MÁS ALLÁ
( Par-delà )
Publicado en el Gil Blas, el 10 de junio de 1884

       Felices aquellos a los que la vida satisface, aquellos que se divierten, aquellos que están contentos.
      Hay unas personas a las que todo les gusta, todo les encanta. Aman el sol y la lluvia, la nieve y la niebla, las fiestas y la tranquilidad de sus hogares, todo lo que ven, todo lo que hacen, todo lo que dicen, todo lo que oyen.
      Aquí llevan una existencia dulce, tranquila y satisfecha en medio de hijos. Allá tienen una existencia plena de placeres y de distracciones.
      No se aburren ni los unos ni los otros.
    La vida, para ellos, es una especie de espectáculo divertido del que son los actores, algo bueno y cambiante que, sin sorprenderlos demasiado, les encanta.
      Pero otros hombres, recorriendo con una chispa del pensamiento el círculo estrecho de las posibles satisfacciones, permanecen aterrados ante la fugacidad de la felicidad, la monotonía y la pobreza de las alegrías terrenas.
      Desde el momento en que alcanzan los treinta años, todo ha acabado para ellos. ¿ Qué esperan ? Nada los distrae; ya han  recorrido todos nuestros pobres placeres.
      Felices aquellos que no conocen el abominable desánimo de las mismas acciones, siempre repetidas; felices aquellos que tienen la fuerza de recomenzar cada día las mismas tareas, con los mismos gestos, ver los mismos muebles, el mismo horizonte, el mismo cielo, salir por las mismas calles donde encuentran a las mismas personas y a los mismos animales. Felices aquellos que no se dan cuenta del inmenso disgusto de que nada cambia, que nada pasa y que todo queda. Hace falta que tengamos el espíritu lento, cerrado, y poco exigente para contentarnos con lo que hay. ¿ Cómo es posible que el público del mundo no haya gritado aún : « ¡ Abajo el telón !», no haya solicitado el paso al acto siguiente con otros seres distintos al hombre, con otras formas, otras fiestas, otras plantas, otros astros, otros inventos, otras aventuras.
      Verdaderamente nadie ha experimentado todavía el odio hacia el rostro humano siempre semejante, el odio al perro que deambula por las calles, el odio sobre todo al caballo, animal horrible colocado a cuatro patas y cuyos pies parecen unos champiñones.
     Es de frente como hay que ver a un ser para juzgar su estética. ¡ Mirad de frente un caballo, esa cabeza informe, esa cabeza de monstruo plantada sobre dos piernas delgadas, nudosas y grotescas ! Y cuando esas horribles bestias arrastran unos coches amarillos, se convierten en visiones de pesadilla. ¿ A dónde huir para no ver más esas cosas vivas o inmóviles, para no recomenzar siempre, siempre, todo lo que hacemos, para no hablar más, para no pensar más ?

      Verdaderamente nos contentamos con poco. ¿ Cómo es posible que estemos alegres, saciados ? ¿ Cómo es posible que no nos sintamos sin cesar acosados por un torturante deseo de novedad, de lo desconocido ?
      ¿ Qué hacemos ? ¿ A qué se limitan nuestras satisfacciones ? Miremos sobre todo a las mujeres. El mayor esfuerzo de su pensamiento consiste en combinar los colores y los pliegues de sus telas con las que ocultarán su cuerpo, para hacerlo deseable. ¡ Qué miseria !
      Sueñan con el amor. Murmurar una palabra, siempre la misma, mirando al fondo de los ojos de un hombre. Eso es todo. ¡ Qué miseria !
      ¿Y qué hacemos nosotros ? ¿ Cuáles son nuestros placeres ?
      ¿ Es delicioso, según dicen, mantenerse firme sobre el lomo de un caballo que trota, de hacerle saltar por encima de las barreras, saberle hacer ejecutar unos movimientos cualesquiera con  presiones de rodilla ?
      ¿ Es, según dicen, delicioso recorrer los bosques y los campos con un fusil en las manos y matar a todos los animales que huyen ante nosotros, las perdices que caen del cielo sembrando una lluvia de sangre, los corzos de ojos tan dulces, a los que nos gustaría acariciar, y que lloran como niños ? ¿ Es, según parece, delicioso ganar o perder dinero intercambiando con otro hombre, pequeños cartones de color, siguiendo unas reglas aceptadas ? ¡ Transcurren noches en esos juegos, se los desea de un modo desordenado !
      ¿ Es delicioso echarse cadenciosamente o dar vueltas con una mujer entre los brazos ? Es delicioso posar la boca sobre los cabellos de esta mujer, cuando se la ama, o incluso sobre el borde de sus vestidos.
      ¡ He aquí nuestros grandes placeres ! ¡ Qué miseria !

      ¡ Otros hombres aman las artes, el Pensamiento ! ¿ Cómo cambia el pensamiento humano ?
      La pintura consiste en reproducir con colores los monótonos paisajes sin que incluso se parezcan nunca a la naturaleza, en dibujar hombres, siempre hombres, esforzándose, sin nunca llegar a lograrlo, en darles el aspecto de vivos. Uno se esfuerza así, inútilmente, durante años, en imitar lo que hay; y apenas se llega, por esta copia inmóvil y muda de los actos de la vida, a hacer comprender a los ojos ejercitados lo que se quiere intentar.
      ¿ Por qué esos esfuerzos ? ¿ Por qué ese vana imitación ?
      ¿ Por qué esta banal reproducción de las cosas tan tristes por ellas mismas ? ¡ Miseria !
      ¿ Los poetas hacen con las palabras lo que los pintores intentan con los matices ? ¿ Siempre por qué ?
      Cuando se ha leído a los cuatro más hábiles, a los cuatro más ingeniosos, es inútil abrir otro. Y no se sabe nada más. ¡ Ellos no pueden tampoco más que imitar al hombre ! Se abandonan a una labor estéril. Pues el hombre no cambia, su arte inútil es inmutable. Desde que se agita nuestro corto pensamiento, el hombre siempre es el mismo; sus sentimientos, sus creencias, sus sensaciones son las mismas, no ha adelantado, no ha retrocedido. ¿ De qué me sirve aprender lo que soy, de leer lo que pienso, de mirarme a mi mismo en las banales aventuras de una novela ?
      ¡ Ah ! si los poetas pudiesen atravesar el espacio, explorar los astros, descubrir otros universos, otros seres, variar sin cesar para mi espíritu la naturaleza y la forma de las cosas, pasearme sin cesar en un desconocido cambiante y sorprendente, abrir unas puertas misteriosas sobre unos horizontes inesperados y maravillosos, yo los leería día y noche. Pero esos impotentes no pueden más que cambiar el lugar de una palabra, y mostrarme mi imagen como los pintores. ¿ Para qué ? Pues el pensamiento del hombre está inmóvil.
      Los límites precisos, próximos, infranqueables, una vez alcanzados, se vuelven como un caballo en un circo, como una mosca en una botella cerrada, volando hasta las paredes donde siempre se golpea. Estamos prisioneros en nosotros mismos, sin conseguir salir de nosotros, condenados a arrastrar el grillete de nuestro sueño sin levantar el vuelo.
      Todo el progreso de nuestro esfuerzo cerebral consiste en constatar hechos insignificantes en medio de instrumentos ridículamente imperfectos que suplen sin embargo un poco la incapacidad de nuestros órganos. Cada veinte años, un pobre investigador que merece la pena, descubre que el aire contiene un gas todavía desconocido, que se desprende una fuerza imponderable, inexplicable e incalificable frotando la cera sobre un paño, que entre las innumerables estrellas desconocidas se encuentra una que todavía no se había catalogado en la vecindad de otra vista y bautizada desde hace tiempo. ¿ Qué importa ?
      ¿ Nuestras enfermedades proceden de microbios ? Muy bien. ¿ Pero de dónde vienen los microbios ? ¿y las enfermedades de esos seres invisibles ? ¿ Y de dónde vienen los soles ?
      No sabemos nada, no vemos nada, no podemos nada, no nos convertimos en nada, no nos imaginamos nada, estamos encerrados, prisioneros en nosotros. ¡ Y pensar que hay quién se maravilla del genio humano !
      Nuestra memoria no puede incluso contener la diezmilésima parte de las confusas y miserables observaciones hechas por nuestros sabios y registradas en los libros. No sabemos incluso reconocer nuestra debilidad y nuestra incapacidad; pues, no haciendo más que comparar al hombre con el hombre, medimos mal su impotencia general y definitiva.
      No hay remedio. Unos viajan. No verán nunca otra cosa que hombres, árboles y animales.
      Aun queriendo ir lejos se comprende muy bien como todo está próximo, corto y vacío. Es buscando lo desconocido cuando uno percibe como todo es mediocre y rápidamente se acaba. - Es recorriendo la tierra cuando se aprecia perfectamente lo pequeña y semejante que es.
     Felices aquellos cuyos apetitos son proporcionales a sus medios, que viven satisfechos de su ignorancia y de sus placeres, aquellos que no tienen impulsos impetuosos y vanos hacia el más allá, hacia otras cosas, hacia el inmenso misterio de lo inexplorado.
      Felices aquellos que aún se interesan por la vida, que la pueden amar o soportar.
      El escritor J. K. Huysmanss, en su asombroso libro que tiene por título A Rebours, acaba de analizar y de describir del modo más ingenioso, la más divertida e imprevista enfermedad de uno de esos infelices.
      Su héroe, Jean des Esseintes, habiendo probado todos los placeres, todas las cosas consideradas encantadoras, todos los artes, todos los gustos, encontrando insípida la vida, odiosas las horas monótonas y semejantes, fabrica, a fuerza de imaginación y de fantasía, una existencia absolutamente ficticia, absolutamente graciosa, verdaderamente a contracorriente de todo lo que se hace de ordinario.
      He aquí de entrada, para dar la idea del estado de espíritu de este singular personaje: -« Pensaba simplemente en construir, para su placer personal y no para el asombro de los demás, un interior confortable y sin embargo de un modo extraño, haciéndose una instalación curiosa y tranquila, apropiada a las necesidades de su futura soledad.
      « ...Cuando no le faltaba más que ultimar el orden de los muebles y del decorado, paso de nuevo revista a la serie de colores y matices.
      « Lo que quería, eran unos colores cuya expresión diese luz ficticia a las lámparas...
      « Lentamente descarta uno a uno, los tonos.
      «... Una vez los colores descartados, tres permanecían solamente: el rojo, el naranja y el amarillo.
     « De todos, prefería el naranja, confirmando así, con su propio ejemplo, la verdad de una teoría que él consideraba de una exactitud casi matemática: a saber, que una armonía existe entre la naturaleza sensual de un individuo auténticamente artista, y el color que sus ojos ven de un modo más especial y más vivo.
      « Ignorando en efecto al común de los hombres cuyas groseras retinas no perciben ni la cadencia propia a cada una de los colores, ni el encanto misterioso de sus degradaciones y de sus matices; ignorando también esos ojos burgueses, insensibles a la pompa y a la victoria de los tintes vibrantes y fuertes; no teniendo en cuenta más que a las personas con las pupilas refinadas, ejercidas por la literatura y por el arte, le parecía cierto que la vista está entre aquello que sueña con el ideal, que reclama ilusiones,  es generalmente acariciada por el azul y sus derivados, tales como el malva, el lila, el gris perla, y no sobrepasen el lindero donde ellos alienan su personalidad y se transforman en puros violetas y francos grises.
      « ... En fin, los ojos de personas débiles y nerviosas, cuyo apetito sensual busca unas carnes matizadas por humos y salmueras, los ojos de las personas sobreexcitadas y éticas, quieren, casi todos, este color irritante y enfermizo, a los esplendores ficticios, a las fiebres ácidas,  el naranja. »
 

      Entonces, por una serie de trasposiciones, de equivocaciones voluntarias de la vista, del olfato, del oído, del gusto, Jean des Esseintes se procuraba una serie de sensaciones fuera de lugar, a contracorriente, que tomaban para él un encanto sutil, refinado, perverso, en la misma desviación de los órganos confundidos y los instintos desviados. Así « el movimiento le parecía inútil ( para viajar ) y la imaginación le parecía poder suplir cómodamente a la vulgar realidad de los hechos ».
      En el momento en que los vinos hábilmente tratados vendidos en los restaurantes renombrados, confunde a los gourmets al punto que el placer se convierte para ellos en degustar esos brebajes alterados y ficticios, es absolutamente idéntico a aquello que ellos gustarían saboreando el vino natural y puro, ¿ por qué no extrapolar esta capciosa desviación, esta diestra mentira, al mundo del intelecto?  En absoluto dudo que no se pudiese, y tan fácilmente como en el mundo material, gozar de quiméricas delicias, parecidas en todos los aspectos a las auténticas, e incluso mucho más seductoras por un espíritu desengañado, por lo mismo que ellas son ficticias. Entonces, a su parecer, era posible contentar los deseos más difíciles de satisfacer en la vida normal, y eso por un ligero subterfugio, por una aproximativa sofisticación del objeto perseguido por esos mismos deseos.
      Entonces comienza una serie de extrañas y simpáticas experiencias. - « Como él le decía, la naturaleza ha tenido ya su tiempo; ella ha  colmado definitivamente, por el disgusto uniforme de sus paisajes y sus cielos, la paciencia de los refinados. En el fondo , aquella trivialidad de especialista confinado en su parte, cual pequeñez de cajita teniendo tal artículo a exclusión de tal otro, cual monótono almacén de pradera y de árboles, cual banal agencia de montaña y de mares ! »
      ¿ Qué hace él ? Viaja, por ejemplo, en medio de los olores: « Actualmente, quiere vagabundear en un sorprendente y variable paisaje, y inicia por una frase sonora, amplia, abriendo todo de un golpe una escapada al campo inmenso. Con sus vaporizadores, inyecta en la habitación una esencia formada de ambrosía, de lavanda, de Mitcham, de guisantes de sendero, de bouquet, una esencia que, cuando es destilada por un artista, merece el nombre con el que se diferencia « extracto de prado florido »;  luego, en ese prado, introduce una precisa infusión de plantas, flor de azahar y amanda, y enseguida nacieron lilas artificiales, mientras  que unos tilos levantaron hacia el sol sus pálidas emanaciones que simulaba el extracto de tila de Londres...  »
      Con unos olores de productos químicos evoca una ciudad de fábricas, de puertos de mar con senderos marinos y alquitranados; recuerda jardines en flor, cambios de latitud, hace nacer en su pensamiento « una naturaleza demente y subliminal, no auténtica y encantadora, totalmente paradójica, reuniendo las guindillas de los trópicos con los alientos sazonados del sándalo de China y la hediosmia de Jamaica con los olores franceses del jazmín, del pino y de la verbena, dejando a despecho de las estaciones y los climas,  unos árboles de diversas esencias, flores de colores y fragancias de lo más opuesto, creando por la fusión y el choque de todos esos tonos, un perfume general, innombrable, extraño, en el cual reaparecía, como un obstinado refrán, la frase decorativa del principio, el olor del gran prado abanicado por las lilas y los tilos ».

      No podría acometer el análisis completo del libro de Huysmans, de ese libro extravagante y desternillante, lleno de arte, de fantasía bizarra, de estilo penetrante y sutil, de ese libro que se podría llamar « historia de una neurosis ».
      ¿ Pero por qué entonces ese neurótico me parecería como el único hombre inteligente, sabio, ingenioso, verdaderamente idealista y poeta del universo, si existiese ?

10 de junio de 1884

Traducción de José M. Ramos González para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre