CON EL MINISTRO
( Chez le ministre )
Publicado en el Gil Blas, el 9 de enero de 1883

      Los periódicos nos han informado el otro día de un hecho absolutamente sorprendente. Un estudiante, el Sr. Martin, acaba de verse expulsado de por vida de las Facultades del Estado, es decir condenado ante la imposibilidad de ejercer jamás una carrera que exija unas titulaciones, ser abogado, médico, etc., por haber colaborado en un pequeño periódico gris, llamado La Bavarde.
     
Esta decisión del consejo de instrucción pública parece tan monstruoso, tan increíblemente indignante que uno duda de entrada en creerlo. He aquí a un hombre expulsado de una buena parte de las profesiones liberales por haber escrito algunos artículos menos impúdicos, seguramente, que las obras de Aristófanes, de Apuleyo, de Ovidio, de Plauto, de Rabelais, de Brantôme, de La Fontaine, de Bocaccio, de Voltaire, de Rameau, de Diderot, de Théophile Gautier ( ver le Parnasse satyrique ), y muchos otros. He aquí a un hombre privado de todo medio de existencia si tenía intención de dedicarse a la medicina, puesto que no se puede ejercer ese arte sin la autorización del Estado, privado de todo medio de existencia si quiere ser abogado, pues ese diploma de charlatán patentado debe ser firmado por unos hombres autorizados, y eso, porque sin duda ha bromeado sobre las diversas formas de hacer niños, pues el delito a ultranza contra las buenas costumbres no echa el ojo más que a este acto honorable y tan natural al que todo el mundo se libra regularmente y sin el que no existiría la humanidad.
      Lo que hay de particularmente impresionante en este asunto, es, en primer lugar, el increíble abuso de autoridad que conlleva, luego la tendencia cada vez más remarcada de nuestros ministros hacia la antigua moral autoritaria de los gobernantes eclesiásticos. ¿ No parece, en efecto, leer un arresto de un antiguo tribunal de obispos gobernando alguna universidad de Salamanca ?
      En cuanto al Sr. Martin, si tiene algún talento, cosa que ignoro, lo felicito sinceramente por la medida que le afecta. Por lo menos puede escapar a la influencia embrutecedora de las altas escuelas del Estado.
      Se pregunta desde hace tiempo de donde viene la impotencia artística de los universitarios. Aquí puede estar la solución al problema. Es sin duda en su extrema castidad a la que se debe atribuir su esterilidad literaria.

      Puesto que estamos en el departamento de instrucción pública, quedémonos allí.
      Se ha insistido mucho, estos últimos días, en que ningún hombre de letras había sido condecorado con ocasión del día del año, y se han buscado las razones de esta exclusión que parece sistemática desde hace varios años atrás.
      En principio, no veo ningún daño en que los hombres de letras no sean condecorados, por ese sencillo motivo de que un ministro no es en ningún modo competente para apreciar sus meritos. Tenemos un ejemplo muy esclarecedor. El Sr. Duvaux, que fue profesor de tercero, y cuya autoridad es incuestionable cuando se trata de barbarismos o de solecismos en un tema latino, pero cuya incompetencia es flagrante si se trata de juzgar el valor de hombres como los Sres. Lecomte de Lisle, Banville, Barbey d'Aurevilly, Zola, Armand Silvestre, Catulle Mendès, Léon Clader, Jean Richepin, Daudet, etc.
      Se habría encogido los hombros de piedad ante la pretensión de un alumno del Sr. Duvaux que hubiese querido apreciar la capacidad de su profesor; pero la distancia es infinitamente más grande entre los maestros del arte francés y este viejo profesor de latín, que entre él y sus escolares.
      He oído decir muchas cosas sobre esta cuestión de la condecoración. Unos hombres, y son numerosos, sostienen esta tesis: no se condecora más que aquellos que pueden dar algo; se condecora a los pintores que pueden dar unos cuadros, a los escultores que pueden dar unas estatuas, a los coleccionistas que pueden dar objetos, a los sombrereros que pueden dar sombreros, a los restauradores que pueden dar cenas, a los periodistas que pueden dar un golpecito en la espalda, pero nunca a los simples hombres de letras que no pueden dar nada.
      Pienso que esas son calumnias.
      Para los periodistas, la cuestión es especial. Se condecora a los periodistas que rinden servicios al poder, como se condecora a los empleados del ministerio que han rendido unos servicios al la administración.
      Se recompensa a los fieles servidores, eso es todo. La cuestión del talento no tiene nada que ver en esto. Se acaba de dar la cruz al Sr. Laffitte, quien desde luego la ha merecido por sus buenos oficios hacia el gobierno, pero que seguramente no tenía la pretensión de obtenerla por sus méritos como escritor.
      Uno a veces se queda estupefacto viendo la cinta roja sobre ciertos pechos; y se comenta: « ¿ Cómo, X... es condecorado, cuando Wolff y Chapron no lo son ? »
      Y he aquí la prueba de que el talento no cuenta para nada en esta cuestión. Descartemos al Sr. Wolff como redactor de un periódico reaccionario. ¿ Por qué el Sr. Chapron no es caballero ? ¿ Por qué ? Porque es un independiente y en absoluto un oficioso.
      Me harto de decir que el azar en las distribuciones ha hecho algunas veces también recaer este galardón sobre unos periodistas de gran merito.
      En cuanto a los hombres de letras, se diría que los ministros juegan a la gallinita ciega cuando se trata de imponerles la cruz.  El alumno Emile Augier fue el primero con la cinta de gran oficial, y el alumno Victor Hugo el vigésimo con la cinta de simple oficial, los alumnos Taine y Leconte de Lisle los ciento cincuenta, con una pequeña cinta de caballero.
      El alumno Barbey d'Aurevilly no tiene más rango que los alumnos Catulle Mendès, Silvestre, Richepin.
      En vida, el alumno Gustave Flaubert había sido clasificado ex aequo, el mismo día, con el alumno Ponson du Terrail.
      Pues bien, mis hermanos, no hace falta querer a los ministros de estas extrañas fantasías. Repitamos solamente la santa palabra: « Perdónalos, oh Señor, pues no saben lo que hacen. »

      He aquí sin embargo que el mencionado Sr. Duvaux acaba de conseguir una cosa extraordinaria. Entre los extranjeros que le eran presentados,  pinchó uno al azar con el tenedor y cayó sobre un hombre de gran talento, el Sr. José María de Heredia, no el ex-consejero municipal.
      El ministro no dudaba desde luego mucho, pues el Sr. de Heredia no ha publicado hasta el presente nada más que un prólogo bastante notable, sin duda, pero insuficiente para constituir lo que se llama un bagaje literario.
     Pero el poeta, pues Heredia es poeta, señor ministro, tanto como los Sres. Silvestre y Catulle Mèndes, el poeta posee en sus papeles una centena de sonetos que pueden ser clasificados entre las cosas más hermosas de la lengua francesa. Me apetece enseñar uno al gran maestro de la Universidad, felicitándole sinceramente por su elección:

LES CONQUÉRANTS

Comme un vol de gerfauts hors du charnier natal,
Fatigués de porter leurs misères hautaines,
De Palos, de Moguer, routiers et capitaines
Partaient, ivres d'un rêve héroïque et brutal.

Ils allaient conquérir le fabuleux métal
Que Cipango mûrit dans ses mines lointaines.
Et les vents alizés inclinaient leurs antennes
Aux bords mystérieux du monde occidental.

Chaque soir, espérant des lendemains épiques,
L'azur phosphorescent de la mer des Tropiques
Enchantait leur orgueil d'un mirage doré ;

Ou penchés à l'avant des blanches caravelles
Ils regardaient monter dans un ciel ignoré
Du fond de l'océan des étoiles nouvelles.

LOS CONQUISTADORES

Como un vuelo de halcones fuera del osario natal,
Cansados de llevar sus miserias altaneras,
de Palos de Moguer, plebeyos y capitanes
Partían, embriagados de un sueño heroico y brutal.

Iban a conseguir el fabuloso metal
Que Cipango maduró en sus lejanas minas.
Y los vientos alisios inclinaban sus antenas
hacia los bordes misteriosos del mundo occidental.

Cada noche, esperando los días siguientes épicos,
El azul fosforescente del mar de los Trópicos
Encantaba su orgullo de un espejismo dorado;

O inclinados al avance de las blancas carabelas
Miraban subir en un cielo desconocido
Del fondo del océano unas estrellas nuevas.

      ¿ Qué concluir de esto ? Que si los Sres. Zola o Barbey d'Aurevilly quisieran ser condecorados ( no les importa mucho, felizmente para ellos), tendrían un medio muy sencillo de conseguirlo, es de nacionalizarse españoles, ingleses o suizos, y se les nombraría, al día siguiente, caballeros de la Legión de honor, pues es indudable que se acaba de condecorar al Sr. de Heredia, escritor francés, únicamente porque es español.
      Otra razón se opone todavía a la condecoración de los hombres de letras.  Resulta que es de uso corriente no dar la cruz a aquellos que la han solicitado.
      Esta regla es inflexible. Cuando la gestión no ha sido hecho personalmente, debe ser realizada al menos por un amigo. Hay que ser flojos, mis hermanos.
      De lo que resulta lo siguiente: no es el gobierno quién juzga el valor del hombre que va a recompensar, sino que es el mismo candidato el que aprecia si está maduro para esa distinción. Él se dice: « Veamos, ¿ no es tiempo ya de hacerme condecorar ?  He hecho esto, he hecho aquello. Desde luego, ¡ lo merezco ! ¡y mil veces ! Escribamos al ministro.
« Y si no se me hace justicia, tengo mi diario, y ya veremos. » Y escribe, haciendo valer sus títulos. El ministro, que no lo conocía ni una hora antes, lee su carta con atención, luego, como tiene miedo a equivocarse, escribe al margen: « a Examinar con cuidado.» « Con cuidado » equivale a una recomendación que tiene en cuenta el director para dar una opinión favorable. Y está hecho.
      En cuanto a aquellos que son demasiado orgullosos para ofrecer su pecho, pueden esperar bajo el olmo. ¿ No es el colmo de lo grotesco ?

      P.D. Acabo de saber en el último momento que el Sr. José María de Heredia ha sido condecorado directamente por el Sr. Ministro de Asuntos Exteriores. Retiro entonces mis felicitaciones al Sr. Duvaux y se las presento al Sr. Duclerc.

9 de enero de 1883

Traducción de José M. Ramos González para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre