EL AMOR A TRES
( L'amour à trois )
Prólogo al libro L'Amour à Trois, de Paul Ginisty, Paris, Baillière, 1884

       Usted toca, mi querido amigo, en esos vivos y encantadores relatos, el más grande problema moral de nuestra época, o incluso el mayor problema de todos los tiempos.
      Desde que el mundo y el matrimonio existen, la religión, la literatura y la ley se han roto la nariz en ese escollo del amor a tres. Esas tres cabezas sobre la misma orejera hacen reír a los unos, indignan a los otros, son la mas frecuente causa de procesos judiciales, de crímenes o de felicidad que se haya conocido.
      No sirve de nada enfadarse con nadie. Eso es asi porque sí. Constatemos simplemente, como usted tan bien lo hace, todos los casos tan variados, tan divertidos o tan dramáticos del adulterio, sirvámonos en los libros y en el teatro, dejemos a los legisladores buscar el remedio, y filosofemos un poco, durante unos instantes.
      ¿ El remedio ? ¿ Hay uno ? El Sr. Naquet responde: « El divorcio.»
      Y el Sr. Naquet bien podría tener razón.
      Sobre todo son interesantes dos casos, uno porque es misterioso, el otro porque es terrible.
      En el primero, la ceguera de ciertos maridos llega a los extremos de lo inaudito, y hace soñar.
      En el segundo, la venganza de ciertos celosos sorprende, repele a los observadores desinteresados.
      ¡ Que novela se podría escribir, querido amigo, sobre ciertos menages a trois, cuando el amante está instalado en la casa como un esposo preferido ! ¡ Qué situación singular, compleja, cómica, extraña, y sin embargo natural, puesto que es frecuente ! Todos conocemos esas asociaciones en las que los hombres comparten amistosamente los beneficios y las cargas. Ligados por una estrecha amistad, íntimos como dos cómplices, tienen los mismos cuidados para su esposa la que prefiere, se le ve, al amigo elegido por su corazón que al hombre impuesto por la familia y por la ley. Viven juntos, a la vista y con el conocimiento de todos, almuerzan  y cenan en la misma mesa. Uno concluye con razón que todos los demás muebles de la casa les son igualmente comunes, tanto en la noche como en el día.
      En la calle se les encuentra. Ella y Él delante ( pues ella ha tomado su brazo), el marido detrás, pues no pueden ir tres de frente, por todas partes; y las aceras no tienen la anchura de una cama.
     El mundo sonríe y cierra los ojos. ¿ Quién podría abrir los ojos lo suficientemente grandes, para ver el fondo de esos tres corazones, sobre todo el fondo del corazón del tercero, del marido impenetrable, ignorante o complaciente, cobarde o indiferente, lleno de cólera sofocada, de odio y deseos de venganza, o quizás sencillamente feliz ?
      Bajo este titular: « Los dramas del adulterio », los periódicos nos informan todos los días que un esposo engañado acaba de masacrar a su mujer, o al amante o a ambos. Los jurados, todos casados, están llenos de indulgencia para esos furores de propietario ultrajado. Absuelven ese asesinato, y la especial asistencia en los patios de asiento de lectores de novelas-folletín, presentes por la emoción, henchidos de sensiblería lacrimógena, aplaude este veredicto, juzgando que el marido burlado ha lavado su honor en sangre, que se ha rehabilitado mediante ese crimen. Es con esas grandilocuentes palabras con lo que se no educa, con esos prejuicios con los que se nos instruye, con esas ideas con las que se nos prepara para el matrimonio.
      Lo que voy a decir sin duda parecerá deplorablemente subversivo. Tanto peor; no es necesario buscar la verdad, ocupándose de la moral enseñada, ortodoxa y oficial; de la moral, esa pretendida ley natural, indefinidamente voluble, facultativa, esa cosa aplicada de modo diferente por cada país, apreciada de un modo nuevo por cada experto, sacerdote o legislador, y  modificada sin cesar por todo el mundo.
      La única ley que importa es la ley suprema de la humanidad, esa ley que gobierna los besos humanos, y que sirve de eterno tema a los poetas.
      Vivimos en una sociedad horrorosamente burguesa, timorata y mediocre. Tal vez no haya habido nunca un espíritu más estrecho y menos humano.
      La debilidad ( digamos falta, si usted prefiere ) de una mujer casada, arrastrada al mal por un seductor, ha tomado unas proporciones tan melodramáticas que se la considera generalmente como digna de muerte.
      Hombres como el Sr. Dumas hijo razonan y argumentan durante libros enteros, con talento, espíritu y parcialidad, y tal vez con incompetencia, sobre los arrastres y las caídas de esos pobres seres sin energía contra el amor. Los besos ilegales adquieren bajo sus plumas una gravedad de crimen; y las mujeres pagan por todos: por el matrimonio indisoluble, cosa horrible; por la ley, injusta con respecto a ellas; por el prejuicio feroz de quién las condena; por la opinión monstruosa que permite todo a sus maridos y les defiende de todo. No quiero en absoluto absolver el adulterio. No quiero más que constatar la situación absolutamente injusta que genera el matrimonio.
      El matrimonio es la ley. A ella debemos entonces someternos.
      Sin embargo está permitido discutirla.
     Confirmamos de entrada que los médicos y los filósofos afirman mayoritariamente, que somos polígamos y no monógamos. Entonces las mujeres serían poliandras. ( Ignoro si la palabra es académica. ) Así, el individuo que se contentaría con una mujer toda su vida estaría al margen de las leyes de la naturaleza como aquél que no vive más que de ensaladas. El examen de nuestras mandíbulas nos revela que han sido creadas para comer carne y legumbres; pero ¿ quién ve que somos polígamos ? Basta un razonamiento para demostrarlo. Una mujer no puede tener más que un hijo por año, mientras que un hombre... tiene la producción más fácil. La ley de la naturaleza quiere entonces que el macho tenga varias esposas. De donde resulta que el harem es una sabia institución. Y además... se podrían decir aún muchas otras cosas, pero, esta vez, en favor de las mujeres y en detrimento de los hombres ! Pasemos.
     Admitamos entonces que no seamos absolutamente carnívoros, ni herbívoros, sino omnívoros. Convenimos en Oriente la poligamia, y en Occidente la monogamia, y aún la monogamia con acomodamientos. Me gustaría que se me citase a un solo hombre - uno solo- sano de cuerpo y espíritu, que haya sido toda su vida monógamo.
      Así pues el matrimonio crea una situación anormal, antinatural, y a la que no se puede resignarse más que gracias a infinitas abnegaciones, a una virtud superior, a meritos absolutamente religiosos, a una situación en la que el marido no se resigna nunca, una situación que pone eternamente la conciencia en lucha con el instinto, con el amor.
      Por tanto ¿ quién es el monstruo desde el punto de vista natural y humano: la mujer que sucumbe o el marido que mata ?
      Aquí, un hombre, porque ha sido engañado en su egoísmo, herido en su vanidad, frustrado en su pretensión (tal vez desorbitada) de posesión exclusiva, destruye un ser, suprime la vida, la vida que nada puede devolver, como el único acto verdaderamente monstruoso que se pueda cometer, el más horrible, y el más inmoral, matar !
      Allí, una mujer, educada para gustar, instruida en este pensamiento de que el amor es su dominio, su facultad y su única alegría en el mundo ( tales son, en efecto, las enseñanzas de la sociedad ); creada por la naturaleza incluso débil, voluble, caprichosa, entrañable; hecha coqueta por la naturaleza y por la sociedad juntas, viviendo casi siempre sola mientras que su marido hace lo que le place y se divierte a sus anchas; ¡ una mujer se deja cautivar por un hombre que pone todos sus sentidos, todo su ardor, toda su habilidad, toda su potencia en arrastrarla ! ¡ El cumple con su oficio de hombre de mundo, de seductor ! Ella cae en sus brazos, obedeciendo al invencible amor; comete un acto censurable desde el punto de vista de las legislaciones, pero humano, fatal, tan fatal que nadie ha podido nunca ponerle trabas desde que los reglamentes de la moralidad civil y religiosa lo combaten; y se proclama a esta mujer como una pécora, una miserable, una mancillada, mientras que se saluda hasta tocar tierra a su marido que la asesina, porque se le juzga rehabilitado !
      ¿ Por qué él mata ? ¡ Porque se cree deshonrado ! Llegamos aquí a uno de esos prejuicios prodigiosos que sirven generalmente de base a todas nuestras creencias.
      ¿ Es usted deshonrado porque vuestro vendedor de vinos os ha timado ? - ¿ No ?- ¿ Porque vuestra criada os ha robado ? - ¿ No ? - ¡Y sin embargo lo es porque su mujer lo ha engañado ! Usted, el robado, el engañado, el ofendido, el timado en fin, usted se considera deshonrado tanto que no dudará en acribillado a cuchilladas al amante que todo el mundo considera como honorable, como cumplidor legitimo de sus funciones de recolector de amor, y a la mujer que es abandonada, seducida, arrastrada ! ¡ La lógica es algo bello !
      Pero, por Dios, el deshonor no puede resultar más que de un acto absolutamente personal, y no puede, en ningún caso, provenir de la acción de otro.
      ¿Es admisible que se pueda estar afectado en su honor por una acción en la que uno no participa para nada, bien al contrario, una acción en la que uno pone todos sus sentidos para impedirla ?  Felizmente hoy vemos una legión de maridos filósofos, que, habiendo determinado exactamente la situación, los derechos y los deberes de cada uno de los esposos, y respetando las conveniencias, aman a su guisa, dejan vivir a su mujer a su aire, siempre vigilando las formas como haría el guardián de una cabra caprichosa, para impedir sus escapadas. ¿ Esta sabiduría no es moral en el fondo ?

1884
Traducción de José M. Ramos González para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre