ÉMILE ZOLA
(Émile Zola)
Publicado en Le Gaulois, el 14 de enero de 1882

      Es de los apellidos que parecen destinados a la celebridad, que suenan y que permanecen en las memorias. ¿ Se puede olvidar a Balzac u olvidar a Hugo cuando alguna vez se han oído pronunciar esas cortas y brillantes sílabas ? Pero, de todos los apellidos literarios, el que quizás salta más bruscamente a los ojos y se agarra con más fuerza al recuerdo es el de Zola. Destaca, como dos notas de clarín, violento, escandaloso en el oído, la pronunciación de su brusca y sonora alegría. ¡Zola, que llamada para el público ! ¡ que grito despierta ! y que fortuna para un escritor de talento nacer dotado de este modo por el registro civil !
      Y nunca un apellido mejor ha recaído sobre un hombre. Parece un desafío al combate, una amenaza de ataque, un canto de victoria. ¿ Quién, de entre los escritores de hoy, ha combatido más furiosamente por sus ideas; quién ha atacado con más brutalidad lo que creía injusto y falso; quién ha triunfado más rápido y ruidosamente sobre la indiferencia primero y la vacilante resistencia del gran público ?
      Su persona también responde a su talento. De cuarenta y pico años, es de mediana talla, un poco gordo, de aspecto bonachón pero obstinado. Su cabeza, muy parecida a la de aquellos que se encuentran en muchos cuadros italianos del siglo XVI, sin ser hermosa, muestra un gran carácter de poderío e inteligencia. Los cabellos cortos revolotean sobre una frente muy desarrollada; y la nariz recta se detiene, cortada claramente, como por un golpe de cincel demasiado brusco, encima del labio superior, sombreado con un bigote negro bastante espeso. Toda la parte inferior de esta gruesa figura, pero enérgica, esta cubierta de barba tallada cerca de la piel. La mirada negra, miope, penetrante, vigilante, sonríe, a menudo con desdén, en ocasiones irónica, mientras que un pliegue muy particular hace retroceder el labio superior de un modo divertido y burlón. Toda su persona redonda y fuerte da la idea de una bala de cañón; ella lleva ostensiblemente su fuerte apellido de dos sílabas rimbombantes en la resonancia de ambas vocales.

      ¿ Qué no se dice de su obra ? ¿ Qué no se debe decir aún ? Es fuerte también, esa obra; él ha rasgado, reventado las convenciones  del mundo del mismo modo que hace literatura, pasando a través de éste como un payaso musculoso en un circo de papel. Lo que ha tenido sobre todo este autor, es la audacia de la palabra adecuada ( veo sonreír a las personas de espíritu ) y el desprecio por las perífrasis. Más que nadie, podría decir, después de Boileau:

      Llamo gato a un gato...

     
A veces incluso parece poseer hasta el desafío ese amor por la verdad desnuda. Su estilo amplio, lleno de imágenes, no es sobrio y preciso como el de Flaubert, ni cincelado y refinado como el de Théophile Gautier, ni sutilmente rompedor, complicado, delicadamente seductor como el de Goncourt. Es sobreabundante e impetuoso como un río desbordado que arrastra todo. Hijo de románticos, romántico a pesar suyo en sus procedimientos ( lo confiesa lamentándolo ) ha escrito admirables libros que conservan sin pretenderlo unas formas de poemas sin poesía deliberada, poemas sin convenciones poéticas, sin tomar partido, donde las cosas son como son, surgen iguales en su realidad, y se reflejan, alargadas, nunca deformadas, repugnantes o seductoras, sucias o bellas indiferentemente, en ese espejo de realidad, de aumento, pero siempre fiel y escrupuloso que el escritor lleva en él. 
      ¿ No es acaso Le Ventre de Paris el poema de los alimentos ? ¿ L'Assommoir no es el poema de la embriaguez ? ¿ Nana no es el poema del vicio ?
      ¿ Qué es entonces esto, sino la alta poesía, sino la magnífica descripción de la miseria ? - « Ella permanecía de pie, en medio de las riquezas amontonadas de su alojamiento, con un tropel de hombres rendidos a sus pies. Como esos monstruos antiguos cuyos dominios estaban cubierto de osamentas, ella posaba sus pies sobre unos cráneos;  y la rodeaban catástrofes, la llamarada furiosa de Vandeuvres, la melancolía de Foucarmont perdido en los mares de China, el desastre de Steiner reducido a vivir como hombre honrado, la imbecilidad satisfecha de La Faloise,  el trágico desmoronamiento de los Muffat, y el blanco cadáver de Georges, envejecido por Philippe salido de la vieja prisión. Su obra de ruina y de muerte estaba realizada; la mosca levantando el vuelo de la porquería de las barriadas, llevando el fermento de las podredumbres sociales, había envenenado a esos hombres, nada más posarse en ellos. Estaba bien, era justo: ella había vengado a su mundo, la los pordioseros y los abandonados. Y, mientras que, en un gloria, su sexo subía y resplandecía sobre sus víctimas extendidas, semejante a un sol naciente que ilumina un campo de carnaza, ella conservaba su inconsciencia de enorme bestia, ignorante de su tarea,  siempre buena muchacha.»

      Que bromas no han podido ser echas a costa de este hombre, bromas groseras y poco originales. Verdaderamente es fácil hacer crítica literaria comparando constantemente a un escritor con un pocero en sus funciones, considerando a sus amigos como sus ayudantes y a sus libros como vertederos. Ese tipo de ligereza de los demás no inmuta al convencido que siente su fuerza.
      No me gustaría dar la impresión de estar rompiendo unas lanzas por Zola - él se basta, desde luego, para defenderse y a menudo lo ha hecho - pero me sorprendo de ver esta teoría de la hipocresía tan enraizada en nosotros, que se injurie odiosamente a un novelista porque reclame con energía la libertad de decir todo, la libertad de contar lo que cada uno hace. Nosotros nos representamos ciertamente a nosotros mismos una asombrosa comedia. Al acomodo de algunas altisonantes palabras de honor, virtud, probidad, etc., nos imaginamos a nosotros mismos sinceramente que somos tan diferentes de lo que en realidad somos. ¿ Por qué mentir de este modo ? ¡ No confundamos a nadie ! ¡ Bajo todas esas máscaras reunidas, todos los rostros son conocidos ! Nos hacemos, creyéndonos, finas sonrisas que quieren decir: « Lo sé todo »; nos cuchicheamos al oído los escándalos, las historias fuertes, las bajezas de la vida; pero, si algún atrevido se pone a hablar alto, a contar tranquilamente, con voz altisonante e indiferente, todos los secretos de Polichinela mundanos, un clamor se levanta, e indignaciones surgen, y unos pudores de Mesalina, y unas susceptibilidades de Robert Macaire.
      Nadie quizás, en las letras, ha levantado más odios que Émile Zola. Él tiene la gloria de poseer unos enemigos feroces, irreconciliables, que, a cualquier ocasión, caen sobre él como fanáticos, empleando todas las armas, mientras que él los recibe con  delicadezas de jabalí. Sus embestidas son legendarias. Si alguna vez, a pesar de su indiferencia, los embates que recibe lo han podido herir, ¿ qué es lo que no tiene para consolarse ? Ningún escritor es más conocido, más difundido por las cuatro esquinas del mundo, más indiscutible incluso por sus adversarios, ninguno goza de un tan gran renombre.
      Por lo demás, es un trabajador ejemplar. Tan pronto se levanta, trabaja, de un tirón, desde las ocho de la mañana a la una de la tarde. Y, durante el día, se sienta en su mesa; y vuelve a comenzar al anochecer. Enemigo del mundo y del ruido, no abandona casi nunca Médan, donde permanece encerrado nueve meses de doce.
      Para las personas que buscan, en la vida de los hombres y en los objetos que los rodean, las explicaciones a los misterios de su espíritu, Zola puede ser un interesante caso. Ese fogoso enemigo de los románticos se ha criado, en el campo, como en París, en los más románticos de los domicilios. En París, su habitación está repleta de antiguas alfombras, una cama Henri II destaca en medio del amplio dormitorio, iluminado gracias a viejos vitrales de iglesias que arrojan su  abigarrada luz sobre mil figurillas fantásticas, inesperadas en ese lugar. Por todas partes unas telas antiguas, bordadas de seda vieja, seculares ornamentos de altar. En Médan, es más extraño todavía. La habitación, una torre cuadrada al pie de la que se acurruca una microscópica casita, como un enano que viajara al lado de un gigante, no tiene ni parque, ni hermosos aleros sombríos, ni amplios macizos de flores reales. Está totalmente precedida de un pequeño huerto, un pequeño jardín de cura, donde se encuentra un globo de vidrio. Una haya separa este modesto encierro de la vía del ferrocarril. Pero cuando se entra en el santuario, uno queda estupefacto.
      Zola trabaja en medio de una habitación desmesuradamente alta y grande, como un vitral, dando sobre la llanura, iluminada en toda su longitud. Y este inmenso gabinete está también repleto de inmensas alfombras, lleno de muebles de todas las épocas y de todos los países. Armaduras de la Edad Media, auténticas o no, se encuentran al lado de asombrosos muebles japoneses y de graciosos objetos del siglo XVIII. La monumental chimenea, flanqueada por dos hombretones de piedra, podría quemar un roble en un día; la cornisa está dorada en puro oro, y cada mueble sobrecargado de figurillas. Por lo demás Zola no es coleccionista: parece que compra por comprar, un poco en desorden, al azar de su excitada fantasía, siguiendo los caprichos de su vista, la seducción de las formas o del color, sin inquietarse, como Goncourt, unos originales auténticos y de indiscutible valor.
      Gustave Flaubert, por el contrario, odiaba las figurillas, juzgando esa manía ingenua y pueril. En su casa no se encontraba ninguno de esos objetos denominados « curiosidades - antigüedades », u « objetos de arte ». En París, a su despacho decorado de persa, le faltaba ese encanto envolvente que tienen los lugares habitados con amor y ornamentados con pasión. En su retiro campestre de Croisset, la amplia habitación de este compulsivo trabajador no estaba tapizada más que de libros. Luego, en algún que otro rincón, algunos recuerdos de viajes o de amistad, nada más.
      ¿ No tendrían ahí los psicólogos un curioso sujeto de observación ?

      No tengo la pretensión de hacer en este corto artículo un estudio sobre Zola, el hombre, su vida, su obra. Eso está hecho además, y va a aparecer enseguida. Uno de sus más íntimos amigos, Paul Alexis, ha reunido en un pequeño volumen todo lo que él sabe ( y lo sabe todo ) del maestro naturalista. He querido únicamente esbozar en algunas líneas la silueta de este grandioso y tan curioso escritor, en el momento en el que Le Gaulois va a publicar su nueva obra, Pot-Bouille, la novela a la que ha dedicado más tiempo, y aquella que, según  el sistema que  parece haber adoptado contrastando de libro a libro, debería ser una novela tranquila, tras la estridente novela Nana.

14 de enero de 1882

Traducción de José M. Ramos González para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre