Es de los apellidos que parecen destinados a la celebridad, que
suenan y que permanecen en las memorias. ¿ Se puede olvidar a Balzac u olvidar a
Hugo cuando alguna vez se han oído pronunciar esas cortas y brillantes sílabas ?
Pero, de todos los apellidos literarios, el que quizás salta más bruscamente a
los ojos y se agarra con más fuerza al recuerdo es el de Zola. Destaca, como
dos notas de clarín, violento, escandaloso en el oído, la pronunciación de su
brusca y sonora alegría. ¡Zola, que llamada para el público ! ¡ que grito
despierta ! y que fortuna para un escritor de talento nacer dotado de este modo por el registro civil !
Y nunca un apellido mejor ha recaído sobre un hombre. Parece un desafío al
combate, una amenaza de ataque, un canto de victoria. ¿ Quién, de entre los
escritores de hoy, ha combatido más furiosamente por sus ideas; quién ha
atacado con más brutalidad lo que creía injusto y falso; quién ha triunfado
más rápido y ruidosamente sobre la indiferencia primero y la vacilante
resistencia del gran público ?
Su persona también responde a su talento. De cuarenta y pico años, es de
mediana talla, un poco gordo, de aspecto bonachón pero obstinado. Su cabeza,
muy parecida a la de aquellos que se encuentran en muchos cuadros italianos del
siglo XVI, sin ser hermosa, muestra un gran carácter de poderío e inteligencia. Los cabellos cortos revolotean sobre una frente muy desarrollada;
y la nariz recta se detiene, cortada claramente, como por un golpe de cincel
demasiado brusco, encima del labio superior, sombreado con un bigote negro
bastante espeso. Toda la parte inferior de esta gruesa figura, pero enérgica,
esta cubierta de barba tallada cerca de la piel. La mirada negra, miope,
penetrante, vigilante, sonríe, a menudo con desdén, en ocasiones irónica,
mientras que un pliegue muy particular hace retroceder el labio superior de un
modo divertido y burlón. Toda su persona redonda y fuerte da la idea de una bala
de cañón; ella lleva ostensiblemente su fuerte apellido de dos sílabas
rimbombantes en la resonancia de ambas vocales.
¿ Qué no se dice de su obra ? ¿ Qué no se debe decir aún ? Es
fuerte también, esa obra; él ha rasgado, reventado las convenciones del mundo
del mismo modo que hace literatura, pasando a través de éste como un payaso musculoso
en un circo de papel. Lo que ha tenido sobre todo este autor, es la
audacia de la palabra adecuada ( veo sonreír a las personas de espíritu ) y el
desprecio por las perífrasis. Más que nadie, podría decir, después de
Boileau:
Llamo gato a un gato...
A veces incluso parece poseer hasta el desafío ese amor por la verdad
desnuda. Su estilo amplio, lleno de imágenes, no es sobrio y preciso como el de
Flaubert, ni cincelado y refinado como el de Théophile Gautier, ni sutilmente rompedor, complicado, delicadamente seductor como el de Goncourt. Es
sobreabundante e impetuoso como un río desbordado que arrastra todo. Hijo de
románticos, romántico a pesar suyo en sus procedimientos ( lo confiesa
lamentándolo ) ha escrito admirables libros que conservan sin pretenderlo unas
formas de poemas sin poesía deliberada, poemas sin convenciones poéticas, sin
tomar partido, donde las cosas son como son, surgen iguales en su realidad, y se
reflejan, alargadas, nunca deformadas, repugnantes o seductoras, sucias o bellas
indiferentemente, en ese espejo de realidad, de aumento, pero siempre fiel y
escrupuloso que el escritor lleva en él.
¿ No es acaso Le Ventre de Paris el poema de los alimentos ? ¿ L'Assommoir
no es el poema de la embriaguez ? ¿ Nana no es el poema del vicio ?
¿ Qué es entonces esto, sino la alta poesía, sino la magnífica descripción
de la miseria ? - « Ella permanecía de pie, en medio de las riquezas
amontonadas de su alojamiento, con un tropel de hombres rendidos a sus pies.
Como esos monstruos antiguos cuyos dominios estaban cubierto de osamentas, ella
posaba sus pies sobre unos cráneos; y la rodeaban catástrofes, la
llamarada furiosa de Vandeuvres, la melancolía de Foucarmont perdido en los
mares de China, el desastre de Steiner reducido a vivir como hombre honrado, la
imbecilidad satisfecha de La Faloise, el trágico desmoronamiento de los
Muffat, y el blanco cadáver de Georges, envejecido por Philippe salido de la
vieja prisión. Su obra de ruina y de muerte estaba realizada; la mosca
levantando el vuelo de la porquería de las barriadas, llevando el fermento de
las podredumbres sociales, había envenenado a esos hombres, nada más posarse
en ellos. Estaba bien, era justo: ella había vengado a su mundo, la los
pordioseros y los abandonados. Y, mientras que, en un gloria, su sexo subía y
resplandecía sobre sus víctimas extendidas, semejante a un sol naciente que
ilumina un campo de carnaza, ella conservaba su inconsciencia de enorme bestia,
ignorante de su tarea, siempre buena muchacha.»
Que bromas no han podido ser echas a costa de este hombre, bromas groseras y
poco originales. Verdaderamente es fácil hacer crítica literaria comparando
constantemente a un escritor con un pocero en sus funciones, considerando a sus
amigos como sus ayudantes y a sus libros como vertederos. Ese tipo de ligereza
de los demás no inmuta al convencido que siente su fuerza.
No me gustaría dar la impresión de estar rompiendo
unas lanzas por Zola - él se basta, desde luego, para defenderse y a menudo
lo ha hecho - pero me sorprendo de ver esta teoría de la hipocresía tan
enraizada en nosotros, que se injurie odiosamente a un novelista porque reclame
con energía la libertad de decir todo, la libertad de contar lo que cada uno
hace. Nosotros nos representamos ciertamente a nosotros mismos una asombrosa
comedia. Al acomodo de algunas altisonantes palabras de honor, virtud, probidad,
etc., nos imaginamos a nosotros mismos sinceramente que somos tan diferentes de
lo que en realidad somos. ¿ Por qué mentir de este modo ? ¡ No confundamos a
nadie ! ¡ Bajo todas esas máscaras reunidas, todos los rostros son conocidos !
Nos hacemos, creyéndonos, finas sonrisas que quieren decir: « Lo sé todo »;
nos cuchicheamos al oído los escándalos, las historias fuertes, las bajezas de
la vida; pero, si algún atrevido se pone a hablar alto, a contar
tranquilamente, con voz altisonante e indiferente, todos los secretos de
Polichinela mundanos, un clamor se levanta, e indignaciones surgen, y unos
pudores de Mesalina, y unas susceptibilidades de Robert Macaire.
Nadie quizás, en las letras, ha levantado más
odios que Émile Zola. Él tiene la gloria de poseer unos enemigos feroces,
irreconciliables, que, a cualquier ocasión, caen sobre él como fanáticos,
empleando todas las armas, mientras que él los recibe con delicadezas de
jabalí. Sus embestidas son legendarias. Si alguna vez, a pesar de su
indiferencia, los embates que recibe lo han podido herir, ¿ qué es lo que no
tiene para consolarse ? Ningún escritor es más conocido, más difundido por
las cuatro esquinas del mundo, más indiscutible incluso por sus adversarios,
ninguno goza de un tan gran renombre.
Por lo demás, es un trabajador ejemplar. Tan
pronto se levanta, trabaja, de un tirón, desde las ocho de la mañana a la una
de la tarde. Y, durante el día, se sienta en su mesa; y vuelve a comenzar al
anochecer. Enemigo del mundo y del ruido, no abandona casi nunca Médan, donde
permanece encerrado nueve meses de doce.
Para las personas que buscan, en la vida de los
hombres y en los objetos que los rodean, las explicaciones a los misterios de su
espíritu, Zola puede ser un interesante caso. Ese fogoso enemigo de los
románticos se ha criado, en el campo, como en París, en los más románticos
de los domicilios. En París, su habitación está repleta de antiguas
alfombras, una cama Henri II destaca en medio del amplio dormitorio, iluminado
gracias a viejos vitrales de iglesias que arrojan su abigarrada luz sobre
mil figurillas fantásticas, inesperadas en ese lugar. Por todas partes unas
telas antiguas, bordadas de seda vieja, seculares ornamentos de altar. En Médan,
es más extraño todavía. La habitación, una torre cuadrada al pie de la que
se acurruca una microscópica casita, como un enano que viajara al lado de un
gigante, no tiene ni parque, ni hermosos aleros sombríos, ni amplios macizos de
flores reales. Está totalmente precedida de un pequeño huerto, un pequeño
jardín de cura, donde se encuentra un globo de vidrio. Una haya separa este
modesto encierro de la vía del ferrocarril. Pero cuando se entra en el santuario,
uno queda estupefacto.
Zola trabaja en medio de una habitación
desmesuradamente alta y grande, como un vitral, dando sobre la llanura,
iluminada en toda su longitud. Y este inmenso gabinete está también repleto de
inmensas alfombras, lleno de muebles de todas las épocas y de todos los
países. Armaduras de la Edad Media, auténticas o no, se encuentran al lado de
asombrosos muebles japoneses y de graciosos objetos del siglo XVIII. La
monumental chimenea, flanqueada por dos hombretones de piedra, podría quemar un
roble en un día; la cornisa está dorada en puro oro, y cada mueble
sobrecargado de figurillas. Por lo demás Zola no es coleccionista: parece que
compra por comprar, un poco en desorden, al azar de su excitada fantasía, siguiendo
los caprichos de su vista, la seducción de las formas o del color, sin
inquietarse, como Goncourt, unos originales auténticos y de indiscutible valor.
Gustave Flaubert, por el contrario, odiaba las
figurillas, juzgando esa manía ingenua y pueril. En su casa no se
encontraba ninguno de esos objetos denominados « curiosidades - antigüedades
», u « objetos de arte ». En París, a su despacho decorado de persa, le
faltaba ese encanto envolvente que tienen los lugares habitados con amor y
ornamentados con pasión. En su retiro campestre de Croisset, la amplia
habitación de este compulsivo trabajador no estaba tapizada más que de libros.
Luego, en algún que otro rincón, algunos recuerdos de viajes o de amistad,
nada más.
¿ No tendrían ahí los psicólogos un curioso
sujeto de observación ?
No tengo la pretensión de hacer en este corto
artículo un estudio sobre Zola, el hombre, su vida, su obra. Eso está
hecho además, y va a aparecer enseguida. Uno de sus más íntimos amigos, Paul
Alexis, ha reunido en un pequeño volumen todo lo que él sabe ( y lo sabe todo
) del maestro naturalista. He querido únicamente esbozar en algunas líneas la
silueta de este grandioso y tan curioso escritor, en el momento en el que Le
Gaulois va a publicar su nueva obra, Pot-Bouille, la novela a la que
ha dedicado más tiempo, y aquella que, según el sistema que parece
haber adoptado contrastando de libro a libro, debería ser una novela tranquila,
tras la estridente novela Nana.
14 de enero de 1882
Traducción
de José M. Ramos González para
http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión
en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre