. La pareja es por
partida doble; no va mejor. La venganza brutal se ha convertido en algo
extraño; los procesos de separación resuelven las situaciones demasiado difíciles,
esperando el divorcio.
En el pueblo, se encuentra, exceptuando algunas
violencias pasionales, la misma tranquila indiferencia. Los extremos se tocan,
se dice. El hombre de la naturaleza, con su único instinto, no tiene todavía
las susceptibilidades que crean en nosotros las convenciones pasadas en el
estado de las religiones; de igual modo que en el refinado, vuelto escéptico,
las creencias en mil cosas están usadas. Cualquiera que viva, por azar, algún
tiempo en medio del pueblo queda atónito de la promiscuidad de las parejas,
donde el incesto es casi tan frecuente como el adulterio.
Cotejemos esto que nos cuentan las memorias
secretas de Luis XV y de las palabras, informadas por la Sra. de Rémusat, de
Napoleón I a su madre: « ¡ Eh ! madre, ¿ acaso tu moral está hecha para
hombres como yo ? » Si esas no son las palabras textuales, es al menos el
sentido exacto.
En la burguesía media, por el contrario, todo
esto cambia. El adulterio también frecuente, es mucho más grave; el drama
está al límite de los lazos de amor; los maridos abatidos, en emboscadas y con
revólveres, se encuentran más bien frecuentemente más en la clase de arriba
que en la clase de abajo.
Pero es también en la burguesía media donde se
encuentra más a menudo esas asombrosas relaciones a tres que siempre han
producido y producirán la estupefacción y alegría de los espectadores.
Y siempre se produce la eterna duda. ¿ El marido
es cómplice, testigo tímido y desolado, o incomprensiblemente ciego ?
De todos los problemas de la vida, el de las
parejas a tres es el más difícil de desenredar. ¿El marido es cómplice?
¡Que ignominia monstruosa ! ¿ Es un testigo tímido y desolado ? ¡ Qué
debilidad, que resignación en la abyección ! ¿ Está ciego ? ¡ Qué
incomprensible estupidez ! El otro, finalmente, está instalado en la
pareja, acompaña por todas partes a la mujer, le da el brazo en público,
mientras que el titular lleva los manteles. Come en su mesa todos los días; el
portero incluso podría decir a que hora se va y a que hora llega. ¡ Y el
marido le estrecha la mano ! ¡ Ambos tienen aspecto de entenderse, de
comprenderse, de quererse ! Y la mujer, esa esfinge, permanece impenetrable
entre ambos. Y sin embargo no se puede dudar.
Esta extraña y frecuente situación ha sido
puesta espiritualmente en escena. El marido entonces era supuestamente ciego.
Otras veces ha sido tratado dramáticamente. ¿ Pero nunca ha sido observada en
su simplicidad complicada, en su audaz e inconsciente sinvergüencería ? Jamás
se ha buscado en ver claramente lo que pasa en esos tres corazones; ¿ A
consecuencia de que convención tácita e inconcebible esos tres seres han
aceptado los unos cara a cara con los otros su anormal situación, que parecen
soportar, por otra parte, con cordialidad, buen humor y serenidad, para la mayor
satisfacción de esos singulares contratantes ?
Y he aquí donde me parece residir el poderoso interés
de la nueva obra que comienzo hoy en Le Gaulois.
23 de enero de 1882
Traducción
de José M. Ramos González para
http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión
en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre