CHARLA TRISTE
( Causerie triste )
Publicado en Le Gaulois, el 25
de febrero de 1884
Aquí llegan los días
de carnaval, los días en los que el ganado humano se divierte en masa, en
tropel, mostrando su brutal estupidez.
Paris no conoce el carnaval. Por aquí o por allá
pasan algunas máscaras, rápidas, vergonzosas y despreciadas por la multitud que
sale a la calle lenta y pesadamente porque tiene vacaciones.
¡ Es en Niza donde es necesario ver esta fiesta
del animal civilizado ! Hombres y mujeres del pueblo y de la alta sociedad
mezclados, con la cara cubierta con una máscara, encuentran un delirante placer
en arrojarse yeso a los ojos. Una furiosa locura se apodera de estos seres que
gesticulan, gritan, se desafían y se lanzan al rostro puñados de confeti, de
polvo y de guijarros. Semejante estupidez desencadena en alguno de estos hombres
al animal, esa odiosa bestia humana que aparece, aúlla, se embriaga, pelea,
golpea, asola o mata tan pronto como se la suelte y se la azuce, la horrible
bestia que incendia, rapiña y masacra en los días de guerra, que guillotina en
los días de revolución, y salta, sudando, en los días de alegría pública,
embebida en su alegría como en su ferocidad.
¿ Qué dicha estúpida pueden encontrar esas
personas en cegar a los paseantes con el yeso ? ¿ Qué alegría en dar codazos, en
empujar a sus vecinos, en agitarse, en correr, en gritar de ese modo sin ningún
resultado por esas fatigas, sin ninguna recompensa tras esos inútiles y
violentos movimientos ?
¿ Qué placer experimentan en reunirse si es
únicamente para arrojarse porquería a la cara ? ¿ Por qué esta muchedumbre está
delirante de alegría, cuando ningún goce le espera ?
¿ Por qué se habla tanto, días antes de esta
fecha, y se lamenta cuando ha pasado ? ¡ Únicamente porque ese día se
desencadena la bestia ! Se le da libertad como a un perro en el que la cadena de
las costumbres, de la educación, de la civilización y de la ley, lo mantiene
atado todo el año.
¡ La bestia humana es libre ! Ella se alivia y se
divierte según su naturaleza brutal.
¡ No hace falta ver a los hombres, sino a la
misma raza !
¡ He aquí el placer, he aquí por tanto la
felicidad ! Esas personas son felices durante algunos días. Sí, ¡ eso es una
alegría ! No les hace falta mucho más.
Esta idea del placer y de la felicidad es, en
nosotros, tenaz, vivo e indestructible a pesar de la lamentable realidad.
A los veinte años se es feliz porque la fuerza,
el ardor de la sangre, la esperanza indecisa de acontecimientos deliciosos que
parecen tan próximos pero que nunca se alcanzan, bastan para iluminar el alma,
totalmente vibrante con la única alegría de vivir.
Pero más tarde, ¡ cuando se ve, cuando se
comprende, cuando se sabe ! Cuando las canas aparecen y se pierde cada día,
desde la treintena, un poco de vigor, un poco de confianza, un poco de salud, ¿
cómo mantener la fe en una posible felicidad ?
Como una vieja casa, en la que año tras año van
cayendo las tejas y las piedras, como la grieta rasga la fachada y como el musgo
va ajándola desde hace tiempo, la muerte, la inevitable muerte nos pisa
los talones sin cesar y nos va degradando. Ella nos toma, de mes en mes, el
frescor de la piel que ya no volverá, los dientes que ya no volverán a salir,
los cabellos que no crecerán más; nos desfigura, hace de nosotros, en diez años,
un ser nuevo, totalmente distinto, que incluso no puede reconocerse; y además
cuanto más nos posee, nos debilita, nos trabaja y nos asola.
Nos desmigaja a cada instante. En cada día, en
cada hora, en cada minuto, desde que ha comenzado esa lenta demolición de
nuestro cuerpo, vamos muriendo un poco. ¡ Respirar, dormir, beber y comer,
caminar, dedicarse a sus asuntos, todo lo que hacemos, en definitiva vivir, es
morir ! Pero felizmente no pensamos en eso demasiado. Esperamos siempre una
próxima alegría, y bailamos en el carnaval. ¡ Pobres seres !
¿ Cómo soñamos con esa felicidad, nosotros que
sabemos soñar ? ¿ Qué esperamos sin cesar, que no sea esta muerte acudiendo
hacia nosotros ? ¿ Que pensamiento nos engaña de este modo, nos confunde así ? ¡
Pues la humanidad entera espera siempre algo bueno e indeterminado !
¡ Para muchos es el amor ! Algunos besos, algunas
noches de exaltación, de largas miradas, luego llantos, un duro lamento, y el
olvido, eso es todo ! Después la muerte.
Para otros es la fortuna, el lujo de la
existencia, las delicadezas de la vida, las finas comidas que satisfacen el
gusto, las fiestas que estropean al hombre en algunos años, las riquezas del
mobiliario y los respetos de los sirvientes; eso es correr hacia la muerte en
lujoso carruaje en lugar de ir a pie.
Para otros es el poder, el orgullo de la dominación, el
derecho de firmar unos papeles que cambien la existencia de los pueblos ¿ Qué
ganan éstos en lo personal ? ¿ de dulce ? ¿ de bueno ? Para otros, la felicidad
consiste en la vida sencilla, honrada, recta, sin acontecimientos, sin
sacudidas, en medio de hijos; la vida plana como un gran camino, desnuda como el
mar, monótona como el desierto. No esperar nada, no soñar nada imprevisto, no
desear nada extraordinario, sorprendente, ¿ es esto posible para cualquiera que
tenga el espíritu vivo y palpitante ? El miedo de la muerte y de lo desconocido
que está detrás arrojan a otros a la penitencia en el fondo de los claustros.
Renuncian a todo, a todo lo que la vida, nuestra pobre vida, puede darnos aún de
agradable, por el temor de un castigo misterioso y la esperanza de una
recompensa eterna.
¿ Qué ganarán esos timoratos egoístas ?
Sean cuales sen nuestras esperanzas,
siempre nos engañan. ¡ Solo la muerte es una certeza ! ¡ Creo en la muerte fatal
y todopoderosa !
¡ Pero la gente baila en el carnaval y se arrojan
yeso en los ojos !
Luego, cuando la Tierra haya muerto también, ¡ no
quedará nada de nuestros sueños, de nuestras esperanzas, de nuestros trabajos,
de nuestras locuras, de nuestras agitaciones, de nuestros esfuerzos ! ¡ Nada, ni
incluso un recuerdo !
Y tal vez algún poeta, habitando en Marte o
Venus, dirá de nuestro globo destruido lo que el Sr. Edmond Haraucort dice de la
Luna.
Puis ce fut l'âge blond des tiédeurs et des
vents |
Luego llego la época dorada del calor y de
los vientos |
¿ Qué es entonces lo
que sostiene al hombre ? ¿ Qué lo hace amar la vida, reír, divertirse, ser feliz
? La ilusión. Ella nos envuelve y nos mece, engañándonos y seduciéndonos siempre
! Nos hace ver azul, nos hace ver rosa, cae sobre nosotros con los rayos del
sol, flota a nuestro alrededor en la pálida claridad de la luna ! Discurre ante
nosotros con los encantadores ríos, se deposita en la hierba, florece con las
flores, fermenta en el vino, nos estremece, nos seduce, nos turba. Nos oculta
nuestra terrible y eterna miseria, cambia las forma, ve la desgracia siempre
presente y nos muestra la felicidad siempre huidiza.
¿ Qué sería de nosotros sin ella ? ¿ En qué nos
convertiríamos ? Ella se llama la esperanza eterna, la eterna alegría, la eterna
espera; ella se llama Poesía, se llama Fe, se llama Dios. Es gracias a ella que
las madres se consuelan de sus hijos muertos. Es gracias a ella que los ancianos
todavía pueden reír ! No es extraño que uno ría con cabellos blancos, cuando ya
no tendrá jamás cabellos negros.
Algunos pierden esta ilusión, la gran mentira. Y
de pronto ven la vida, la auténtica vida, descolorida, desnuda. Estos son
aquellos que se matan, que se arrojan de lo alto de los puentes a los ríos, que
beben el fósforo de las cerillas o el polvo blanco del arsénico, que se meten en
la boca el cañón de un revolver.
Basta que el velo del Engaño se levante un
instante, basta un amor frustrado, una esperanza caída. Ellos han comprendido:
prefieren acabar con todo enseguida.
Otros también sienten alejarse de ellos esta
tranquila confianza en los felices días venideros. Pero la muerte los aterroriza
y la duda los asusta. ¡ Estos beben líquidos embriagantes y comen opio !
Hombres y mujeres, por millares, se pinchan el
brazo cada día con una jeringuilla conteniendo algunas gotas de morfina, que los
hace entrar un momento en esta ilusión consoladora y dormirse por algunos
instantes, en el hermoso sueño universal del que se estaban despertando.
Unos hombre sin embargo la han perdido toda y no
la pueden volver a encontrar jamás. Gustave Flaubert, en sus cartas, profiere el
gran grito continuo, el gran grito lamentable de la ilusión destruida.
« No creo en la posible felicidad, sino más bien
en la tranquilidad. » Todavía no es aún una negación. Pasemos las páginas:
« Desde que no tengo un libro o que no sueño en
escribir uno, me embarga un aburrimiento de gritar. La vida en definitiva no me
parece tolerable excepto si se la escamotea.
« Me pierdo en mis recuerdos de infancia, como un
anciano... No espero nada más de la vida que una serie de hojas de papel
emborronadas de negro. Me parece que atravieso una soledad sin fin, para ir no
sé a donde. Y soy yo quien soy todo a la vez: el desierto, el viajero y el
camello. »
Y más adelante: - « ¡ No estoy organizado para
alegría como lo estoy para el dolor ! »
Pero cuando aquellos que padecen en el mundo, los
grandes tristes, y arrojan a los hombres sus lamento desesperado, los demás, la
multitud, aquellos que bailan en el carnaval y que les gusta lanzarse el yeso a
la cara, se vuelven, sorprendidos, turbados en su alegría; se enfadan furiosos
contra el miserable: - « ¿ Qué le pasa a este para desolarse así ? ¿ Nos va a
dejar tranquilos ? »
Y declaran: « ¡ Es un enfermo !»
25 de febrero de 1884
Traducción
de José M. Ramos González para
http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión
en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre