LAS CANTINELAS
( Les Scies )
Publicado en Le Gaulois du 8 février
1882.
¡ Decir que París acaba de ser sacudida, durante cinco días, por las
peripecias de una partida de billar !
Los periódicos informaban de los resultados; y,
cada tarde, en la plaza de la Ópera, la multitud, esa bestia de mil cabezas,
ese montón bullicioso de humanidad curiosa, contemplaba ávidamente los
transparentes cuadros donde los puntos eran consignados. Y se gritaba, se
aplaudía, se abucheaba. Toda la tontuna popular era patrióticamente sacudida.
¿ A quién le importará el billar, de América o Francia ? Lucha heroica. ¡
Ambas Repúblicas, aquellas que se llaman grandes Repúblicas, luchando como
Roland y Ollivier en la Légende des Siècles ! Y cada tarde el duro
combate recomenzaba; y las partidas eran retransmitidas por el cable
trasatlántico; y en los elegantes salones, las muchachas de ojos divinos
preguntaban con angustia a los hombres que regresaban del círculo: « ¿ Sabe
usted quién ha ganado esta tarde, Slosson o Vignaux ? »
Hace ya demasiado tiempo que dura esta
insoportable cantinela. ¡ Ese ridículo duelo de carambolas que toma
proporciones de un acontecimiento público, que recomienza periódicamente al
estilo de la antigua disputa de los Capuletos y los Montescos, esto que remueve
el poso de tontería que todo pueblo lleva en él; haciéndola subir como una
espuma hacia la superficie, exponiéndola al gran día ! ¡ El duelo de América
y Francia sobre un tapiz cercado por bandas ! ¡ El campeonato de billar entre
Francia y América ! ¡ Oh !
Que los Sres. Vignaux y Slosson se divierten
jugando al billar, es su incuestionable derecho. Que las combinaciones de las
carambolas constituyan el gran interés de su vida, el gran esfuerzo de sus
pensamientos, produciéndoles la mayor tensión de su inteligencia, nadie lo
duda; nadie tiene el derecho de censurarlo. Pero que hagan interrumpir la
circulación sobre el bulevar alborotando a los curiosos, bajo sus ventanas; que
favorezcan, por lo mismo, el crecimiento de la tontería en Francia, es
demasiado.
Vencido, el Sr. Vignaux, ha rechazado, según
parece, la mano que le tendía el Sr. Slosson. ¡ No ha parecido caballeroso
!... ¡Caramba ! Y se le ha abucheado. ¡ Misericordia ! La multitud es
despiadada. ¡ Cuán Olivier fue más magnánimo, mas grande con Roland,
ofreciéndole la mano de su hermana para terminar la lucha !
Que entusiasmo en el público si esta partida
encarnizada hubiese tomado un final tan heroico como el poema de Victor Hugo.
Plus
de queue en leurs mains, de cheveux sur leurs têtes, |
Con
mas tacos en sus manos que cabellos en sus cabezas, |
Y de este modo nos habríamos desembarazado de esta cantinela
carambola-patriótica.
Pero las cantinelas son eternas. Y el Sr. Vignaux
acaba de ser provocado por un nuevo campeón. Hasta pronto este interesante
torneo, donde el honor nacional se encuentra aún interesado. Siendo además la
plaza de la Ópera insuficiente para contener al ansioso público, ¿ no podría
ponerse el palacio de la Industria a disposición de los contendientes, y
anunciar cada punto del campeón francés con un cañonazo disparado desde los Inválidos,
como se anunciaban, antiguamente, las victorias ?
Se cuenta también que un desafío acaba de ser
lanzado por un célebre jugador de biribi de Montmartre a todos los aficionados
del universo. Todavía otro campeonato. Luego asistiremos a las apasionantes
rivalidades de los jugadores de loto, de vuelo de pichón, de trompo holandés,
de tute, de peonza, etc.
Resígnemonos.
Ya hemos tomado nuestra parte bien en otras cantinelas, que por ser más
antiguas, no son menos insoportables. Lo asumimos de un modo regular, bien con
un entusiasmo de buen gusto, o con paciencia muda.
¿ No es el cambio de ministerios la más terrible de todas ? Piensen
pues,
tres veces por año se sustituye al Sr. Goblet por el Sr. Timbale o el Sr.
Timbale por el Sr. Goblet. Esto no cambia nada, es cierto, y nos deja
indiferentes. Pero cada vez que sucede, todos los periódicos, todos nuestros parientes,
amigos, vecinos, en el restaurante, en el ferrocarril, en ómnibus, vuelven a
comenzar la misma discusión sobre la manera de aplicar en Francia el régimen
republicano. Con una seriedad prudhommesca y serena, repiten invariablemente
los mismos argumentos que los hechosacaban invariablemente desmintiendo tres meses
después ¿ Y aún asi, no estamos rabiosos ni somos anarquistas
aguillotinadores ?
Es necesario confesar que el olvido cubre rápido a los ministros cesados. ¿
Quién sabe sus nombres tres días después de la caída ? ¿ No sería divertido
pedir de repente a todas las personas reunidas en un salón que nombrasen a
todos los miembros del Gran Ministerio difunto ? ¿ Cuántos podrían
recordarlos ?
En verdad, de todos los ministros que se han sucedido desde hace diez años, uno
solo es inmortal, incuestionablemente. Se llama general Farre. ¿ Y por qué
su nombre aparece, hasta hoy, imperecedero ? Por algo bien sencillo: ¡
suprimió los tambores ! ¡ Es el Aristóteles del siglo ! Él puede exclamar: ¡
Eureka ! ha encontrado un medio para la inmortalidad, el verdadero, el
único, el medio a lo Mangin y a lo Alcibiades. Y en mil años, nadie citará
más los nombres de los Sres. Devès, Raynal y Cie, se hablará todavía con
asombro del hombre que ha suprimido los tambores en el año francés, como se
habla hoy de aquel que quemó antaño el templo de Éfeso.
¿ Cantinelas ? Llueven todo el año. Por ejemplo: las obras de beneficencia
para el extranjero, la caridad para la exportación, la limosna publicitaria, la
piedad con baile, desde la compasión por los infortunios lejanos, hasta el más
grande adelanto de los agentes, de la fiesta, y al real detrimento de
nuestro país.
Inundaciones de Hungría, inundaciones en España, incendios en Viena y otros.
Todo el dinero recogido pasa invariablemente a la caja de la organización. Pero
poco importa.
¿ España ha celebrado una corrida de toros; Austria-Hungría ha organizado una
tómbola para los cientos de muertos de Perrégaux ? Y allí abajo el país
está asolado, el gran embalse fecundando la llanura está destruido, ganado,
cabañas y casas han sido arrastradas por el agua. ¡ Basta ! Fue en Argelia. ¿
Que beneficio, que condecoraciones, que honores, que prerrogativas podrían
concederse a las personas generosas que se pusieron al frente ?
Pero la más tenaz y la más horrible de las indestructibles cantinelas es tal
vez la « cuestión de la Ópera »
El Estado nombra periódicamente a un director para este establecimiento
financiero. Aquél, desde que entra en funciones, no tiene más que una idea,
muy comprensible: organizar las menos óperas posibles y ganar el máximo dinero
que pueda. La música, naturalmente, es la menor de sus preocupaciones. El
público y los críticos de la prensa, que esperaban al nuevo funcionario, con
una credulidad que nada desalienta, se ponen entonces a aullar detrás de él
como los perros a la luna, con tanto éxito, por otra parte, como esos animales
con el astro nocturno. Pues ellos no la hacen caer del mismo modo que los perros
tampoco lo logran. No llegan más que a reanimar esa queja que se
denomina la
cuestión de la Ópera.
El remedio es sin embargo bien fácil: suprimir la Ópera. Todo el mundo
ganaría: los indiferentes, que no se enervarían mas; el público, al que se le
salvaguardaría su gusto e inteligencia; el arte, en la persona de los
músicos, que, desprendidos del deseo de ganar mucho dinero, harían por fin
auténtica música. Únicamente perdería el director. Pero, con las capacidades
financiera que demuestran generalmente estos elegidos, podría fundar una nueva
Unión General, más próspera que la del Sr. Ingeniero Bontoux.
Sí, el arte ganaría; pues no conozco nada más monstruosamente repulsivo que
esos personajes engalanados con ridículas vestimentas que se dedican, con gestos
inenarrablemente grotescos, a bramar sus sentimientos y aullar su historia ante
una multitud.
La intriga, además, es tan estúpida que nadie la comprende nunca. La prosa
rimada que la cuenta produce ataques de epilepsia a los poetas y a los
prosistas; sin contar que los actores sienten tan bien lo anormal y
burlesco de ese relato musicado, que ni incluso se toman la molestia de mimar
sus papeles. Se adelantan, levantan el brazo derecho, el brazo izquierdo, dan
tres pasos a derecha, tres pasos a izquierda, o bien tienden ambas manos hacia la
muchedumbre como si le presentasen a un recién nacido. Eso es todo.
Expresar unos sentimientos de ese modo me parece una idea de salvajes. Sin embargo
este género de espectáculo es más infantil que los misterios de la Edad Media;
y, si se retoma por casualidad una de esas obras dentro de quinientos años, por
curiosidad histórica, la sala rodará en accesos de loca alegría, tan
irresistiblemente cómicas son esas representaciones. Nosotros no nos damos
cuenta, acostumbrados a esas cosas grotescas; y sin embargo ¡ una ópera
cualquiera debería provocar en nosotros más risas que Divorçons ! o
no importa que comedia extravagante.
Entonces, ¿ qué quiere usted ? me preguntarán.
La música sencilla, donde
la voz humana no sea más que un instrumento. O bien, si usted está destinado a
hacer literatura para ponerle música, le pido haga otro tanto para la pintura. ¿
Pero que se haría de la Ópera ? ¿ En qué podría emplearse ese mediocre
monumento ?
¿ En qué ? Que se le conceda a los Sres. Vignaux y Slosson para dar allí sus
representación, y que se escriba sobre la pared: « Academia nacional de billar
». El letrero, por lo menos, no mentirá.
Entre las cantinelas, citamos de memoria las manifestaciones políticas sobre la
tumba de los ciudadanos fallecidos, los niños prodigios, las declamaciones de
los periódicos religiosos sobre la pretendida cena en la charcutería de
Sainte-Beuve... y todavía otras más.
8
de febrero de 1882
Traducción
de José M. Ramos González para
http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión
en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre