EL ADULTERIO
( L'adultére ) 
Publicado en Le Gaulois, el 23 de enero de 1882

      No conozco casi nada de Pot-Bouille, únicamente sé como todo el mundo, que el autor estudia, en esta obra, el Adulterio burgués. Esta cuestión es eterna y siempre está de actualidad. La nueva novela de Zola presentará este interés tan particular que el autor, perteneciendo a la gran familia de los escritores observadores, se cuidará mucho de no hacer un alegato a favor o en contra, y dejará salir la conclusión de los mismo hechos, como en ese gran libro, el más notable que ha escrito, según mi opinión, que es L'Assommoir. Desde el momento que me percato de un alegato en una obra, me pongo en guardia; desde el momento en que un escritor cesa de ser un artista, nada más que un artista, para convertirse en polemista, dejo de seguirle, estimándome lo suficiente inteligente para pensar por mi mismo y no queriendo de él más que la obra de arte. Las ideas cambian sin cesar, pero el instinto humano no varía; el modo de apreciar se modifica con el tiempo y las costumbres. Un hombre que haga trampas en el juego, que viva a expensas de una mujer y estafe a los protectores de esa mujer, sería hoy considerado como el último de los pordioseros.
      Ahora bien, si el abad Prévost hubiese aportado en su obra maestra Manon Lescaut este espíritu de polemista, de filósofo predicador, de pensador dramático que el Sr. A. Dumas puso en sus obras, si hubiese buscado en mostrarnos al caballero Des Grieux desde su punto de visto, fuese cual fuese dicho punto de vista, nuestra manera de juzgar habiendo cambiado, Manon Lescaut nos indignaría o nos aburriría. Pero aquí el autor ha sido totalmente sincero, desinteresado y auténtico; se ha apartado para presentarnos únicamente a sus personajes, ellos únicamente, con sus amores, sus costumbres ( las costumbres de la época ) y sus fisonomías luminosas de realidad, de modo que nosotros no nos revolvemos, no nos asombramos incluso, nos sumimos en la irresistible y encantadora obra en su brutal sinceridad.
      Es entonces de adulterio de lo que trata Pot-Bouille. El tema no es nuevo; no parece difícil; no parece más interesante, el adulterio habiendo sido siempre la gran preocupación de las sociedades, el gran tema de los escritores, el gran juguete del espíritu de los hombres. Y se haría un curioso estudio rebuscando de que modo, bien en broma o bien trágicamente, las generaciones sucesivas han juzgado las faltas a este acoplamiento legal que se denomina matrimonio.
      La ley, con razón, no es suave para el adulterio. La opinión pública se muestra generalmente más clemente; aunque hoy no demasiado. Ella perdona, excusa, olvida, cierra los ojos; no tiene la viva alegría de antaño. Los cuentos de la reina de Navarra, y los de Bocaccio, y las inimitables comedias de Molière nos muestran grotescos a los maridos burlados. Más tarde fueron deshonrados; ahora éstos permanecen simplemente engañados, ni grotescos ni deshonrados; y esta última manera de juzgar es la verdadera.
      Las opiniones sobre todas las cosas cambian de tal modo, que antes resultaba honorable e incluso aprovechable ser... tocado por el rey. Los maridos buscaban ávidamente este honor. Un burgués o incluso un príncipe hecho padre, se enfadaba raramente, aunque la burguesía sea la única clase de la sociedad donde el adulterio haya tenido siempre importancia.
      En la brillante aristocracia del siglo XVIII, una pareja fiel hubiese sido soberanamente grotesca. Solamente en las casas de las personas corrientes se podía encontrar ese ridículo, esa falta de uso y de gusto.
      Encuentro en La Femme au XVIIIe siècle, de Edmond y Jules de Goncourt, un adorable cuadro de los comienzos de una unión en esta época. He aquí algunos pasajes:
      « ... Lo más frecuente era que la muchacha encontrase un joven hombre encantador, algún hermoso hombre dotado de maneras y elegancias...  Ese muchacho, un hombre después de todo, no podía defenderse en las primeras horas, de una especie de reconocimiento por parte de esta muchacha, todavía a medio vestir con sus velos de jovencita, que revelaba en el matrimonio la novedad de un púdico placer, de una voluptuosidad emocionada, fresca, desconocida, deliciosa. Sin embargo, las ternuras, hasta allí reprimidas, agitaban y estremecían a la muchacha...
      « Pero cuando todas las distracciones de las primeras semanas del matrimonio, presentaciones, visitas, pequeños viajes, arreglos de la vida, de la convivencia, del futuro, habían llegado a su fin; cuando la pareja volvía a si misma, y que el marido, recayendo sobre su esposa, se encontraba de cara ante una especie de pasión, llegaba a encontrarse súbitamente muy asustado...
      «Un poco avergonzado, y todo eso agobiándole, procuraba sin embargo ser educado con ese gran amor de su mujercita; y a sus quejas él respondía con una ironía mimosa y una indiferencia compasiva, tomando el tono que se suele usar con los niños para hacerles entender que no son razonables... Reproches, arrebatos, ternuras, él sufría todo con sangre fría, el desahogo de las más perfecta compañía.
      « La mujer, después de semejantes escenas, se volvía hacia sus padres. Ella estaba totalmente asombrada de verles tomar por piedad su pequeñez de espíritu, y tratar sus grandes temores de míseros. Sobre la figura, en las palabras de su madre, le parecía leer que había allí una especie de indecencia a amar a su marido de ese modo. Y, al borde de las lágrimas, encontraba la sonrisa de un cuñado, diciéndole: « ¡ Bien ! tomemos las cosas en el peor de los casos: cuando el tenga una amante, una aventurilla, ¿ qué significaría ? ¿ Te amará al menos en el fondo ? ... » El marido aparecía entonces, y deslizaba amistosamente estas palabras a su esposa: « ¡ Hace falta que te distraigas. Ver el mundo, tener relaciones, en fin, vivir como todas las mujeres de tu edad ! » Y añadía dulcemente: « Es el único medio de agradarme, mi querida amiga. »
      ¿ Qué maridos se atreverían hoy a hablar así ? Es cierto que en el mundo elegante y refinado, buen número de esposos indiferentes y escépticos cierran los ojos y viven aparte. La pareja es por partida doble; no va mejor. La venganza brutal se ha convertido en algo extraño; los procesos de separación resuelven las situaciones demasiado difíciles, esperando el divorcio.
      En el pueblo, se encuentra, exceptuando algunas violencias pasionales, la misma tranquila indiferencia. Los extremos se tocan, se dice. El hombre de la naturaleza, con su único instinto, no tiene todavía las susceptibilidades que crean en nosotros las convenciones pasadas en el estado de las religiones; de igual modo que en el refinado, vuelto escéptico, las creencias en mil cosas están usadas. Cualquiera que viva, por azar, algún tiempo en medio del pueblo queda atónito de la promiscuidad de las parejas, donde el incesto es casi tan frecuente como el adulterio.
      Cotejemos esto que nos cuentan las memorias secretas de Luis XV y de las palabras, informadas por la Sra. de Rémusat, de Napoleón I a su madre: « ¡ Eh ! madre, ¿ acaso tu moral está hecha para hombres como yo ? » Si esas no son las palabras textuales, es al menos el sentido exacto.
      En la burguesía media, por el contrario, todo esto cambia. El adulterio también frecuente, es mucho más grave; el drama está al límite de los lazos de amor; los maridos abatidos, en emboscadas y con revólveres, se encuentran más bien frecuentemente más en la clase de arriba que en la clase de abajo.
      Pero es también en la burguesía media donde se encuentra más a menudo esas asombrosas relaciones a tres que siempre han producido y producirán la estupefacción y alegría de los espectadores.
      Y siempre se produce la eterna duda. ¿ El marido es cómplice, testigo tímido y desolado, o incomprensiblemente ciego ?
      De todos los problemas de la vida, el de las parejas a tres es el más difícil de desenredar. ¿El marido es cómplice? ¡Que ignominia monstruosa ! ¿ Es un testigo tímido y desolado ? ¡ Qué debilidad, que resignación en la abyección ! ¿ Está ciego ? ¡ Qué incomprensible estupidez ! El otro, finalmente, está instalado en la pareja, acompaña por todas partes a la mujer, le da el brazo en público, mientras que el titular lleva los manteles. Come en su mesa todos los días; el portero incluso podría decir a que hora se va y a que hora llega. ¡ Y el marido le estrecha la mano ! ¡ Ambos tienen aspecto de entenderse, de comprenderse, de quererse ! Y la mujer, esa esfinge, permanece impenetrable entre ambos. Y sin embargo no se puede dudar.
      Esta extraña y frecuente situación ha sido puesta espiritualmente en escena. El marido entonces era supuestamente ciego. Otras veces ha sido tratado dramáticamente. ¿ Pero nunca ha sido observada en su simplicidad complicada, en su audaz e inconsciente sinvergüencería ? Jamás se ha buscado en ver claramente lo que pasa en esos tres corazones; ¿ A consecuencia de que convención tácita e inconcebible esos tres seres han aceptado los unos cara a cara con los otros su anormal situación, que parecen soportar, por otra parte, con cordialidad, buen humor y serenidad, para la mayor satisfacción de esos singulares contratantes ?
      Y he aquí donde me parece residir el poderoso interés de la nueva obra que comienzo hoy en Le Gaulois.

23 de enero de 1882

Traducción de José M. Ramos González para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre