EL AMOR EN LOS LIBROS Y EN LA VIDA
( L'amour dans les livres et dans la vie )

Publicado en el Gil Blas, el 6 de julio de 1886

      Es en los libros, dónde por lo común, adquirimos el conocimiento del amor; es en ellos dónde comenzamos a desear las emociones. Nos lo revelan poético y exaltado, o soñador y romántico como un claro de luna, y solemos conservar hasta la muerte la impresión que nos han producido en los comienzos de nuestra adolescencia. Enseguida adoptamos, en todos nuestros encuentros, en nuestras relaciones y nuestras manifestaciones de cariño, la manera de ver y de ser que hemos aprendido en nuestras primeras lecturas, sin que la experiencia de los hechos nos proporcione la noción exacta de las cosas, la apreciación precisa de las relaciones amorosas, y la desilusión que desemboca tras ellas en la realidad.
      Una jovencita decía un día: « En amor, somos todos como unos inquilinos que pasan su vida cambiando de residencia sin percatarse de que llevan sus muebles y su manía de trasladarse de domicilio en domicilio.» Entonces, las obras de los poetas y de los novelistas a través de los cuales hemos amado la visión de la existencia, dejan de ordinario sobre nuestro espíritu y sobre nuestro corazón una marca imborrable. Resulta que las tendencias literarias de una época determinan casi siempre las tendencias amorosas. ¿ Puede cuestionarse que Jean-Jacques Rousseau, por ejemplo, no hubiese modificado extremadamente la manera de amor de su tiempo, y no hubiese tenido sobre las costumbres amorosas una influencia absoluta ? ¿ No fue él quién puso fin a la era de la galantería abierta por el Regente, tras el periodo de amores severos debido a los escritores del gran siglo ?
      ¿ Se negará que Lamartine, vertiendo sobre Francia su poesía sentimental y exaltada, no haya cambiado las almas hacia un amor nuevo, extático y declamatorio ? Otros escritores de la misma época, Dumas con Antony, con sus novelas leídas como evangelios, Alfred de Vigny con Chatterton, Eugène Sue con Mathilde, Frédéric Soulié y tantos otros apóstoles de los ardores trágicos y caóticos o de los arrebatos lúgubres, de los que se muere, arrojaron los espíritus a una especie de locura pasional, de la que Musset, con sus poemas idealmente sensuales y Hugo con sus tormentas poéticas, donde el amor heroico pasaba como una borrasca, hicieron una renovación del temperamento nacional, totalmente distinto del viejo talante francés, alegre, inconstante y atrevidamente emotivo.
      Es cierto que se ha amado en Francia, en la burguesía y en el mundo, según la fórmula de Rousseau, según la fórmula de Lamartine, según las fórmulas de Dumas, de Musset, etc. Es igualmente cierto que la generación, hoy madura y que fue joven hace quince o veinte años, ha amado y ama todavía, en base a la fórmula aportada por el Sr. Alexandre Dumas hijo, o por la del Sr. Octave Feuillet. Nadie, creo, coetaneo de estos dos escritores, ni después de esos dos escritores ha tenido una influencia real sobre las costumbres amorosas en Francia.
      La generación literaria de hoy, en general, nos aleja del sueño apasionado por no considerar el cariño humano como un estado patológico, un trastorno normal del instinto, extendiendo su influencia sobre la naturaleza moral. También, acostumbrados a reconocer la precisa verdad en los libros que nos muestras la imagen casi exacta de la vida, quedamos infaliblemente un poco sorprendidos, cuando comprobamos en una novela nueva un poco de esta irrealidad amable tan rebuscada en nuestra infancia.
     El último libro del Sr. Pierre Loti: Pêcheurs d'Islande, nos concede esta nota tierna, hermosa, cautivadora pero inexacta, a la que debe, por el contraste adquirido con las observaciones crueles y sin encanto a las que estamos acostumbrados, una parte de su gran éxito.
      No actúo en absoluto de crítico ni pretendo dar una opinión literaria. En arte todo es admisible, estando todas las tendencias igualmente justificadas, solo el talento tiene importancia. Y el talento del Sr. Loti es muy grande, su encanto muy sutil y poderoso al mismo tiempo, su visión muy personal y muy original, su derecho de ver según su temperamento de artista permanece incuestionable; pero lo que se puede absolutamente cuestionar en él, es la exactitud de su sicología amorosa; y por eso pertenece a la escuela poética de los encantadores sentimentales.
      A través de las brumas de un océano desconocido para nuestros ojos, nos muestra en primer lugar una isla de amor adorable, y vuelve a hacer con Loti y Rarahu ese poema de Paul et Virginie. Nosostros no nos hemos preguntado si la fábula era verosimil, en tanto él nos la decía tan encantadora. Él regresaba de ese país; y nosotros hemos pensado ingenuamente que se amaba así. De igual modo nos imaginamos de buen grado que se amaba antaño en nuestra patria con más vehemencia que hoy.
      Luego nos cuenta, con no menos hábil deducción, los cariños de spahi y de una jovencita negra. El soldado nos ha parecido poco concebido según el método de poetización continua; pero la mujer, la pequeña negra es tan bonita, tan exótica, tan tentadora, tan divertida, está tan artísticamente descrita que enseguida nos seduce y deslumbra.
      Permaneceremos también sin recelo antes sus extraños paisajes, bellos como los horizontes entrevistos en las narraciones fantásticas, o soñados mientras dormimos.
      Luego nos describe la Bretaña de Mon Frère Yves.
     Entonces, para todo hombre que mira con ojos claros y perspicaces, surgen las dudas. Bretaña está demasiado cerca de nosotros para que no la conozcamos, para que no hayamos visto a ese paisano bretón, valiente y bueno, pero en el que el bestialismo primigenio persiste hasta tal punto que parece a menudo una especie de ser intermedio entre el animal y el hombre. Cuando se han visto esas cloacas que se denominan pueblos, esas chozas construidas en el estiércol, donde los cerdos cohabitan con los hombres, esos habitantes que van con las piernas desnudas para caminar libremente por el fango, y esas piernas de enormes muchachas llenas de porquería hasta las rodillas, cuando se ha visto a sus caballos y sentido, pasando por los caminos, el olor de sus cuerpos, uno se queda confuso ante los hermosos paisajes de la Florian,  las cabañas adornadas con rosas, y las simpáticas costumbres pueblerinas que el Sr. Pierre Loti nos describe.
      Nos narra hoy los amores de los marinos, y la determinación de idealizar hasta extremos inverosímiles aparece cada vez más. Ahí están en su plenitud los cariños a lo Berquin,  la sentimentalidad campesina y  la pasión lírico-pueblerina de la Sra. Sand.
      Todo eso es muy bonito y conmovedor; pero nos gusta y nos conmueve por unos efectos literarios demasiado aparentes, demasiado obviamente falsos, por la ternura demasiado buscada, y no por la verdad... no por esa realidad dura y desgarradora que nos perturba el corazón en lugar de emocionarlo artificialmente como lo hace el Sr. Loti.
      Nuestro espíritu, ávido hoy de hechos reales, permanece incrédulo, aunque sea seducido ante estas hermosas fábulas marinas. Pero, desde que se aleja de las costas por nosotros conocidas, el escritor reencuentra de repente todo su poderío de cautivadora persuasión. No conozco nada más perfectamente emotivo que esas visiones del mar, de la pesca, de la vida monótona y ruda mecida por las olas, que esas evocaciones de cosas naturales que se convierten en sobrecogedoras como las apariciones fantásticas. 
      En Mon Frère Ives, recordamos al sorprendente ballenero entrevisto, una mañana, en los mares glaciales, cementerio llevando en sus vergas despojos de ballena, y tripulado por unos piratas escogidos en todos los pueblos.
      El procedimiento de poetización continua de este género de libros se convierte sobre todo aparente cuando se le compara con las obras del mismo tipo escritas por hombres de un temperamento distinto. Por no hablar de los paisajes que son, en el caso del Sr. Loti, de una fidelidad relativa, más severa que sus personajes, dándonos todavía la sensación de las cosas vistas por un poeta soñador. Evitaré cuidadosamente reprocharle esta cualidad; pero si comparo su visión poética y un poco mágica con la visión admirablemente precisa, aunque poética también del pintor Fromentin que nos muestra el camino de Laghouat y el desierto, no puedo sustraerme a constatar que basta ser sincero cuando se es artista y que ninguna poetización tiene la fuerza penetrante de la verdad.
      He leído con un delicioso placer el Mariage de Loti y Roman d'un Saphi; pero no logro conocer las lejanas islas del Gran Océano o la costa occidental de África después de esas lecturas.
      Sin embargo, la notable novela de Robert de Bonnières sobre la India, le Baiser de Maïna, me muestra con exactitud ese fabuloso país como no me lo habían mostrado hasta ese momento los poetas mentirosos y los viajeros visionarios. Y algunos días después de esta lectura que había incrementado mi viva curiosidad de esta extraña región, el azar puso en mis manos el relato de un oficial, L'Inde à fond de train, por el conde de Pontevès-Sabran, que se pasea, sin ninguna preparación poética, sin pretensiones literarias, con un ánimo alegre de buen humor un poco guasón y sin maneras militares, por la patria misteriosa de Buda.
      Y esos dos libros, el del novelistas observador minucioso y serio y el del soldado observador superficial y alegre, me han descrito la India mejor que lo habían hecho hasta aquí todos los cantores de leyendas y de paisajes coloristas.

      He dicho que el Sr. Alexandre Dumas hijo y el Sr. Octave Feuillet, con temperamentos muy distintos, son solamente los dos únicos escritores vivos que han ejercido una acción real sobre las costumbres amorosas de nuestro país.
      Basta para convencerse con una ojeada sobre los escritores y sobre el mundo.
      Los poetas antes determinaban una manera de amar.
      No cito más que a dos: Lamartine y Musset.
      ¿ Qué poeta de hoy puede despertar en el alma de las mujeres unas ensoñaciones tiernas o apasionadas ? ¿ Es tal vez el Sr. Leconte de Lisle, el admirable, impecable e impasible artista ?- No.
      - ¿ Es quizás el Sr. Théodore de Banville, el más diestro, el más flexible de los poetas ? No. ¿ Es el Sr. Sully Prudhomme que sueña con ciencia escribiendo versos ? No.
      Busquemos entre los prosistas. ¿ Es acaso Edmond de Goncourt,  escultor de frases sutiles, artista complejo, maravillosamente hábil, pero observador implacable que turbará los corazones jadeantes de jovencitas y les dira: « Así es como se ama y como se debe amar » ?
      ¿ Es Zola, genial, extrañamente poderoso y brutal, que mostrará a las mujeres inquietas y vacilantes el camino de los ideales amorosos ?
      ¿ Es Daudet, más dulce, más diestro, menos francamente cruel, pero cuya ironía aparece tras alegrías deliberadas ?
     Nadie, entre los que escriben hoy, puede hacer circular por el corazón de sus lectores lo que yo no sé que de tierno que prepare y haga surgir las emociones del amor. Y se puede decir, se puede afirmar, que el amor no existe en la joven sociedad francesa.

      La facultad de exaltación, madre de las apasionadas manifestaciones y de todos los entusiasmos, ha desaparecido ante las invasiones del espíritu analítico y científico. Y las mujeres, alcanzadas por contagio, más afectadas incluso que los hombres, se agitan, sufren de un mal singular, de una inquietud lacerante, que no es en el fondo, más que la incapacidad de amar.
      Pero ellas pertenecen al mundo, tienen el espíritu cultivado y los ojos abiertos sobre la vida, se manifiesta en ellas este mal extraño y nuevo. Aquellas de tipo medio, de alma ingenua y corazón simple mantienen todavía, durante algunos años, viva esta llama y ese temor que se denomina amor. Las otras sienten su mal, luchan, se esfuerzan en vencerlo, y no lo consiguen, resignándose o extraviándose en raros caprichos.
      Mas nada parecido a esa práctica irresistible que cantaban los poetas y que describían los novelistas, desde hace treinta o cuarenta años. No más dramas, más raptos, más de esas borracheras que toman  dos seres, arrojándoles el uno sobre el otro, colmándolos de una indescriptible felicidad.
      Nosotros vemos mujeres coquetas, aburridas, irritadas por no sentir nada, que se abandonan por desidia, por ociosidad, por apatía; otras que son sabias únicamente por desilusión; otras que tienden a equivocarse, que se exaltan con los recuerdos de antaño y balbucean, sin creerlas, palabras ardientes que decían sus madres.
      Vemos lazos reglamentados como actas notariales, donde todo está previsto, los días, las horas, los contratiempos y hasta la ruptura a la que se llega una vez vencido el plazo. Se toma un amor como un palco en la Ópera, para que distraiga dos noches por semana, que facilite las salidas, que ofrezca distracciones en invierno y en verano, y también, a menudo, para que haga más dulces las relaciones con los modistos.
      Y si se oye decir, por casualidad, en el mundo, hablando de una mujer, que está locamente enamorada del Sr. X... o del Sr. T... se puede estar seguro, sin conocerla, ¡ que ha pasado la cuarentena !

6 de julio de 1886


NOTA DEL Webmaster.- En una edición de 1988 del libro de Pierre Loti, Pecheur d'Islande he encontrado el  siguiente estudio  que considero interesante para confrontar la opinión de Maupassant con la de otros críticos. 

" El libro y su público:
Es estar aún bastante por debajo de de la verdad, afirmando que la acogida del público y de la crítica fue extremadamente favorable y calurosa hacia la publicación de Pêcheur d'Islande en 1886. Fue un verdadero triunfo, un inmenso éxito sin precedentes en la carrera del autor: la novela se convirtió enseguida en lo que actualmente denominaríamos como un best-seller. De todas las obras de Loti, es la que ha conocido el mayor número de ediciones. Él no tuvo a continuación más que Les Désenchantées para suscitar, al menos en vida del autor, parecido entusiasmo. En su Pierre Loti l'incompris, Alain Quella-Villèger recopila algunas de las reacciones entusiastas de los más ilustres contemporáneos: « Es una obra maestra », exclama Máxime Gaucher en La Revue Blue ( 3 de julio de 1886). Ernest Renan está entusiasmado: « Los pescadores de Islandia son mis primos y primos segundos [...]. Usted los ha pintado de maravilla ». El crítico Jules Lamaitre se inquieta: « Las más grandes obras maestras de la literatura no me han emocionado nunca de esta manera » (18 de septiembre de 1886). Octave Mirbeau descubre « un gran soplido de poesía agreste y marítima [...] concebido y escrito en el mismo sentimiento del arte, con el mismo amor a la verdad y la misma preocupación del aire libre que en Mon frère Ives (Gil Blas, 13 de julio de 1886).» El premio Vitet, concedido por la Academia el mismo año de la publicacion de Pêcheur d'Islande, viene a coronar este extraordinario éxito. Desde 1889 - ¿ cómo imaginar un más glorioso homenaje ? - el consejo municipal  de Paimpol decide dar el nombre del escritor a una de las principales avenidas de la ciudad. No solamente fue el novelista , en tanto que fue públicamente glorificado por la misma ciudad de los islandeses, sino también por su acción humanitaria, la suscripción auspiciada por Loti en Le Figaro a consecuencia del naufragio de la Petite Jeanne en junio de 1887: veintidos desaparecidos que dejan en el mayor abandono quince viudas y cincuenta y dos huérfanos.
Inútil proseguir por más tiempo con tal cantidad de alabanzas y felicitaciones. Es quizás más interesante preguntarse sobre el auténtico vapuleo publicado por Guy de Maupassant, en el Gil Blas del 6 de julio de 1886, bajo el título « El amor en los libros y en la vida ». Después de haber reconocido que «
el talento del Sr. Loti es muy grande, su encanto muy sutil y poderoso al mismo tiempo, su visión muy personal y muy original », que « su derecho de ver según su temperamento de artista permanece incuestionable », Maupassant cuestiona « la exactitud de su sicología amorosa » que le hace pertenecer a la  « escuela poética de los encantadores sentimentales ». « Bretaña está demasiado cerca de nosotros para que no la conozcamos [...]. Cuando se han visto esas cloacas que se denominan pueblos, esas chozas construidas en el estiércol, donde los cerdos cohabitan con los hombres, esos habitantes que van con las piernas desnudas para caminar libremente por el fango, y esas piernas de enormes muchachas llenas de porquería hasta las rodillas, cuando se ha visto a sus caballos y sentido, pasando por los caminos, el olor de sus cuerpos, uno se queda confuso ante los hermosos paisajes de la Florian,  las cabañas adornadas con rosas, y las simpáticas costumbres pueblerinas que el Sr. Pierre Loti nos describe.
«
Nos narra hoy los amores de los marinos, y la determinación de idealizar hasta extremos inverosímiles aparece cada vez más. Ahí están en su plenitud los cariños a lo Berquin,  la sentimentalidad campesina y  la pasión lírico-pueblerina de la Sra. Sand.»
« 
Todo eso es muy bonito y conmovedor; pero nos gusta y nos conmueve por unos efectos literarios demasiado aparentes, demasiado obviamente falsos, por la ternura demasiado buscada, y no por la verdad... no por esa realidad dura y desgarradora que nos perturba el corazón en lugar de emocionarlo artificialmente como lo hace el Sr. Loti.»
Incluso si es cierto que Maupassant admite que «
desde que se aleja de las costas por nosotros conocidas, el escritor reencuentra de repente todo su poderío de cautivadora persuasión », incluso si confiesa no conocer « nada más perfectamente emotivo que esas visiones del mar, de la pesca, de la vida monótona y ruda mecida por las olas, que esas evocaciones de cosas naturales que se convierten en sobrecogedoras como las apariciones fantásticas », no se puede sin embargo dejar de asombrarse de la extrema brutalidad del juicio literario emitido por el autor de Une Vie a Pierre Loti.  Pues ciertamente no existe sin duda una escritura más próxima a las descripciones de Pêcheur d'Islande que la de Maupassant, una escritura esmerilada, en sordina, multiplicando los efectos difuminación los procedimientos de eclipsamiento y de dilución, donde todo permanece menos claro y más vago, privilegiando a los espacios nevados, tiempos de niebla, los momentos de bruma, las cortinas de chaparrones, quedando todo confuso e incluso silencioso ( para más precisiones sobre este punto, ver mis Commentaires d'Une Vie, Le Livre de Poche, 1983, p.319). Parece como si Maupassant se hubiese negado a reconocer que la escritura de Loti está íntimamente ligada a la suya y, por tanto no haya podido más que infravalorarla.

( Del libro "Pêcheur d'Islande". Le Livre de Poche, 1988. Préfacio, comentarios y notas de Alain Buisine )

Traducción de José M. Ramos González para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre