CARTA A UN PROVINCIANO
( Lettre à un provincial )

Publicado en Gil Blas, el 24 de noviembre de 1885

UN DOMINGO
EN EL DESVÁN DE EDMOND DE GONCOURT

      Ayer pasé la tarde con Edmond de Goncourt quién ha retomado los domingos de Gustave Flaubert.
     Esos domingos eran célebres entre los hombres de letras. Allí se veía a Tourgueneff, Daudet, Georges Pouchet, Zola, Claudius Popelin, Hurty, Frédéric Baudry, Catulle Mendès, Bergerat, que en este momento hace unas crónicas de una gracia completamente divertida, Huysmans, José Maria de Hérédia, Hennique, Céard, Gustave Toudouze, Cladel, Alexis, Charpentier, Taine, etc., etc.
      Muerto Flaubert, se dijo que el lazo que unía a todos esos hombres se había roto. Luego, el pasado año, el correo distribuía una mañana en París una cincuentena o una centena de pequeñas cartas anunciando que el desván de Goncourt estaba abierto todos los domingos. El maestro que en Auteuil, habita la adorable y admirable casa de la que el mismo ha tenido cuidado de describirnos con todos sus detalles, había hecho derribar un tabique entre dos habitaciones del segundo piso, con el objeto de tener una pieza bastante grande para recibir allí a todos sus amigos.
      Se entra en un bonito vestíbulo y se advierten, a la derecha en el comedor, exquisitas tapicerías del siglo pasado. Luego se sube. Los apartamentos del primero están cerrados. Encierran las colecciones china y japonesa, y la biblioteca del dueño, más una parte de dibujos, pasteles, guaches, pinturas de Watteau, Van Loo, Boucher, Fragonard, etc., etc., que hacen único en París este domicilio de artista.
      En el segundo piso, se abre una puerta. Las paredes están cubiertas de tela roja iluminada por unas lámparas veladas, cuya claridad suave parece más bien un reflejo que una luz.
      Llega el dueño, tiende la mano, sonriente y grave. No ha cambiado nada después de diez años. Parece inmutable. Siempre tiene ese aire altivo y benevolente que me había impresionado antaño.
      Una docena de hombres de pie o sentados charlan suavemente. Se les reconoce uno por uno en la media sombra de la habitación. Los domingos de Goncourt parecen más tranquilos que los domingos de Flaubert. Aquí está Daudet, un poco pálido todavía, pues acaba de estar enfermo. Habla a media voz, más alegre y espiritual que nunca. Habla de las personas y de las cosas con esa malicia meridional que toma en su voz un sabor incomparable. Su manera de ver la vida, los seres y los acontecimientos colorea de un modo exquisito todo lo que dice.
      En un rincón Huysmans, el asombrado escritor de A Rebours, Bonnetain, que acaba de llegar de Japón. Abel Hermant, que se felicita por ese libro singular, extraño, obra de artista y de observador minucioso: La Mission de Cruchod, los dos Caze, Robert, grande, delgado, pálido y moreno, figura de gran carácter, Jules, mas rubio, con los cabellos largos, un poco según la moda obligada de los poetas parnasianos, miran unas imágenes japonesas traídas por Bonnetain.
      Céard, más lejos, charla con Charpentier, Alexis y Robert de Bonnières. Heredia habla de versos con el conde Primoli. Toudouze escucha. Y Goncourt va de un grupo a otro, se mezcla en todas las conversaciones, vuelve a sentarse, enciende un cigarrillo, se vuelve a levantar, enseñas unas figurillas admirables, unos dibujos de viejos maestros, tierras de Clodion.
      Luego se va cuando son las seis, diciendo: « Hasta el domingo. »
      Y he aquí, desde luego, querido, lo que se puede ver más interesante en París, en este momento.

24 de noviembre de 1885

Traducción de José M. Ramos González para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre