EN EL SALÓN
( Au Salon )
Publicado en XIXe Siècle, el 30 de abril, 2, 6, 10 y 18 de mayo de 1886

I

      Damas y caballeros,
      Si les parece bien, vamos a realizar juntos algunas visitas a este mercado central de la pintura que se llama, no sé por qué, el Salón. No crean sin embargo que, al igual que los señores críticos, tengo la intención de impartirles un curso teórico sobre el arte de pintar. No, y tengo para ello buenas razones. La mejor de todas, es que yo no entiendo nada de este arte que no he practicado en absoluto, del que desconozco el oficio, y que es indispensable conocer para formular una opinión razonable y autorizada. Además sobre este aspecto, estoy tan informado como mis colegas; pero tengo sobre ellos la ventaja de confesar mi ignorancia y proclamarla incluso preferible a su autoridad para visitar el Salón sin prejuicios. Además, en pintura, como en literatura, en música, en hebreo o en terapéutica, nadie lo domina todo y lo más sencillo es reconocerlo, lo que nadie hace, ni el público, ni los críticos, ni los pintores.
      Esto es fácil de demostrar.
      Comencemos por los críticos.
      Supongo a alguno dotado de las delicadas y tan raras cualidades del ojo que hacen moderno al artista, cualidades de las que hablaré a continuación, cualidades naturales, cualidades desconocidas además para el sesenta por ciento de los pintores. Pues bien, si el crítico posee esas cualidades, en lugar de escribir frases sobre ello, mejor le servirían simplemente para pintar.
      Pero admitamos al crítico dotado por la naturaleza. Siempre le faltará la ciencia de la ejecución, complicada, difícil, que solamente años de estudios pueden proporcionar.
      Pero la pintura y la literatura tienen  de particular que parecen comprensibles a todo el mundo, cuando realmente son ignoradas por casi todos. El hombre que sabe escribir una carta con ortografía juzga como sus iguales a los escritores de los que él jamás sospechará las torturas, las combinaciones, el secreto martirio para conferir a las palabras la vida misteriosa del arte. Y el hombre que se pasea por el Palacio de la Industria se permite juzgar a los pintores, por el mero hecho de que tiene dos ojos para ver. ¡ Veo, entonces sé ! piensa él.
      ¿ Basta con mirar una locomotora en marcha para poseer los conocimientos de un ingeniero ?
      No obstante el crítico cree saber bastante porque ha visto muchos trenes pasar, trenes o cuadros, si usted quiere. ¡ Y juzga !, juzga, bendice, fomenta, aprueba, condena, distribuye el elogio o la sanción, la oscuridad o la gloria. Hace eso en nombre de sus ideas, de sus teorías o de su imparcialidad, lo que es todavía peor.
      Si sus teorías son clásicas, desprecia a los innovadores; si sus teorías son revolucionarias, extermina, en sus publicaciones, a toda la Escuela de Bellas Artes; pero si es imparcial, no comprende ni a unos ni a otros, y los critica con igual jactancia.
     Ahora bien, los pintores, cada año, se rebelan contra esos pontífices de los que desean o solicitan elogios, aun cuando desprecien sus opinión.
      ¿ Quién puede entonces juzgar a los pintores ?
      ¿ El público ? Si los críticos son relativamente incompetentes, los paseantes lo son radicalmente.
      El público va a mirar los cuadros del mismo modo que los niños miran las imágenes. Se interesa en primer lugar por el tema, trata de comprender la aventura, se inquieta o se divierte del parecido de los personajes con personas que él conoce. Se exclama:
      - ¡ Fíjate ! ¡ Juliette, mira si esa mujer gorda no se parece a la Señora Bafour !
      ¡ Y se ríe !
      Si se dijese al público lo que hay de misterioso y de complicado en una obra bella, quedaría más asombrado que un mono contemplando un reloj en marcha.
      Para comprender el arte tal y como se busca hoy, es necesaria una delicadeza, una sensibilidad de la vista que muy pocos hombres poseen, incluso entre los mismos pintores.
      El ojo, tan impresionable, tan refinado como el oído de un músico sutil, experimenta, ante el solo aspecto de los matices, de los vecinos, combinados, complicados, un placer profundo y delicioso. Una mirada fina y experimentada distingue esos matices, los saborea con infinita alegría, advirtiendo las relaciones invisibles para la muchedumbre, notando las innumerables y discretas modulaciones.
      La multitud, cuya educación artística deja y dejara siempre que desear, no conoce más que algunos colores, los colores primarios, aquellos que los poetas antiguos citaban en sus cantos. Pues los hombres de la antigüedad desconocían los matices como los sonidos, la pintura como la música; y nosotros no encontramos en sus obras escritas más que los nombres de un muy pequeño número de colores. Sensibles al dibujo, a la armonía de las formas, a la gracia de las actitudes, no conocían la belleza misteriosas del color sabio, al igual que la potencia embrujadora de  la música que asola la nerviosa alma de los modernos.
      Luego, poco a poco, el ojo humano ha ido comprendido. De la Escuela italiana salieron unos coloristas brillantes, siempre un poco duros aunque admirables, y la Escuela flamenca ha engendrado hombres prodigiosos quiénes han sabido ver y han sabido poner toda la infinidad de matices en las graduaciones de una sola pincelada. Un extremo de tela pintado por Rembrandt, dos tonos contiguos plasmados por la mano de este admirable maestro, nos han revelado que lo que se creía negro no lo es, y nos han proporcionado, en esos negros luminosos, más color, más riqueza, más variedad, más de inesperado, más de cautivador encanto que en las telas brillantes de Rubens.
      Es gracias a esos hombres que hemos comprendido finalmente la poca importancia que tiene el tema en la pintura y de que modo la belleza particular, la belleza íntima e inexplicable de una obra de arte difiere de lo que el ojo humano, el ojo ignorante, está acostumbrado a encontrar bello.
      ¡ Cuantos retratos son unas maravillas, feos retratos de personas viejas, retratos de burgueses comunes, cómicos, que harían reír si no se mirase más que la expresión humana de la figura representada, y que despiertan en nosotros una admiración emocionada porque son la expresión completa y misteriosa de un arte, y no la expresión de una cabeza !
      El tema, en efecto, no tiene en pintura otro valor que este: el artista, bien represente algo convenido en ser bello, bien represente algo que normalmente es feo, debe únicamente descubrir y plasmar el sentido profundo y todo el valor de su tema, de tal modo que produzca una obra de arte, con esa belleza o con esa fealdad. Nos debe emocionar por su misma obra y no por la anécdota que su obra representa. Pues no se debe confundir la simple y directa sensación que un objeto o que un hecho produce en nuestros sentidos y en nuestra alma, con la compleja sensación que nos proporciona un arte representando e interpretando ese objeto o ese hecho. La cosa más horrorosa o la más repugnante puede transformarse en admirable bajo el pincel o bajo la pluma de un gran artista.
      Sin embargo el público y muchos críticos, hombres de letras, han impuesto a los pintores una pintura literaria, antigua o moderna, tomada de la historia antigua, memorias trágicas o galantes de antaño o de la Gazette des tribunaux  de hoy, que tan  peligrosa resulta para este arte como la novela folletín, tan querida por las porteras, para los escritores observadores y estilistas.
      Pues la muchedumbre, desconociendo esta sutil y singular sensación de alegría artística comunicada por la mirada al cerebro, ve y siente ingenuamente, como un salvaje que viene a distraerse y para quién un museo o una exposición no es otra cosa que la novela y la historia dibujadas en colores.
      No obstante, en el público se encuentran hombres a quiénes la naturaleza ha dotada para ser excelentes jueces, y éstos acaban sin duda por imponer su opinión; pero son raros, perdidos en la multitud, ¡ y su voz es oída tarde, muy tarde !
       Así pues, ¿quién es competente, quién tiene el derecho de expresar su opinión ? ¿ Los pintores ?
      En absoluto. Esta es la razón:
     Su extrema educación especial los arma de una parcialidad irreducible para todo colega que, dotado de otro temperamento distinto, siga una tendencia diferente.
      Tomemos unos ejemplos. El Sr. Puvis de Chavannes busca en evocar, en fijar vagamente los sueños que pasan ante sus ojos, antes sus ojos de pintor-poeta.
      ¿ Cómo admitir que pueda, viendo sus obras, comprender y apreciar la pintura microscópica del Sr. Meissonier ?
      El Sr. Gustave Moreau también busca fijar unos sueños, pero con meticulosa precisión.
     ¿ Podría creerse que fuese admirado y comprendido por Coubert, robusto y brutal colorista ?
     Los hombres de la Escuela de Bellas Artes, los correctos saturados de tradiciones, levantan los hombros con magistral desdén ante los Manet, los Monet, ante todos aquellos a los que irritan las actitudes convencionales y que, despreciando el dibujo sabio y el cuadro compuesto, siguiendo las reglas establecidas, persiguen las inalcanzables armonías de los tonos, la verdad inapercibida hasta el momento por sus antecesores. Pues si la naturaleza no ha cambiado, la mirada humana se ha modificado y reconoce colores imposibles incluso de ser expresados con palabras.
      Para convencerse basta mirar las nuevas telas. ¿ Quién podrá indicar sus matices con palabras ? Vean los rosas y los rojos de China, toda la gama de los lilas rojos, de los lilas rosas, de los lilas naranja, y los verdes tan distintos, tan deliciosos, tan nuevos, innumerables, innombrables, que nuestro ojo hoy distingue sin que nuestra boca sepa definirlos todavía.
      ¿ Acaso los realistas, a pesar de su gran genio, admitirán la gracia de Watteau ?
     ¿ Acaso no se oyen cada día a los maestros de la pintura moderna hablar con desprecio de algunos maestros de la pintura antigua ? ¿ Acaso Ingres admitía a Delacroix ? ¿ Todos los contemporáneos de este último no lo han abucheado y despreciado a pesar de su saber especial ? ¿ No han hecho otro tanto con Corot, con Millet y con muchos otros ? ¿ No oímos cada día a artistas de gran merito cuestionar con vehemente y convencida pasión, con la autoridad que les confiere el saber y el éxito, a otros artistas menos célebres, no menos autorizados a proclamar su desdén por aquellos cuyo temperamento es diferente ? Y todas esas opiniones sin embargo son lógicamente defendidas y razonadas por hombres instruidos y competentes, motivados en virtud de principios inflexibles, pero diversos, y afirmadas irrefutables tanto por los unos como por los otros.
      Entonces, uno se preguntará: ¿ si nadie puede juzgar la pintura, qué vamos a hacer al Salón ?
      Pues bien, iremos, inocentemente, como buenos burgueses a contemplar imágenes, nada más que imágenes. Nos pasearemos de sala en sala, en medio del público, mirando a nuestros vecinos del mismo modo que a las paredes, escuchando lo que se dice y  volviéndolo a contar. Volveremos con alguna reflexión, quizás anécdotas, pero no hablaremos mucho de colores ni de dibujo, en virtud de esta máxima: « De gustos y de colores no se discute. »
      Dejaremos pelearse a los artistas sobre el hacer y saber hacer, sobre las tendencias y los procedimientos, sobre el día al aire libre o en el taller, sobre los convenios de la perspectiva y de las sombras, sobre las modificaciones que las cercanías proporcionan a los valores, etc., etc.
      Nosotros nos limitaremos a ver las imágenes, y también a los imagineros; es decir que nos divertiremos en buscar, en los pintores, las razones que les han hecho elegir esos temas. Haremos un pequeño viaje de exploración y de placer en sus espíritus y en sus intenciones, en sus ideas, en sus sentimientos, en sus combinaciones para emocionar a las personas más duras o las más sencillas, como nosotros. ¡ Ah ! vemos Orientales sobre divanes, como los sultanes no han visto nunca, guerreros galos o francos con bigotes de color pajizo, de ojos terribles, de aspecto noble y temible; veremos escenas espantosas o conmovedoras, gestos llenos de expresión y de intenciones tan evidentes que los niños más pequeños se detendrán para decir:
      - Mira, papá ¡ un hombre enfadado !
      O bien:
      - ¡ Oh ! mamá, ¡ una señora muy enferma !
      Descubriremos en definitiva toda la literatura, buena o mala, que los pintores, presionados por el público y por los críticos, están obligados a poner en su arte.
      ¡ Oh, si usted supiese que abominable resulta a veces ver toda esa pintura de espíritu y sentimientos, esa pintura de emociones tiernas, dramáticas o patrióticas, esta pintura lacrimógena y novelesca, esa pintura anecdótica, histórica, de hechos diversos, judicial, familiar o diplomática, esa pintura que cuenta, que declama, que enseña, que moraliza o que pervierte !

II

      ¡ Compadezcamos a los pintores !
      Cuando se entra en el Salón, se experimenta al principio un vivo dolor en el fondo de los ojos, un golpe de color crudo y de día brutal, que pronto se transforma en jaqueca. Y uno va de sala en sala, asustado, cegado por la llamarada de los tonos furiosos, por el incendio de los marcos dorados, por la cruda claridad, blanca y feroz que cae desde el techo de cristal.
     ¿ No deberían vender, junto con los catálogos, gafas ahumadas para esta visita como se venden en las calles los días de eclipse ?
      Considero que incluso un oculista distinguido debería tener un despacho, a disposición del público, como el Sr. Dufoussat, el honorable abogado de los pintores.
      La pintura es un arte delicado, lleno de matices, y tiene necesidad de ser vista bajo un día especial, hábilmente preparado para ella. Añadamos que cada cuadro ha sido concebido y ejecutado en condiciones diferentes de luz que se deberían reproducir, tanto como fuese posible, antes de mostrarlo al público; que la puesta en escena del Salón sería tan útil como en el teatro, para darles valor a esas obras decorativas que se muestran en desorden, mezcladas, como las mercancías de un almacén, bajo una luz tan violenta como desagradable, que ilumina horrorosamente decolorándolo todo con su crudeza.
     Indiquemos como las inesperadas telas contiguas producen fatalmente atroces cacofonías de tonos, combates de rojos, encontronazos de azules, mezclas innombrables de colores exasperados que se encuentran. Las obras finas y discretas se eclipsan bajo el brillo cegador de las obras coloridas, que parecen chillonas al lado de las otras.
      Pero como uno se acostumbra a todo, pronto se adapta a ese suplicio. Y se  va, a través de las salas, preguntándose de que modo se podrá informar al público, con un poco de orden, de toda esa multitud agobiante de cuadros.
       Entonces nos asalta un recuerdo.
     Un hombre de pronto se ha encontrado con una profundidad de espíritu increíble, conocedor refinado tanto como hábil viceministro, ha tenido en su vida dos grandes ideas.
      Él fue el inventor de los grupos por tendencias y el ingeniero del nivel del arte.
   Vamos por primera vez, creemos, a experimentar prácticamente sus concepciones, hacer la aplicación fiel de sus descubrimientos.
      Se trata de clasificar a los pintores por grupos de tendencias tras haberlos divididos en dos grandes corrientes: una corriente ascendente y una corriente descendente, una haciendo bajar, otra haciendo subir el nivel sagrado del arte. Los pintores militares están en la corriente que lo hacen subir, y los pintores de mujeres desnudas en la corriente que la hace bajar !
      ¿ Esta gran idea no es sencilla como el huevo de Colón ? Y sin embargo no ha podido nacer más que en espíritu de un hombre del final del siglo XIX.
      En la sala donde dominan las batallas, el nivel del arte es alto; en las salas donde dominan los Orientales sobre cojines y los bañistas sobre la hierba verde, el nivel del arte es bajo.
      Un problema se presenta aún. Al no haber tenido todos los pintores la inspiración de producir militares o damas desvestidas, nos encontramos obligados a tener recursos para una subclasificación. Los dividiremos de nuevo siguiendo el viejo método, en gran pintura y en pequeña pintura.
      La aplicación de este viejo sistema no es fácil, las palabras grande y pequeño pueden aplicarse bien a las ideas, bien a las dimensiones de las telas. Si se las aplica a las ideas, caemos en una contradicción. Teniers y otros deben ser entonces clasificados entre los pequeños pintores, teniendo en cuenta la trivial vulgaridad de sus temas.
      - ¡ Y sin embargo se les proclama maestros !
      Limitémonos a considerar gran pintura a aquella que llena los grandes marcos; y pequeña pintura, a la contenida en los marcos pequeños.
      Los grupos, por temáticas, resultan enseguida fáciles de definir.
      1º grupo.- Anticuarios religiosos. Los pintores que continúan ilustrando la mitología, el Antiguo y el Nuevo Testamento, y en general todas las fábulas establecidas sobre las divinidades.
      2º grupo.-  Anticuarios históricos. Aquellos que ilustran la historia antigua griega, romana, egipcia, etc., etc., la Antigüedad y la Edad Media, y, en general, todas las fábulas históricas narradas por los escritores.
      3º grupo.- Modernistas campestres y fantásticos.
      4º grupo.- Clásicos fantásticos y campestres.
      5º grupo.- Pintores de arenques, flores, legumbres y cacerolas ( naturaleza muerta ).
      6º grupo.- Pintores de hechos diversos. Accidentes de coche, perros atropellados, naufragios, acontecimientos parisinos, bodas y muertes célebres, fiestas de todo tipo, Cámara de diputados, curación de la rabia, actos de devoción, peligros de la borrachera y de la morfina, escenas de la vida popular, caballos desbocados, crónica del fuego, del duelo, del amor, al ladrón, etc., etc.
      7º grupo.- Marinas. Marinas de guerra, de placer, de pesca, de comercio, remeros.
      8º grupo.- Paisajistas: bosques, valles, ríos, bosquecillos, playas, llanuras, landas, etc.
     Nota.- Todas esas regiones están desiertas, no se admite a ningún hombre, bajo pena de mutilación y de deformación, atravesar las tierras queridas por los paisajistas.
      9º grupo.- Animales: vacas, caballos, cerdos, conejos, corderos, pavos, cabras, hormigas, elefantes, pájaros diversos.
      Nota.- Para cualquier información, dirigirse a los guardianes del Jardín de las Plantas.
      10º grupo.- Retratos ( parecido garantizado )
      11º grupo.- Gandules y dementes.

      Comencemos.
      1 y 2º grupos - Gran pintura. Anticuarios religiosos e históricos. A todo señor todo honor. Saludemos al Sr. Puvis de Chavannes que se debería llamar, me parece, en razón del lugar que ocupa, Sr. Puvis de Pavannes. Cuatro pintores como él y henos aquí desprendido de otros tres mil quinientos de un plumazo. Es el gran arte a imitar. Su hermosa tela, iba a escribir su bello fresco, la Inspiración cristiana, nos muestra un pintor religioso de antaño, soñando ante su obra.
      Cuando se pregunta a los colegas del gran artista: « ¿ Es notable la ejecución ? », ellos responden: « ¡ Heu ! ¡ heu ! no demasiado. ¡ Pero que poesía ! »
      Es en efecto, poesía sin rima, poesía pintada, lo que nos ofrece en proporciones considerables, este inspirado maestro. La palabra visión que él ha aplicado, además, a su otra tela: Visión antigua, parece hecha para caracterizar esas grandes obras amplias, serenas y soberbias, calmantes y cautivantes como dulces crepúsculos en países soñados.
      En frente a este notable y noble artista, el Sr. Benjamín Constant nos presenta un Justiniano que parece muy triste por la marcha de Sarah Bernhardt a América. ¿ Qué hace en medio de sus ministros y consejeros, vestidos con un lujo que uno no encontraría hoy en las más opulentas cortes ?
      Esta gran y bella tela, toda en oro y en piedras preciosas, está hecha para provocar las codicias del pobre mundo y despertar las bajas pasiones, los deseos de pillaje y de robo. Se la debería cubrir con un velo los días de entrada gratuita y de gente a raudales.
      Se cuenta que el Sr. Presidente de la República se detuvo mucho tiempo ante esta obra, y preguntó al artista, con una maligna sonrisa, si no había tenido la intención de representar al Sr. Odilon Barrot, en la figura de un viejo poco vestido y visto de espaldas.
      El Sr. Benjamín Constant protestó con energía, afirmando que, si hubiese allí alguna semejanza, era inesperada y en absoluto intencionada.
      Sobre el panel vecino, Liphart lleva y seduce a la mirada por su poética estrella del  pastor.
      Pasamos, buscando,, al azar en las salas, las telas más grandes.
      He aquí una del Sr. Luna-Juan, un Spoliarium muy colorido donde agonizan unos hombres extraños, hechos para volver locos de asombro a aquellos que se detienen ante ese cuadro. ¿ Qué es eso ? Por fortuna el catálogo nos explica que ese tema está tomado de las obras de Ch. Dezobry ( Roma en el siglo de Augusto). ¡ Gracias, Dios mío ! Nos informa también que esta salvaje concepción pertenece a la diputación provincial de Barcelona. ¡ Ah ! ¡ Tanto mejor !
      El Vitelius del Sr. Vimont se incluye en el mismo tipo de búsquedas históricas: Plutarco le ha proporcionado el tema. Pero uno de los más notables pintores evocadores de la Historia trágica es seguramente el Sr. Rochegrosse, que hace pasar ante nuestros ojos, de un modo terrible y estremecedor, la locura del rey Nabucodonosor.

III

      Desde que tuve la imprudencia de escribir dos artículos sobre el Salón, no se me aborda más que mediante estas palabras:
      - ¿ Quiere usted montar una galería ?
      Tengo que protestar, atestiguar mi candor, mi inocencia y mi lealtad, sonriendo con aire malicioso.
      Fuertemente entristecido por esta sospecha, no sé verdaderamente con que argumento combatirla y me veo obligado a declarar públicamente que no he recibido, ni recibiré ninguna dádiva de los pintores que exponen, de ninguna naturaleza. Debo añadir que mi desinterés en esta cuestión no es tan infundada como se podría suponer, pues me consta que los pintores, personas maliciosas, prácticas, comerciales, son incapaces de ofrecernos, a cambio de la gloria que nosotros les procuramos, otra cosa que unos trabajos de  difícil y problemática venta. Cuando nosotros concedemos, a título amistoso o amable, algún artículo o alguna narración para un periódico que se funda, a petición apremiante de un colega, estad seguros de que ese cuento o artículo no vale más que el papel en blanco; del mismo modo que unas telas no pagadas, pues el talento es mercantil.
      ¡ Pobres críticos incorruptibles ! ¡ A qué suplicio se les expone ! Como el testigo que va a casarse, yo había jurado, al comenzar ese Salón, en decir la verdad, nada más que la verdad y toda la verdad.
     Y comenzaba a escribir esta verdad cuando me han traído el correo de la mañana, cuarenta o cincuenta cartas aproximadamente. La primera decía: « Mi querido amigo, te ruego que hables amablemente en tu reseña sobre el Salón, del hermoso retrato de X... Tu complacerás a tu viejo colega que cuenta absolutamente contigo. »
      Nº 2.- « Querido señor, uno de mis amigos expone este año una tela muy destacable, y he esperado que nuestras buenas relaciones, etc. »
      Firmado por una mujer con la que ceno a menudo.
      Nº 3.- « Mi viejo amigo, sea gentil con X... que expone una obra excelente. Cuento contigo y me he comprometido en tu nombre.»
      Nº 4.- « Señor, una mujer que ha tenido el placer de cenar con usted y sobre todo de charlar con usted últimamente, se permite recomendar etc., etc. » ( La mujer es hermosa, muy bella. )
      Nº 5.- « Mi querido gordo, hablarás de Z..., ¿ verdad ? Eso me dará un gran placer...»
     Nº 6.- « Mi querido e ilustre colega, he leído su Salón y me permito recomendarle a mi amigo Z... » ( Uno enrojece, pero ¿ cómo resistir a esto ? )
     Las he recibido de senadores, de diputados, de académicos, de mi zapatero ( recomendación excelente), de mi sombrerero que me deslizó dos nombres sobre una tarjeta de su casa recomendándome también su brillantina, de mi lavandera, por intermediación de mi mayordomo. ( Ella lava a un paisajista pobre que vive en el mismo piso que ella.) Las he recibido de mujeres influyentes a las que nada se puede rechazar; las he recibido de mujeres encantadores de las que todo se puede esperar; las he recibido de mujeres a las que no se tiene el derecho de decir « no » y de pintores en persona, que han pensado, personas prudentes, que no estaba bien visto excepto por sí mismos.
      Y bajo ese diluvio, bajo esa inundación de solicitudes y ruegos, me he sentido fundir como un bloque de hielo bajo una lluvia caliente.
      Solamente aquellos, cuyo propio talento es recomendación suficiente,  no me han escrito o hecho escribir.
      Mi conciencia sin embargo luchaba todavía; luchó cuatro días, buscando unos expedientes para combatir mi debilidad.
     Consulté con unos colegas. Unos me dijeron: « Sea amable »; otros: « Sea severo », con el mismo tono de indiferencia. Su mesa de trabajo estaba cubierta de cartas. Reconocía algunas escrituras.
      Pensaba ir a buscar un eclesiástico para someterle el caso. Enseguida me dirigí a un miembro del jurado y le dije: « ¿ Cómo hace usted para rechazar un cuadro recomendado ? » El murmuró: « Yo derivo mi responsabilidad acusando a los demás en una carta aduladora. »
      Yo no podía emplear ese medio. Entonces me decidí a prevenir al público de mi situación, y a relacionar con las letras M.R.. ( muy recomendada ) los nombres de aquellos apoyados por mujeres seductores, por la letra R aquellos recomendados por unos amigos, académicos, senadores, diputados o proveedores útiles, por una r minúscula aquellos que estaban recomendados por si mismos, por N.R. los ocho o diez de los que no se me había dicho nada.
      Todavía pensaba en no designar más que por los números de las telas aquellos que no habrían tratado de hacerme corromper. Esto era demasiado duro para el modesto merito de estos artistas.
      Pero me di cuenta que pronto habría allí más nombres sobre mi bloc de notas que los que encontraba en el catálogo. ¡ Incluso se me obligaba a proteger a los rechazados !
     Entonces, cedí, llevado por la oleada de cartas. Mi conciencia minada por esperanzas inconfesables, turbada por sonrisas, debilitada por la lucha, seducida por los recuerdos de buenas cenas, se vino abajo. Pedí perdón a mis colegas inaccesibles a las solicitudes, a los ruegos, a las adulaciones ! ¡ Que ellos me arrojen la primera piedra ! Soy un crítico perdido, un crítico corrupto, el único crítico corrupto; sí, ¡ el único, el único ! ¡ Todos los demás han permanecido íntegros ! ¡ Perdón ! ¡ Perdón !
      Vamos pues ahora a hablar de los pintores recomendados, con cierta severidad, para que no sean demasiado evidentes al público.
      Meteremos en medio a los pintores no recomendados, sin ninguna designación especial. Garantizamos además el talento de los unos y los otros pues no quisiéramos, bajo ningún pretexto, confundir a nuestros benevolentes lectores.
      1º y 2º grupos - Gran pintura .- Del maestro llamado Humbert, dos grandes composiciones muy notables que podrían llevar por título el de Musset: Es necesario que las puertas estén abiertas o cerradas. Lamentablemente están cerradas. De Chartran, una deliciosa boda en las nubes.
      De Lagarde, un bello panel decorativo. Otro del Sr. Baudouin.
      El Sr. Casanova y Estorach nos muestra una comida de callos ( Preguntad al callicida Estorach, aquel del que se sirvió el rey Ferdinand III para desprenderse, sin dolor, de veinticuatro pies de sus durezas, juanetes, ojos de perdiz, etc.)
      El Sr. Ferry ( Jules) sueña hace tiempo, el día de la inauguración, ante La toma de Sontay, en Tonkin, por el Sr. Castellani, como se sueña ante una tumba.
      3º grupo - Modernistas, fantásticos y campestres.
      Comencemos por los nudistas. Salud a la Mujer enmascarada de Gervex. Nada más delicioso para el ojo que esta tela. ¿ Ha sido una modelo quién ha posado para esta encantadora y turbadora coqueta ? ¿ Es una amiga del pintor ? That is the question. ¿ Qué hace ? ¿ Qué espera ? ¿ Sale o entra ? Que bello misterio en este cuadro que una joven muchacha, el otro día, llamaba, no sé por qué: ¡ « Entre gato y lobo » !
      De Roll, una espalda desnuda de mujer en el verdor. Uno tiene ganas de llamarla: « Psitt ! » para hacer volverse a esta bella persona, tan magistralmente pintada que parece viva.
      No soy curioso, pero me gustaría saber donde el Sr. Henner ha encontrado a la bañista, el bosque y el estanque con el que nos brinda todos los años, como para decirnos: « ¡ Hein ! ¡ ustedes no han visto nunca nada como esto ! »
      No, Señor Henner, nunca, nunca, nunca, nunca y sin embargo lo hemos visto, pero no como eso.
      Bajo este título: En Arcadie, el Sr. Harrison hace bailar bajo unos sauces, sobre una tierna hierba llena de luz, a unas mujeres desnudas y gordas, a pleno sol. ¡ Ah ! a estas, por ejemplo, se las quisiera ver !
      Y siempre en la hierba, otras dos mujeres también encantadoras, sobre dos telas de los señores Raphaël Collin y Lahaye. ¿ En donde diablos ha visto el Sr. Henner la suya ? Todas ellas, que están muy bien, no se le parecen, pero en nada.
      ¡ Hey ! que divertida isla ! Tres hermosas muchachas, sin un velo, sin ni siquiera una hoja, de pie en la orilla, levantan los brazos y llaman a un navío que pasa : « ¡ Eh, eh, bonito navío, acércate ! » Ni un policía de buenas costumbres en el horizonte; y ellas se ofrecen, atrevidas: « ¡ Acércate, bonito navío ! »
      ¡ Y él llega ! ¡ llega !
      El Sr. Bertahult llama sirenas a esas tres descaradas que vuelven rojo como a un gallo al digno magistrado del cuadro vecino, pintado por el Sr. Ferry ( George ) y que asiste, presidiendo la Corte de casación, a esta impúdica y repulsiva escena. ¡ No se habría debido dejar a un magistrado en la vecindad de esas díscolas marinas !

IV

      3º y 4º grupo de iguales temáticas - Clásicos y modernistas.- Campestres y fantásticos.
     Cada vez que regreso al Salón, me asalta una sorpresa ante los paisajes rurales. Hoy en día los aldeanos son innumerables. Han sustituido a las Venus y a los Amores que, solo, el Sr. Bouguereau continúa preparando con la crema rosa.
      Aran, siembran, trabajan, rastrillan, siegan, incluso miran pasar unos globos, los bonitos aldeanos pintados. Y yo me decía ante cada uno de ellos: « ¿ Dónde diablos he visto a ese bribón ?  Lo conocía, casi más que él, lo he encontrado cien veces !» E iba de sala en sala, examinando con preocupación, con una gran inquietud, todos esos trabajadores de la tierra. Los consideraba, turbado como cuando se esta ante las máscaras, ante los disfraces del baile de la Ópera, engañados por las blusas y los aperos.
      Y hete aquí que el otro día, de golpe, los he reconocido. ¡ Ah ! mis bromistas, os pillé ! Vosotros sois los guerreros griegos y los guerreros romanos que los padres de vuestros pintores pintaban para nuestros padres. ¡ Oh ! viejos maliciosos, viejos evocadores de los antiguos, habéis enterrado vuestros cascos, vuestros escudos y vuestras espadas, os habéis puesto boina de algodón y zuecos para confundirme; pero he reconocido vuestras cabezas de modelos cuidados, cepillados y afeitados, mis pordioseros ! ¡ regresáis bajo atavíos de obreros, mis camaradas ! pues nosotros ahora acudimos al obrero ; vamos al herrero, al minero, al trabajador de las grandes fábricas. En cuatro años dejaremos de ver paisanos, al igual que guerreros griegos; pero tendremos las grandes industrias: fundaciones - metalurgia - vidrio telas - cordería, etc., etc. Y he aquí lo que se llama el arte moderno, el progreso, la marcha hacia adelante de los viejos -jóvenes modelos y de un almacén de vestidos !
     ¡ Adiós al paisano ! ¡ viva el obrero !

      ¡ Uno, dos, tres !
      En el ámbito verdaderamente moderno y nuevo, algunas telas se distinguen completamente:
      La Sala de las muchachas en el Depósito, de Jean Béraud, el más encantador de los fantásticos;
      Antes de la Fiesta, del Sr. Kuehl;
      Una vieja que hila, del Sr. Gray;
      Un Refectorio de Mujeres, del Sr. Hubert;
      Una aldeana soñando, del Sr. Perret;
      El barbero del pueblo, del Sr. Brispot;
      Una calle en Pont-de-l'Arche, del Sr. Baillet;
      Una gran y hermosa composición del Sr. Halkett, titulada; En el pinar, y que debería más bien ser bautizado: En las Flautas;
      L
as raras y seductoras fantasías del Sr. Ary Renan;
     
El Vercingetorix del Sr. Motte, de un gran efecto; y, entre los clásicos célebres, citamos al Sr. Boulanger que nos aporta dos bellas obras.
      5º grupo de similar temática - Pintores de arenques, flores, legumbres, cacerolas. Los sres. Rousseau ( Philippe ) y Volon hacen gala, desde hace tiempo, y pronto serán prehistóricos, de una obstinación inquebrantable, de un talento fuera de serie y de una imaginación inagotable en el descubrimiento de utensilios de menaje.
      He aquí, salvo algunos errores, los datos y los temas de sus principales exposiciones:

      1789 ( año de la Revolución francesa ) - Rousseau ( Philippe ) - Un queso.
      1789 - Vollon - Un caldero.
      1815 - Vollon - Dos quesos.
      1815 - Rousseau ( Philippe ) - Dos calderos.
      1830 - Rousseau ( Philippe ) - Huevos sobre el plato.
      1830 - Vollon - Cerámicas y quesos.
      1840 - Vollon - La bandeja
      1840 - Rousseau ( Philippe ) - El cántaro de leche.
      1865 - Vollon - Arenques y cerámicas
      1865 - Rousseau ( Philippe ) - El barreño de confituras.
      1869 - Rousseau ( Philippe ) - Quesos y fresas.
      1869 - Vollon - La ensaladera de fresas.
      1875 - Rousseau ( Philippe ) - Tarro de ciruelas.
      1875 - Vollon - Pescados y hortalizas.
      1878 - Rousseau ( Philippe ) - El brasero.
      1878 - Vollon - El brasero.

      Y finalmente, para variar, el Sr. Vollon nos ofrece, en 1886, unas cerámicas;
      Y el Sr. Rousseau ( Philippe ) unos quesos y un tarro de albaricoques.
      ( Bis repetita placent. )
      Con un talento completamente notable, un recién llegado se compromete con esta pintura de comestibles. Las dos telas del Sr. Zakarian son ( si me atrevo a expresarme por una vez en argot de crítico de arte ) unas páginas de cocina de primer orden. Incluso las bellas flores del Sr. Schuller, tituladas Otoño, son también unas páginas, o más bien unas hojas de otoño de gran mérito.
       6º grupo de similar temática - Pintores de hechos diversos.
      Comencemos por los ilustres. El Sr. Gérôme nos muestra los obeliscos del desierto afectados por el sarampión, y la esfinge contemplando a Napoleón. Esta última composición lleva como subtítulo: « Maximos y Minimus » y « el más grande de los dos no es el que se piensa »
      El Sr. Vibert, aborda las virtudes de América, las reconoce exponiendo un bogavante a la americana, de un espíritu muy español.
      El Sr. Moyse nos conmueve por una pintura titulada Las Vírgenes y que representa, eso nos parece, un fraile zurrando a un pequeño muchacho ( tendremos sin duda la segunda parte el próximo año ). Ese cuadro debe ser comprado por el Ministerio de instrucción pública, y se propone ofrecérselo al Consejo municipal.
      En la sala donde triunfa el Sr. Protais con un admirable campo de batalla donde todos los muertos duermen bajo la luna, se ha reunido, bajo la influencia sin duda de ese cuadro moro, tantos expirando y expirados, que se le podría denominar La Morgue.
      Además, el Sr. Luigi Loir ha pintado un « Buscad el tren » de un realismo y talento delicioso. El tren pasa bajo una plaza de Paris, cubierto de mundo y de coches. Solo el humo disperso sobre la muchedumbre, ligero y ondulante como una nube, penacho blanco y transparente que flota, revela al invisible convoy.
      Del Sr. Gueldry, un notable, muy notable estudio de Depacage de metales.
      Dos encantadoras composiciones del Sr. Pierre Mousset: El Nido y el Descanso.
    
El Sr. Deschampos nos cuenta con su pincel la historia de una pobre loca que tiene en sus brazos un pequeño conejo tocado con un gorrito de niño, simbólica imagen de la perfidia masculina, unos odiosos procedimientos en los que los hombres han tenido para con esta joven muchacha.
      ¿ No debería titularse eso: el Último Conejo, como Neuville había titulado su célebre cuadro: ¿ El Último Cartucho ?
      El Sr. Marec expone una disputa de pareja en el pueblo, verdadera escena de l'Assommoir, de un efecto estremecedor y de una belleza incuestionable.
      Del Sr. Marius Michel, dos encantadoras telas muy modernas.
      El Sr. Moreau de Tours, bajo este título: La Morfina, nos da sin duda la primera ilustración moralizadora destinada a la sabia obra de los doctores Bourneville y Bricos, de donde está tomado su tema.
      El Sr. Jadin nos muestra, con su talento habitual, unos Cazadores furtivos importunados por una ronda nocturna.
     
7º grupo - Marinas
      1º Marinas de guerra.
      El Sr. Couturier, en una tela de una limpieza admirable, muestra a la multitud como son aclarados, cepillado y lavados los navíos del Estado.
      Saludemos a la galera real del Sr. Delort.
      2º Marinas de pesca.
      Un delicioso cuadro del Sr. Maurice Courant, una salida para pescar bajo un cielo claro. Hasta el horizonte se ven los barcos, inclinando un poco sus velas, semejantes a un vuelo de pájaro.
      El Sr. Kroyer también nos muestra, con un poderoso y nuevo talento, un Saliendo a pescar bajo el claro de luna.
     
Del Sr. Petitjean: La Estacada de Ostende, marina comercial.
      Una muy hermosa tela del Sr. Flameng: En el Támesis.
     
Otro Támesis, del Sr. Vail.
     
8º grupo - Paisajistas.
      El tema representa una llanura, un valle, una choza, una playa, árboles, cosechas.
      Saludemos a los incuestionables maestros: en primer lugar a Harpignies; Guillemet, con una bonita Aldea de Landemer; Helibuth, con Veraneantes y orillas del Sena;  Damoye, con un Sol ocultándose en las salinas del Norte y la Mar en Quiberon.
     
Entre los que están en primera fila: L. Le Poittevin, con un valle lleno de helechos rosados; de un extraño poderío; R. Billotte, con un efecto de tarde sobre una aldea, de un exquisito y penetrante encanto; El Sr. Nozal, cuya reputación está hecha; el Sr. Berthon, uno de los más francos y más perfectos.
      El Sr. Olive expone dos marinas, de una originalidad muy personal y notable. El Sr. Charnay evoca en una encantadora tela, toda la gracia del otoño todavía florido. Se llama: La Terraza de los crisantemos en el Castillo de Gasthellier.
     
Los aldeanos arrodillados, del Sr. Marion, presagian un pintor de gran temperamento: El Velatorio, del Sr. Minet, es una autenticidad  de un frescor notables. Que bello mar el del Sr. Tanzi. Una pequeña carreta abandonada es pintada con gran talento por el Sr. Wistin.
      Encantadores, los Pescadores del río del Sr. Yon y dos paisajes del Sr. Tauzin.

      ¡ Buf ! ¡ Cuántos cumplidos ! ¡ Y sin embargo son sinceros, completamente sinceros !
      Hablaremos otro día de los pintores de animales y los retratistas, uniendo ambos grupos, pues pintores de bestias y hombres pueden agruparse perfectamente por la naturaleza de sus temas; y este será sin duda el más temáticamente compacto de todos los grupos.

V

      Reparemos dos olvidos mencionando un encantador cuadro del la Sra. Marguerito Ruffo, La viuda, y un bello paisaje del Sr. Datalle; y, antes de pasar a los retratos, citemos dos muy notables cuadros de pintura militar.
      La Linea de Fuego, del Sr. Jeanniot. A pleno sol, en un aire blanqueado por la luz cruda y la pólvora, los hombres disparan. Quedan pocos, casi todos están muertos. En primer plano, un soldado abatido de frente, tiene sus dos manos sobre la cara, con un gesto terrible y auténtico, tomando su cabeza en la que acaba de entrar la bala. El corneta, azorado y caído, no toca. Solamente algunos hombres continúan combatiendo.
      Del Sr. Médard, un Ejército retratado, que se aleja como una tropa abatida, apresurada, fatigada, confundida.
      No he mencionado, adrede, que siendo estas obras tan bellas, la pintura militar es casi siempre la pintura oficial. He hablado además de la magistral obra del Sr. Protais.
      Pasaré entonces ante todas las manifestaciones patrióticas en color, tan queridas por los protectores de la pintura al oleo, para detenerme sin embargo ante una tela en la que he cerido encontrar unos símbolos profundos.
      En una llanura inmensa, verdadero campo de batalla, donde los briznas de paja salen de la tierra como de los tubos de pipa, dos ejércitos se encuentran, uno de uniformes negros, el otro de uniformes blancos.
      Y, mientras las mujeres atentas miran, los hombres se atacan y combaten, el Sr. Schenk la ha titulado La Lucha.-  ¿ Qué lucha, señor ? ¿ La lucha del negro contra el blanco ? ¿ de la ignorancia contra la ciencia ? ¿ de las tinieblas contra la luz ? ¿ de los bárbaros contra los civilizados ? ¿ de Alemania contra Francia ? ¿ del Norte contra el Midi ? ¿ del mal contra el bien ? ¿ Acaso no os he comprendido ? ¿ Los negros son la barbarie y los blancos la civilización ?
      Es esta pintura alegórica y sencilla a la que el ministro, si fuese el único juez, le daría seguramente la medalla de honor.

Pintores de animales y retratistas - Bestias y hombres.

      Todas las grandes cualidades del Sr. Bonnat se encuentran reunidas en el enorme retrato del Sr. Pasteur que expone este año. Otro retrato del Sr. Pasteur realizado por el Sr. Edelfelt, revela en este joven pintor un eminente artista.
      Un hombre, que no es un principiante, el Sr. Cabanel, parece sin embargo debutar con los retratos del fundador y de la fundación de las Hermanitas de la caridad. Esta orden religiosa quedará como una de las mejores cosas de estos tiempo.
      El Sr. Barillet nos muestra unas vacas muy vistosas; El Sr. Hermann (Léon), una marcha de caballos llena de movimiento y talento; el Sr. Tuxen, un excelente retratista de mujeres: el Sr. Girardin, una muy buena cabeza de anciana; el Sr. Landelle, un poético ciego en el desierto; el Sr. Duez, una encantadora mujer de rojo, acostada sobre un diván rojo, en un cojín rojo, en definitiva toda una sinfonía de deliciosos rojos.
      El Sr. Roll expone un admirable retratado, el Sr. Damoy, y el Sr. Gerveux un pequeño paisaje de una estremecedor realismo, donde se encuentra de pie, al aire libre, a plena luz, en plena atmósfera campestre, el Sr. Hauch, uno de sus amigos. Es de destacar aún las buenas figuras de mujer de los señores Alaux y Agache y el retrato de la Sra. Pasca realizado por la señorita du Mesgnil. Era la Sra. Pasca madre de payaso, como se ha dicho, o más bien la Sra. Pasca helada a su regreso de Rusia, lo que indican las manos apretadas contra el cuerpo y la cantidad de abrigos de los que la artista la ha cubierto tan torpemente. Ella tiene frío, pues está pálida, a pesar de todos esos abrigos que podrían ser sustituidos eficientemente con algunos encajes de Doucet,
      Destaquemos aún en primera línea de los más hermosos retratos, el del Sr. Layraud, aquel de una hermosa mujer, la Señorita de Anglar, y el de nuestro colega tan conocido Sr. Alexandre Hepp; luego dos encantadores estudios del Sr. Lafranchise, La graciosa mar y La hija del faro; el excelente retrato del Sr. Paul Mounet, por el Sr. Boutet de Monvel; un maravilloso retrato de mujer por la Señorita Julia Maeste; de otra joven artista, Señorita Paraf-Javal, otro muy buen retrato.
      Aquellos del Sr. Jacques Blanche revelan un verdadero artista; el de la señorita Vegman es muy bueno, y la aparición bajando por la chimenea, tan negra de seda que apenas se la ve, que nos muestra el Sr. Whistler, denota un pintor extraño, pero de lo más interesante.
      Un muy buen retrato de la Srta. Boucher-Ourliac, dos del Sr. Vergèses, otro del Sr. Paul de Katow, una encantadora mujer turca de la Srta. Mégret. Miramos por fin los dos enormes telas de un maestro siempre admirado, el Sr. Carolus Duran.
      Nota.- Se dice ( pero la noticia debe confirmarse ) que a continuación de la exposición de este año, el Sr. Besnard va a ser nombrado pintor contratado en el establecimiento termal de Vichy - enfermedades de locura, secreciones biliares, etc, etc.
      11º grupo- Gandules y dementes. Demasiado numeroso para ser citados.
      He escrito, al comienzo de estos artículos, que nadie tenía el derecho de pretender entender de pintura. En escultura, por el contrario, todo el mundo debería ser competente, pues todo el mundo ha visto, en mayor o menor número, personas desnudas, y puede comparar.
      Pero eso no ha servido de nada.
      El arte del escultor, tal como se lo practica desde la más lejana antigüedad, es tan simple como el del panadero; consiste en modelar en mármol, en loza o en barro un hombre o una mujer, siempre la misma o el mismo, en dos o tres movimientos que jamás varían.
      El sujeto puede bailar, luchar, llorar, reír, enfadarse o suplicar, sin que la forma de su cuerpo sea modificada, pues nada se parece menos a un hombre vivo que un hombre esculpido. El hombre vivo tiene todas las tallas, todas las formas, todas las proporciones. No hay dos que se parezcan, mientras que el hombre esculpido debe permanecer en ciertas condiciones, siempre semejantes, de belleza inverosímil y convenida que hace de los escultores los únicos idealmente momificados o petrificados de los artistas.
      Desde hace mucho tiempo los escritores han abandonado los héroes llenos de grandeza, de belleza, de nobleza, de coraje y de generosidad, que salvan a las jovencitas, detienen los caballos desbocados, matan los traidores, dejan intacto, a fuerza de dinero, el honor  de los padres, en caballos blancos, comprometidos por hombres de negocios, y casándose en una apoteosis de virtud.
      Desde hace tiempo los pintores, abandonando la escuela del bello músculo y de las nobles actitudes de la que Rafael fue el más eminente divulgador, se han esforzado en expresar toda la naturaleza humana y de buscar en el sentido profundo de las cosas otra belleza distinta de la común, visible para todos y repugnante para los espíritus delicados.
      Pero el escultor continúa, desde la eternidad, esculpiendo el torso bello, el bello brazo y la hermosa pierna de las estatuas griegas, que se asemejan a la humanidad de hoy tanto como una estrella se parece a un tomate.
      Y el público pasa ante todos esos mármoles que tienen la misma cabeza, los mismos miembros de la misma matemática longitud, el mismo gesto grave y gracioso, y murmura, lleno de orgullo: « ¡ Si que es crudamente bello, un hombre !»
      Pero mírate imbécil, mira a tu esposa, a tu hija, a tu hijo, tu padre, tu madre, tu criada, tu vecino. ¿ Hay alguien de vosotros que tenga unas piernas y unos brazos como esos ? Mira las personas en la calle, los zancudos que marchan a prisa, y los barrigones que trotan; ve a ver a los baños fríos a aquellos que están en calzones rojos; recuerda incluso a las bellas muchachas que has podido conocer, las más bonitas, las más altivas; ¿ acaso se parecen a las Venus ?
      Pero si se las visten, esas Venus, serían largas como unas estibadores pues sus brazos, tan graciosos a la mirada en las galerías de los museos, son más gruesas que los de los forzudos de las ferias.
      Como no te rebelas, publico ingenuo y crédulo, contra toda esta belleza redonda, contra todos esos miembros rollizos, por todos esos Apolos y por todas esa vulgares diosas.
      ¡ Hey ! Aquí hay un hombre, el Sr. Mercié, que se ha atrevido a esculpir dos muertos, dos muertos ilustres, tales como eran; ¿ el rey Louis Philippe y la reina ? ¿ Quiénes crees que son ? Tu admiras el ángel que llora detrás de la pareja real, el viejo ángel que has visto cien mil veces. Y encuentras que hace contrapunto como se dicen el argot del arte.
     Pues la escultura, como el teatro, ha quedado atascada en el pozo de las convenciones, mientras que la pintura y la novela se esfuerzan en salir. Así pues, la cosa más interesante entre los mármoles, interesante por la búsqueda de la verdad, de lo nuevo, por la sinceridad al mismo tiempo que por la admirable ejecución, es seguramente la obra del Sr. Mercié. El envío del Sr. de Saint-Marteaux, Bailarina árabe, es muy graciosa e ingeniosamente concebida.
      El Sr. Ferrary expone un encantador grupo, Mercurio y el Amor, de un movimiento tan atrevido como hermoso.
      El Sr. Falguière nos muestra unas mujeres que se pelean y las llama unas Bacantes, únicamente por que están desnudas. ¡ Eso me sorprende ! Es verdaderamente un método cómodo modelar un forzudo de la Halle y bautizarlo « Hércules », de hacer una Diana con la hija de la portera de modelo, y de llenar París de divinidades a diez francos la sesión.
      ¿ Por qué entonces el Sr. Falguière no ha inscrito en el catálogo simplemente: « Mujerzuelas al natural tirándose del moño ?» Se cuenta ( ¿ será cierto ? ) que el artista tenía un poco esa intención e incluso que un pequeño conejo figuraba en el grupo. Ante el pudor indignado de las viejas barbas del jurado, el conejo, del que se pretende aún distinguir dos patas, se habría convertido en una simple piña.
      Señalemos una Diana sorprendida muy hermosa, de una sabia y delicada ejecución de la Srta. Anne Manuela y un bonito busto de la misma artista.
      Dos grupos muy intersantes de la Srta M. Thomas: La Cabra del cuerno de la abundancia y En la Perrera.
     
Una figura desnuda: Muchacha, y también un busto del Sr. Faraill.
      Un bonito grupo trágico: Virginia, de la Sra. Bloch.
      Los preciosos medallones de la Sra. Paule Parent-Desbarres.
      Un bonito busto del Sr. Karl Ivel.
      Una cabeza de aldeana en bronce del Sr. Lafont.
      Muchos bustos además son obras notables. Su enumeración sería extensa, solamente agradable a los artistas y a los propietarios de las cabezas expuestas, pero aburrido para el público. Suprimámosla y concluyamos.

      Así pues, para concluir, pues es necesario tener en cuenta la moral de las cosas, si se encontrase alguna vez un ministro de bellas artes inteligente, decidiría lo siguiente:
      - No habrá más ministro ni director de bellas artes.
      - Las bellas artes cesan de estar protegidas por el Estado.
      - El Salón anual es suprimido.
      Ese ministro jamás se encontrará.
      El Salón anual es, en efecto, la consecuencia directa de la pintura protegida, del mismo modo que la agricultura y la prostitución. Ahora bien, cuando el protector se encuentra en un nivel totalmente inferior al protegido, menos competente y menos instruido, esta anormal situación puede conllevar graves inconvenientes.
      Pero la incompetencia absoluta de los ministros y directores de bellas artes, siendo demasiado evidente, ha creado paralelamente una Sociedad de artistas encargados de organizar el Salón, lo que equivale a sustituir sordomudos por los obreros de la torre de Babel.
      Al principio el Salón no estaba afectado.
      Pero el Salón produjo los siguientes resultados:
     1º Desprecio de la pintura por parte de la multitud que confunde ese concurso con el de las aves gordas, las hortalizas, las mantequillas, y los orfeones.
      2º Desarrollo en los pintores de una particular acrobacia, necesaria para descolgar las medallas suspendidas por el Estado en la cima de esa percha pringada de colores al óleo.
      Los pintores, en efecto, como pequeños colegiales, esperan la distribución de los premios que les aportará la estima despreciable, pero dorada, del público, y se dedican al tema fuerte, en lugar de ser artistas.
      El sujeto cambia, pero el tema del Salón siempre es el mismo.
     La primera condición para ser visto, destacado, y tomar prestigio, es hacer todo a lo grande. ¡ Y ellos lo hacen grande ya lo creo !
      De modo que los miniaturistas se convierten en unos Puvis de Chavannes;  - aquellos nacidos para hacer cuadros delicados y discretos, largos como la mano, embrochan unos decorados de teatro de grandes efectos, atrayendo la mirada por todos los métodos brillantes que el charlatanismo natural en el hombre, al mismo tiempo que el deseo arrivista, les pone en el extremo de los dedos.
      ¿ Es en el Salón donde se podrían apreciar, por no citar más que dos ejemplos, la pintura tan fina de Alfred Stevens o de Leloir ?
      Así pues la exposición anual trastorna los temperamentos, obligando, bajo pena de muerte, a los miserables artistas a producir algo totalmente distinto a aquello para lo que la naturaleza los había creado.
      ¡ He aquí lo que se llama proteger el arte !
      3º No es en nueve días como se prepara un cuadro en las condiciones requeridas para obtener mención, medalla o cruz. Ese monstruo necesita al menos nueve meses de gestación como los niños naturales o legítimos, de modo que el pintor no puedo hacer otra cosa en su años más que esta decorativa tela ! y se encuentra forzado para vivir, en producir en algunos días, en algunas horas, unos cuadros para la venta o el comercio.
      Y esto vuelve a comenzar todos los años, durante toda la vida de los artistas, ¡ hasta la medalla de honor ! De modo que ellos no hacen nunca, nunca, los pobres diablos, la pintura que deberían hacer, que habrían podido hacer !
      ¡ Así es como se protege el arte !
      4º La necesidad de obtener  recompensas bajo el mecenazgo del Estado presenta todavía otros peligros de un carácter más general.
      Los ministros o los viceministros que desconocen el arte de pintar tanto como los demás artes, tienen sin embargo unas ideas sobre ello, como las tendrían en cocina. Y como son poderosos, como el Estado concede las cruces y compra las telas, pueden tener y tienen, una nefasta influencia sobre la producción de sus protegidos.
      ¿ El Sr. Turquet no parece haber soñado la regeneración del arte por la pintura patriótica ? Basta que semejante idea haya podido producirse para hacer comprender  el espantoso peligro de la protección !
      El Estado compra cuadros; pero antes de comprarlos los elige, y eso es todavía uno de sus más grandes errores.
      La prueba es fácil. Todos los cuadros clasificados como obras maestras desde que el Salón existe ( salvo dos o tres excepciones ) son propiedad de particulares, cuando el Estado habría podido tenerlas y tomarlas en primer lugar.
      Se podría remediar un poco esta ignorancia de la administración de las Bellas Artes confiando al azar la elección de las telas a adquirir. Se introducirían en una bolsa todos los números de las obras expuestas, luego el más joven de los ministros o de los diputados extraería, con los ojos tapados, treinta o cuarenta, y de este modo se tendría la posibilidad de elegir una obra notable.
      El azar siendo ciego, puede mostrarse en ocasiones  inteligente; ahora bien, un director de bellas artes, tiene unos ojos para escribir, nunca para juzgar. Incluso los libros santos lo han enunciado: Oculos habent et non videbunt.
      Pero puesto que nada cambiará el estado de las cosas establecidas, en lugar de exponer, sobre el inmenso edificio donde se le muestra al pueblo alternativamente unos caballos y unos cuadros, las tres mentiras de la política moderna: « Libertad - Igualdad - Fraternidad », se debería al menos añadir bajo las tres palabras, precisamente esto: « Palacio de la Industria », esta simple máxima: « Cuidado con la pintura. »

30 de abril, 2, 6, 10 y 18 de mayo de 1886

Traducción de José M. Ramos González para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre