BATALLA
DE LIBROS
( Bataille de livres )
Publicada en Le Gaulois, el 28 de
octubre de 1883
Durante la última primavera, se ha desatado una gran polémica con el libro
de la Sra. Juliette Lamber, Païenne. Se acaba de producir también un
debate alrededor
del libro de un joven escritor, el Sr. Francis Poictevin; y la Sra. Juliette
Lamber se encuentra, como directora de la Nouvelle Revue, un poco comprometida
literariamente en esta empresa.
Aunque las disputas entre escuelas sean algo inútil en general, tal vez sea
bueno, de vez en cuando, hablar no para convencer a las partes, sino para
tratar sencillamente de aclarar la cuestión.
Païennne, de la Sra. Adam ( Julitte Lambert), ha sido, en general maltratada
por la prensa. Si Païenne hubiese aparecido hace treinta años, o mejor, hace
sesenta, se la habría elogiado con éxtasis. Todo cambia, sobre todo las
modas literarias. Las obras de talento están expuestas, como las demás, a
padecer las modificaciones del gusto general. Solamente las verdaderas
obras maestras no tienen nada que temer del tiempo.
Me gustaría, sin ofender en absoluto a la Sra. Adam, que es una mujer de gran
valor, decir con toda franqueza, con toda libertad, lo que pienso de su
temperamento literario. Por lo mismo que ha sido criticada con violencia, me
tomo el derecho de expresar audazmente mi opinión.
Ante todo es inteligente; muy hábil en manejar a las
personas, en seducirlas y en conquistarlas; fina con un refinamiento un poco brutal; igualmente amable hacia
todos aquellos que valen la pena, con ligeras preferencias, procedentes quizás de una
simpatía o de una buena política; influida por preocupaciones
demasiado diversas para tener una verdad poderosa; potente sin embargo de
gran voluntad, la Sra. Adam parece ser una fuerza de la naturaleza, una casi campesina sencilla y dotada de mil olfatos
de la campiña agudizados por la su gran conocimiento del mundo, por el roce continuo de la sociedad civilizada.
De esta naturaleza femenina de una pieza ha resultado
ser un singular temperamento
literario. Amando las cosas grandes y sencillas, la Sra. Adam se ha encontrado
naturalmente arrastrada hacia el arte griego, que es puramente plástico; de donde
se explica que deteste nuestro arte moderno, sutil, refinado, lleno de
matices. Su espíritu sano y recto no admite la compleja habilidad de los escritores
contemporáneos que van a los fondos misteriosos del alma para
despertar allí unas sensaciones ligeras como esos perfumes rápidos que pasan
por el aire una tarde de verano, que nos rozan un segundo y que no se vuelven a
encontrar. Ahora bien, es poco natural querer ser griego en nuestra manida
época. Y he aquí por lo que Paienne, que es, en mi humilde opinión, la mejor
obra de la Sra. Julieete Lamber, no ha sido comprendida por todo el mundo.
Es un poema de amor exaltado y místico, llego de impulsos ampliamente poéticos,
lleno de ardor, lleno de notables cualidades de estilo, por donde se encuentra también
a veces una manera de decir las cosas que recuerda un poco las perifrasees del abad Delille.
¿ Y el griego ? ¿ Acaso el soplido sensual y verdaderamente poderoso que
circula por esas páginas es exactamente el mismo que animaba a los grandes maestros de la
Antigüedad? Lo
dudo. Hemos tenido a Florian después. La inspiración griega de la Sra. Adam
esta llena de temores modernos, de dudas ante la verdad impúdica y totalmente
desnuda. Es un poco el arte griego como la habría comprendido la Sra. de
Staël, como lo comprendían los elegantes escritores del siglo pasado.
Una de las cualidades de este libro la ha perjudicado. Teniendo que expresar cosas
difíciles de decir, sobre todo para una mujer, la autora es ha esforzado en ser
casta en su verbo. Le ha faltado tener recursos en los giros a los que nosotros
no estamos acostumbrados. Ella pertenece por lo demás a la escuela lieteraria que
nos viene del empático Jean-Jacques Rousseau, de donde sale el pomposo y
magnífico Chateaubriand, y que parece acabada mas o menos poco después de la
muerte de George Sand. Ella cuida su estilo. Cuidar su estilo no quiere decir
trabajar su estilo. El matiz es delicado de diferenciar. Se cuida su estilo cuando uno
tiene un cierto ideal de frase elegante, sonora, pero monótona y un poco ceremoniosa. Se trabaja su estilo cuando uno remueve su frase sinceramente, sin
tomar parte en darle una cierta forma convenida de la que uno no desea salir.
El estilo constantemente cuidado de Paienene ha asombrado a lectores
acostumbrados a las brusquedades e incluso a las brutalidades de la frase
moderna. He dicho que Paienne era un poema, y un poema notable. Está escrito en
una especie de prosa poética a menudo feliz, a menudo encantadora, a menudo también
amanerada, en su cantarín preciosismo.
Ahora bien, la Sra. Juliette Lamber recibo, en la
pasada primavera, un
manuscrito de un joven, el Sr. Francis Poictevin. Este manuscrito llevaba por
titulo Ludine. Después de haberlo leído, respondió con la siguiente carta:
« Ni la forma, ni el fondo, ni el género de vuestro estudio femenino de
Ludine
pueden convenir a la Nouvelle Revue. Esta prostituida inconsciente, idiota,
alrededor de la que se agitan todos los vicios y todas las tonterías sin que
ninguna tenga el relieve satánico que dan una formas dantescas del mal; vuestro
estilo rebuscado, atormentado, a menudo incomprensible para una mujer ansiosa de claridad, de bella lengua
francesa, me hacer deciros: No habrá nunca nada en común entre vuestro talento y lo que a mi me gusta.»
Lo que quiere decir en diez líneas, más claramente: « Vuestro libro es
detestable.»
Una carta tan categórica ha de sorprender cuando se ha
leído esa novela
de Ludine que es, desde muchos puntos de vista, particularmente interesante.
Interesante incluso por sus defectos, tanto como por sus cualidades.
El Sr. Francis Poictevin está afectado de un extraño mal y casi
incurable: la
enfermedad de la palabra. Dotado de una observación infinitamente delicada que
advierte sobre todo las casi inapreciables impresiones, las sensaciones huidizas,
las maldades del alma, los trastornos dolorosos del ser, que se hunde en la
existencia ordinaria, en lo incomprensible en la monótona y llana existencia, que
penetra en las costumbres cotidianas, y se encarniza con los detalles casi insignificantes que forman como la pasta
común de nuestra vida, se imagina
que, para expresar esas cosas casi imperceptibles, para hacérnoslas comprender en
su pobre y pasajera realidad, es necesario un vocabulario especial y unas
formas de frase inusitadas. Entonces inventa palabras, inventa verbos, adverbios
y participios, deforma los otros, combina sentidos y sonidos, y crea una lengua curiosa, confusa, dificil de la que el necesitaría casi la llave.
Es un estudio leerlo, pero un estudio instructivo y saludable.
Existe entre los escritores dos tendencias: una que se dedica a simplificar lo
que es complicado, la otra que complica lo que es sencillo. Al Sr. Poictevin le
gusta complicar, no solamente el pensamiento, sino también la expresión. Y,
verdaderamente, me pregunto si no es posible decir las cosas mas delicadas, de
tomar las impresiones más huidizas y fijarlas claramente con las palabras que empleamos
de ordinario. Todo depende de la manera de utilizarlas. Todos ese engranajes de
frases, esos incidentes interminables, esas contorsiones, esas inversiones, esas
cabriolas y sobre todo esas deformaciones no sirven, la mayor parte de las
veces, creo yo, más que para irritar al lector.
Pero, una vez hecha esta crítica, me asombra que
la Sra. Adam no haya comprendido y saboreado lo que hay de notable en Ludine,
esta observación tan profunda, tan aguda, tan personal, tan artística del
sufrimientos del alma. Este libro es curioso sobre todo porque es el tipo nuevo
de esta literatura enfermiza, pero singularmente penetrante, sutil,
investigadora que nos viene de esos dos maestros modernos, Edmond y Jules de
Goncourt. El discípulo no tiene la seguridad del maestro, su destreza en jugar
con la lengua, en dislocarla a su antojo, en hacerle decir lo que él quiere. A
menudo confuso, se esfuerza, sufre, pero nos recuerda en ciertas paginas esas
obras maestras, Manette Salomon y Germinie Lacerteux.
El Sr. Francis Poctevin nunca llamará la
atención del gran público. Puede hacer su despedida desde hoy. Pero dará a
los artistas difíciles, a los artistas delicados, muy interesantes y novedosos
estudios. Aquellos le leerán, tendrán tal vez un poco de agujetas al día
siguiente, pero estarán también con frecuencia felices. Su manera es penosa,
pero curiosa, y, ente los libros aparecidos poco después, Ludine me
parece uno de los más notables, sin olvidar también los pequeños cuentos,
claros, encantadores y auténticos, del Sr. Francis Enne, otro joven escritor
que comienza a despuntar.
28 de octubre de 1883
Traducción
de José M. Ramos González para
http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión
en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre