ARTE Y ARTIFICIOS
( Art et artifices )

Publicado en Le Gaulois, el 4 de abril de 1881.

      Los hombres sencillos, confiados y crédulos, que creen en la eficacia de las buenas reformas, se frotan las manos con alegría. ¡ El arte dramático está salvado !
      ¡ Piensen entonces ! es que estaba enfermo, y gravemente. Los directores de teatro, alarmados, se obstinan en no representar a los "jóvenes", quedando reducidos a dirigir unas obras de sus porteras, de sus zapateros, no importa de quién, en vez que las de autores dramáticos.  Los críticos elevaban sus brazos gimiendo; ¡ el público no pagaba más ! ¡ Era la ruina, el hundimiento. El incendio llegaba a ser el recurso para las tiendas de publicaciones, en prosa o en verso.
      Todo el mundo se planteaba esta cuestión:
      - ¿Dónde encontrar autores dramáticos ? ¿ Cómo producir ? ¿ Por qué cultura, engranaje, bajo el que encajaban los alumnos ?
Fue entonces que una comisión (esas comisiones oficiales son las faldas de la tía Gigogne), una comisión, digo, tuvo la idea de pedir a los tres únicos directores de París que ganaban más dinero al uso, si podían disponer de capitales importantes que les confiaría generosamente el Estado para favorecer la producción de los jóvenes.
      Los tres dignatarios, un poco desconcertados, comenzaron por cerrar su caja por turno; luego cada uno pensó en el traje apropiado para aparecer ante la comisión. Cada uno hizo llamar a su sastre y le indicó aproximadamente con este lenguaje:
- Me hace falta un traje de pobre, de pobre muy pobre, alguna cosa que conmueva y en el género de lo que debía ser la confección por suscripción del director del Printemps. Vea esto de aquí, ¿ no es así ?
      Los sastres se inclinaron respetuosamente, y volvieron diez minutos más tarde con unos paquetes de andrajos con los que se cubrieron pintorescamente los tres radiantes directores.
      Después de esto, cada uno se puso en camino. Algunas bellas damas les ofrecieron limosna; uno de ellos, incluso, estuvo a punto de ser detenido por mendicidad; por fin llegaron ante la comisión. Ésta era majestuosa y digna, de severo aspecto, presidida por un alto personaje, competente como  todo aquel que ocupa un puesto elevado.
      Los miembros de la comisión, gordos o delgados, según su naturaleza, pero también competentes, competentes como deben serlo en todos los aspectos burocráticos (o aún como la hija de un portero es competente en música, tras haber hecho cosquillas durante dos años a los pequeños fragmentos de marfil que se denominan teclas de un piano), miraron entrar a los tres acusados con rostros adustos.
      No se los hizo sentar.
      ¡ Oh ! no eran orgullosos, vamos !
      El presidente se lenvanta:
      - Acusado nº 1, ¿qué hace usted con el dinero que el Estado le confía ? ¿Dónde están sus jóvenes? ¡ Muéstrenos sus jóvenes ! ¿Los ha traído, eh ? Es que me faltan jóvenes, a mí; ¿ dónde están ?
       El acusado dice:
      - No los tengo. Los jóvenes son tontos como las ocas, y los viejos todavía más. ¡El arte ! ¡ El arte dramático se muere ! ¡ El arte dramático está muerto ! Y además usted me ha dado un sucio teatro en un barrio de baja estopa; tanto como dirigir una escena lírica en la llanura de Pantin. Los autores que se creen ellos mismos buenos no atraen a nadie aquí. ¡ Las obras de éxito no producen ni veinte céntimos ! Tenga. He aquí mis libros: la última pieza, el gran triunfo de la casa, ha reportado 3,25 francos a cada uno de los autores .¿ Y usted viene todavía a molestarme con su subvención ? En cuanto a los jóvenes, es lo propio, ¡hablemos ! Se les representa dos veces como máximo...
      Un miembro le interrumpe:
      - Es que usted no sabe como encontrarlos.
      El director replica:
      - ¡ Muéstremelos usted !
      El miembro busca en su memoria:
      - Me parece haber oído hablar de un tal Dumas hijo cuyo padre he conocido hacia 1825; y del que se dice no estar sin mérito...
      Pero el presidente tose, y se vuelve hacia el acusado nº 2:
      - Usted, caballero, usted está a la cabeza de un enrome caserón en cuya fachada hemos hecho escribir: "Academia Nacional de Música". ¿Qué hace usted ahí dentro ?
      El acusado, muy turbado, lloroso, balbuce:
      - Pero, mi presidente, yo hago... yo hago ...  música...
      El presidente entorna sus ojos y replica:
      - De la mala, señor, de la mala; todo el mundo se queja.
      El acusado tartamudea
      - Se hace lo que se puede, mi presidente.
      El alto personaje replica:
      - ¡ Usted no contrata nunca a los grandes artistas ! ¡ usted no tiene más que mediocres ! ¡ Usted no actúa nunca con jóvenes, nunca, señor. ¡ Explíquese !
      Esta vez, el acusado llora a lágrima tendida.
      - Mi presidente - dice - no puedo, el edificio me arruina. Mire usted, esta Academia es mi ruina. Su mantenimiento come todo, subvención y beneficios, todo. Pagaba a un limpiador veinte mil francos. Entonces, ¿ qué es lo que hago, mi presidente ? Yo contrato a unos artistas para hacer como las criadas pobres de la limpieza. Elijo tenores que han sido lacayos, barítonos que han debutado como palafreneros, cantantes que han comenzado como muchachas de compañía; hijos e hijas de portera tanto como sea posible a causa de la escalera; ellos la mantienen. Y, de este modo, puedo emplearlos toda la jornada; durante el día, limpian; y por la tarde vocalizan. Mire usted, no es absurdo.
      « Las estrellas son ruinosas; y, en el fondo, eso no sirve de nada. Tengo dos o tres porque hacen falta; yo las muestro. Son como los grandes tarros de los farmacéuticos. Arrojan sobre la acera una gran luz, roja o verde, pero es el reclamo, no otra cosa. ¿Sabe usted lo que me hace falta a mí ? Son piernas. Sí, mi presidente, piernas de bailarinas. He aquí el arte. Yo tenía unas bailarinas muy sabias, muy fuertes, unas académicas de la danza; las
he contraté aparte, y he tomado una piernas. Éstas saltan, se menean, lo que ilumina toda la sala; y eso me produce ingresos, ¡oh ! pero unos ingresos... Cuando digo ingresos, es por comparación; pues yo no gano nada, no, nada de nada; no creo incluso que pueda continuar con esto. Pero, mire usted, mi presidente, créame, para la suscripción es necesaria la danza, y la danza con piernas; del canto, lo menos posible.»
Toda la comisión puso una cara indignada. Las miradas se arremolinaban, unos ¡ hum ! amenazantes salían de las gargantas, cuando el presidente se dirigió al acusado número tres.
      - Usted, caballero, usted tiene un teatro clasificado entre los monumentos históricos, ¡ la casa de Molière ! ¿ Qué hace usted ? ¿ Qué representa usted ? ¿ Cuál es su ideal ? ¿ Tiene usted uno únicamente ?
      El acusado, muy humilde, con aspecto de san Nicolás, mirada baja, cara socarrona, las manos cruzadas, comienza:
- Señor presidente, señores miembros de la comisión, todos nosotros, ustedes los primeros, ¡ nos hemos equivocado hasta aquí sobre el papel que debe representar el Teatro Francés ! Es el Louvre del arte dramático: el Odeón es el Luxembourg - He buscado en vano el palacio de la Industria, el vulgar Salón.  Usted me dice: " Utilice jóvenes. " - Pero piense usted en lo que sería sobre nuestro escenario un fracaso. ¡Qué desastre ! ¡ Qué vergüenza !... ¿ Podemos comprometer la casa de Molière en semejante aventura ? Nosotros somos el Louvre, les dije, el Panteón de los autores.  Vean a lo que hemos llegado con la Princesse de Bagdad. ¡ Se silbó, caballeros !
      « Pues bien, si esta obra hubiese sido de un joven, del Sr. Vast-Ricouard, por ejemplo, se nos habría tratado de corazones de manzana, todo como sobre la escena de mi honorable colega, Sr. Ballande. Comprenden entonces, señores: No sabemos nunca, si una obra es buena o mala. ¿Como podríamos saberlo ? Cuando el público ha juzgado, por ejemplo, lo sabemos.- Entonces ¿qué hacer ? Crear un Salón, una exposición permanente de jóvenes, un tercer Teatro-Francés, llevar a cabo la idea del Sr. Ballande, en fin. Allí, ellos se producirán, esos jóvenes; el público juzgará; yo elegiría enseguida a los mejores; el Odeón tomará a los mediocres y todo será perfecto.
      « Les pediré solamente el permiso para aumentar un poco mis entradas, al objeto de que el aumento de mis precios oblique al público a ir alguna vez a este nuevo teatro, y que mi concurrencia no sea para él desastroso. »
      Toda la comisión exclama:
      - ¡ Bravo !
      El presidente apoya:
      - ¡Oh ! muy bien razonado.
      Entonces se delibera, y esta propuesta fue adoptada unánimemente.
      Entonces un viejo caballero se levanta y solicita la palabra.
      - La medida del aumento de las localidades que acaban de proponernos, dijo, me parece tan sabia, que yo propondría ampliarla. Los tres teatros subvencionados pertenecen al Estado. Son, en definitiva, academias destinadas a la instrucción de todos. Ahora bien, se pagan las entradas, y se pagan muy caras; y allí se gana dinero. ¿ Por qué entonces ese excelente modo de proceder no podría ser extendido a toda institución análoga: a los cursos de los colegios de Francia, por ejemplo, a los museos y a las bibliotecas públicas ? He aquí, entre otros, a un profesor, Sr. Caro, cuyas lecciones han sido impartidas a todas las personas; pues bien, si se ponen a diez francos cada entrada para sus cursos, se obtendría un beneficio considerable. Aquellos que tienen menos éxito, los profesores de dialectos orientales, serían cotizados menos, para no desalentarlos. En cuanto a los museos y las bibliotecas, éstas serían un excelente recurso. Del mismo modo que se paga el alimento del cuerpo, ¿ por qué no pagar también el del espíritu ?
      Un gran movimiento de asentimiento se hizo en el seno de la comisión; y este proyecto fue reenviado a una subcomisión para ser estudiado minuciosamente.

      ¿ Qué concluir ?
      ¡ Que el mecenazgo del Estado es y será siempre funesto para el arte ! No alumbrará jamás más que tráficos, especulaciones comerciales y demás.
      Vean sino a los pintores. Son tal vez quiénes tienen un verdadero talento. Pero el Estado ha establecido un concurso; los clasifica, los cataloga, les da premios y accésits; e inmediatamente un noble emulación ha invadido a los aprendices del pincel. Una población de alumnos pintores ha nacido, de donde no sale más que un auténtico maestro; pero ellos pintan, bosquejan, colorean a muerte para obtener alguna medalla concedida ceremoniosamente por los jefes de negociado de la pintura.
¿Acaso los concursos académicos han hecho nunca destacar a un verdadero poeta ? ¿Acaso un auténtico poeta se rebajaría nunca a hacer malos versos, de forma banal sobre el tema oficial elaborado por una decena de viejos cabezotas que llevan laureles en vez de cabellos ?
      ¡ Nada de protección, nada de patronazgo, nada de subvención ! ¿Con qué derecho un caballero, nombrado ministro u otra cosa, por razones políticas, viene a juzgar, a decidir, a desvariar soberanamente sobre temas que le son tan ajenos como la modernidad a la Revue del Deux Mondes ?
       De entrada él no tiene jóvenes incubados en el huevo. Ni jamás los ha tenido.
       Cuando un joven no despunta, es prueba de que no está maduro. 

      Si el Estado quiere darle  el puntillazo, él lo hace inmediatamente abortar, pero hace salir al lado una multitud de otros jóvenes, falsos jóvenes, que no volverán a salir nunca más.
      No hay obras maestras ignoradas. Y la prueba es que los hombres de teatro recién llegados no han sacado de sus archivos una obra de juventud maravillosa y rechazada por todos.
      No hay genios incomprendidos. No hay más que imbéciles pretenciosos.
      Y que se nos deje tranquilos con Malfilâtre, Gilbert, Hégésippe Moreau y demás. Pues, si ellos fueron muy desgraciados, también eran mediocres. El Estado no protege a los jóvenes: no protege más que a los mendigos.
      Y estemos sin embargo bien persuadidos de que el Sr. Perrin, el Sr. La Rounat, o no importa que director, cogería mañana con dos brazos y apretaría contra su corazón al verdadero joven que le aportase una obra, y esto no a causa de su subvención, sino en razón de su interés.

4 de abril de 1881

raducción de José M. Ramos González para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre