LO ALTO Y LO BAJO
Así pues, nos vemos condenados a la huelga a perpetuidad.
Ayer, era la huelga, mañana será la huelga, y también pasado mañana; pues no
hay ninguna razón para que este estado de cosas finalice.
¿ Por qué los obreros se revelan ? ¡ Porque no tienen trabajo ! ¿ Y por qué
no tienen trabajo ? Porque no se los damos.
Y no se lo damos porque un burgués dotado de una fortuna media consigue unos
ingresos correspondientes a ocho días empleando durante ocho horas solamente a uno de esos
amables bromistas que se llama trabajador.
Eso es. No podemos proporcionar a los obreros el
salario que cuesta su pan; y los
obreros, no contentos con nuestro sistema económico, amenazan con cobrarse
ellos mismos a costa de los burgueses.
¡ Ah ! ¡ los obreros son gente difícil de contentar ! Hay un medio muy
sencillo de constatar esta verdad.
Cuando un pobre empleado cambia de domicilio y tiene la pretensión de colocar
sobre sus paredes algunos pequeños listones de madera que ha pagad a
15 céntimos del metro, hace venir al carpintero vecino. Evita tapizarla por
prudencia y llama a un simple carpintero, un ciudadano con un mono gris que
apesta de entrada el apartamento por todos los olores variados y nauseabundos
que con él trae ( vino, aguardiente, etc. )
El hombre se pone a la obra, corta y clava durante seis horas, y, ocho horas
más tarde, presenta su factura, que asciende a ochenta francos y comienza así:
Cortado y colocación de marco, molduras de pino : |
7 montajes. ch. 2,15 |
15,05 |
|
Traviesa 1 |
10,86 |
|
Otras d. en 0013 |
17,23 |
|
26 cortes de muesca ch. 0,20 |
5,20 |
|
4 cortes en falso ch. 0,40 |
1,60 |
- 4994 - 041 - 20,48 F |
Los susodichos módulos pintados, vale |
4314 - 030 - 12,94 F |
|
______ |
||
33,42 F |
Y esto así durante seis páginas. El corte de sierra
vale 0,24. La muesca de desarrollo (?), 0,25. El golpe en la pared para colocar
un cuadro, 0,18.
El desgraciado empleado pierde la cabeza, trata de comprender, no lo consigue, y
solamente sabe que debe 80 francos por seis horas de trabajo.
A menudo paga sin decir nada; pero a veces va a buscar a un arquitecto que
reduce esta factura a 45 francos confirmando que todas las tarifas habían sido
obligadas. Y añade: « Si usted hubiese negociado previamente fijar un precio,
le habría costado
todo veinte francos.»
Entonces las tarifas de Paris permiten pedir 45 francos por un trabajo que vale
entre 20 y 25. Y, siempre, los proveedores, los patrones inflan las cifras de
esas tarifas.
Ahora bien, ¿ no sería más justo y sabio condenar como culpable de tentativa
de robo a todo oficial obrero habiendo empleado esta estrategia de cara a un
burgués que desconoce los precios ?
Pues en ese caso, el hombre ha tratado indudablemente de robar a su
cliente en las
tarifas de la ciudad de París siendo éstas unas tarifas oficiales, impresas,
establecidas.
Si un sencillo carpintero actúa así, ¿ qué hará el ebanista, y el tapicero ?
¡ Oh ! ¡¡¡ el tapicero !!! El albañil, el simple albañil, gana de 0,60
céntimos a 0,80 céntimos por hora. Tomando una media de 0,70 céntimos, hace
dos jornadas de 6,80 francos. ¡¡¡ Y más !!!... Nuestros buenos sastres ganan
el sesenta y cinco por ciento sobre nuestros trajes, bajo el pretexto de que ciertos
clientes pagan mal. En cuanto al sombrerero, compra al por mayor entre 5 o 6
francos el sombrero que nos vende entre 18 y 22 francos, siendo los precios de
los fabricantes los mismos para todos los sombrereros.
Y todos nuestros suministradores, todos los obreros, todos aquellos que se
llaman trabajadores, actúan de igual modo.
El albañil, pronto, consignará así sus facturas: « El 17 de marzo, puestos
800 ladrillos a 0,20, 16 francos. » Y nosotros presentaremos a nuestros directores
una factura redactada de este modo:
17 de marzo. |
Artículo : 17 500 |
letras a 002 |
350 |
1200 |
puntos a 001 |
12 |
1800 |
comas a 001 |
18 |
1500 |
puntos y comas a 002 |
30 |
___ |
||
410 |
Unos seres tranquilos y pacíficos, por ejemplo, son los miserables empleados
del Estado, aduaneros, pequeños comisarios de las prefacturas o de registro,
guardias forestales y demás, personas sobrias, sabios, ahorradores, ordenados,
para quiénes todo cambio de conducta sería fatal, que forman en definitiva el
personal más honrado, más laborioso, más meritorio y más digno de Francia,
que tienen mujer e hijos, y que ganan de seiscientos a mil doscientos francos
por año.
¡Pero deberíais amotinaros, valientes
! Y puesto que no se escuchan vuestras tímidas quejas, deberíais tomar a vuestros jefes por el
cuello y estrangularlos un poco, para que se ocupen finalmente de vosotros.
En pie, empleados de los ministerios y de las prefecturas, tomad vuestras plumas
y vuestros abrecartas, y rodead en sus gabinetes a los prefectos y a los
ministros. Os sería tan fácil a vosotros encerrar a un ministro durante cuatro
o cinco días.
Pero sois unos burgueses tranquilos y pacíficos, y reventaréis de hambre en
silencio, mientras que los ciudadanos que protestan a grito pelado, ganando en dos meses tanto como vosotros en un año, toman las tiendas de los
panaderos.
Que alegre sería sin embargo saber que una tarde en todos los ministerios, los
ministros han sido hechos prisioneros, y que no los devolverán a Francia más que
tras un aumento general de los salarios.
En cuanto a los huelguistas del próximo domingo, se
debería tomar con respecto a ellos una medida justa y sencilla.
Habría que rodearlos y registrarlos. Todo hombre pidiendo pan con más de cien
céntimos en el bolsillo sería alimentado por el Estado, a la sombra de una
prisión, durante seis meses; y los cien céntimos serían distribuidos a los
soldados para indemnizar las molestias que les imponen esos bromistas de mal
gusto.
¿ Qué quieren, esos alborotadores ? Quieren ser ministros a su vez,
sencillamente. No habría, por otro lado, ningún mal en esta revolución.
Los recién llegados no serían más suaves por ejemplo, ni liberales, ni
conciliadores, ni tolerantes; pero las huelgas serían más extrañas, los
ciudadanos de abajo estando siempre más dispuestos a sacudir que los ciudadanos
del medio.
Uno no se daría cuenta del cambio más que en los salones oficiales. - ¡ Y
aún asi !... Pues los salones oficiales de hoy dejan un poco que desear; no es
que las mujeres no sean encantadores, pero son todas, o casi todas del
Midi, del Midi ; ¡pécaire! y, si esto hace que la conversación resulte
encantadora
para los Provenzales, no ocurre lo mismo para las personas del Norte, que ahora
tienen el aspecto de bárbaros extranjeros en la patria.
Los mismos embajadores vecinos se asombran, no comprendiendo que modificación
profunda ha sufrido desde algunos meses la lengua de nuestro país. Además han señalado
esta particularidad a sus gobiernos.
Cuando entre ahora en una velada ministerial, uno queda sorprendido como cuando
se llega a Marsella por primera vez.
¡ Que extraña sensación, cuando se entra en Marsella ! Uno estaba
acostumbrado, hasta ese momento, a encontrar, de vez en cuando, un marsellés
cuya cantarina voz divertía como una buena broma. Cuando uno se encontraba, por
la más grande de las casualidades, entre dos marselleses de pura cepa, se reía
hasta las lágrimas, como cuando se escucha un alegre diálogo del Palais-Royal.
Y he aquí que cae en un país donde todo el mundo habla marsellés. De entrada
uno queda desconcertado, inquieto, persuadido que se es el objeto de una
cantinela general, dispuesto a enfadarse cuando un cochero os dice: « Tí,
mi bueno. » Luego, ¡pécaire! uno toma su partido; y se pone a
hablar como todo el mundo, para no hacer notar que da la nota. Ocurre hoy lo
mismo en las veladas oficiales; y, cuando se os ofrece un helado, usted
naturalmente exclama: « ¿ Un helado ? ¿ De qué? ¡De naranja, mi bueno !
Cho no tomo jamáz máz que de freza.»
Pasando junto a dos damas empavonadas como en París el 14 de Julio. Se escucha:
- Y tu, ¿ cómo encuentraz ezte veztido, querida ?
- Cho, lo encuentro gandiozo.
- Mi marido ziempre me decía: « Mi nena, yo no te encuentro
a la altura de tu claze. Hazte un veztido de ezpoza de miniztro.»
- Y este zombrero, ¿ qué dicez tí?
- ¡ Cho lo encuentro azombrozo, querida !
- ¡ Si cho oz dijeze que hizo falta máz de una hora para colocarlo ! Cho
eztoi zegura que hay bien un ciento de alfilerez dentro.
Pero reconociendo a una de esas damas, uno se inclina hasta tierra
ceceando por cortesía:
- ¡ Eh! Zaludos, zeñora; ¿va uzted bien, al
menoz?
Y a la noche, el ama de llaves oye a su señora decir
en voz baja a su marido
- Querido, te ruego que dezpidaz a eze
grandullón de ujier que me trata cuando pazo, como zi no me conocieze aún. Ezo
me lo hace tantaz vecez que yo bajo los ojoz, mi bueno !
Y sin embargo son encantadores, amables,
espirituales y buenas, esas mujeres; pero todo eso en marsellés. Marsella es,
en verdad, una de las más hermosas ciudades del mundo; y no puede ser más que
honorable tener por madre a esta opulenta y luminosa ciudad. Sin embargo... para
los embajadores extranjeros... tal vez sería bueno que tuviese un poco menos de
asentamiento en el mundillo oficial.
¿ Entonces por qué no destinar a cada
ministerio a una mujer de mundo sin acento, elegante, distinguida, amable que
fuese encargada de las recepciones?
Los ministros cambiarían: ella quedaría, como
permanecería como los directores, y como permanecen los jefes de negociado, y
como quedan los ujieres. Tendría el título de "maestra de
ceremonias", y estaría alojada en el palacete del ministro, dispuesta a
recibir cada visita.
Cobraría veinte mil francos por año, no
teniendo derecho más que al alumbrado y a la calefacción, y pagando sus
vestidos.
Y debería estar casada, en la ciudad.
16 de marzo de 1883
Traducción
de José M. Ramos González para
http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión
en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre