ÉMILE ZOLA

( Émile Zola )

Publicado en la Revue politique et littéraire, el 10 de marzo de1883.

 

I

 

Es de los apellidos que parecen destinados a la celebridad, que suenan y que permanecen en las memorias. ¿ Se puede olvidar a Balzac u olvidar a Hugo cuando alguna vez se han oído pronunciar esas cortas y brillantes sílabas ? Pero, de todos los apellidos literarios, el que quizás salta más bruscamente a los ojos y se agarra con más fuerza al recuerdo es el de Zola. Destaca, como dos notas de clarín, violento, escandaloso en el oído, la pronunciación de su brusca y sonora alegría. ¡Zola, que llamada para el público ! ¡ que grito despierta ! y que fortuna para un escritor de talento nacer dotado de este modo por el registro civil !

Y nunca un apellido mejor ha recaído sobre un hombre. Parece un desafío al combate, una amenaza de ataque, un canto de victoria. ¿ Quién, de entre los escritores de hoy, ha combatido más furiosamente por sus ideas; quién ha atacado con más brutalidad lo que creía injusto y falso; quién ha triunfado más rápido y ruidosamente sobre la indiferencia primero y la vacilante resistencia del gran público ?

La lucha fue prolongada sin embargo, antes de llegar al renombre; y como muchos de sus antepasados, el joven escritor paso por duros momentos.

Nacido en París, el 2 de abril de 1840, Émile Zola pasa su infancia en Aix y no regresa a París hasta febrero de 1858. Allí finaliza sus estudios, fracasando en el bachillerato, y comienza entonces la terrible lucha con la vida. Esa lucha fue encarnizada; y durante dos años, el futuro autor de los Rougon-Macquart vivió el día a día, comiendo cuando podía, errante en la búsqueda de la huidiza moneda de cien céntimos, frecuentando el monte de piedad como los restaurantes, y, a pesar de todo, componiendo versos, versos incoloros, sin curiosidad de forma o de inspiración, de los que un cierto número acaban de ser publicados gracias a los desvelos de su amigo Paul Alexis.

Él mismo cuenta que un invierno se mantuvo durante algún tiempo con pan mojado en aceite, aceite de Aix que unos parientes le habían enviado; y declaraba filosóficamente entonces:

« Habiendo aceite, uno no se muere de hambre.»

Otras veces, cazaba gorriones en los tejados y los asaba, ensartándolos con una varilla de sujeción de las cortinas. En otras ocasiones, habiendo empeñado sus últimos trajes, permanecía una semana entera en su domicilio, envuelto en su cobertura de cama, lo que denominaba estoicamente « hacer el árabe ».

Se encuentra en uno de sus primeros libros, La Confession de Claude, muchos detalles que parecen personales y que pueden dar una idea exacta de lo que fue su vida en esos momentos.

Finalmente entra como empleado en la casa editorial Hachette. A partir de ese día sus existencia estuvo asegurada, y cesó de hacer versos para dedicarse a la prosa.

Esta abundante poesía, fácil, demasiado fácil, como ya he dicho, apuntaba más a la ciencia que al amor o al arte. Eran, en general, amplias concepciones filosóficas, de esas cosas grandiosas que se versifican porque no son bastante claras para ser expresadas en prosa. No se encuentran nunca en esos intentos, esas ideas largas, un poco abstractas, también flotantes, pero penetrantes por una sensación de entrevista verdad, de profundizar durante un instante descubierta, de visión sobre el infinito intraducible, que adora el Sr. Sully-Prudhomme, el verdadero poeta filosofo, ni esos tan tenues, tan menudos, tan finos, tan deliciosos y tan trabajadas galanterías de amor donde destacaba por encima de todo Théophile Gautier. Es la suya una poesía sin carácter determinado, y sobre la que Zola no se hace ninguna ilusión. Él mismo confiesa con franqueza que al mismo tiempo de sus grandes impulsos líricos y alejandrinos, cuando hacía el árabe en ese mirador desde donde su mirada descubría Paris entero, a veces lo atravesaban unas dudas sobre el valor de sus cantos. Pero nunca llegó a desesperar; y, en los mayores momentos de vacilación, se consolaba con el siguiente pensamiento ingenuamente audaz: « A mi fe ¡ tanto peor ! si no soy un gran poeta, seré al menos un gran prosista.» Tenía una fe robusta, derivada de la íntima conciencia de un robusto talento, aún dormido, aún confuso, pero del que  sentía el esfuerzo para nacer, como un mujer siente remover al niño que lleva en ella.

Finalmente publica un volumen de cuentos: Les Contes à Ninon, de un estilo trabajado, de una buena forma literaria, de un encanto real, pero donde no aparecían más que vagamente las cualidades futuras, y sobre todo la extrema fuerza que debía desplegar en su serie de los Rougon-Macquart.

Un año más tarde, nos daba La Confession de Claude, que parece una especie de autobiografía, obra poco digerida, sin envergadura y sin gran interés; luego Thérèse Raquin, un bello libro de donde salió un bonito drama; más tarde Madeleine Férat, novela de segundo orden donde sin embargo se encuentran vivas cualidades de observación.

Sin embargo Émile Zola había abandonado desde hacía algún tiempo ya la casa Hachette y pasado por le Figaro. Sus artículos habían levantado polémica, su Salón había revolucionado la república de los pintores, y colaboraba en varios periódicos donde su nombre se daba a conocer entre el público.

Acomete la obra que debía levantar tanta polémica: Les Rougon-Macquart, que tiene por subtítulo: Histoire naturelle et sociale d’une famille sous le second Empire.

La especie de advertencia siguiente, impresa sobre la portada de los primeros volúmenes de esta serie, indica claramente lo que era la idea del autor.

«Fisiológicamente, los Rougon-Macquart son la lenta sucesión de los trastornos nerviosos que se declaran en una saga familiar como consecuencia de una primera lesión orgánica, y que determinan, según los medios de cada uno de los individuos de esta saga, los sentimientos, los deseos, las pasiones, todas las manifestaciones humanas, naturales e instintivas, cuyos productos toman los nombres convenidos de virtudes o de vicios. Históricamente, parten del pueblo; se irradian en toda la sociedad contemporánea; llegan a todas esas situaciones, por este impulso esencialmente moderno que reciben las clases bajas caminando a través del cuerpo social; y cuentan de ese modo el segundo Imperio con ayuda de sus dramas individuales, desde la encerrona del golpe de Estado a la traición de Sedan.»

He aquí en que orden vieron el día las diversas novelas, aparecidas hasta el momento, de esta serie

La Fortune des Rougon, obra larga que contiene el germen de los demás libros.

La Curée, primer cañonazo lanzado por Zola, y al que debía responder más tarde la formidable explosión de L’Assommoir. La Curée es uno de las más notables novelas del maestro naturalista, brillante y detallado, discutido y verdadero, escrito con arrebato, en un lenguaje colorido y fuerte, un poco sobrecargado de imágenes repetidas, pero de una incuestionable energía y de una indiscutible belleza. Es un vigoroso cuadro de las costumbres y de los vicios del Imperio desde lo más bajo hasta lo más alto de lo que se llama la escala social, desde los criados hasta las grandes damas.

A continuación viene Le Ventre de Paris, prodigiosa naturaleza muerta donde se encuentra la célebre Symphonie des Fromages, para emplear la expresión adoptada. Le Ventre de Paris, es la apoteosis de los mercados, de las legumbres, de los pescados, de las carnes. Se siente en ese libro la marea como los barcos pescadores que regresan al puerto, y las plantas del huerto con sus sabor a tierra, sus perfumes sosos y campestres. Y unas bodegas profundas del amplio almacén de los alimentos, subiendo entre las páginas del volumen los asquerosos olores de las carnes pasadas, las abominables tufos de las aves apiñadas, las pestes de las queserías; y todas esas exhalaciones mezclándose como en la realidad, y uno tiene, leyendo, la sensación de lo que ocurre cuando se pasa ante ese inmenso mercado de abastos: el verdadero Vientre de París.

A continuación está La Conquête de Plassans, novela más sobria, estudio severo, auténtico y perfecto de una pequeña ciudad de provincias, en la que un ambicioso sacerdote se va convirtiendo poco a poco en el amo.

Luego apareció La Faute de l’Abbé Mouret, una especie de poema en tres partes, donde la primera y tercera son, según opinión de muchos, los más excelentes fragmentos que el novelista haya escrito nunca.

Fue el turno entonces de Son Excellence Eugène Rougon, donde se encuentra una soberbia descripción de bautismo del príncipe imperial.

Hasta ese momento, el éxito fue lento en llegar. Se conocía el nombre de Zola, las letras predecían su futura explosión, pero las personas de mundo, cuando se le nombraba ante ellos, repetían: « ¡ Ah, sí ¡ La Curée », bien por haber oído hablar de ese libro como por haberlo leído. Cosa singular: su notoriedad era más destacada en el extranjero que en Francia; en Rusia sobre todo, se le leía y se le discutía apasionadamente; para los rusos era ya y sigue siendo EL NOVELISTA francés. Se comprende por otro lado la simpatía que ha podido establecerse entre este escritor brutal, atrevido y demoledor y ese pueblo nihilista hasta el fondo del corazón, ese pueblo cuya ardiente necesidad de destrucción se convierte en una enfermedad, una enfermedad fatal, es cierto, teniendo en cuenta la poca libertad de la que goza comparativamente con las naciones vecinas.

Pero he aquí que el Bien public publica una nueva novela de Emile Zola, L’Assomoir. Se produce un verdadero escándalo. Piensen pues: el autor emplea corrientemente las palabras más crudas de la lengua, no se amedrenta ante ninguna audacia, y sus personajes siendo del pueblo, escribe en la lengua popular, el argot.

Esto conlleva protestas, bajas de suscriptores; el director del periódico se inquieta, el folletín es interrumpido, luego es retomado por una pequeña revista semanal, La République des Lettres, que dirigía por aquel entonces el gran poeta Catulle Méndes.

Desde la aparición en volumen de la novela, una inmensa curiosidad se produce, las ediciones se agotan, y el Sr. Wolf, cuya influencia es considerable sobre los lectores del Figaro, se levanta en armas por el escritor y su obra.

Fue un éxito inmediato, enorme y sonoro. L’Assommoir alcanzó en muy poco tiempo la más alta cifra de ventas nunca conseguidas por un volumen durante el mismo periodo.

Después del gran estallido de este libro, publica una obra más suave, Una Page d’Amour, historia de una pasión en la burguesía. Luego aparece Nana, otro libro escandaloso cuya venta incluso sobrepasa la de L’Assommoir.

Finalmente la última obra del escritor, Pot-Bouille, acaba de ver el día.

 

II

 

Zola es, en literatura, un revolucionario, es decir un enemigo feroz de lo que acaba de existir.

Cualquiera que tiene la inteligencia viva, un ardiente deseo de novedad, cualquiera que posea las cualidades activas del espíritu, es forzosamente un revolucionario, por hastío de las cosas que conoce demasiado.

Educados en el romanticismo, impregnados de las obras maestras de esta escuela, totalmente sacudidos de impulsos líricos, atravesamos en principio el periodo de entusiasmo que es el periodo de iniciación. Pero por muy bello que este sea, una forma se vuelve fatalmente monótona, sobre todo para las personas que no se ocupan más que de la literatura, que la hacen de la mañana a la noche, que en ella viven. Entonces una extraña necesidad de cambio nace en nosotros; incluso las más grandes maravillas, que nosotros admiramos apasionadamente, nos aburren porque conocemos demasiado sus procesos de producción, porque somos de la casa, como se dice. En fin, buscamos otra cosa, o más bien anhelamos otra cosa; pero esa « otra cosa » la tomamos, la remodelamos, la completamos, la hacemos nuestra; y nos la imaginamos, con buena fe, haberlo intentado.

Es de este modo que las letras van de revolución en revolución, de etapa en etapa, de reminiscencia en reminiscencia; pues nada ahora puede ser nuevo. Los Sres. Victor Hugo y Emile Zola no han descubierto nada.

Esas revoluciones literarios no se hacen  sin gran alboroto, pues el público, acostumbrado a lo que existe, no se ocupa más de las letras como del paso del tiempo, poco iniciado en los secretos de la alcoba del arte, indolente para lo que no toque a sus inmediatos intereses, no le gusta ser desviado de sus admiraciones establecidas, y rechaza todo lo que le obligue a un trabajo de espíritu distinto al de sus asuntos.

Está apoyado en su resistencia por todo un grupo de literatos sedentarios, el ejercito de aquellos que siguen por instinto los surcos trazados, a cuyo talento les falta iniciativa. Aquellos no pueden nunca imaginar nada que no exista, y cuando se les habla de las nuevas tendencias, responden  doctoralmente: « No se hará nada mejor que lo que hay » Esta respuesta es justa; pero admitiendo que no se hará mejor, se puede bien convenir que se hará diferente. La fuente es la misma, sea; pero se cambiará el curso, y los circuitos del arte serán diferentes, sus accidentes de otro modo variados.

Asi pues Zola es un revolucionario. Pero un revolucionario educado en la admiración de lo que quiere demoler, como un sacerdote que abandona el altar, como el Sr. Renan, sosteniendo en definitiva la Religión, de la que una personas le han creído enemigo irreconciliable.

Asi pues, atacando violentamente a los románticos, el novelista que se ha bautizado naturalista emplea los mismos procedimientos de exageración, pero aplicados de un modo distinto

Su teoría es esta: Nosotros no tenemos otro modelo que la vida puesto que no concebimos nada más allá de nuestros sentidos; por consiguiente, deformar la vida es producir una obra mala, ya que es producir una obra errónea. La imaginación ha sido asi definida por Horacio:

 

Humano capiti cervicem pictor equinam

Jungere si velit, et varias inducere plumas

Undique co11atis membris, ut turpiter atrum

Desinit in piscem mulier formosa superne...

 

Es decir que todo el esfuerzo de nuestra imaginación no puede llegar más que a poner una cabeza de hermosa mujer sobre un cuerpo de caballo, a cubrir ese animal de plumas y convertirlo en un repugnante pez; o sea a producir un monstruo.

Conclusión: Todo lo que no es exactamente verdadero está deformado, es decir es un monstruo. De ahí a afirmar que la literatura de imaginación no produce más que monstruos, no hay mucha lejanía.

Es cierto que el ojo y el espíritu de los hombres se acostumbra a los monstruos, que, desde entonces, cesan de serlo, puesto que no son monstruos más que por el asombro que provocan en nosotros.

Asi pues, para Zola, solo la verdad puede producir obras de arte. No es necesario imaginar. Hay que observar y describir escrupulosamente lo que se ha visto.

Añadamos a esto que el temperamento particular del escritor dará a las cosas que describa un color especial, una forma propia, según la naturaleza de su espíritu. Él ha definido así su naturalismo: « La naturaleza vista a través de un temperamento »; y esta definición es la más diáfana, la más perfecta que se puede dar de la literatura en general. Este TEMPERAMENTO es la marca de fábrica; y el mayor o menor talento del artista imprimirá una mejor o peor originalidad a las visiones que él nos traducirá.

Pues la verdad absoluta, la seca verdad, no existe, no pudiendo nadie tener la pretensión de ser un espejo perfecto. Nosotros poseemos todos una tendencia de espíritu que nos lleva a ver, tanto de un modo, como de otro, y lo que parece verdad a estos parecerá un error a aquellos. Pretender hacer verdad, absolutamente verdad, no es más que una irrealizable pretensión, y se le puede a lo sumo comprometer a reproducir exactamente lo que se ha visto, tal como se ha visto, a dar las impresiones tal como se las ha sentido, según la impresionabilidad propia que la naturaleza ha puesto en nosotros. Todas esas disputas literarias son entonces sobre todo disputas de temperamento; y se erigen muy a menudo en cuestiones de escuela, en cuestiones de doctrina, las tendencias diversas de los espíritus.

De este modo Zola, que batalla con encarnizamiento a favor de la verdad observada, vive muy retirado, no sale nunca, ignora el mundo. ¿ Entonces que hace ¿ con dos o tres notas, algunas informaciones venidas de un lado y de otros reconstituye unos personajes, unos caracteres, el agita sus novelas. El imagina en definitiva, siguiendo lo más cerca posible la línea que le parece ser la de la lógica, frecuentando la verdad tanto como puede.

Pero hijo de románticos, romántico él mismo en todos sus procedimientos, lleva en él una tendencia al poema, una necesidad de engrandecer, de engordar, de hacer unos símbolos con los seres y las cosas. Siente fuertemente esta pendiente de su espíritu; la combate sin cesar para acabar siempre cediendo. Sus enseñanzas y sus obras están eternamente en desacuerdo.

Que importan, del resto, las doctrinas, puesto que solo las obras permanecen; y este novelista ha producido admirables libros que conservarán, a pesar de su voluntad, formas de cantos épicos. Esos son unos poemas sin poesía voluntaria, sin las convenciones adoptadas por sus predecesores, sin ninguna de las cantinelas poéticas, sin tomar partido, unos poemas donde las cosas, sean cuales sean, surgen iguales en su realidad, y se reflejan alargadas, nunca deformadas, repugnantes o seductoras, feas o bellas indiferentemente, en ese espejo de aumento pero siempre fiel y escrupuloso que este escritor lleva en él.

¿No es El vientre de Paris el poema de los alimentos; La taberna el poema del vino, del alcohol y de la borrachera; Nana el poema del vicio?

¿Qué es esto sino poesía elevada, sino la magnífica amplificación de la ganforra?

“Estaba de pie en medio de las riquezas amontonadas en su palacio, con una multitud a sus pies. Como esos monstruos antiguos, cuyos temibles dominios se veían sembrados de osamentas, asentaba sus plantas sobre cráneos y la rodeaban catástrofes: la ruina furiosa de Vandeuvres, la melancolía de Foucarmont perdido en los mares de China, el desastre de Steiner reducido á vivir como hombre honrado, la imbecilidad satisfecha de La Faloise, el trágico hundimiento de los Muffat, y el blanco cadáver de Jorge velado por Felipe, salido la víspera de la cárcel. Su obra de ruina y de muerte era un hecho; la mosca que alzó el vuelo desde la basura de los arrabales, llevando el fermento de las podredumbres sociales, había emponzoñado á esos hombres, sin más que posarse en ellos. Estaba bien, era justo; había vengado á su gente, los pordioseros y los abandonados. Y mientras que en un nimbo de gloria ascendía su sexo é irradiaba sobre esas víctimas tendidas cual un sol saliente que alumbra un campo de matanza, conservaba ella su inconsciencia de hermoso animal, ignorante de su tarea, siempre buena chica.”

Por supuesto, lo que ha desencadenado contra Zola á los enemigos de todos los innovadores es el atrevimiento brutal de su estilo. Ha desgarrado y roto los convencionalismos de las conveniencias, literarias, pasando á través de ellas como un payaso musculoso por un aro de papel. Ha tenido la audacia de la palabra propia, de la frase cruda, restaurando así las tradiciones de la vigorosa literatura del siglo XVI; y lleno de altivo desprecio por las perífrasis cultas, parece hacer suyo el célebre verso de Boileau:

 

“Yo llamo al gato, gato, etc...”

 

Diríase que exagera hasta el reto ese amor a la verdad desnuda, complaciéndose en las descripciones que se sabe han de indignar al lector, y atiborrándole de palabras groseras para enseñarle a digerirlas, a que no vuelva a hacer ascos.

Su estilo amplio y muy figurado, no es sobrio y preciso como el de Flaubert, ni cincelado y refinado como el de Téophile Gautier, ni sutilmente cortado, atildado, complicado, delicadamente seductor como el de Goncourt; es superabundante e impetuoso cual desbordado río que todo lo arrolla.

Habiendo nacido escritor, maravillosamente dotado por la naturaleza, no trabajó como otros en perfeccionar hasta el exceso el instrumento que emplea. Se sirve de él cual dominador, lo conduce y regula a su antojo, pero nunca le arranca esas pasmosas frases que en ciertos maestros se encuentran. No es un violinista del idioma, y aun a veces parece ignorar qué vibraciones prolongadas, qué sensaciones imperceptibles y exquisitas, qué espasmos de arte producen ciertas combinaciones de palabras, ciertos incomprensibles acordes de silabas, en el fondo de las almas de los refinados fanáticos, de esos que viven para el verbo y no comprenden nada fuera de él.

Estos son contados, contadísimos, y nadie les comprende cuando hablan de su idolatría por la frase. Se les trata de locos, sonriéndose, encogiéndose de hombros, y se proclama que la “lengua debe ser clara y sencilla, nada más”

Tiempo malgastado hablar de música a personas que no tienen oído.

Emile Zola se dirige al público, al público grande, a todo el público, y no á los refinados solamente. No tiene necesidad de tantas sutilezas; escribe claro, en hermoso estilo sonoro. Ya basta.

¡Qué de burlas no se le han dirigido, qué chacotas groseras y siempre iguales! En verdad que es fácil escribir de crítica literaria comparando eternamente a un escritor con un pocero en funciones del servicio, á sus amigos con los ayudantes del pocero, y sus libros con vertederos y alcantarillas. Este género de zumba no conmueve en manera alguna á un creyente que ha medido sus fuerzas.

¿De dónde proviene ese odio? De múltiples causas. En primer término, la ira de las gentes perturbadas en la tranquilidad de sus rutinarias admiraciones; después los celos de ciertos colegas y la animosidad de otros a quienes hirió en sus polémicas; por último, la exasperación de la hipocresía desenmascarada.

Porque Zola ha dicho en crudo lo que pensaba de los hombres, de sus arrumacos, y de sus vicios ocultos tras apariencias de virtud; pero tan arraigada está entre nosotros la hipocresía, que todo se permite menos eso. Sed lo que queráis, haced lo que se os antoje, pero arreglaos de manera que os podamos tomar por hombres honrados En el fondo os conocemos bien, pero nos basta con que aparentéis lo que no sois; y os saludaremos y os daremos la mano cordialmente.

Emile Zola ha arrancado antifaces y se ha tomado sin vacilaciones la libertad de decirlo todo, la libertad de referir lo que hace cada cual. No le ha engañado la universal comedia, y no se ha querido mezclar en ella. Ha exclamado de este modo:

—“¿Por qué mentir así? No deslumbráis á nadie. Bajo todas las caretas, conócense todas las caras. Al cruzaros unos con otros, os dirigís finas sonrisas que significan: “Estoy en el secreto” Os cuchicheáis al oído los escándalos, las anécdotas escabrosas, las interioridades sinceras de la vida; pero si algún atrevido se pone a hablar alto, a referir con tranquilidad, sin aspavientos ni eufemismos todos esos secretos a voces de la gente de mundo, alzase un clamoreo de indignaciones fingidas, pudores de Mesalina y susceptibilidades de Roberto Macario. Pues bien, os desafío: ese atrevido seré yo.”

Y lo fué. En las letras, quizá nadie ha excitado más odios que Emilio Zola. Tiene por añadidura la gloria de poseer enemigos feroces, irreconciliables, que en toda ocasión caen sobre él como furiosos y emplean cualquier arma, al paso que él los recibe con buenos modos de jabalí. Son legendarios sus colmillazos.

Si alguna vez los achuchones recibidos le han magullado un poco, ¡cuántas cosas posee para consolarse. No hay escritor más conocido, más divulgado por todos los ámbitos del mundo. En las más chicas ciudades extranjeras se encuentran sus libros en todas las librerías, en todos los gabinetes de lectura. Sus más rabiosos adversarios no niegan su talento, y el dinero que tanto le faltó, entra ahora en su casa á carretadas.

Emilio Zola tiene la rara fortuna de poseer en vida lo que muy pocos logran conquistar: la celebridad y la riqueza. Contados son los artistas que obtuvieron esa felicidad; al paso que son innumerables los que no han llegado a pasar por ilustres sino después de muertos, y cuyas obras no se han pagado a peso de oro sino a sus herederos.

 

III

 

Zola hoy tiene cuarenta y un años. Su tipo físico corresponde á su talento. Es de estatura regular, algo grueso, de aspecto bondadoso, pero obstinado. Su cabeza, parecida a las que vemos en muchos cuadros italianos antiguos, sin ser hermosa, presenta gran carácter de energía y de inteligencia. Los cabellos cortos, se encrespan sobre la despejada frente, y la nariz recta termina, como cortada de pronto por un golpe de cincel sobrado brusco, encima del labio superior, sombreado por un bigote negro, bastante espeso. Toda la parte inferior de la cara, rechoncha pero enérgica, está cubierta de barba afeitada casi á flor de la piel. Los ojos negros, miopes, de mirar penetrante y escudriñador, se sonríen, ya picarescos, ya irónicos; al paso que un pliegue particularismo arremanga el labio superior de una manera festiva y burlona.

Toda su persona, oronda y fuerte, produce el efecto de una bala de cañón; lleva resueltamente su apellido brutal, con dos sílabas que botan con el estampido de las dos vocales. (La palabra italiana Zolla (se pronuncia dsola) , significa Terrón.—(N. DEL T.)

Su vida es sencilla, muy sencilla. Enemigo del gentío, del barullo, de la agitación parisiense, vivió al principio retiradísimo, en domicilios lejanos de los barrios bulliciosos. Ahora vive refugiado en su quinta de Medan, que ya no abandona casi nunca.

Sin embargo, tiene casa puesta en París, donde pasa unos dos meses al año. Pero parece aburrirse en ella, y se aflige de antemano cuando le va á ser preciso dejar la aldea.

En París como en Medan, sus costumbres son las mismas. Sus facultades para el trabajo parecen extraordinarias. Se levanta temprano y no interrumpe su tarea hasta la una y media de la tarde, para almorzar. Vuelve á sentarse á trabajar desde las tres hasta las ocho, y a menudo hasta pone otra vez manos á la obra por la noche. De tal manera, sin dejar de producir dos novelas anuales, ha podido suministrar durante largos años un artículo diario al Sémaphore de Marseille, una crónica semanal á un gran periódico parisiense y un extenso estudio mensual a una importante revista rusa.

Su casa no se abre sino para sus amigos íntimos, y permanece cerrada á cal y canto para los indiferentes. Durante sus residencias en París, recibe por lo general el jueves de noche. En su casa se encuentran su rival y amigo Alfonso Daudet, Turguenief, Montrosier, los pintores Guillemet, Manet, Coste, los jóvenes escritores que se le atribuyen como discípulos, Huysmans, Hennique, Céard, Rod y Pablo Alexis, con frecuencia el editor Charpentier. Duranty era un concurrente habitual. A veces se presenta Edmundo de Goncourt, que sale poco de noche porque vive muy lejos.

Para las gentes que buscan en la vida de los hombres y en los objetos de que se rodean las explicaciones de los misterios de su espíritu, Zola puede ser un caso interesante. Este fogoso enemigo de los románticos se ha creado en el campo y en Paris interiores románticos enteramente.

En París, su dormitorio está colgado con tapicerías antiguas; un lecho estilo Enrique II se adelanta al centro de la vasta estancia, iluminada por antiguas vidrieras de iglesia que difunden sus luces multicolores sobre mil objetos de capricho, inesperados en aquel antro de la intransigencia literaria. Por todas partes telas antiguas, bordados de seda envejecidos, seculares ornamentos de altar.

En Medan es idéntica la decoración. La casa, una torre cuadrada al pie de la cual se agacha una microscópica casita, cual un enano que viajase con un gigante, está situada a lo largo de la línea del Oeste; y de rato en rato los trenes que van y vienen parecen atravesar el jardín.

Zola trabaja en medio de una estancia demasiadamente grande y alta, iluminada en toda su anchura por una galería de cristales que da á la llanura. Y ese inmenso gabinete está colgado también con inmensos tapices, y lleno de muebles de todos tiempos y países. Armaduras de la Edad Media, auténticas ó no, están próximas A asombrosos muebles japoneses y graciosos objetos del siglo XVIII. La chimenea monumental, con dos cariátides de piedra a los lados, podría quemar en un día un monte de leña, la cornisa es dorada, y sobre cada mueble hay un montón de cachivaches artísticos.

Y sin embargo, Zola no es coleccionista. Parece comprar por comprar, en revoltillo, al azar de su capricho excitado, siguiendo los antojos de su vista, la seducción de las formas y del color, sin preocuparse, como Goncourt, de los orígenes auténticos y del valor innegable.

Por el contrario, Gustavo Flaubert tenía odio al bibelot, juzgando necia y pueril tal manía.

En su casa no se encontraba ninguno de esos juguetes que se llaman “curiosidades”, “antiguallas” ú “objetos de arte”. En París, su gabinete, colgado de persia, carecía del encanto propio de los lugares habitados con amor y adornados con pasión. En su quinta de Croisset, la vasta estancia donde se afanaba el tenaz trabajador, no tenía más adorno en las paredes sino libros. Sólo de trecho en trecho, algunos recuerdos de viaje o de amistad, y nada más.

¿No ofrece tal contraste un curioso tema de observación á los psicólogos quintaesenciados?

En frente de la casa de Zola, detrás de la pradera separada del jardín por la vía férrea, el novelista distingue desde sus ventanas la ancha cinta del Sena corriendo hacia Triel; después, una llanura inmensa y aldehuelas blancas en las laderas, de lejanos ribazos, y encima bosques que coronan las alturas. A veces, luego de almorzar, baja por una encantadora alameda que conduce al río, cruza el primer brazo de éste en su barca “Nana” y llega a la isla grande, parte de la cual acaba de comprar. Ha hecho construir allí un elegante pabellón, donde cuenta recibir en verano a sus amigos.

Hoy, Zola parece que tiene abandonado el periodismo, pero su despedida de la batalla cotidiana no es definitiva, y el día menos pensado le veremos renovar en la prensa la lucha por sus ideas; porque es luchador de raza, y durante años ha combatido sin tregua y sin el más pequeño desfallecimiento. Existen coleccionados en tomos todos sus artículos doctrinales, y forman sus Oeuvre critique.

Sus clarísimas ideas están expuestas con raro vigor. Sus Documents litteraires, Les romanciers naturalistes, Nos auteurs dramatiques pueden clasificarse entre los documentos de crítica más interesantes y originales que existen. ¿Son concluyentes? A esto se puede contestar: “¿Hay alguna cosa concluyente, indiscutible? ¿Hay una sola verdad evidente y segura?»

Para completar la enumeración de sus libros de polémica, citemos Mes haines, Le Roman experimental, Le Naturalisme au Théâtre   y Une champagne.

El teatro es una de sus preocupaciones. Zola comprende, como todo el mundo, que pasaron los enredos a la antigua, los dramas a la antigua, todo el antiguo sistema escénico. Pero no parece haber dado aún con la nueva fórmula (para emplear su expresión favorita), y sus ensayos, hasta la fecha, no han salido victoriosos, á pesar del movimiento que produjo su drama Thérèse Raquin..

Este drama terrible causó en un principio un efecto de pasmo profundo; quizá el mismo exceso de la emoción perjudicase su triunfo definitivo. Se ha tratado muchas veces de volver a ponerlo en escena, sin obtener la decisiva victoria.

La seguida obra dramática de Zola, Les Héritiers Rabourdín se representó en el teatro Cluny, bajo la dirección de uno de los hombres más audaces é inteligentes que de mucho tiempo acá se han visto al frente de un teatro parisiense, M. Camilo Weinschenk. La obra, aplaudida, pero no bien interpretada, desapareció de los carteles.

Por último, Le bouton de Rose, en el Palacio Real, fue una verdadera caída, sin esperanzas de desquite.

Zola acaba de terminar un gran drama tomado de La Curée, y se susurra que otra pieza más. Pudiera ser que el papel principal de la primera de estas obras estuviese a cargo de Sara Bernhardt.

Sea cual fuere el éxito futuro de esas tentativas dramáticas, es cosa probada ya que el insigne escritor posee altísimas dotes para la novela, y que sólo esta forma se presta del todo al completo desarrollo de su vigoroso talento

 

1883

Traducción de José M. Ramos González para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre