CONFLICTOS DIVERTIDOS1
( Conflits pour rire )
Publicado en Gil Blas, el 1 de mayo de
1882
Desde la aparatosa expulsión de los monjes, hemos entrado en la era de los
conflictos ente la autoridad civil y el poder eclesiástico. Tan pronto los
departamentos asisten estupefactos al duelo heroico del prefecto y el obispo,
como Francia entera queda boquiabierta ante al combate singular entre un
ministro y un cardenal.
Pero los conflictos entre los dos poderes que se
repartían hasta ahora el país, toman un particular interés cuando se producen
entre un simple alcalde y un humilde sacerdote; entre un hermano y un maestro.
Entonces, asistimos realmente a las luchas jocosas, cuestiones de fe a
discusión.
El otro día se citaba en este periódico un
artículo del señor Henri Rochefort, a propósito de la nueva ley contra los
escritos inmorales, ley que coloca rayos cargados entre las manos de todos los
Pinard y de todos los Bétolaud del futuro; a propósito de esto, el mordiente
escribano recordaba que muchos monumentos han sido mutilados por el celo ciego
de eclesiásticos atrozmente honestos. Yo le he dedicado la historia siguiente,
real en todos sus puntos, pero ya antigua.
Un pueblecito normando poseía una iglesia muy vieja y declarada de interés
artístico entre los monumentos históricos. Únicamente el encargado de la
conservación de dichos monumentos, podía autorizar las modificaciones o
reparaciones.
No es que se respeten mucho los monumentos
históricos cuando éstos son religiosos. La iglesia romanica de Étretat, por
ejemplo, está adornada hoy con pinturas y vidrieras que harían aullar a todos
los artistas, y las horrorosas ornamentaciones del estilo jesuita han echado a
perder para siempre una multitud de excelentes edificios.
La pequeña iglesia de la que hablo poseía un
pórtico esculpido, uno de esos pórticos en semicírculo donde la fantasía
libre de artistas naïf grabó escenas bíblicas en su simplicidad y en su
incipiente desnudez.
En el centro, como figura principal, Adán
ofrecía a Eva sus ofrendas. El padre de todos nosotros se erigía en su traje
original, y Eva, sumisa como debe de serlo toda esposa, recibía con abandono
los favores de su señor.
De ellos salían, como un doble río, las
generaciones humanas, los hombre fluyendo de Adán y las mujeres de la madre
Eva.
Ahora bien, este pueblo estaba administrado por
un cura, hombre muy honesto, pero cuyo pudor sangraba cada vez que tenía que
pasar delante de este conjunto demasiado natural. En un primer momento sufrió
en silencio, ulcerado hasta el alma. Pero, ¿qué hacer?
Una mañana, cuando venía de dar misa, dos
extranjeros, dos viajeros, parados delante del porche del edificio, comenzaron a
reír viéndolo salir.
Uno de ellos incluso le preguntó:
-¿Es su insignia, señor cura? Y señalaba a
nuestros antiguos padres eternamente inmóviles en su libre actitud.
El padre huyó, humillado hasta las lágrimas,
golpeado hasta el corazón, diciéndose que en efecto, su iglesia portaba en su
fachada un emblema de vergüenza, como un maligno lugar.
Y se fue al encuentro del alcalde, que dirigía
el consejo de la fábrica. Este alcalde era franco y pensador.
Dejo que adivinen cuales fueron los argumentos
del cura y las respuestas del ciudadano.
Loco, el sacerdote imploraba, suplicaba, para que
la autoridad civil permitiera únicamente que se disminuyera un poco a nuestro
padre Adán, solo un poco, una simple modificación a lo turco. Esto no
estropearía nada, al contrario. Además el encargado de la conservación de los
monumentos históricos no vería allí más que fuego. El alcalde fue
inflexible, y despidió al cura párroco tratándolo de retrógrado.
El domingo siguiente, la población estupefacta
se dio cuenta de que Adán llevaba un pantalón. Sí, un pantalón de paño,
ajustado con cuidado por medio de lacre. De este modo, el monumento y el primer
hombre quedaban intactos, y el pudor estaba a salvo.
Pero el funcionario civil dio un salto de furia,
y ordenó al guarda rural quitar el pantalón a nuestro ancestro. Lo que fue
hecho en medio de los divertidos parroquianos.
Entonces el cura escribió al obispo, el obispo
al encargado de la conservación. Este último no cedió.
Pero he aquí que se iba a celebrar una romería
en el pueblo en honor de un santo curandero cuya estatua milagrosa estaba
expuesta en el coro de la iglesia; y esta vez el sacerdote no podía soportar la
idea de que todas las gentes venidas de los cuatro rincones del departamento
desfilaran en procesión bajo nuestro impúdico antecesor de piedra.
Enflaquecía de inquietud: imploraba una
iluminación del cielo. El cielo le iluminó, pero mal.
Una noche, un habitante vecino de la iglesia se
despertó con un ruido singular. Escuchó. Eran golpes violentos, vibrantes. Los
perros ladraban en los alrededores. El hombre se levantó, tomó un fusil,
salió. Delante de la iglesia un curioso grupo se agitaba; y un resplandor de
linterna parecía iluminar una tentativa de escalada, o más bien, de rotura, ya
que los golpes indicaban que se intentaba romper la puerta. Para robar el
cepillo de los pobres, sin duda, y los adornos de altar.
Despavorido, pero tímido, el vecino corrió
hacia la casa del alcalde; éste hizo llamar a los tenientes de alcalde, que se
armaron y militarizaron a los bomberos. Los mozos de labranza se unieron a sus
amos, y la tropa, erizada de guadañas, horcas y armas de fuego, avanzó
prudentemente dando un rodeo.
Los ladrones todavía estaban allí. La puerta
resistía sin duda. Con miles de precauciones, los defensores del orden se
deslizaron a lo largo del monumento; y de repente el alcalde, que iba el
último, gritó con una voz furiosa:
-Adelante! ¡Cogedles!
-Los bomberos se abalanzaron...y pudieron
apreciar, subidos sobre dos sillas, al cura y a su sirvienta mermando a Adán.
La sirvienta, en enaguas, sostenía con las dos
manos su linterna, mientras que el sacerdote golpeaba con toda su fuerza sobre
la piedra dura que cedió justo en ese momento.
-En nombre de la ley, ¡queda usted arrestado!
Vociferó el oficial del estado civil, y arrastró al cura desesperado y a la
criada desconsolada, mientras que el guarda rural recogía, como prueba del
delito, el trozo que acababa de perder el procreador del género humano, además
del martillo y la linterna.
Largas entrevistas tuvieron lugar entre el obispo
y prefecto conciliador para enterrar aquel grave asunto.
Otro conflicto.
Últimamente, varios periódicos nos mostraban la
carta indignada de un valiente sacerdote dirigida al maestro de su pueblo,
requiriendo a este maestro de escuela declarar si sí o si no, había tratado la
Historia Sagrada en broma.
Los periódicos religiosos se ofendieron, los
periódicos liberales argumentaron doctoralmente.
Ahora bien, la cuestión me parece delicada y
difícil.
Según la nueva ley, parece estar prohibido a los
maestros enseñar la Historia Sagrada. ¿Quién la enseñará pues? Nadie.
Entonces los niños nunca la sabrán.
Pero si el maestro está autorizado a exponer las
aventuras de esta colección de anécdotas maravillosas que se denomina el
Antiguo Testamento, ¿podemos exigir que explique, como dogmas de fe, la
creación del mundo en seis días, la detención del sol por Josué, la
destrucción musical de los muros de Jericó, el paseo de Jonás por el interior
misterioso de una ballena, etc?
Cuando enseñe a los futuros electores a no creer
en las varitas mágicas ¿les contará el milagro de Moisés produciendo agua
por un método que, en términos bíblicos, no parece nada normal? Si debe
afirmar que la Sra. Lot fue convertida en estatua de sal, ¿cómo le
prohibiremos que certifique enérgicamente la absoluta autenticidad de las
metamorfosis contadas por Ovidio? Si pone la Historia Sagrada a la misma altura
que la Mitología, si llama a la una "el Relato de las fábulas sagradas de
la Iglesia Cristiana" y a la otra "el Relato de las fábulas sagradas
del paganismo", ¿podremos censurarle, reprenderle?
Yo les digo, de verdad, en este momento, de un
extremo a otro de Francia, que surgen conflictos inefables.
¡Y cómo nos gustaría escuchar los argumentos
que intercambian con sus partidarios y sus adversarios, por la noche, en el
jardín del colegio o bajo la glorieta del presbiterio estos rivales imposibles
de aplacar!
1 de mayo de 1882
1 Este texto, que se aproximaría más bien a la crónica de actualidad, está sin embargo publicado cmo cuento por la Biblioteca de La Pleiade, en su parte más importante, estadno considerado como un alegre cuento normando.
Traducción
de José M. Ramos González para
http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión
en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre