EL
ARTE DE ROMPER
(L'art de rompre)
Publicado en Le Gaulois del 31 de
enero de 1881.
La
muy augusta Academia francesa acaba de nombrar los comisarios que galardonarán
las obras geniales, y otras, aparecidas en el año 1880.
En la lista de las obras propuestas a examen, he buscado en vano aquella que
podría, en este momento, rendirle algún servicio a la humanidad.
Se encuentra, en esta relación, el fragmento más elocuente de la historia de
Francia (¿ Resulta útil la elocuencia en Historia ?)
Luego una obra francesa con un carácter de elevación moral.- Pasemos.
Y, en medio de recompensas sabiamente motivadas, « un premio concedido a la
mejor traducción en verso de una obra en griego, latín o lengua extranjera », luego aún: « dos sumas, una de tres mil francos y la otra de cinco mil,
destinadas a fomentar la literatura superior ».
Pues bien, esta superior literatura no me dice nada
acerca de quién vale: y creo que, en
general, los muy honorables individuos que se dedican a este ejercicio académico
son incapaces de hacer buena literatura, o sencillamente literatura.
Estoy persuadido de que a los ojos de los Sres. miembros de la inmortal asamblea,
Balzac o Flaubert no han hecho nunca literatura superior.
Pues yo propongo añadir, a la lista de estos distribuidores de recompensas
honestas, algunos miembros que examinen el punto de vista puramente práctico, y
galardonen y den la suma de los cinco mil, antes mencionados, al mejor tratado sobre
« el Arte de romper ».
Un único premio no es suficiente, en efecto, para favorecer a los géneros que
dejan también un poco de huella en la alta literatura y las traducciones en
verso; y no debemos, sino al contrario, perseguir sin cesar un descubrimiento
más útil a la humanidad que la destrucción de la filoxera, es decir la supresión
del vitriolo.
Es el premio que obtendría casi infaliblemente aquel que nos
ofreciera una
serie de sencillos medios al alcance de todos, para abandonar razonablemente,
convenientemente, educadamente, sin acritud, escena, o violencia, a una mujer
que nos adora y que nos ha hartado.
El vitriolo se ha convertido en un peligro público.
Ayer, es cierto, era un vulgar bribón el que desfiguraba a su amante; pero, la
víspera, una mujer celosa se vengaba de una muchacha, su rival; el día
anterior otra mujer quemaba los ojos de su amante infiel; y al día siguiente la
serie siniestra recomenzará sin duda.
Ninguno de nosotros puede considerarse protegido, pues ninguno de nosotros
está exento de galanterías, y, como ninguno de nosotros creo que es
partidario de las cadenas eternas, nuestros ojos, nuestra nariz y nuestra
pechera pueden desaparecer desde el primer día bajo el temible líquido.
El vitriolo es la espada de Damocles de la infidelidad.
Sin embargo no podemos ser razonablemente fieles hasta la muerte (yo hablo por
los solteros) a una única y misma mujer, tanto en cuanto las demás son encantadoras.
Las mujeres con frecuencia (las que valen la pena) son desesperadamente fieles o
más bien (perdón por la palabra) desesperadamente lapas. Y
no es nunca a su marido a quiénes son fieles ; ¡ oh ! eso no, sino al hombre,
a quién no están unidas más que por el débil lazo del capricho ! Que
explique, quién pueda, esta anomalía.
Quienquiera que haya vivido historias de amor, quienquiera que haya pasado por la
fatal serie de los periodos en los que se desarrolla una intriga del corazón,
ha quedado aterrado en el momento de desatar ese grueso nudo que se llama
relación; y, no pudiendo llegar a desligarse, a separarse hábilmente de todos
los hijos, ha hecho como Alexandre, ha cortado. De ahí una serie de catástrofes
que a veces tienen como colofón final: ¡ el vitriolo !
Hagamos la historia banal y simple de todas las relaciones mundanas. La
sicología es siempre la misma.
El corazón femenino difiere completamente del corazón del hombre. Nosotros,
auténticos aficionados a la belleza, es a la mujer a la que adoramos; y cuando
elegimos pasajeramente a una mujer, es un homenaje que rendimos a todas las
demás. ¿ Es un borracho, un gourmet que bebe sempiternamente de un único vino
? Le gusta el vino y no solo un vino; el burdeos, porque es el burdeos, el
borgoña, porque es el borgoña. Nosotros idolatramos a las morenas, porque son
morenas, y a las rubias porque son rubias; una, por sus ojos agudos que llegan
al corazón, otra por su voz que hace vibrar nuestros nervios; aquella por sus
labios rojos, aquella otra por el arqueo de sus caderas; y, como no podemos
recoger todas esas flores al mismo tiempo, la naturaleza ha puesto en nosotros
la chaladura, el capricho loco que nos las hace desear por turno, aumentando de
este modo el valor de cada una a la hora del pánico.
Ahora bien, el pánico no dura demasiado en el hombre; es el periodo de espera.
El deseo satisfecho cambia el amor en educado reconocimiento. ¡ Indignaos,
idealistas !
Unos hacen este trayecto de una pasión a lo otro en ocho días, otros en un
mes, otros en seis, otros en un año. Es cuestión de tiempo, de lentitud
corazón y de costumbres adquiridas.
Pero la mujer, ¡ Ah ! la mujer sigue un camino diametralmente opuesto. He aquí
el peligro.
En el momento en que el enamorado hace el asedio, cuando todos sus deseos
despertados le hacen creer que ama con pasión, es elocuente, presionante,
persuasivo. Promete todo lo que se quiere, se abandona a los sacrificios más
sobrehumanos. La mujer está inquieta, turbada, radiante de que se ocupe de
ella, pero no enamorada. Ella se dice: « Este pobre muchacho, me ama
terriblemente desde luego »; y se enternece con este amor por la bondad de
corazón y por vanidad satisfecha. Sin embargo tiene dos temores, no quiere
comprometerse demasiado, y habla de capricho, de capricho sin duración muy
larga. Es tan encantador, ¡un capricho! Esto deja en el corazón un recuerdo
dulce, en absoluto amar. Es la página suelta de la vida.
En cuanto a él, capricho u otra cosa, que más da, con tal del que el resultado
sea el mismo. Y el resultado que el persigue es el mismo.
Entonces él triunfa. Asediándola se obtiene la plaza. Ahora bien, una vez
amante, él se da cuenta poco a poco que esta conquista, que juzgaba
incomparable desde la lejanía, no vale, en definitiva, ni más ni menos que las
anteriores. Pero la vencida comienza a amar a su vencedor, débilmente aún, es
cierto, como un usurero puede amar al vividor a quién acaba de prestar
quinientos luises. Ella ha hecho un adelanto de fondos e intenta recuperar sus
gastos -¿ Cómo ? se preguntarán - Ella ha arriesgado su reputación, su
tranquilidad, el orden de su vida. Y además toda mujer toma siempre en serio la
famosa palabra: « capital » del Sr. Dumas. ¡Oh! ella pierde el sentido, por
ejemplo, estimando inagotable ese capital que el Sr. Dumas juzga perdido tan a
prisa.
Entonces comienza la cadena.
Él, día a día, mira cada vez más a las otras mujeres: día tras día, siente
brotar en su corazón unos atisbos de deseos nuevos, de cosquilleos de pasión
que nace. Día a día comprende, cada vez con más intensidad, que el alma nunca
esta satisfecha, que la belleza tiene manifestaciones innumerables, que el
encanto de la vida está en el cambio y en la variedad.
Pero, ella, día a día se ata más, como una planta que crece en un suelo
nuevo. Sus besos son unas raíces que se hunden cada vez más. ¡ Ama ! Se
entrega totalmente, está encerrada, emparedada en su amor. Su existencia no
tiene otro horizonte, ni su pensamiento otra inspiración, ¡ su persona no
tiene ninguna otra necesidad que ser amada !
Es la cadena, la servidumbre involuntaria que comienza. Es la letanía de las
palabras tiernas, infantiles y ridículas: « Mi ratón, mi gatito, mi lobón,
mi adorado. » - La persecución del cariño. Ella había hablado de capricho ¡
Ah ! ¡ bien, sí !
Él quiere romper, intentándolo tímidamente. Pero vaya usted a romper con una
mujer que lo adora, que lo martiriza con atenciones, que lo tortura con
deferencias, una mujer cuyo única preocupación es el placer de su amado. ¡
Romper ! La cadena es sólida; no se rompe, se arrastra. El afecto de ella
aumentando siempre, y la de él disminuyendo sin cesar, llegando a hacer como
dos músicos tocando juntos, en el que uno acelerase poco a poco su movimiento,
mientras que el otro ralentizase el suyo.
Dice un proverbio: « La mujer es como tu sombra; siguiéndola, te huye;
huyéndola, te sigue.» Este proverbio es de una verdad eterna. Con su instinto
de enamorada, advirtiendo el abandono, se obstina, se aferra a uno.
Todos los días se producen las cuestiones lacerantes e intempestivas, a las que
es imposible responder:
- ¿Me amas, verdad ?
- Claro.
- ¡Repítemelo, tengo necesidad de oírlo !
- ¡ Pero ya te lo he dicho !
- ¿Es cierto eso de que tu me amas todavía un poco, malísimo ?
- Sí.
- ¿Me prometes que no me engañas ?
- No.
- ¿No, qué ?
- Yo no te engaño.
- ¿ Me lo juras ?
¡Eh! pardiez, sí, él lo jura. ¿Que quiere usted que haga ? Y las mujeres
más inteligentes. en ese momento psicológico, repiten invariablemente esas
series de interpelaciones tan inútiles como malintencionadas.
El grueso nudo está ahí, imposible de deshacer.
Dos soluciones se presentan, siempre las mismas:
O bien, de escena en escena, se llega al combate final, al verdadero combate; a
las odiosas bofetadas, a los golpes deshonrosos para el hombre; pues aquél que
levanta la mano sobre una mujer, no importa el motivo, en cualquier ocasión que
sea, no es más que un cobarde, un patán y un bruto.
O bien, él desaparece, él se eclipsa, se oculta. Pero entonces ella lo busca,
encarnizada, exaperada, y cuando lo encuentra adorando a otra en todo el fragor
de un nuevo ardor, se embosca en la esquina de una calle con el frasco del
vitriolo en la mano...
He aquí porque, en lugar de hacernos tratados de moral que no sirven a nadie, o
de traducciones al francés de Horacio en verso, sería infinitamente más
práctico que nos ofreciesen un manual razonado del arte de romper. Si es cierto
( y es mi opinión) que la glotonería y el amor son los dos pasatiempos más
deliciosos que nos ha dado la naturaleza, no veo porque un filósofo sutil no
puede ofrecernos el tratado que solicito, del mismo modo que se nos presentan
colecciones de sabios menús y de recetas de todo tipo para la satisfacción de
nuestro paladar.
Apelo a todos aquellos que hacen del amor la mas dulce ocupación de su vida. ¿
Acaso la separación no es el problema más temible propuesto a su inteligencia
y, siempre, el de más difícil solución para un hombre galante ?
Hasta aquí no entreveo más que una solución que indico con timidez, porque no
está quizás al alcance de todo el mundo.
Cuando se harta uno de una mujer, pues bien...pues
bien, se la conserva. « Se
la conserva, dirá usted; pero ¿ y la siguiente ? » - Se las conserva a todas,
señor.
31 de enero de 1881
Traducción
de José M. Ramos González para
http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión
en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre