EL DUELO
( Le duel )
Publicado en el Gil Blas, el  8 de diciembre de 1881

      « En lugar de juzgar la integridad de un hombre en proporción a los atributos morales auténticamente humanos que posee, se mide su virilidad en base a un atributo que poseen en muy alto grado los animales, cuyo nombre es para nosotros un término  despreciable.»
      La filosofía de donde tomo esta cita habla del valor. Dice así: « El « diablo de Tasmania » merece la más profunda admiración; combate hasta el último aliento, y su postrer suspiro es un gruñido; nuestro bull-dog también es admirable, aunque en menor medida.»
      Los duelistas de nuestros días no llevan, es cierto, la obstinación en la lucha tan lejos como el « diablo de Tasmania », que, « por su estructura, su inteligencia y lugar se encuentra en la escala animal por debajo de nuestros leones y nuestros bull-dogs ». Ahora bien, no habiendo visto nunca a un caballero « apasionado del acero » expirar sobre el terreno, no puedo decir si su último suspiro se corresponde al del « diablo de Tasmania ».
      Y he aquí todavía una frase de un pensador inglés: « Tomando el tema desde un punto de vista más elevado, podemos afirmar que el hombre no puede comenzar a salir de la más profunda barbarie excepto cuando el deber sagrado de la venganza de sangre, que constituye la religión del salvaje, comienza a ser menos sagrado.»
      ¡ Diablos ! ¡ me parece que nosotros estamos en este momento hasta el cuello en la barbarie profunda; y el bosque de Vèsinet es una región infinitamente más salvaje que el centro de África o las orillas del Amazonas !
      Pues ahí se produce de una horrible manera, la venganza de la sangre (perdón, de las gotas de sangre) que constituye la religión de los negros y de los indios. Y ciertamente no se sabe cuando se dará fin a esta grotesca costumbre de ir a hacerse pinchazos en la mano en los alrededores de París, con unas varillas de acero puntiagudas que se aplican al extremo del brazo, mientras que, con la cara pálida, los ojos agrandados, los labios mordidos, se hacen involuntariamente al adversario espantosos gestos.
      Sin embargo el gran filósofo que he citado considera el asunto un poco más allá. En lugar de la palabra « barbarie », la palabra « bobada » sería tal vez suficiente; pues, en definitiva, los que hoy se da, es la « bobada de la salvaguarda del honor ».

      En los tiempos en que los hombres cubiertos de hierro, erizados de armas, no conocían otra ley que la de la fuerza, ese combate singular era lógico y necesario. Más tarde, se convirtió en prueba de elegancia. La espada entonces formaba parte del traje; y en el momento que se la llevaba sin cesar al lado, era muy natural tirar de ella alguna  vez. Ahora bien, este uso incluso de llevar abiertamente armas por la calle era bastante característico; la elegancia del duelo entonces no lo era menos. La antigua salvaje costumbre de la lucha cuerpo a cuerpo no pudiendo ser desarraigada aún, y siendo inútil, se hizo preciosista para no ser odiosa. A medida que el duelo aparecía en los hombres inteligentes y serios como algo estúpido y despreciable, los hombres galantes y atolondrados hacían cada vez más algo coqueto y mundano. Fue la época de las adorables locuras, de la razón burlada, el último cuarto de hora de los caballeros.
      Hoy, únicamente la ley lleva una espada. Los caballeros de noble cuna han sido reemplazados por industriales; la elegancia ha pasado; la galantería no existe ya. Hay policías en las calles; la tenencia de armas está prohibida; los tribunales recogen todas las quejas. Y sin embargo se bate más que nunca. ¿ Por qué ?
      ¿ Por qué ? Por la salvaguarda del honor, señor. Antaño se conocía el honor. Hoy está enterrado bajo la Bolsa; no se conoce más que el dinero. La frecuencia de los duelos tiene mucho que ver con esto.
      El duelo es la salvaguarda de los sospechosos. Los vacilantes, los comprometidos tratan con ello de rehacer una virginidad de ocasión. No es más difícil hoy sobre los antecedentes de un adversario.
      ¡ El honor ! ¡oh ! pobre vieja palabra de antaño, ¡ que payasada se ha hecho de tí !
      ¡ Cómo se te blanquea, como se te lava, como se re repara, como se te arregla, como se te declara satisfecho tras los enfrentamientos a mano armada de Robert Macaire y de Bertrand !
      Y bien, a pesar de todas esas reparaciones del honor, todos esos honores lavados, salvados y satisfechos ante unos testigos competentes, no se lleva mejor, el Honor. Pero no hablemos de los ausentes.

      El pueblo inglés en un gran pueblo, un verdadero pueblo, con aplomo en la vida, de pie en la realidad; un pueblo de caballeros, de comerciantes irreprochables, un pueblo sano, fuerte y honorable. Es además hoy un pueblo de filósofos; los más elevados pensadores del siglo están allí; es un pueblo de progreso y de trabajadores.
      Pero el caballero inglés no se bate. Quiero decir que no se bate en duelo y que considera esa práctica con gran desprecio, juzgando la vida humana respetable, útil al país. Es cierto que la vida humana no corre grandes riesgos en los encuentros de los que nos hablan cada día los periódicos.
      El inglés comprende de otro modo el valor. No admite otra cosa que el valor útil que se dedica a la patria y a sus conciudadanos. Posee un talante eminentemente práctico.
      En nosotros, existe una especie de corriente de loco talante, querellador, ligero, vacuo y sonoro, que circula de la Madeleine a la Bastilla y que se podría denominar el Talante de los bulevares. Se extiende por toda Francia. Es a la razón y al verdadero espíritu lo que la filoxera es a la vid. 
     Ahora bien, el hombre del bulevar hace ley. Una buena palabra le tienta en lugar de la lógica, la burla en él sustituye ordinariamente la comprensión, según la expresión de Balzac; adora al dios ELEGANCIA, conserva religiosamente los prejuicios, se burla invariablemente de lo que ignora, y su ignorancia no tiene igual excepto en la seguridad de sus juicios. El hombre del bulevar respeta el duelo, declara que forma parte de la herencia nacional, se erige en el adalid del honor. ¡ No se podría creer como la salvaguarda del honor es tan quisquillosa en cierto mundo !
      En este « cierto mundo » no se oye hablar más que de asaltos, de provocaciones, de testigos intercambiados, de enfrentamientos pasados o próximos. Me pregunto en ocasiones con inquietud cuantos « cadáveres » deben tener en su existencia esas personas para que se destierren tan frecuentemente detrás de ellas. Pues en definitiva no se bate por nada. Si se bate es que se ha sido insultado, y cuando  se es insultado, es,  la mitad de la veces, porque se lo ha merecido. Un hombre irreprochable no va a menudo al prado, como se suele decir.
      Exceptúo, naturalmente, a los hombres que tienen un temperamento batallador. La naturaleza los ha hecho así. No podemos nada contra ella.
      Queda por saber si las personas dotadas de un temperamento batallador están dotadas también de las cualidades que hacen a los hombres superiores. Esto es dudoso. Aquellos son en ocasiones finos espíritus, excepcionalmente o casi nunca grandes espíritus.
      La razón es muy sencilla. Cuando un hombre pasa su existencia en el trabajo, no puede pasarla al mismo tiempo en las salas de armas. Cuando un hombre lleva en su corazón una eterna preocupación por la ciencia o el arte, no se inquieta demasiado con las historias de mujeres, de Bolsa, de vanidad, o de política personal, que amenazan cada día el pinchazo de un nuevo brazo.

      El duelo industrial es un genero de duelo ante el que me inclino todavía; el duelo por la publicidad; el duelo entre periodistas.
      Cuando la tirada de un periódico comienza a bajar, uno de los redactores se sacrifica y, en un virulento artículo, insulta a un colega cualquiera. El otro replica. El público se detiene como ante una barraca de boxeadores. Y un duelo tiene lugar, hablándose de él en los salones.
      Este procedimiento tiene de excelente que convertirá cada vez más inútil el empleo de redactores escribiendo en francés.     Habrá que ser fuerte en las armas. El Sr. Veuillot, que se servía mejor de su pluma que muchos otros, actuaba de otro modo, es cierto. ¿ Qué quiere usted ? todo el mundo no tiene bastante espíritu para dejar en el rostro de sus adversarios inefables marcas de ironía, pues la heridas de una espada se cicatrizan más rápido que las de una pluma. Si no se tiene el Espíritu que mata, se contenta uno con el brazo. ¡ No importa ! cuando dos hombres alimentan la pretensión, poco legítima, es cierto, de pertenecer a la profesión de Voltaire y de Beaumarchais, cuando tienen en las manos el arma todopoderosa, el arma feroz que abate a los ministros, destrona reyes, desarraiga las monarquías, elimina las supersticiones, resulta infinitamente ridículo ver a esos espadachines de la frase injuriarse como dos carreteros, arrojándose su tintero, y desenvainar unas espadas al estilo de los mercenarios sin ortografía.
      ¡ Ciertamente el insulto entre periodistas es un medio demasiado fácil de pasarse de talento !
      Que no se vaya a concluir de esto que yo desprecio la esgrima, arte sutil y encantador, al que no le reconozco más que un fallo, el de devorar unas horas todos los días, horas perdidas para el espíritu.
      La esgrima tiene todavía otro punto débil: el de establecer una desproporción de posibilidades entre el duelista desahogado que busca disputa a todas horas, y el honrado hombre a quién el tiempo falta para ejercerse en las armas, y que se encuentro en su primer asunto insultado y ensartado sin saber porque ni como.
      Si la esgrima no fuese más que un ejercicio como la equitación, el trapecio o la natación, no tendría rival, pues se necesita fuerza, gracia, paciencia estudiada, infinita ligereza y tanta rapidez de pensamiento como de mano.
      En cuanto a mí, a pesar del seductor alegato de mi colega el baron de Vaux en favor del arte que él adora, y a pesar del interés de esta galería llamada: Los Hombres de la Espada, de la que ya se ha hablado aquí, práctico otros ejercicios más prácticos: el boxeo y la natación. Y como siempre queda en nosotros algo de salvaje, del espíritu feroz de nuestros padres, una necesidad de lucha, de fuerza desplegada y de embriaguez del cuerpo en los momentos de peligro, no conozco alegría más vehemente que batirse  con la ola que avanza, ruge, abraza, rechaza y os vuelve a tomar. Y no conozco triunfo más delicioso que después de haber desafiado  a esta bestia furiosa en las crines de espuma, el mar.
      Y si usted tiene valor que demostrar, hay por las calles bastantes caballos desbocados, perros rabiosos, malhechores emboscados, incendiarios o asesinos de mujeres y niños; bastantes personas caen en el Sena, para darle a usted frecuentes ocasiones de ejercer su valentía.
      Un duelo en salvamento valdría mejor que otro; pero se arriesgaría un poco más.

8 de diciembre de 1881

Traducción de José M. Ramos González para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre