« En lugar de juzgar la integridad de un hombre en proporción a los atributos morales auténticamente humanos que posee, se mide su
virilidad en base a un atributo que poseen en muy alto grado los animales, cuyo
nombre es para nosotros un término despreciable.»
La filosofía de donde tomo esta cita habla del
valor. Dice así: « El «
diablo de Tasmania » merece la más profunda admiración; combate hasta el
último aliento, y su postrer suspiro es un gruñido; nuestro bull-dog también
es admirable, aunque en menor medida.»
Los duelistas de nuestros días no llevan, es cierto, la obstinación en la
lucha tan lejos como el « diablo de Tasmania », que, « por su estructura, su
inteligencia y lugar se encuentra en la escala animal por debajo de nuestros
leones y nuestros bull-dogs ». Ahora bien, no habiendo visto nunca a un
caballero « apasionado del acero » expirar sobre el terreno, no puedo
decir si su último suspiro se corresponde al del « diablo de Tasmania ».
Y he aquí todavía una frase de un pensador inglés: « Tomando el tema desde
un punto de vista más elevado, podemos afirmar que el hombre no puede comenzar
a salir de la más profunda barbarie excepto cuando el deber sagrado de la
venganza de sangre, que constituye la religión del salvaje, comienza a ser
menos sagrado.»
¡ Diablos ! ¡ me parece que nosotros estamos en este momento hasta el cuello
en la barbarie profunda; y el bosque de Vèsinet es una región infinitamente
más salvaje que el centro de África o las orillas del Amazonas !
Pues ahí se produce de una horrible manera, la venganza de la sangre (perdón,
de las gotas de sangre) que constituye la religión de los negros y de los
indios. Y ciertamente no se sabe cuando se dará fin a esta grotesca costumbre
de ir a hacerse pinchazos en la mano en los alrededores de París, con unas
varillas de acero puntiagudas que se aplican al extremo del brazo, mientras que,
con la cara pálida, los ojos agrandados, los labios mordidos, se hacen
involuntariamente al adversario espantosos gestos.
Sin embargo el gran filósofo que he citado considera el asunto un poco más
allá. En lugar de la palabra « barbarie », la palabra « bobada »
sería tal vez suficiente; pues, en definitiva, los que hoy se da, es la «
bobada de la salvaguarda del honor ».
En los tiempos en que los hombres cubiertos de hierro, erizados de armas, no
conocían otra ley que la de la fuerza, ese combate singular era lógico y
necesario. Más tarde, se convirtió en prueba de elegancia. La espada entonces formaba
parte del traje; y en el momento que se la llevaba sin cesar al lado, era muy
natural tirar de ella alguna vez. Ahora bien, este uso incluso de llevar
abiertamente armas por la calle era bastante característico; la elegancia del
duelo entonces no lo era menos. La antigua salvaje costumbre de la lucha cuerpo a
cuerpo no pudiendo ser desarraigada aún, y siendo inútil, se hizo preciosista
para no ser odiosa. A medida que el duelo aparecía en los hombres inteligentes
y serios como algo estúpido y despreciable, los hombres galantes y atolondrados
hacían cada vez más algo coqueto y mundano. Fue la época de las
adorables locuras, de la razón burlada, el último cuarto de hora de los
caballeros.
Hoy, únicamente la ley lleva una espada. Los caballeros de noble cuna han sido
reemplazados por industriales; la elegancia ha pasado; la galantería no existe
ya. Hay policías en las calles; la tenencia de armas está prohibida; los
tribunales recogen todas las quejas. Y sin embargo se bate más que nunca. ¿
Por qué ?
¿ Por qué ? Por la salvaguarda del honor, señor. Antaño se conocía el honor. Hoy
está enterrado bajo la Bolsa; no se conoce más que el dinero. La frecuencia de
los duelos tiene mucho que ver con esto.
El duelo es la salvaguarda de los sospechosos. Los vacilantes, los comprometidos
tratan con ello de rehacer una virginidad de ocasión. No es más difícil hoy
sobre los antecedentes de un adversario.
¡ El honor ! ¡oh ! pobre vieja palabra de antaño, ¡ que payasada se ha hecho
de tí !
¡ Cómo se te blanquea, como se te lava, como se re repara, como se te arregla,
como se te declara satisfecho tras los enfrentamientos a mano armada de Robert
Macaire y de Bertrand !
Y bien, a pesar de todas esas reparaciones del honor, todos esos honores
lavados, salvados y satisfechos ante unos testigos competentes, no se lleva
mejor, el Honor. Pero no hablemos de los ausentes.
El pueblo inglés en un gran pueblo, un verdadero pueblo, con aplomo en la vida,
de pie en la realidad; un pueblo de caballeros, de comerciantes irreprochables,
un pueblo sano, fuerte y honorable. Es además hoy un pueblo de filósofos; los
más elevados pensadores del siglo están allí; es un pueblo de progreso y de
trabajadores.
Pero el caballero inglés no se bate. Quiero decir que no se bate en duelo y que
considera esa práctica con gran desprecio, juzgando la vida humana respetable, útil
al país. Es cierto que la vida humana no corre grandes riesgos en los
encuentros de los que nos hablan cada día los periódicos.
El inglés comprende de otro modo el valor. No admite
otra cosa que el valor útil que se dedica a la patria y a sus conciudadanos. Posee un talante eminentemente
práctico.
En nosotros, existe una especie de corriente de
loco talante, querellador,
ligero, vacuo y sonoro, que circula de la Madeleine a la Bastilla y que se
podría denominar el Talante de los bulevares. Se extiende por toda Francia. Es
a la razón y al verdadero espíritu lo que la filoxera es a la vid.
Ahora bien, el hombre del bulevar hace ley. Una buena
palabra le tienta en lugar de la lógica, la burla en él sustituye
ordinariamente la comprensión, según la expresión de Balzac; adora al dios
ELEGANCIA, conserva religiosamente los prejuicios, se burla invariablemente de
lo que ignora, y su ignorancia no tiene igual excepto en la seguridad de sus
juicios. El hombre del bulevar respeta el duelo, declara que forma parte de la
herencia nacional, se erige en el adalid del honor. ¡ No se podría creer como
la salvaguarda del honor es tan quisquillosa en cierto mundo !
En este « cierto mundo » no se oye hablar más
que de asaltos, de provocaciones, de testigos intercambiados, de enfrentamientos
pasados o próximos. Me pregunto en ocasiones con inquietud cuantos «
cadáveres » deben tener en su existencia esas personas para que se destierren
tan frecuentemente detrás de ellas. Pues en definitiva no se bate por nada. Si
se bate es que se ha sido insultado, y cuando se es insultado, es,
la mitad de la veces, porque se lo ha merecido. Un hombre irreprochable no va a
menudo al prado, como se suele decir.
Exceptúo, naturalmente, a los hombres que tienen
un temperamento batallador. La naturaleza los ha hecho así. No podemos nada
contra ella.
Queda por saber si las personas dotadas de un
temperamento batallador están dotadas también de las cualidades que hacen a
los hombres superiores. Esto es dudoso. Aquellos son en ocasiones finos
espíritus, excepcionalmente o casi nunca grandes espíritus.
La razón es muy sencilla. Cuando un hombre pasa
su existencia en el trabajo, no puede pasarla al mismo tiempo en las salas de
armas. Cuando un hombre lleva en su corazón una eterna preocupación por la
ciencia o el arte, no se inquieta demasiado con las historias de mujeres, de
Bolsa, de vanidad, o de política personal, que amenazan cada día el pinchazo
de un nuevo brazo.
El duelo industrial es un genero de duelo ante el
que me inclino todavía; el duelo por la publicidad; el duelo entre periodistas.
Cuando la tirada de un periódico comienza a
bajar, uno de los redactores se sacrifica y, en un virulento artículo, insulta
a un colega cualquiera. El otro replica. El público se detiene como ante una
barraca de boxeadores. Y un duelo tiene lugar, hablándose de él en los
salones.
Este procedimiento tiene de excelente que
convertirá cada vez más inútil el empleo de redactores escribiendo en
francés. Habrá que ser fuerte en las armas. El Sr.
Veuillot, que se servía mejor de su pluma que muchos otros, actuaba de otro
modo, es cierto. ¿ Qué quiere usted ? todo el mundo no tiene bastante
espíritu para dejar en el rostro de sus adversarios inefables marcas de
ironía, pues la heridas de una espada se cicatrizan más rápido que las de una
pluma. Si no se tiene el Espíritu que mata, se contenta uno con el brazo. ¡ No
importa ! cuando dos hombres alimentan la pretensión, poco legítima, es
cierto, de pertenecer a la profesión de Voltaire y de Beaumarchais, cuando
tienen en las manos el arma todopoderosa, el arma feroz que abate a los
ministros, destrona reyes, desarraiga las monarquías, elimina las
supersticiones, resulta infinitamente ridículo ver a esos espadachines de la
frase injuriarse como dos carreteros, arrojándose su tintero, y desenvainar
unas espadas al estilo de los mercenarios sin ortografía.
¡ Ciertamente el insulto entre periodistas es un
medio demasiado fácil de pasarse de talento !
Que no se vaya a concluir de esto que yo
desprecio la esgrima, arte sutil y encantador, al que no le reconozco más que
un fallo, el de devorar unas horas todos los días, horas perdidas para el
espíritu.
La esgrima tiene todavía otro punto débil: el
de establecer una desproporción de posibilidades entre el duelista desahogado
que busca disputa a todas horas, y el honrado hombre a quién el tiempo falta
para ejercerse en las armas, y que se encuentro en su primer asunto insultado y
ensartado sin saber porque ni como.
Si la esgrima no fuese más que un ejercicio como
la equitación, el trapecio o la natación, no tendría rival, pues se necesita
fuerza, gracia, paciencia estudiada, infinita ligereza y tanta rapidez de
pensamiento como de mano.
En cuanto a mí, a pesar del seductor alegato de
mi colega el baron de Vaux en favor del arte que él adora, y a pesar del interés
de esta galería llamada: Los Hombres de la Espada, de la que ya se ha
hablado aquí, práctico otros ejercicios más prácticos: el boxeo y la
natación. Y como siempre queda en nosotros algo de salvaje, del espíritu feroz
de nuestros padres, una necesidad de lucha, de fuerza desplegada y de embriaguez
del cuerpo en los momentos de peligro, no conozco alegría más vehemente que
batirse con la ola que avanza, ruge, abraza, rechaza y os vuelve a tomar.
Y no conozco triunfo más delicioso que después de haber desafiado a esta
bestia furiosa en las crines de espuma, el mar.
Y si usted tiene valor que demostrar, hay por las
calles bastantes caballos desbocados, perros rabiosos, malhechores emboscados, incendiarios
o asesinos de mujeres y niños; bastantes personas caen en el Sena, para darle a
usted frecuentes ocasiones de ejercer su valentía.
Un duelo en salvamento valdría mejor que otro;
pero se arriesgaría un poco más.
8 de diciembre de 1881
Traducción
de José M. Ramos González para
http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión
en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre