CONTEMPORÁNEOS
( Contemporains )
Publicado en Gil Blas, el 4 de noviembre de 1884

      ¡ Se cierran, señores, se cierran sus timbas ! Parece que ustedes jugaban allí con un ardor inusitado y una loable habilidad. Asi pues, se cierran las timbas de un extremo a otro del bulevar, las timbas frecuentadas, mantenidas, fundadas, presididas por personas conocidas y respetadas, que, a pesar de todo, siguen siendo más conocidas y respetadas que nunca.
      - ¿ Qué se hacía en esas timbas que la policía ha acabado por clausurar ?
      - Allí se hacían trampas, señora.
      - ¿ Nada más que eso ?
     - Sí, nada más que eso, pues eso no es nada. Hoy se oyen rumores y suposiciones sobre la delicadeza de los hombres más considerables de este tiempo. Cuando no es en el juego donde se trampea, se roba, se desvalija, se tima, es en otra parte, por todas partes, tanto arriba como abajo.
      Se rumorea incluso que todas esas timbas cerradas, tan tarde, no la han sido más que para venir en ayuda de otros establecimientos de la misma naturaleza, dirigidos por los poderosos, y cuyo estado financiero dejaba mucho que desear.
      ¡ Excelente ! El público tan sorprendido de estas ejecuciones sin razón seria, pues al fin y al cabo no se trata más que de cerrar un local porque allí se roba a las personas que van de buen grado, cuando no se cierran las calles donde se desvalija, cosa más grave, a personas que no se prestan a nada.
      Sin embargo comprobamos que la policía está indignada.
      Pero el mundo no se indigna, sonríe; murmura: « ¡Ah ! se hacen trampas. - Pues bien, ¿ por qué no se trampeará en un círculo ?»
      Cada siglo tiene su idiosincrasia, cada cuarto de siglo su fisionomía. La historia de Francia hecha desde el punto de vista de las costumbres será más interesante por el bien de los hombres que el solo punto de vista de los acontecimientos. Pero es bastante difícil determinar las causas que modifican, en veinte años, toda la manera de ser de una raza.
      El último siglo tenía un carácter muy especial. Era elegante y depravado. Rechazando la hipocresía de moda bajo el rey anterior, estalla en unas costumbres atrevidamente impuras que eran seductoras para las crisis del espíritu, las fantasías artísticas, los gustos encantadores, la filosofía libre como ningún país había tenido.
      Se puede decir que el pueblo francés ha dado, bajo el Regente y bajo Luís XV, su nota brillante en la historia intelectual del mundo, que ha alcanzado la verdadera cima de su originalidad.
      De este modo cada país llega en un momento preciso a desprender una especie de aroma de humanidad triunfante y madura de la que la historia conserva el gusto. Esta particular madurez no dura nunca. Debido al tiempo y a los acontecimientos, pasa en algunos años como el sabor de los vinos.
      Es de destacar también que la época en la que un país libera el verdadero bouquet de su raza, no corresponde casi nunca con los grandes periodos de esplendor y de prosperidad, pues el temperamento de las naciones como el de los hombres estando hecho tanto de defectos como de cualidades, es necesario, para que ellos lleguen completamente a su desarrollo característico, que sus defectos como sus virtudes alcancen ese grado de madurez que precede a la descomposición.

      No quiero en absoluto decir que estemos en completa decadencia.- ¿ Quién podría afirmar eso ? - Somos diferentes, peores bajo algunas relaciones, mejores bajo otras. Sobre todo parecemos habernos vuelto mucho menos franceses. Pero el rasgo especial a destacar desde hace una veintena de años, es la desaparición casi completa de lo que se podría llamar el honor íntimo. No tenemos más que honor aparente. Y esto se demuestra principalmente por la desaparición total de la escrupulosa probidad, o incluso de la probidad, sin adjetivo.
      Fuesen cuales fuesen los vicios de los hombres de la vieja sociedad, sin embargo conservaban en ellos el sentimiento secreto de la limpieza moral, tenían el sentido muy profundo de una cierta delicadeza de corazón y de una sutil elevación del alma, que a pesar de sus desenfrenos, los hacían mantenerse como caballeros.
      Todos los caballeros no eran nobles, y todos los nobles no eran en absoluto caballeros.
      En el pueblo también era común la probidad.
      Hoy ha desparecido del mundo como del pueblo.
      Salvo robar, se podía hacer todo. Solo eso deshonraba.
      Hoy se puede hacer todo, incluso robar, sobre todo robar, siempre que se guarden ciertas formas exigidas.
      Hace solamente cincuenta años, aquellos de los que se decía « es un hombre honrado » eran bastante comunes. Hoy se han vuelto casi inexistentes. Esto es una paradoja, pero de una verdad deplorable.
      Busquemos de abajo a arriba.
      ¿ Todavía se conocen a esos buenos sirvientes devotos y honrados que no se encuentran más que en el teatro del Sr. Scribe, pero también en las familias ? ¡ Nada de nada ! Nuestros sirvientes son enemigos íntimos instalados en nuestra casa para desvalijarnos. ¿ Hay una cocinera que deje en paz el asa de la cesta ?
      ¿ Conoce usted proveedores escrupulosos ? El principio del comercio moderno no parece otra cosa que el robo organizado, el arte de timar al cliente, de confundirlo sobre la cualidad y la cantidad, de endosarle los deshechos. La falsificación de los comestibles más comunes se ha convertido en algo tan frecuente que hay que organizar ejércitos de químicos tan impotentes en impedir este fraude universal como sería impedir que la lluvia cayese.
      ¿ Cuál es aquél de los primeros restaurantes de París en el que no seamos cada día engañados sobre la procedencia y la edad de los vinos que bebemos a cuarenta francos la botella ?
      Quien no ha padecido el truco del champán barato, el truco de las mezclas, el truco de la moneda de diez francos deslizada bajo la carta, todos los trucos que tenemos que sufrir, descubrir, para no ser desvalijados de la mañana a la noche, por esas honradas personas que se denominan comerciantes.
      ¿ Pero en la alta sociedad ? se dirá usted. ¡Ah ! sí, hablemos de eso.
      La improbidad estalla allí con una increíble impudicia. ¿ Que son nuestros grandes financieros ? Grandes ladrones que desvalijan a los pequeños ahorradores por medio de fluctuaciones preparadas de valores y de hábiles golpes de Bolsa. Toda la manipulación de los altos asuntos no son más que estrategia, duplicidad, acciones desleales empleadas con una extraña audacia para escamotear millones. El éxito legítimo del fraude.
      Repasen la historia de los grandes Bancos, unas grandes Empresas llamadas Nacionales, llamadas Patrióticas, llamadas Humanitarias, y ustedes no encontrarán en el fondo, más que impúdica bribonería.
      Se acaba de condenar a dos diputaos por unos chanchullos poco delicados. Pero si se condenases a todos aquellos, diputados, senadores, funcionarios y demás, que forman parte de consejos de administración sospechosos, que patrocinan asuntos turbios, que apoyan trazados de ferrocarril de interés local y personal pasando por sus propiedades, que prestan la mano, para tenderla de inmediato, a especulaciones inconfesables, los servicios públicos desorganizados dejarían de funcionar, y habría que emplear todo el presupuesto en la construcción de prisiones.
       Miremos ahora en los primeros salones de París. ¿ Que vemos allí ? Hombres portadores de grandes apellidos, de los que se acepta su vida hecha de expedientes odiosos. Se habla, como se hablaría de divertidas locuras, de procesos que ellos emplean para procurarse las sumas necesarias para llevar su suntuosa existencia. Todo vale. Dinero de mujeres, incluso de sus mujeres tomadas en matrimonio por su dote, luego explotadas como se explota una mina, dinero de asuntos turbios, dinero prestado por todas partes, dinero del juego - quien no ha oído decir de veinte hombres conocidos: - « Oh, sabe usted, X..., hace trampas en el juego.»
      ¿ Cuántos nombres han estado involucrados en esos escándalos de las timbas clausuradas ? La multitud, susceptible, tal vez haya designado a algunos inocentes; pero el que haya tanto sospechoso, ¿ no implica que haya también muchos culpables ?

      En fin, es la palabra bribonería que parece hecha para caracterizar nuestra época. Las puertas de los salones más difíciles no se cierran ante los bribones conocidos y cien veces millonarios; y el culto al bribón, habiéndose establecido en nuestras costumbres, todo el mundo se vuelve bribón desde lo más alto a lo más bajo de lo que se llama la escala social.
      No quiero decir que no haya personas honradas. Las hay, y muchas, pero están apagadas, eclipsadas, eliminadas por el bribón que triunfa, que el mundo acoge y aclama.
      Ahora bien, esta desaparición casi total de la probidad ha producido al mismo tiempo un fenómenos completamente extraño, la reaparición del duelo, tan frecuente como los fraudes de los alimentos.
      Y asistimos a ese curiosos espectáculo de ver a nuestros burgueses, ventrudos y envueltos en sus abrigos negros, deambular por las salas de armas y batirse en los prados para defender sus problemático honor, como se batirían en los heroicos días de las corazas y en los días elegantes de las armaduras.
      La continuación en nuestra sociedad democrática, tolerante, complaciente, de esta antigua costumbre de los tiempos en los que se llevaba la espada, como hoy llevamos paraguas, ha de sorprendernos.
      Sin embargo es fácil de explicar.
      Este honor íntimo del hombre, este honor delicado que se podría llamar la conciencia de su probidad, despareció, pero uno experimenta la necesidad de hacer creer en su existencia. Estando muerta la verdadera honorabilidad, uno se fabrica, a golpes de espada, una honorabilidad ficticia, con la que se contenta la sociedad.
      Existen, en verdad, hombres que se baten por otras razones. Se les puede clasificar:
      1º) Aquellos que se baten porque han sido insultados, injuriados, engañados por sus mujeres, sus amantes y sus amigos.
     2º) Aquellos que se baten por imagen, por elegancia, por publicidad, porque está de moda en ese momento. La mayoría de los periodistas pertenecen a esta categoría.
      3º) Aquellos que se baten por que tienen el temperamento batallador.
      Pero la última categoría, la más numerosas, está compuesta por todos aquellos que tienen necesidad de intimidar para cerrar las bocas, para obligar a levantar los sombreros y abrir las puertas y las manos.
       Estos últimos se imponen a la sociedad cobarde e indiferente por la amenaza de su espada.
     Antaño se batía para defender el honor, hoy se bate para construir un honor que tenga curso. Pues el duelo crea una honorabilidad de aventura, o más bien de aventurero, como el amor rehace una virginidad en Marion.
      Se confunde completamente al crápula, valiente porque le hace falta, con el hombre honrado.
      Pero es extraño, ciertamente extraño, que un hombre perfectamente honorable tenga necesidad de ir a tierra, como se suele decir, pues no lo necesitará nunca. Sintiéndose irreprochable no será quisquilloso; no experimentará la necesidad de ir a pedir razón de palabras sospechosas, de propósitos adivinados, de intenciones advertidas.
      Si no se le ha saludado por casualidad, él nunca supondrá que se haya hecho con intención.
      En general, los hombres que tienen el testigo fácil tienen la conciencia nublada: uno es susceptible cuando se siente vulnerable, pues la bestia sufre donde le duele la herida. Ahora bien, si cada vez que un duelo tiene lugar entre esos caballeros de la sociedad media, citados en todo París  y conocidos por la publicidad que ellos se hacen en los periódicos, se desvelase la vida entera de ambos adversarios, se encontraría, ocho veces sobre diez, una tal serie de suciedades que el público horrorizado acabaría por confundir el combate por el honor con las condenas judiciales.
      Y cuando se diga de un hombre: « X ... tiene el diablo en el cuerpo, se ha batido dieciocho veces », uno no podrá impedir murmurar: « ¡ Dieciocho veces !... Debe ser un auténtico canalla...»

4 de noviembre de 1884

Traducción de José M. Ramos González para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre