BALZAC SEGÚN SUS CARTAS
( Balzac d'après ses lettres )
Texto publicado en La Nation, el  22 de noviembre de 1876.

      ¿Ha soñado usted alguna vez con recorrer un país maravilloso y nuevo; con atravesar pueblos muertos llenos de sorpresas, de campos pletóricos de verdor, de ciudades llenas de personas desconocidas; de espectáculos desarrollándose, y desde lo alto de las montañas poder percibir unas vistas que persona alguna ha visto nunca?
     Tal es la impresión que se siente abriendo la correspondencia de Balzac, pues no hay país más magnífico que el cerebro de un gran escritor. Se pasea en medio de la multitud y la variedad de su imaginación, y, como unos paisajes inesperados, aparecen en todo momento los horizontes de su pensamiento, las sorpresas y las perspectivas de su genio.
      Hemos encontrado en ese libro tantas cosas diversas y curiosas que no podríamos contarlas todas. No haremos más que recorrerlas sucintamente, deteniéndonos de vez en cuando.
      Lo que aparece en primer lugar, es una bondad inmensa, un gran corazón, leal, sin rodeos, y tierno como el alma de una niña; un espíritu inocente y sencillo.
      Ávido de afecto, se lo pide a todos aquellos que lo rodean y a los que ama con tal intensidad que hace que nosotros los amemos también. En primer término su hermana, la Sra. Laure Fréville que él nos describe tan encantadora; luego a su madre, excelente mujer, pero que nunca lo comprendió bien, y le hizo sufrir a menudo mediante mezquinas exigencias, como su insistencia en recibir cartas largas y frecuentes en los momentos en que, para salir de los apuros terribles en los que estaba sumido, trabajaba veinticuatro horas seguidas. Es a propósito de ella que un día escribía a su hermana: "Nadie querrá vivir nunca de esta manera sencilla", y más tarde, "pero dile que es necesario prestarse a la felicidad y no asustarla jamás".El sabía como expresarles el cariño que le sofocaba, y se podría hacer una antología con los finales de las cartas amorosas que él inventa para ellas. Allí encontraba unas cosas dulces e inquietas, y allí tenía unos arrebatos de ternura: "Me arrojo sobre tu corazón... Beso tus queridos ojos. " Pasó por atroces miserias y se dedicó a trabajos tales que no se comprende como los pudo soportar. Siempre tenía necesidad de dinero, pero aún más de tiempo: "Los días se funden en mis manos como el hielo al sol", decía.
      Nunca sueña, piensa. Cuando era joven, dijo en una ocasión: "Estoy unas veces tan alegre, otras abandonado a la fantasía, que sería necesario que me deshaga de mi compañía" Y siempre se deshace. Durante el resto de su vida, en efecto, recorrió Europa casi entera, y no vió allí o no meditó sobre otra cosa que las concepciones que él llevaba en su mente. No se detuvo nunca ante una ruina cargada de recuerdos, ante un rincón de un bosque, un rayo de sol, una gota de agua, como lo hace tan bien la Sra. Sand: él no se detiene en esos enormes cuadros, en esas encantadoras descripciones de la naturaleza de la que es pródigo Théophile Gautier. Más tarde él escribió: " Desde que melancolizo, he notado que las figuras aburren al alma y que un paisaje le abre más horizonte "
      En él todo es cerebro y corazón. Todo pasa en el interior; las cosas del exterior le interesan poco, y no tiene más que vagas tendencias hacia la belleza plástica, la forma pura, la significación de las cosas, esta vida en la que los poetas animan la materia;  pues el es muy poco poeta, aunque él lo diga.
      Confiesa que visitando la galería de Dreste, permaneció frío ante los Rubens y los Rafael, porque no tenía en su mano la de su querida condesa Hanska, que más tarde se convertiría en su esposa.
      Es ante todo un torbellino de ideas: un espiritualista; lo dice, lo afirma y lo repite. Es un inventor prodigioso más que un observador. Concebía de entrada sus personajes de una pieza; luego, de los caracteres que les había dado, deducía infaliblemente todos los actos que éstos debían llevar a cabo en todas las ocasiones de su vida. No veía más que el alma. El objeto y el hecho no eran para él más que accesorios.
      Oigamos hablarle del papel del escritor: - "Hace falta siempre volver a lo bello... A quién entonces serviría la inteligencia, si no es al disfrutar de alguna cosa bella sobre una roca elevada donde nada material y terrestre pudiese alcanzarse."
      Admira a Racine, Voltaire y sus tragedias, Corneille al que llama nuestro general, Goethe, y sobre todo Walte Scott cerca del que él encuentra que Byron no es nada o casi nada. Coloca a Auguste Barbier y Lamartine por encima de Victor Hugo al que no reconocía más que en momentos lúcidos. De este modo es tan poco sensible a la misma poesía, y no busca más ideas que las que responden a las suyas, puesto que él coloca a Racine en el mismo nivel que el gran Corneille, aprecia las tragedias de Voltaire del mismo modo que los esplendores de Goethe, y las poéticas pero aburridas lamentaciones de Lamartine mas que los inmensos poemas de Victor Hugo.
     Sus primeras cartas están llenas de espíritu. "Tenemos, dijo, un coronel, quién pasa por una botella llena de esencia de pillín." Por otra parte, como su hermana vivía en Bayeux y su madre le encargaba que le informase que vestuario él llevaba para pasar algún tiempo en esta ciudad, él escribió: "¿Qué es Bayeux? ¿Acaso es necesario llevar unos negros, equipajes, diamantes, encajes, cachemiras, de caballería o de infantería, es decir trajes escotados o hasta el cuello... En que clave se canta? ¿Qué personas se ven? Tonta, tú, tú" Tiene de este modo muchas cartas divertidas.
      Pero el espíritu desaparece pronto, pues la miseria y la desgracia lo abruman. "No he tenido más que reveses, dijo él, siempre he estado sometido bajo un peso terrible." No se encuentra en sus cartas más que grandeza y ternura.
      Atraviesa unos días de desesperación, pero su coraje sobrehumano no le abandona nunca completamente. Decía de su juventud: "No, mamá, no huiré de mi vacas flaca. Me gusta mi vaca"
      Por desgracia, su vaca le rindió bien.
      Tuvo sin embargo, en medio de sus adversidades, los más dulces consuelos que su alma podía desear. Éstos le vinieron de las mujeres, sus fieles amigas. Él estaba ávido de su cariño; lo busca toda su vida. Casi adolescente aún, escribía: "Mi plato está vacío, y tengo hambre. Laure, Laure, mis dos solos y únicos deseos, ser célebre y ser amado, nunca serán satisfechos." Luego más tarde: "Consagrarme a la felicidad de una mujer es para mí un sueño perpetuo." Otra vez, después de uno de esos periodos de trabajo intenso que lo reventaban, fatigado de escribir, se volvía hacia este amor al que llamaba sin cesar y escribía: " En verdad, merezco tener una amante; y todos los días mi temor se acrecienta al no tenerla, porque el amor es mi vida y mi esencia."
      Soñaba, sin fin, y, con una inocencia de escolar que espera el premio al deber cumplido, lo consideraba como la recompensa reservada y prometida por el cielo a sus tareas.
      Nada material entraba en esta sed de mujer. El amaba su corazón, el encanto de su palabra, la dulzura de sus consuelos, el abandono un poco tierno de su comercio, quizás también sus perfumes, la finura de sus manos apretadas, y esa calidez blanda que ella emana en la atmósfera que las rodea. Tenía por ellas un cariño de niño enfermo que tiene necesidad de ser cuidado; se arrojaba sobre su afecto, lo imploraba, se refugiaba allí de sus tristezas, cuando estaba herido por alguna injusticia de esos parisinos " cuya mofa sustituye ordinariamente la comprensión ".
      Jamás tuvo un pensamiento impuro.
      Se defiende con violencia: "Yo un hombre casto desde hace un año..., que mira como mancillando todo placer que no derive del alma no regresa."
     Finalmente su deseo más ardiente fue atendido. Amó y fue amado. Fueron unos desahogos sin fin de adolescente en su primer amor; unos desbordamientos de alegría infinita; unas delicadezas de lenguaje extraordinarias; unas quintaesencias y unas puerilidades de sentimiento. Cuando ella está lejos, duda en comer los frutos que le gustan porque no quiere degustar un placer en la que ella no participa. Él, que se quejaba tanto de perder tanto tiempo en las cartas que reclamaba su madre, pasa noches enteras escribiendo a la que adora, no trabaja y corre al correo a todas horas para buscar las respuestas venidas de Rusia. Luego, cuando no las encuentra, tiene accesos de desaliento casi de locura. Permanece a veces inmóvil; otras se agita sin fin, no sabe que hacer, se irrita y se exaspera. "El movimiento lo fatiga y el reposo lo agobia."
      Le escribe, en este eterno asombro de los enamorados: " No estoy acostumbrado aún a conocerla después de años." Se lamenta en el recuerdo de los días felices que él ha estado cerca de ella. No sabe como expresar lo que siente mientras le viene al pensamiento alguna felicidad lejana. Escribe entonces: "Hay cosas del pasado que me producen el efecto de una flor gigantesca, ¿cómo le podría decir?, de una magnolia que camina, de uno de esos sueños de juventud demasiado poéticos y demasiado bellos para poder ser realizados."
      Su sueño se realizó, pero demasiado tarde.
      Aquella a la que él tanto había amado y que produce tanta admiración, pudo por fin convertirse en su esposa después de innumerables obstáculos. Una enfermedad coronaria lo había minado desde hacía tiempo. En lugar de participar de las glorias de su marido y de disfrutar de la felicidad que le prometía su gran amor, la Sra. de Honoré de Balzac no tuvo más que un moribundo a quién cuidar.
      El final de esta vida es terrible, perdió la vista "sus pobres ojos, tan buenos" y no pudo más que firmar su última carta a Théophile Gautier.
      Se piensa, cerrando este libro, en la tristeza de los últimos días de este hombre de genio que apenas tuvo tiempo de saberse célebre, ni de ser feliz.

22 de noviembre de 1876

Traducción de José M. Ramos González para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre