DISCURSO ACADÉMICO
( Discours académique )
Publicado en el Gil Blas, el 18 de julio de 1882

      Señoras, Señores,

      ¿ No fue el Sr. Renan quién, llamado a presidir una entrega de premios de virtud, en el augusto seno de la Academia francesa, comenzaba así su discurso: « Hay un día al año en el que la virtud es recompensada » ? Con menos fantasía, el Sr. Mézières acaba de celebrar a su vez la entrega a esas personas aburridas pero humildes a quiénes el difunto Montyon dejó unas rentas.
      Puesto que tienen sus oradores, sus defensores y sus benefactores, no nos ocuparemos de esos coleccionistas de recompensas honestas. Limitémonos a constatar no obstante que la virtud pagada y laureada, cesando de este modo de encontrar en ella misma su premio, de complacerse en el sacrificio, pierde, por ello, su más grande mérito. ¿ Por qué se mata, se roba, se perpetra todo aquello que persiguen las leyes ? ¡ por el dinero, señoras ! Si uno se convierte en virtuoso también por el dinero, yo dejo de ver la diferencia entre el hombre honesto y el bribón.
      Protestemos, caballeros, contra esos concursos inmorales. Pero me parece bueno hoy llevar más lejos el coraje, y no contento con denunciar esas competiciones de virtud asalariada, quiero defender,  en la cara de Francia, sobre todo a la cara de los Ignorantes que nos gobiernan, de esa asamblea de provincianos iletrados, elegidos y llegados por la ciega voluntad del número, a todos los escritores franceses, amenazados por las iras de la ley, y denunciados sin ton ni son a nuestros jueces, esos inquisidores laicos, bajo el infamante adjetivo de pornógrafos.
      Se nos dice, lo sé, que los verdaderos escritores no son amenazados, y que solamente deben temer aquellos que impriman y vendan unas picardías sin arte.
      El arte es entonces el acomodamiento, que puede salvar a los escritos llamados inmorales de la zarpa levantada de la ley.
      Ahora bien, ¿ qué es el arte ? ¿ Cómo es caracterizado ? ¿ reconocible ? Como decir sin temor a equivocarse: ¡ Esto es arte ! ¡ Esto no es arte ! El Sr. Pinard, que fue ministro, censuró en términos virulentos esa maravilla de arte, Madame Bovary. Podría citar otros cien ejemplos concluyentes para demostrar que la competencia pagada de los Sres. magistrados se detiene en estas cuestiones.
      Así pues el arte es el dejad-pasar los escritos ligeros; es aquello, solamente aquello, que puede servir para determinar los límites precisos de la pornografía.
      Esta distinción, tan sutil como se quiera, es aceptable. No presenta más que una dificultad, pero capital, es la imposibilidad de tener jueces, expertos, árbitros competentes.
      En definitiva, se podrían calificar de pornografía todas las publicaciones que presentasen un carácter libidinoso junto a una tontería apreciable. Es el caso de todas las hojas pícaras revisadas por la ley. Su supresión no hará, desde luego, mal a nadie. ¿ Pero hará bien a alguien ?
      Admitamos que no haga ni bien ni mal; clasifiquemos la noticia aquí entre las medidas inútiles, y pasemos.
      Lo que me parece inquietante sin embargo, es la tendencia. Es el límite de lo llamado moralizador. Existe en todas nuestras sociedades modernas un eterno malentendido entre los artistas y los legisladores. El legislador no se preocupa más que de una pretendida moral absoluta, cambiante además como el tiempo; y, sin distinguir nada, golpea en nombre de ese principio.
      El artista ignora esta moral, no la entiende, la niega. Camina, con los ojos deslumbrados por una visión, poseído por lo que se elabora casi inconscientemente; es una fuerza, una máquina productora. Y de pronto siente que le echan el guante; es arrestado, perseguido, juzgado, condenado por unos caballeros ignorantes que disponen de todo un ejército de imbéciles que proclaman en nombre de su tontería « que el arte debe moralizar ».
      No confundamos, señores, el arte del Sr. Scribe con el arte de Shakespeare.
      Ahora bien, extendiendo esta fea denominación de pornógrafo a todos aquellos cuyos escritos han herido la moral al uso, se irá muy lejos.
      ¿ Quién no fue pornógrafo entre nuestros antepasados, entre los más magníficos genios que están instalados en la gloria de las letras ? Sí, caballeros, si otra Academia ( no hago ninguna alusión ), para responder al diccionario de Pénélope emprende por los cuarenta ancianos en medio de los cuales no habría seguridad, sin embargo, para la casta Suzanne; si otra Academia, digo, se propusiese comenzar hoy un diccionario de pornógrafos célebres, ¿ qué nombres no podría inscribir ?
      Comenzando por la letra A, encontramos a Apuleyo, Aristofanes, etc., y detrás de estos todos los poetas griegos y todos los poetas latinos, Virgilio quién cantaba las ternuras germinicales:

      Formosum pastor Corydon ardebat Alexin

     
Ovidio, Lucrecio, Juvenal, todos.
      En nuestro país no tomaría más que un nombre, el más famoso. Es el de aquel colosal escritor, del contador prodigioso, del maravilloso filósofo, y del incomparable estilista, de quién derivan todas las letras francesas, según expresión de Chateaubriand, quien lo conocía mejor que los señores jueces. Me refiero a François Rabelais.
     En frente a Arioste, Dante, Cervantes, Shakespeare, hemos tenido  un hombre tan grande como los más grandes, en quién se encarna hasta el fin de los siglos el genio del espíritu y la lengua francesa, uno de esos artistas gigantescos que bastarían para la gloria de un país: Rabelais. Y él es francés hasta la médula; caracteriza nuestra raza gallarda, jocosa, amorosa, donde la sangre y la palabra están vivas.
      ¿ Negaréis que fue un pornógrafo ? En Francia, mire usted, hemos tenido siempre el pensamiento picante y la palabra un poco grosera. ¿ Por qué querer cambiar eso ?
      Tened cuidado además. Podría haceros mal.
     Desde hace algunos años, ustedes son, caballeros, los gobernantes, unos pontífices. No nos gusta ese género que no es más que tradición en nosotros.
      Nuestra antigua monarquía fue a menudo estúpida y torpe: se ha demostrado con razón. Temed que os llegue otro tanto; no por las mismas razones, sino por otras, más pequeñas en apariencia, aunque también graves. No ignoréis el temperamento de nuestra raza.
      He aquí que os ha atenazado una pudibundez, una gravedad, una severidad republicanas. Queréis una República casta. Tened cuidado de no tener más que una República hipócrita.
      Los pequeños ejemplos abundan.
      Antaño nuestros padres hacían sus necesidades abiertamente en una esquina de la calle, a lo largo de los muros, o bien en viejos toneles que habían contenido vino. Nuestras madres no se sorprendían. Ahora habéis hecho unos laberintos en esos lugares donde se produce lo que Rabelais no temía decir en francés. No os bastaba con tener una flota acorazada, habéis querido unos Rambuteau1 blindados.
      El Sr. Chouard ha debido frotarse las manos.
      Hoy pensáis en suprimir palabras en la lengua, no pudiendo suprimir las cosas en la naturaleza.
      En el momento en que la mujer existe, es por algo, ¿ no es así ? ¿ Entonces por qué esos misterios ? ¿ Por qué esos velos ?
     ¿ Si es tan simple amar a las mujeres y demostrarlo por los medios conocidos, por qué ha de estar prohibido hablar de ellos sin rodeos y sin fintas ?
      Si ustedes creen en Dios, sería a él a quién habría que prender. Si ustedes no creen, el mejor medio sería hacer castrar a los ciudadanos desde su nacimiento. Los hombres así corregidos cesarían, estén seguros, esos naturales abandonos que tanto os ofuscan.
      Sois unos pontífices, señores, y unos pontífices aburridos, unos pontífices sin espíritu y sin fantasía, no sabéis nada. Tened cuidado.
     Decís, con la mano en el corazón: « Los artistas verdaderos no tienen nada que temer de nosotros. » Y sin embargo los auténticos artistas os temen, pues tenéis en el fondo del alma un pensamiento, y trabajáis en su realización: queréis un arte democrático, un arte honesto.
     El arte, señores, que os disgusta, nada tiene que ver con todas esas palabras. Permanecerá a pesar de vuestra aristocracia, sin preocuparse en lo más mínimo de vuestras creencias.
      El arte es aristócrata, esa es su fuerza y su grandeza. Soñar un arte popular es otra tontería. Cuanto más se eleva, menos es comprendido, pero es adorado por algunos capaces de penetrarlo.
      No nos habléis de republica ateniense, vosotros que habríais enviado a Aristófanes a un correccional policial.
      Haced leyes contra los vicios. Encarcelad al Sr. De Germiny, ese imitador de Sócrates, de Socrates cuyo Chouard se llamaba Alcibiades, se dice. Cuando encontréis algunas de esas pasiones incestuosas de las que Louis XV, Chateaubriand y Napoleón nos han dejado famosos ejemplos,  según lo que afirman las personas competentes, golpead sin piedad; pero dejadnos reír a nuestro antojo, como reían nuestros padres, y encontrar alegres las libres aventuras del amor. Mirad el cielo al través, por que la más imperiosa de las leyes naturales os choque, y castigad a los hombres por soportarla.

18 de julio de 1882

1 Se refiere a Claude Philibert Barteloth, duque de Rambuteau, quién acometió en Paris importantes obras de saneamiento. ( N. del T.)

Traducción de José M. Ramos González para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre