LO ALTO Y LO BAJO

( Le haut et le bas )
Publicado en Le Gaulois, el 16 de marzo de 1883

      Así pues, nos vemos  condenados a la huelga a perpetuidad. Ayer, era la huelga, mañana será la huelga, y también pasado mañana; pues no hay ninguna razón para que este estado de cosas finalice.
      ¿ Por qué los obreros se revelan ? ¡ Porque no tienen trabajo ! ¿ Y por qué no tienen trabajo ? Porque no se los damos.
      Y no se lo damos porque un burgués dotado de una fortuna media consigue unos ingresos correspondientes a ocho días empleando durante ocho horas solamente a uno de esos amables bromistas que se llama trabajador.
      Eso es. No podemos proporcionar a los obreros el salario que cuesta su pan; y los obreros, no contentos con nuestro sistema económico, amenazan con cobrarse ellos mismos a costa de los burgueses.
      ¡ Ah ! ¡ los obreros son gente difícil de contentar ! Hay un medio muy sencillo de constatar esta verdad.
      Cuando un pobre empleado cambia de domicilio y tiene la pretensión de colocar sobre sus paredes algunos pequeños listones de madera que ha pagad a 15 céntimos del metro, hace venir al carpintero vecino. Evita tapizarla por prudencia y llama a un simple carpintero, un ciudadano con un mono gris que apesta de entrada el apartamento por todos los olores variados y nauseabundos que con él trae ( vino, aguardiente, etc. )
      El hombre se pone a la obra, corta y clava durante seis horas, y, ocho horas más tarde, presenta su factura, que asciende a ochenta francos y comienza así:

Cortado y colocación de marco, molduras de pino :

7 montajes. ch. 2,15

15,05

Traviesa 1

10,86

Otras d. en 0013

17,23

26 cortes de muesca ch. 0,20

5,20

4 cortes en falso ch. 0,40

1,60

- 4994 - 041 - 20,48 F

Los susodichos módulos pintados, vale

  4314 - 030 - 12,94 F

______

33,42 F

       Y esto así durante seis páginas. El corte de sierra vale 0,24. La muesca de desarrollo (?), 0,25. El golpe en la pared para colocar un cuadro, 0,18.
      El desgraciado empleado pierde la cabeza, trata de comprender, no lo consigue, y solamente sabe que debe 80 francos por seis horas de trabajo.
      A menudo paga sin decir nada; pero a veces va a buscar a un arquitecto que reduce esta factura a 45 francos confirmando que todas las tarifas habían sido obligadas. Y añade: « Si usted hubiese negociado previamente fijar un precio, le habría costado todo veinte francos.»
      Entonces las tarifas de Paris permiten pedir 45 francos por un trabajo que vale entre 20 y 25. Y, siempre, los proveedores, los patrones inflan las cifras de esas tarifas.
      Ahora bien, ¿ no sería más justo y sabio condenar como culpable de tentativa de robo a todo oficial obrero habiendo empleado esta estrategia de cara a un burgués que desconoce los precios ?
      Pues en ese caso, el hombre ha tratado indudablemente de robar a su cliente en las tarifas de la ciudad de París siendo éstas unas tarifas oficiales, impresas, establecidas.
      Si un sencillo carpintero actúa así, ¿ qué hará el ebanista, y el tapicero ? ¡ Oh ! ¡¡¡ el tapicero !!! El albañil, el simple albañil, gana de 0,60 céntimos a 0,80 céntimos por hora. Tomando una media de 0,70 céntimos, hace dos jornadas de 6,80 francos. ¡¡¡ Y más !!!... Nuestros buenos sastres ganan el sesenta y cinco por ciento sobre nuestros trajes, bajo el pretexto de que ciertos clientes pagan mal. En cuanto al sombrerero, compra al por mayor entre 5 o 6 francos el sombrero que nos vende entre 18 y 22 francos, siendo los precios de los fabricantes los mismos para todos los sombrereros.
      Y todos nuestros suministradores, todos los obreros, todos aquellos que se llaman trabajadores, actúan de igual modo.
      El albañil, pronto, consignará así sus facturas: « El 17 de marzo, puestos 800 ladrillos a 0,20, 16 francos. » Y nosotros presentaremos a nuestros directores una factura redactada de este modo:

 17 de marzo.

Artículo : 17 500

letras a 002

350

1200

puntos a 001

12

1800

comas a 001

18

1500

puntos y comas a 002

30

___

410

      Unos seres tranquilos y pacíficos, por ejemplo, son los miserables empleados del Estado, aduaneros, pequeños comisarios de las prefacturas o de registro, guardias forestales y demás, personas sobrias, sabios, ahorradores, ordenados, para quiénes todo cambio de conducta sería fatal, que forman en definitiva el personal más honrado, más laborioso, más meritorio y más digno de Francia, que tienen mujer e hijos, y que ganan de seiscientos a mil doscientos francos por año.
       ¡Pero  deberíais amotinaros, valientes ! Y puesto que no se escuchan vuestras tímidas quejas, deberíais tomar a vuestros jefes por el cuello y estrangularlos un poco, para que se ocupen finalmente de vosotros.
      En pie, empleados de los ministerios y de las prefecturas, tomad vuestras plumas y vuestros abrecartas, y rodead en sus gabinetes a los prefectos y a los ministros. Os sería tan fácil a vosotros encerrar a un ministro durante cuatro o cinco días.
Pero sois unos burgueses tranquilos y pacíficos, y reventaréis de hambre en silencio, mientras que los ciudadanos que protestan a grito pelado, ganando en dos meses tanto como vosotros en un año, toman las tiendas de los panaderos.
      Que alegre sería sin embargo saber que una tarde en todos los ministerios, los ministros han sido hechos prisioneros, y que no los devolverán a Francia más que tras un aumento general de los salarios.
      En cuanto a los huelguistas del próximo domingo, se debería tomar con respecto a ellos una medida justa y sencilla.
      Habría que rodearlos y registrarlos. Todo hombre pidiendo pan con más de cien céntimos en el bolsillo sería alimentado por el Estado, a la sombra de una prisión, durante seis meses; y los cien céntimos serían distribuidos a los soldados para indemnizar las molestias que les imponen esos bromistas de mal gusto.

      ¿ Qué quieren, esos alborotadores ? Quieren ser ministros a su vez, sencillamente. No habría, por otro lado, ningún mal  en esta revolución. Los recién llegados no serían más suaves por ejemplo, ni liberales, ni conciliadores, ni tolerantes; pero las huelgas serían más extrañas, los ciudadanos de abajo estando siempre más dispuestos a sacudir que los ciudadanos del medio.
      Uno no se daría cuenta del cambio más que en los salones oficiales. - ¡ Y aún asi !... Pues los salones oficiales de hoy dejan un poco que desear; no es que las mujeres no sean encantadores, pero son todas, o casi todas del Midi, del Midi ; ¡pécaire! y, si esto hace que la conversación resulte encantadora para los Provenzales, no ocurre lo mismo para las personas del Norte, que ahora tienen el aspecto de bárbaros extranjeros en la patria.
       Los mismos embajadores vecinos se asombran, no comprendiendo que modificación profunda ha sufrido desde algunos meses la lengua de nuestro país. Además han señalado esta particularidad a sus gobiernos.
      Cuando entre ahora en una velada ministerial, uno queda sorprendido como cuando se llega a Marsella por primera vez.
      ¡ Que extraña sensación, cuando se entra en Marsella ! Uno estaba acostumbrado, hasta ese momento, a encontrar, de vez en cuando, un marsellés cuya cantarina voz divertía como una buena broma. Cuando uno se encontraba, por la más grande de las casualidades, entre dos marselleses de pura cepa, se reía hasta las lágrimas, como cuando se escucha un alegre diálogo del Palais-Royal.
     Y he aquí que cae en un país donde todo el mundo habla marsellés. De entrada uno queda desconcertado, inquieto, persuadido que se es el objeto de una cantinela general, dispuesto a enfadarse cuando un cochero os dice: « Tí, mi bueno. » Luego, ¡pécaire! uno toma su partido; y se pone a hablar como todo el mundo, para no hacer notar que da la nota. Ocurre hoy lo mismo en las veladas oficiales; y, cuando se os ofrece un helado, usted naturalmente exclama: « ¿ Un helado ? ¿ De qué? ¡De naranja, mi bueno ! Cho no tomo jamáz máz que de freza
      Pasando junto a dos damas empavonadas como en París el 14 de Julio. Se escucha:
     - Y tu, ¿ cómo encuentraz ezte veztido, querida ?
      - Cho, lo encuentro gandiozo.
      - Mi marido ziempre me decía: « Mi nena, yo no te encuentro a la altura de tu claze. Hazte un veztido de ezpoza de miniztro.»
      - Y este zombrero, ¿ qué dicez?
      - ¡ Cho lo encuentro azombrozo, querida !
      - ¡ Si cho oz dijeze que hizo falta máz de una hora para colocarlo ! Cho eztoi zegura que hay bien un ciento de alfilerez dentro. 
      Pero reconociendo a  una de esas damas, uno se inclina hasta tierra ceceando por cortesía: 
      - ¡ Eh! Zaludos, zeñora; ¿va uzted bien, al menoz?

      Y a la noche, el ama de llaves oye a su señora decir en voz baja a su marido
      - Querido, te ruego que dezpidaz a eze grandullón de ujier que me trata cuando pazo, como zi no me conocieze aún. Ezo me lo hace tantaz vecez que yo bajo los ojoz, mi bueno !
      Y sin embargo son encantadores, amables, espirituales y buenas, esas mujeres; pero todo eso en marsellés. Marsella es, en verdad, una de las más hermosas ciudades del mundo; y no puede ser más que honorable tener por madre a esta opulenta y luminosa ciudad. Sin embargo... para los embajadores extranjeros... tal vez sería bueno que tuviese un poco menos de asentamiento en el mundillo oficial.
      ¿ Entonces por qué no destinar a cada ministerio a una mujer de mundo sin acento, elegante, distinguida, amable que fuese encargada de las recepciones?
      Los ministros cambiarían: ella quedaría, como permanecería como los directores, y como permanecen los jefes de negociado, y como quedan los ujieres. Tendría el título de "maestra de ceremonias", y estaría alojada en el palacete del ministro, dispuesta a recibir cada visita.
      Cobraría veinte mil francos por año, no teniendo derecho más que al alumbrado y a la calefacción, y pagando sus vestidos.
Y debería estar casada, en la ciudad.

16 de marzo de 1883

Traducción de José M. Ramos González para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre