¿ CAMARADERÍA ?...
( Camaraderie ?... )
Pubicado en Le Gaulois, el 25 de
octubre de 1881
Ella ha contado entre sus hijos a todo lo más ilustre que ha pasado sobre la
tierra, esta república de las letras a la que han pertenecido los más grandes
apellidos grabados en la memoria de los pueblos. Ella ha sido la élite de la
raza humana, la madre del pensamiento, de las ideas grandiosas, del espíritu en
sus más elegantes manifestaciones.
Por eso mismo, por respeto a la literatura, por
estima de si mismos, por orgullo de su arte, los escritores ¿ no deberían
tener el deber de apoyarse, de defenderse, y sobre todo de conservar intacta la
memoria de sus muertos egregios, de aquellos cuyos nombres aportarán la gloria
y una luz más intensa sobre esta difícil y noble profesión de hombre de
letras ?
La palabra « camaradería », banal en muchas
ocasiones, toma una significación particular cuando se trata de la «
camaradería literaria »- ¿ No debería existir un lazo especial, un lazo
sagrado, entre esos hombres que viven únicamente para el pensamiento, que viven
del pensamiento, es decir de lo que hay más elevado y más inmaterial en el
mundo ?
Por desgracia, si existe un vínculo entre los escritores
- es el lazo de los celos.
No, nunca en ninguna carrera, en ningún oficio,
en ningún arte, se ha llegado tan lejos la necesidad de denigrar al rival, la
rabia de los éxitos de los demás, la incomprensión, voluntaria o no, de todas
las diversas manifestaciones del talento de los otros.
Por todas partes donde los hombres de letras se reúnen,
despellejan al colega.
También, si alguien de nosotros no es lo
bastante fuerte para no esperar de alguien ni afecto ni simpatía, si tiene
necesidad de tener un amigo en el que volcar su corazón, ¡ que no elija ese
amigo entre los escritores !
No niego que haya excepciones. Las he visto; pero
son raras.
La amistad de un hombre de letras, incluso fiel,
sincera, totalmente granjeada, es peligrosa, porque lleva en él, mas fuerte que
su devoción al amigo, una especie de comezón de hablar, de escribir, de
juzgar, que lo posee, incluso inconscientemente, de cosas de las que calcula mal
el alcance.
Esto se ha visto aún últimamente, y me hubiese
gustado no ser impelido a hablar de los Recuerdos literarios publicados
en la Revue des Deux Mondes, por el Sr. Maxime Du Camp.
El Sr. Du Camp, que fue uno de los más íntimos
amigos de Gustave Flaubert, y que lo quiso ardientemente, no lo dudo, no había
previsto, seguramente, el efecto que producirían sus revelaciones.
Gustave Flaubert, se sabe hoy, estaba afectado de
un terrible mal, la epilepsia, del que ha muerto. Todos aquellos que conocían
este secreto, lo habían ocultado cuidadosamente; y cuando unos extraños se
asombraban de ver que el maestro nunca quería regresar solo a su casa durante
la noche ( incluso en coche ), nosotros no les contábamos las profundas
angustias del gran escritor que ocultaba su tormento como una vergüenza, con un
pudor malsano.
La publicación de este documento íntimo me ha
herido hasta el fondo del corazón. Pero me decía a mí mismo que yo lo
interpretaba, sin duda, con una delicadeza exagerada. Después de este juicio
volví a ver a los amigos del muerto, a quienes encontré sorprendidos de
estupor por el procedimiento seguramente irreflexivo del Sr. Maxime Du Camp. Eso
no es todo; incluso los indiferentes, como el Sr. Louis Ulbach, en la Revue
politique han protestado duramente, pero no sin razón, contra esta
revelación. Otros han seguido. Luego recibí unas cartas, muchas cartas, de
personas que han amado al ilustre escritor desaparecido. Una de ellas me
emocionó. La remitía una mujer a la que nunca he visto y a la que no ha
conocido mi querido y pobre maestro. Admiradora apasionada de su obra,
estremedica en su instintiva y vibrante sensibilidad de mujer, me ha escrito
veinte adorables líneas, que me han hecho pensar en esos AMIGOS IGNORADOS de
los que el mismo Flaubert hablaba a menudo. El Sr. Du Camp añade que a partir
del día en el que la gran neurosis se abatió sobre él, el espíritu de
Flaubert quedó trabado; que se quedó desde entonces en el mismo círculo de
ideas y de bromas; que no se avanzó más. Y el crítico, aun reconociendo el
excepcional talento de su antiguo camarada, estimaba que, si su entendimiento no
hubiese sido oscurecido por esta horrible enfermedad, ¡ habría sido un genio !
Dejando aparte la cuestión de la amistad, yo no
responderé más que dos cosas:
- Si el hombre que, al lado de Balzac y después
de Balzac, ha creado la novela moderna; el hombre cuya inspiración personal ha
puesto su impronta a toda nuestra literatura; el hombre cuyo soplo generador
pasa todavía por todas las novelas que se han publicado hoy; el hombre que ha
dejado libros como L'Education sentimentale y Madame Bovary, Salammbô
y La Tentation, sin contar esa prodigiosa obra maestra que se llama Saint
Julien l'Hospitalier, - si ese hombre no es un ser genial, ¡ desconozco
absolutamente lo que es el genio ! El Sr. Maxime Du Camp observa aún que su
amigo, cuya imaginación fue fulminada, no ha pasado el resto de su vida
haciendo otra cosa que transcribir las concepciones de su juventud. ¡ Caramba !
¡ me parece que eso es suficiente ! Nadie ignora por otra parte que la facultad
imaginativa y conceptual parece debilitarse en todo artista desde que está
maduro. Él produce entonces. Las flores no duran todo el año; aquellas que son
fecundadas forman los frutos; las otras caen. Hay hombres como árboles.
El Sr. Du Camp parece reprochar todavía a
Flaubert su singular conciencia de escritor, su prodigioso trabajo para elaborar
una frase.
¿ Boileau no ha dicho: « Siempre sobre el
oficio, etc. » ?
¿ Buffon no ha escrito: « El genio no es más
que una larga paciencia » ?
No tengo ninguna dificultad en aceptar que los
artículos del Sr. Du Camp son, en muchos puntos, de una singular exactitud, de
un análisis profundamente sutil. Pero en definitiva, este escritor de talento,
que parece hacerse un especialista en revelaciones, habría tal vez podido
omitir algunas.
Sin embargo yo no hubiese hablado nunca de estos
estudios, a pesar de la polémica que han levantado, si no me acabase de llegar
una revista donde leo respecto a este tema las líneas siguientes, bajo una
firma que me resulta totalmente desconocida:
« Él (el Sr. Du Camp) evoca la figura extraña,
enfermiza, de ese Gustave Flaubert, el hombre de un único libro, o más bien de
dos libros, cuyo atroz sufrimiento explica el enorme orgullo, la vanidad
colérica, las extravagancias irritantes.»
« ¡Ese Gustave Flaubert ! » - Parece que el
ilustre autor de este artículo tiene el derecho de despreciar un poco al
novelista.
« ¡ El enorme orgullo ! »- Eso significa que,
teniendo conciencia de su valor, Flaubert nunca ha dicho a los mediocres: «
Pásame el tiesto que yo te daré la planta.» Se ha mantenido por encima de
todas las luchas periodísticas, de todas las dipsutas, de todas las rencillas
de escritores; no ha vivido más que con unos fieles de su talla, como los
señores Tourgueneffe, de Goncourt, Renan, Taine, o con verdaderos amigos,
ilustres también ahora, pero de la siguiente generación, como los señores
Zola y Alphonse Daudet. Él daba su valor a esta camaradería literaria de
caracter recíproco, él que fue el mejor, el más abnegado, el más ardiente de
los compañeros, él que, hasta su muerte, luchó por la memoria de su viejo
amigo Louis Bouilhet, consintiendo incluso en participar en una polémica con un
grotesco consejo municipal, escribiendo un prefacio, lo que aborrecía, y dar
todo su tiempo en recuerdo de sus queridos desaparecidos.
Esto es sin duda lo que usted entiende también
por « extravagancias irritantez », ¡oh! crítico que niega La Tentation y
L'Education, que apenas acepta Salammbô, y que se atreve a
escribir estas cosas, más funestas seguramente para su renombre que para la
memoria del gran maestro de la novela moderna.
He dicho « gran maestro de la novela moderna ».
No soy el único en pensar así. Permítaseme citar un pasaje de una carta
recibida estos últimos días, de un extranjero al que solo conozco de nombre,
el doctor Éduard Engel, director de una de las más grandes revistas críticas
de Europa, el Magazin, de Berlin:
« Le ruego que crea que todas mis simpatías
literarias y personales son para usted como para todos aquellos que han sido los
amigos del gran maestro del Arte moderno, Gustave Flaubert. Usted encontraría
aquí, si el azar lo trajese a Berlin, un círculo en el que Flaubert es el
Dalai-Lama. » He aquí lo que se piensa incluso en Alemania. El periodista de la
Illustración piensa otra cosa. Esto no perjudica a Flaubert.
25 de octubre de 1881
Traducción
de José M. Ramos González para
http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión
en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre