Los periódicos parecen haber considerado ya todas las consecuencias del
proceso Roustan-Rochefort. Sin embargo, hay algo en lo que no se ha pensado: es
que el veredicto del jurado hace indispensable la sustitución inmediata de todo
nuestro personal diplomático, al que deberá suceder un personal nuevo, educado
según otros principios. de
arriba a abajo por el juicio de algunos burgueses encargados de sondear la
conducta de nuestro ministro en Túnez. Se afirma incluso que una veintena de
secretarios de embajada han presentado ya su dimisión, o solicitado por
telégrafo instrucciones detalladas y precisas a sus superiores.
Las antiguas reglas de la habilidad internacional acaban de ser conmocionadas
¿ Qué responder a éstos ?
La cuestión es complicada.
Hasta el momento, cuando un joven quería entrar en la carrera diplomática,
debía, ante todo, cumplir las siguientes condiciones:
Ser buen muchacho; noble tanto como fuese posible;
rico; tener la costumbre de frecuentar los salones; saber conversar con las mujeres; y seducir, ¡ oh ! ¡ seducir !
Lo demás importaba menos. Hacía sus prácticas en el ministerio.
Allí se le enseñaba a saludar. Ese saludo de los agregados de embajadas (el
mismo para todos los países), es una de las cosas más difíciles de ejecutar
que hay en el mundo.
Primero se adelanta con orgullo hacia la persona a quién se dirige el homenaje.
Luego se detiene con un movimiento brusco, las piernas rectas, los pies juntos,
el sombrero agarrado con las dos manos contra el vientre; y, de pronto, el torso
entero, desde el punto en el que acaba hasta la coronilla, se baja de un solo
golpe, de modo que el cuerpo forme un ángulo absolutamente recto, y que la
persona saludada, si está sentada, tope su nariz contra la coronilla,
calva o peluda, de la cabeza inclinada.
Se endereza enseguida fingiendo no haber visto a aquél o aquella a la que se ha
honrado así, y se va con un aire de indiferencia.
Parece que no es nada, ¿ verdad ? Pues bien, yo conozco a pocos que ejecuten a
la perfección, esta sabia inclinación.
Cuando un joven aprendiz de embajador sabe realizar absolutamente bien esta
maniobra, su futuro se atisba magnífico. En una palabra, el fondo del saco de
la arteria política en el extranjero es: seducir, gustar, captar. El batallón
de élite de nuestros representantes se recluta exclusivamente entre los
mundanos, y entre los mundanos refinados. En el momento de su marcha, el
ministro de asuntos extranjeros, acercándose a su oído, les confía esas
famosas instrucciones secretas de las que todo enviado ordinario o
extraordinario es depositario. He aquí estas instrucciones en cuatro palabras:
« Todo por las mujeres ». Lo que el diplomático en ocasiones traduce
por: « Todo para las mujeres ».
Y en cada capital destinamos - de un modo
insuficiente ciertamente, para sus funciones - a un enjambre de elegantes
hombres jóvenes a quién el embajador repite sin cesar como un viejo general
alentando a sus reclutas: « ¡ Seduzcan, caballeros, seduzcan ! Sigan las
viejas tradiciones: imiten el ejemplo de nuestro maestro, el duque de Richelieu
». Y se seduce, ya lo creo, se seduce en firme. Todos los secretos de gabinete
se transforman en secretos de alcoba, y viceversa. Las tradiciones de la
galantería no se pierden desde luego, y Francia marcha en cabeza de las
potencias en el corazón de hermosas extranjeras.
Nadie piensa en quejarse.
Ahora bien, he aquí que uno de nuestros
representantes enviados a Oriente, en uno de los puestos más difíciles, en un
país donde todo el mundo es sospechoso, donde todo se paga, donde todo se
compra, donde todo se hace mediante ardides, descubre, en un hallazgo genial
digno del viejo Talleyrand, a esa admirable pareja Elias que todos los
representantes extranjeros debieron envidiarle. Él se sirve del hombre, se
sirve de la mujer siguiendo las enseñanzas recibidas, paga a uno en honores, a
la otra cerrando los ojos sobre las copas de vino, que ella interpreta según el
uso oriental. Cumple su misión perfectamente. El ministro está contento, el
gobernador satisfecho. Nadie reclama. Un proceso tiene lugar, y unos honorables
comerciantes cualesquiera que componen el jurado, condenan a nuestro
representante en un juicio solemne, porque ha puesto en práctica las famosas instrucciones
secretas. « Todo por la mujer. »
Enseguida todas las embajadas son presas del
pánico. No hay más que rupturas, amargas lágrimas, amenazas de venganzas. Y
todos los agregados, desde el primer secretario hasta el último, no se atreven
incluso a dirigir el famoso saludo a una hermosa mujer, con el temor de dar
lugar a la sospecha de una relación.
Esto es otro tanto más grave como que cada
capital posee dos o tres Sras. Elias, unas Sras. Elias de alta cuna, que los
secretarios salientes legan regularmente a los entrantes. ¿ Qué va a ser de
ellas, sin ellos ? ¿ Qué podrán saber ellos, sin ellas ?
Esta situación no puede durar. Es indispensable
que una circular informe exactamente a todos nuestros representantes en el
extranjero acerca de las modificaciones añadidas a las instrucciones secretas
por el resultado de este sonoro proceso.
Lo que queda todavía de particularmente
divertido en este asunto, es la indignación del público en esta revelación de
los « chanchullos tunecinos ». ¡ Cómo ! se os muestran algunos mediocres
timadores de baja estopa, y gritáis ¡escándalo ! ¡ Y vosotros vivís en
París ! Y encontráis totalmente sencillos los chanchullos parisinos de los
encopetados señores de la explotación pública. Desde hace años, unos valores
fantásticos suben y bajan de un modo increíble. Millares de seres, confiados e
ingenuos, son arruinados por algunos aventureros. Un golpe de Bolsa, preparado,
combinado, organizado como un truco de teatro, engulle muchos pequeños ahorros,
hace correr mucha lágrimas, retuerce más brazos que Waterloo y que Sedan. ¡ Y
vosotros encontráis esto simple y natural !
¡ Se habla de copas de vino ! ¿ Pero quién de
nosotros no podría contar historias más escandalosas que las más indignante
aventura revelada en este proceso ? Copas de vino para lanzar especulaciones
sospechosas; copas de vino para hacer aceptar unos asuntos honorables; copas de
vino para hablar; copas de vino para callarse; copas de vino para todo, a
propósito de todo. Nosotros vivimos bajo el reinado de la copa de vino, en el
reino de la conciencia fácil, de rodillas ante el becerro de oro.
¡ Oh ! crédulos jurados, valientes buscadores
de la honorabilidad pura; abandonad París, caballeros; id, id más lejos: no
tenéis nada que hacer aquí.
Pero si él expectorara unas revelaciones sobre
todo lo que sabe, sobre todo lo que sucederá, sobre todo lo que entreve: todas
las horas del día no serían suficientes.
¿ Qué hacer ? Nada. Es la corriente de la
época. Las costumbres americanas han llegado hasta nosotros, eso es todo.
¡ Oh ! lo que me gustaría, por ejemplo, es que un financiero, en el fondo
escéptico y espiritual, escribiese sus memorias, contando todo, pero todo, para
servir a la historia de nuestra generación. Que increíble museo se haría bajo
este título: « Los hombres de Bolsa », o si se prefiere: « Los hombres del
saco », o aún: « Los hombres de presa ».
¿ Por qué no ? ¿ Por qué las finanzas de hoy
( unas ciertas finanzas, al menos ) no tendrían su historia ?
Esas galerías de contemporáneos, cuando están
bien hechas, interesan de un modo particular, y tienen, además, la ventaja de
dejar unos documentos para el futuro.
Un ejemplo acaba de ser dado que convendría
seguir. En el momento preciso en el que esta vieja y anticuada costumbre del
duelo retoma un nuevo vigor, un vigor de moda, periódico, violento y pasajero,
el barón de Vaux, con un extraño propósito, hace aparecer una interesante
serie de retratos: « Los hombres de la espada », que nos hacen pasar bajo los
ojos las curiosas fisonomías de todos los espadachines actuales, maestros de
armas, hombres del mundo, artistas, periodistas.
Él detalla el estilo de cada uno, sus
estrategias, sus costumbres, las juzga como experto conocedor.
¿ Se imaginan los entresijos de las finanzas
desvelados así, con los trucos, los engaños y las trampas, en las que se deja
caer al pobre mundo ?
28 de diciembre de 1881
Traducción
de José M. Ramos González para
http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión
en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre