COSAS DEL DÍA
( Choses du jour )
Publicado en Le Gaulois, el 28 de diciembre de 1881

      Los periódicos parecen haber considerado ya todas las consecuencias del proceso Roustan-Rochefort. Sin embargo, hay algo en lo que no se ha pensado: es que el veredicto del jurado hace indispensable la sustitución inmediata de todo nuestro personal diplomático, al que deberá suceder un personal nuevo, educado según otros principios.
      Las antiguas reglas de la habilidad internacional acaban de ser conmocionadas

de arriba a abajo por el juicio de algunos burgueses encargados de sondear la conducta de nuestro ministro en Túnez. Se afirma incluso que una veintena de secretarios de embajada han presentado ya su dimisión, o solicitado por telégrafo instrucciones detalladas y precisas a sus superiores.
      ¿ Qué responder a éstos ?
      La cuestión es complicada.
      Hasta el momento, cuando un joven quería entrar en la carrera diplomática, debía, ante todo, cumplir las siguientes condiciones:
      Ser buen muchacho; noble tanto como fuese posible; rico; tener la costumbre de frecuentar los salones; saber conversar con las mujeres; y seducir, ¡ oh ! ¡ seducir !
      Lo demás importaba menos. Hacía sus prácticas en el ministerio.
      Allí se le enseñaba a saludar. Ese saludo de los agregados de embajadas (el mismo para todos los países), es una de las cosas más difíciles de ejecutar que hay en el mundo.
      Primero se adelanta con orgullo hacia la persona a quién se dirige el homenaje. Luego se detiene con un movimiento brusco, las piernas rectas, los pies juntos, el sombrero agarrado con las dos manos contra el vientre; y, de pronto, el torso entero, desde el punto en el que acaba hasta la coronilla, se baja de un solo golpe, de modo que el cuerpo forme un ángulo absolutamente recto, y que la persona saludada, si está sentada,  tope su nariz contra la coronilla, calva o peluda, de la cabeza inclinada.
      Se endereza enseguida fingiendo no haber visto a aquél o aquella a la que se ha honrado así, y se va con un aire de indiferencia.
      Parece que no es nada, ¿ verdad ? Pues bien, yo conozco a pocos que ejecuten a la perfección, esta sabia inclinación. 
      Cuando un joven aprendiz de embajador sabe realizar absolutamente bien esta maniobra, su futuro se atisba magnífico. En una palabra, el fondo del saco de la arteria política en el extranjero es: seducir, gustar, captar. El batallón de élite de  nuestros representantes se recluta exclusivamente entre los mundanos, y entre los mundanos refinados. En el momento de su marcha, el ministro de asuntos extranjeros, acercándose a su oído, les confía esas famosas instrucciones secretas de las que todo enviado ordinario o extraordinario es depositario. He aquí estas instrucciones en cuatro palabras: « Todo por las mujeres ». Lo que el diplomático en ocasiones traduce por: « Todo para las mujeres ».
      Y en cada capital destinamos - de un modo insuficiente ciertamente, para sus funciones - a un enjambre de elegantes hombres jóvenes a quién el embajador repite sin cesar como un viejo general alentando a sus reclutas: « ¡ Seduzcan, caballeros, seduzcan ! Sigan las viejas tradiciones: imiten el ejemplo de nuestro maestro, el duque de Richelieu ». Y se seduce, ya lo creo, se seduce en firme. Todos los secretos de gabinete se transforman en secretos de alcoba, y viceversa. Las tradiciones de la galantería no se pierden desde luego, y Francia marcha en cabeza de las potencias en el corazón de hermosas extranjeras.
      Nadie piensa en quejarse.

      Ahora bien, he aquí que uno de nuestros representantes enviados a Oriente, en uno de los puestos más difíciles, en un país donde todo el mundo es sospechoso, donde todo se paga, donde todo se compra, donde todo se hace mediante ardides, descubre, en un hallazgo genial digno del viejo Talleyrand, a esa admirable pareja Elias que todos los representantes extranjeros debieron envidiarle. Él se sirve del hombre, se sirve de la mujer siguiendo las enseñanzas recibidas, paga a uno en honores, a la otra cerrando los ojos sobre las copas de vino, que ella interpreta según el uso oriental. Cumple su misión perfectamente. El ministro está contento, el gobernador satisfecho. Nadie reclama. Un proceso tiene lugar, y unos honorables comerciantes cualesquiera que componen el jurado, condenan a nuestro representante en un juicio solemne, porque ha puesto en práctica las famosas instrucciones secretas. « Todo por la mujer. »
      Enseguida todas las embajadas son presas del pánico. No hay más que rupturas, amargas lágrimas, amenazas de venganzas. Y todos los agregados, desde el primer secretario hasta el último, no se atreven incluso a dirigir el famoso saludo a una hermosa mujer, con el temor de dar lugar a la sospecha de una relación.

      Esto es otro tanto más grave como que cada capital posee dos o tres Sras. Elias, unas Sras. Elias de alta cuna, que los secretarios salientes legan regularmente a los entrantes. ¿ Qué va a ser de ellas, sin ellos ? ¿ Qué podrán saber ellos, sin ellas ?
      Esta situación no puede durar. Es indispensable que una circular informe exactamente a todos nuestros representantes en el extranjero acerca de las modificaciones añadidas a las instrucciones secretas por el resultado de este sonoro proceso.

      Lo que queda todavía de particularmente divertido en este asunto, es la indignación del público en esta revelación de los « chanchullos tunecinos ». ¡ Cómo ! se os muestran algunos mediocres timadores de baja estopa, y gritáis ¡escándalo ! ¡ Y vosotros vivís en París ! Y encontráis totalmente sencillos los chanchullos parisinos de los encopetados señores de la explotación pública. Desde hace años, unos valores fantásticos suben y bajan de un modo increíble. Millares de seres, confiados e ingenuos, son arruinados por algunos aventureros. Un golpe de Bolsa, preparado, combinado, organizado como un truco de teatro, engulle muchos pequeños ahorros, hace correr mucha lágrimas, retuerce más brazos que Waterloo y que Sedan. ¡ Y vosotros encontráis esto simple y natural !
      ¡ Se habla de copas de vino ! ¿ Pero quién de nosotros no podría contar historias más escandalosas que las más indignante aventura revelada en este proceso ? Copas de vino para lanzar especulaciones sospechosas; copas de vino para hacer aceptar unos asuntos honorables; copas de vino para hablar; copas de vino para callarse; copas de vino para todo, a propósito de todo. Nosotros vivimos bajo el reinado de la copa de vino, en el reino de la conciencia fácil, de rodillas ante el becerro de oro.
      ¡ Oh ! crédulos jurados, valientes buscadores de la honorabilidad pura; abandonad París, caballeros; id, id más lejos: no tenéis nada que hacer aquí.
      Pero si él expectorara unas revelaciones sobre todo lo que sabe, sobre todo lo que sucederá, sobre todo lo que entreve: todas las horas del día no serían suficientes.

      ¿ Qué hacer ? Nada. Es la corriente de la época. Las costumbres americanas han llegado hasta nosotros, eso es todo.
¡ Oh ! lo que me gustaría, por ejemplo, es que un financiero, en el fondo escéptico y espiritual, escribiese sus memorias, contando todo, pero todo, para servir a la historia de nuestra generación. Que increíble museo se haría bajo este título: « Los hombres de Bolsa », o si se prefiere: « Los hombres del saco », o aún: « Los hombres de presa ».
      ¿ Por qué no ? ¿ Por qué las finanzas de hoy ( unas ciertas finanzas, al menos ) no tendrían su historia ?
      Esas galerías de contemporáneos, cuando están bien hechas, interesan de un modo particular, y tienen, además, la ventaja de dejar unos documentos para el futuro.
      Un ejemplo acaba de ser dado que convendría seguir. En el momento preciso en el que esta vieja y anticuada costumbre del duelo retoma un nuevo vigor, un vigor de moda, periódico, violento y pasajero, el barón de Vaux, con un extraño propósito, hace aparecer una interesante serie de retratos: « Los hombres de la espada », que nos hacen pasar bajo los ojos las curiosas fisonomías de todos los espadachines actuales, maestros de armas, hombres del mundo, artistas, periodistas.
      Él detalla el estilo de cada uno, sus estrategias, sus costumbres, las juzga como experto conocedor.
      ¿ Se imaginan los entresijos de las finanzas desvelados así, con los trucos, los engaños y las trampas, en las que se deja caer al pobre mundo ?

28 de diciembre de 1881

Traducción de José M. Ramos González para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre