CHINA Y JAPÓN
( Chine et Japon )

Publicado en Le Gaulois, el 3 de diciembre de 1880

      Una mujer mundana de las más conocidas, daba últimamente una velada que fue muy sonada y donde dos viajeros espirituales, uno hablando y el otro dibujando con talento, expusieron la vida en Japón a la muchedumbre de espectadores y oyentes reunidos alrededor de ambos.
      Japón está de moda. No hay una calle en París que no tenga su tienda de artículos japoneses; no hay gabinete o salón propiedad de una bella mujer que no esté adornado de figurillas japonesas. Vasos de Japón, tinturas de Japón, sedas de Japón, juguetes de Japón, porta lámparas, tinteros, servicios de té, sillas, incluso vestidos, sombreros también, joyas, asientos, todo viene de Japón en este momento. Es algo más que una invasión, es una descentralización del gusto; y el detalle japonés ha tomado tal importancia, nos llega en tal cantidad, que ha matado al francés. Tanto mejor, por otra parte, pues todas las naderías encantadoras que se fabricaban en Francia, antaño, no existen más que en estado de "antigüedad"; y el mismo París no produce hoy más que menudos objetos odiosos, amanerados, pintarrajeados. ¿Por qué? se pregunta uno ¿por qué? Sin duda se debe a que el fabricante produce lo que se vende, responde siempre al gusto del mayor número de compradores. Ahora bien, la ascensión continua de las clases nuevas lleva sin cesar a la superficie una oleada de trabajador popular, pero poco artístico. Una vez hecha la fortuna, se decora, y el gusto, ese olfato de de las razas finas, dejando totalmente al margen nuestra sociedad utilitaria y zopenca, se ve desplegando en salones millonarios una cantidad de objetos para hacernos gritar, toda la repugnante ornamentación que seduce infaliblemente a los salvajes y a los recién llegados ayer, cuyos descendientes, dentro de un siglo o dos, habrán adquirido el buen gusto necesario para distinguir, para comprender la gracia exquisita de las pequeñas cosas.
      La verdadera obra, producto de algunos extraños genios que la tontería ambiental no puede atenazar, se manifiesta al margen de toda influencia de modas o de épocas.
      Pero la figurita, ese pequeño adorno de estantería, objeto de venta corriente, sufre todas las modificaciones del gusto general. Ahora bien, lo vulgar, en este momento, reina y triunfa en la sociedad francesa, y aquellos a los que les queda un poco del antiguo refinamiento, no encontrando en los almacenes más que objetos apropiados para el campesinado universal, se arrojan sobre la figurilla japonesa, encantadora, fina, delicada, y bien hecha. Esta invasión, esta dominación de lo vulgar, fatal en toda república apoyada sobre la mayoría, y no sobre la superioridad intelectual, ha hecho de nosotros un pueblo rico sin elegancia, industrial sin espíritu ni delicadeza, poderoso sin superioridad. Y hete aquí que ahora el último refugio de lo bello, el mismo Japón, suprema esperanza de los coleccionistas, se dispone a tomar nuestros trajes, nuestra ropa, nuestro comportamiento, pues Yeddo será pronto similar a algún subprefecto del Seine-et-Oise. Entonces, adiós a los trajes de seda bordada, a las cosas deliciosamente finas y encantadoras, la gracia en las naderías, todo lo que se podría denominar como la "figurita espiritual".
      Sí, Japón se está aburguesando; y se equivoca, pues el traje negro sienta mal a los pequeños japoneses en alajú. Pero, si Japón pierde su originalidad, si sus habitantes se convierten en orientales de los Batignolles, con tranvías y sombreros claqué, al menos sus vecinos, los chinos, permanecen, en su inmovilidad, rechazando el progreso desde que sus antepasados, contemporáneos de Abraham, han descubierto la brújula, la imprenta, el fonógrafo tal vez, y, se dice que el vapor. Ellos destruyen los trazados de ferrocarril en construcción, y, rebelándose a nuestras costumbres, a nuestras leyes, a nuestros comportamientos, desprecian nuestra actividad, nuestras producciones y a nuestras personas, ellos continúan y continuarán hasta el fin de los siglos viviendo como han vividos sus mayores, y fabricando esos maravillosos jarrones, los más bellos que existen.
      China es el misterio del mundo. ¿Qué fatalidad la abraza, qué desconocida ley y totalmente poderosa ha petrificado a este pueblo que sabía lo que nuestros sabios descubren hoy, en unos tiempos en los que nuestros padres todavía balbuceaban en lenguajes informes, sin gramática y sin escritura? ¡Que importan los japoneses, mediocres imitadores de Europa! Su ideal máximo es convertirse en ingenieros, sueño común desde el Sr. Scribe. Pero un poeta ha hecho decir a los chinos:

La Paix descend sur toute chose,
Sans amour, sans haine et sans Dieu.
Mon esprit calme se repose
Dans l'équilibre du milieu !
Et, très fort en littérature,
J'ai gagné - s'il faut parier net -
Quatre rubis à ma ceinture,
Un bouton d'or à mon bonnet !

¡La Paz desciende sobre todo,
Sin amor, sin odio y sin Dios.
Mi espíritu calmo reposa
En el equilibrio del medio!
¡Y, muy fuerte en literatura,
He ganado - si hace falta apostar claro -
Cuatro rubís en mi cintura,
Un boton de oro en mi gorro!

      Esta modesta ambición de los cuatro rubís y del botón de oro, ¿no es acaso la del verdadero prudente?
      También nos contaban, el otro día, una historia del teatro en Japón. El teatro en china no es menos interesante.
      Como las costumbres de este pueblo extraño, no han variado desde hace siglos, y las piezas que divierten a los mandarines con botón de oro, divertían antaño a sus padres así como a los padres de sus padres.
      El espectáculo tiene lugar generalmente en unos edificios móviles que se montan y desmontan con rapidez, y todo lujo de ornamentación, la riqueza puesta en escena, la variedad de los decorados es completamente desconocida en
ese gran imperio.
      El centro de la sala que corresponde a nuestro parterre, es gratuito. Allí va quién quiere. ¿Cuando nosotros tendremos también localidades gratuitas a disposición del público pobre y letrado, en los teatros subvencionados? ¡Oh, República democrática!
      La policía de la puerta está formada en China por dos oficiales armados de fustas; y cuando la muchedumbre tumultuosa y compacta impide aproximarse a los jergones de las bellas chinas, basta al hombre hacer silbar su blando látigo para que un pasillo se abra enseguida.
      Las piezas representadas se parecen mucho a nuestros romances de la Edad Media. Unas damas prisioneras en torres de porcelana son liberadas por unos caballeros que libran espantosos combates; y la boda tiene lugar en medio de torneos, de divertimentos y fiestas.
      El chino adora la pantomima, ese encantador género demasiado abandonado por nosotros y que para ellos tiene una considerable importancia.
      Las pantomimas chinas están llenas de alegorías filosóficas. He aquí una:
      El Océano, a fuerza de enviar sus olas sobre las orillas, se enamora de la Tierra, y, para obtener sus favores, le ofrece las riquezas de su reino. Entonces los espectadores encantados, ven salir del fondo del mar, delfines, focas, marsopas, unos monstruosos cangrejos, ostras, perlas, corales vivos, esponjas, mil animales más y mis cosas más que siguen, danzando un pequeño paso de carácter, una inmensa y enrome ballena.
      La Tierra, por su parte, para reconocer este cumplido, ofrece lo que ella produce: leones, tigres, elefantes, águilas, avestruces, árboles de todas las especies, y un baile formidable comienza, de una loca alegría y una encantadora fantasía. La ballena avanza hacia el público girando sus ojos: parece enferma, bosteza, abre la boca... y lanza sobre el parterre un chorro de agua grande como un río, una tromba, una inundación. Y el público patalea, aplaude, grita:
      «¡Encantador, delicioso!» que en chino se dice:
      « Hao ! Koung-Hao ! »
      Las piezas históricas también son muy seguidas.
      Las tres unidades que prescribe Boileau no son allí respetadas a menudo, pues la acción a veces abarca un siglo entero o incluso toda la duración de una dinastía. El autor no está atenazado para conducir sus personajes de un lugar a otro. Por ejemplo, he aquí uno que debe emprender un largo viaje. Como no se cambiará el decorado, es necesario utilizar otro procedimiento. El actor, entonces, monta a caballo sobre un bastón, toma un pequeño látigo, lo agita, da dos o tres veces la vuelta al escenario y canta una canción para indicar la ruta que ha recorrido; luego se detiene, deja su bastón en una esquina, su fusta en otra, y retoma su papel. Los personajes en ocasiones son la Luna y el Sol; ellos se cuentan los acontecimientos del espacio, las galanterías de las estrellas, los amores vagabundos de los cometas, y reciben de vez en cuando la visita de un príncipe de la tierra que acaba de mirar en el cielo lo que pasa en su imperio; mientras que el trueno, un payaso armado con una hacha, salta, brinca, patalea, se desarticula.
      «La representación de los actores chinos, escribe un viajero, iguala si no sobrepasa al de los actores europeos. Ninguno de estos últimos se aplica con mayor ansiedad a imitar la naturaleza en todas sus variantes y matices más finos y más delicados.»
      ¿Acaso no es esta la definición absoluta de lo que se llamaría hoy en Francia el «naturalismo» en el teatro?
      Polichinela existe en China desde la más profunda Antiguedad; pues nada es desconocido a esta singular nación, que permanece estacionaria quizás porque ha caminado demasiado aprisa, y usado toda su energía antes de que la historia comenzase para nosotros.
      Dos grandes poetas, Théophile Gautier y Louis Bouilhet, han cantado a la China en exquisitos versos. Nada más encantador que esta confesión de amor que hace soñar y que debería permanecer en todas las memorias:

Celle que j'aime à présent est en Chine ;
Elle demeure, avec ses vieux parents,
Dans une tour de porcelaine fine,
Au fleuve Jaune, où sont les cormorans.

Elle a les yeux retroussés vers les tempes,
Un petit pied à prendre dans la main,
Le teint plus clair que le cuivre des lampes,
Les ongles longs et rougis de carmin.

Par son treillis elle passe la tête
Que l'hirondelle, en volant, vient toucher ;
Et chaque soir, aussi bien qu'un poète,
Chante le saule et la fleur du pêcher.

Aquella a la que hoy amo está en China;
Vive, con sus viejos padres,
En una torre de porcelana fina,
En el río Amarillo, donde están los cormoranes.

Tiene los ojos vueltos hacia las sienes,
Un piececito tomado en la mano,
La tez más clara que el cobre de las lámparas,
Las uñas largas y rojas de carmín.

Por sus arpilleras pasa la cabeza
Que la golondrina, volando, acaba de tocar;
Y cada tarde, tan bien como un poeta,
Canta el sauce y la flor del melocotonero.

      Y este relato del amor entre una flor y un pájaro, que parece contener toda la poesía encerrada en esta patria del color donde los sentimientos están tan decorados como los jarrones:

La fleur Ing-Wha, petite et pourtant des plus belles,
N'ouvre qu'à Ching-tu-fu son calice odorant ;
Et l'oiseau Tung-whang-fung est tout juste assez grand
Pour couvrir cette fleur en tendant ses deux ailes.

Et l'oiseau dit sa peine à la fleur qui sourit ;
Et la fleur est de pourpre et l'oiseau lui ressemble ;
Et l'on ne sait pas trop, quand on les voit ensemble,
Si c'est la fleur qui chante ou l'oiseau qui fleurit.

Et la fleur et l'oiseau sont nés à la même heure,
Et la même rosée avive, chaque jour,
Les deux époux vermeils gonflés du même amour.
Mais, quand la fleur est morte, il faut que l'oiseau meure !

La flor Ing-Wha, pequeña y sin embargo de las más bellas,
No abre más que a Ching-tu-fu su oloroso caliz;
Y el pájaro Tung-whang-fung es demasiado grande
Para cubrir esta flor extendiendo sus dos alas.

Y el pájaro cuenta su pena a la flor que sonríe;
Y la flor es púrpura y el pájaro se le parece;
Y no se distingue demasiado, cuando se les ve juntos,
Si es la flor la que canta o el pájaro el que florece.

Y la flor y el pájaro han nacido a la misma hora,
Y el mismo rocío aviva, cada día,
A los dos esposos rojos henchidos del mismo amor.
Pero, cuando la flor ha muerto, el pájaro tiene que morir.

      ¿No es cierto, señoras, que estos versos son adorables, y que Lemerre debería darse prisa un poco más para darnos la edición completa de las obras de Louis Bouilhet?
      ¿No es acaso verdad también que un país que hace producir semejantes versos a semejantes poetas sería, por ese solo motivo, digno de todo interés?
      Que se me demuestre otro tanto sobre Japón.

3 de diciembre de 1880

Traducción de José M. Ramos González para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre