EN TORNO A UN LIBRO
( Autour d'un livre )
Publicado en Le Gaulois, el 4 de
octubre de 1881
He recibido de Bruselas, el otro día por correo, un libro cuya historia
conocía y cuya lectura me ha sorprendido vivamente haciéndome reflexionar
mucho. Esta obra contiene, por otra parte, unas cualidades de primer orden.
Tiene por título: Un Mâle y su autor el el Sr. Camille Lemonnier. Es la
historia sencilla de un cazador furtivo, una especie de bestia humana, de planta
viva creciendo en los bosques, lleno de la savia de los árboles, un magnífico
bruto que se enamora de la hija de un granjero. La muchacha se deja llevar por
el arrebato apasionado de ese macho terrible; cede. Luego llega la lasitud; ella
busca la ruptura; pero el furtivo vigila a su amor con furia celosa; mata a uno
de los pretendientes de su amante, y acaba él mismo por morir en la espesura,
como una presa herida, abatido por la bala de un gendarme. El tema en muy
sencillo. Es la eterna historia, el eterno drama del amor.
El gran valor de esta obra procede de la
atmósfera campestres y salvaje en la que el autor ha tenido el talento de
situar sus personajes y su acción. Uno se estremece por el olor de los bosques,
por los borboteos de las savias, por todas las fermentaciones de los campos.
Pero hay una cosa sorprendente en la historia de
esta novela, es que ha levantado enormes cóleras mientras aparecía en
folletín. Se la ha tratado de obra naturalista o realista removiendo bajas y
sucias pasiones. Ahora bien, si hay alguna crítica que hacerle a ese libro (
crítica que estoy tentado a hacer ), es que ha sido, por el contrario,
concebido y ejecutado como un poema: es épico. Los aldeanos allí aparecen
engrandecidos como héroes; los pequeños hechos de la existencia campesina
toman proporciones de epopeya. En definitiva, está visto a través de la
óptica especial y de aumento de los poetas, y no con el ojo frío del
novelista.
¿ Cómo ha habido entonces personas que han
calificado de realista este poema exaltado de savias estremecidas ? ¿ Cómo ha
podido producirse semejante confusión ?
¿Qué ocurre en el espíritu del público ? Algo
muy simple. - El público no concede a las palabras « idealismo » y «
realismo » el mismo sentido que los novelistas. Una confusión persistente
tiene lugar, de modo que impide a unos y otros comprenderse.
Para el público, no hay en este asunto ninguna
cuestión de arte ni de literatura. Para los artistas, los idealistas son unos
soñadores cuyo oficio consiste en presentar la vida deformada por una especie
de cristal de aumento que se denomina Poesía.
Por el contrario, los realistas son personas que tienen
la pretensión de contar la vida tal y como es, en su verdad brutal.
Ambas escuelas son lógicas, aunque desde mi
punto de vista, el auténtico novelista no debe ser ni idealista ni realista
deliberadamente. Más bien tiene el deber de ser el uno y el otro. Me parece
diáfano como el sol que su única pretensión debe ser expresar la vida tal y
como aparece a sus ojos de artista, sin tomar partido por escuelas ni tendencias
de ningún tipo. ¡ Siente con el temperamento especial que la naturaleza le ha
dado ! Que exprese entonces con toda la habilidad, todo el arte, toda la
conciencia de la que sea capaz; que de lo mejor de él. ¿ Qué más puede
exigirse ?
¿ Acaso tenemos otros modelos que no sea la vida
? No. ¿ Poseemos los medios para conocer otra cosa que lo que es ? No.
¿Entonces qué ? ¿ Tendremos entonces la pretensión de representar lo que
existe, mejor que como lo ha hecho la naturaleza ? ¿ De corregir a la creación
? ¡ Ese orgullo sería gigantesco !¡ Y he aquí sin embargo que el
publico se atreve a pedir ! Arte, letras, estilo, conciencia de escritor, él se
burla: por literatura idealista, entiende únicamente literatura inverosímil,
simpática y consoladora.
Toda esta gran cuestión literaria se limita a
eso, a mi parecer. Nada más. Que el autor, la acción, los personajes sean
simpáticos al lector; que se sienta incluso que el autor, él también, tiene
simpatía por sus hombrecillos. Simpatía en el título, entre líneas,
simpatía por todas partes. ¡ Tarta de crema ! Usted será, gracias a esta
sencilla receta, un idealista.
El lector quiere ser enternecido; consiente en
ser removido dulcemente; no se niega al lagrimeo, a la pequeña emoción
burguesa. Todo esto no tiene nada de simpático.
Pero si un escritor de gran talento, áspero,
sincero y desengañado, planea por encima de todas las cantinelas sentimentales,
de todas las falsas poesías, de todas las ilusiones interesadas donde se arropa
a la pobre humanidad, cogido el lector tranquilo y lo arrastra, apasionado, a
través de la vida tal cual es, violenta, siniestra, apestada de infamias, llena
de egoísmo, sembrada de desgracias, sin alegrías perdurables, y desembocando
fatalmente en la siempre amenazante muerte, en esta condenación de todas
nuestras esperanzas que nos esforzamos, por cobardía, en no creer inapelable;
si él muestra a cada uno su imagen sin adornarla, sin embellecerla; cada uno
entonces se ofende como un niño pillado en flagrante delito, y grita: « ¡ Ese
no soy yo, ese no soy yo ! Eso no es cierto, eso no es cierto ! »
Unos añaden: « ¡ Y bien ! si la vida es
triste, quiero ser consolado, y no desesperado; quiero que mis miserias se
velen, que me den ilusiones, que se me equivoque al fin y al cabo. »
Esto quiere decir: « Yo sé bien que no soy
demasiado bueno, demasiado honesto, demasiado virtuoso; que los demás no los
son más que yo; ¡ pero hágame creer que soy perfecto en medio de vecinos
irreprochables ! - Cuando yo regreso de mi oficina, donde he engañado lo más
posible a mis clientes; cuando regreso de la Bolsa donde he tratado de arruinar
a mis colegas para enriquecerme a sus expensas, conde he jugado al alza, a la
baja a fin de equivocar al público, de hacer vender o comprar a los ingenuos;
cuando regreso de mi almacén donde he intentado obtener muchas ganancias,
incluso exageradas e ilícitas; cuando regreso de casa de mi amante por la que
arruino a mi mujer legítima, quiero ser consolado de mi improbidad, de mis
subterfugios inconfesables, del sentimentalismo de mis pactos con mi conciencia,
de mi infidelidad, de mis debilidades, etc., por la sana lectura de un libro
honesto donde todos los comerciantes sean irreprochables, los banqueros
escrupulosos, los maridos fieles, etc. Quiero, en definitiva, sentir mi alma
purificada por el espectáculo de un mundo ideal, por el reflejo erróneo de una
existencia de convención. »
¿Entonces a lo que se llega ? Escritores de
talento, novelistas muy respetables responden a este gusto del lector por la
literatura simpática y consoladora; y crean una humanidad de estantería, en
dulce colorido, que hace desfallecer a las mujeres del mundo en sus gabinetes.
Es siempre la joven muchacha pobre que se casa
con un joven ingeniero rico y con un prometedor futuro; unos primos que se aman
y se casan, o bien un joven arruinado que elige a una rica heredera, y esto
sucedo con sorpresas, herencias inesperadas para equilibrar las situaciones, y
aventuras dramáticamente conmovedoras en el parque de un viejo castillo
bretón. Está la escena de la torre, la escena de caza, la escena del duelo y
la escena de la abuela invariablemente. Pero donde triunfa el novelista mundano,
es cuando toca el vicio. ¡ Oh ! ¡ el vicio, amable, enguantado, perfumado como
hace falta ! ¡ Como aman las mujeres a ese gran caballero criminal, hastiado,
escéptico y encantador ! ¡ Y como el medio donde se desarrolla la acción es
elegido con gusto ! ¡Que mundo de élite, donde todos los pensamientos parecen
poesías y todas las actitudes poses de grabados de moda ! ¡ Tarta de crema !
De esta literatura "sirope" al gusto de
las damas, se cae enseguida en la literatura "melaza" del gusto de las
pequeñas burguesas, y de la literatura melaza se cae corriendo en la literatura
matarratas (¡ perdón !) del gusto de las porteras. Lean mejor las novelas de
los pequeños diarios.
He aquí a lo que conducen las concesiones al
gusto del público.
Empleemos finalmente las grandes palabras, que
son las palabras precisas; esta vieja disputa literaria no es, en el fondo, más
que la disputa de la hipocresía contra la sinceridad. El arte no tiene nada que
ver en esto.
Y he aquí nuestra gran plaga siempre purulenta:
la hipocresía. Somos hipócritas hasta las mejillas, como se es tuberculoso.
Toda nuestra vida, toda nuestra moral, todos nuestros sentimientos, todos
nuestros principios son hipócritas, y nosotros lo somos inconscientemente, sin
saberlo, como el Sr. Jourdain era prosista, es lo que se llama: ¡ el arte de
salvar las apariencias ! Está tan metido en nuestra sangre como ese fenómeno
monstruoso tiene lugar: - todo lo que no es más hipócrita nos hiere como un
ultraje a nuestra honestidad de ostentación, a nuestras convenciones mundanas,
a nuestros usos de falsas palabras, de falsas protestas, de falsos rostros.
¡ Oh, si se descubriesen los sótanos de la vida
! si se abriesen las conciencias de los hombres que claman en la inmoralidad !
las alcobas de las mujeres que se desvanecen con una palabra un poco viva ! ¡
Oh ! ¡los buenos pudores que tienen aquellas ! ¡Oh, las bellas indignaciones
que tienen éstas ! ¡ Que divertida cólera de simios a quién se les presenta
un helado !...
No he oído a un hombre conocido y respetado
decir, en medio de un círculo de oyentes: « No, verdaderamente, no creo; la fe
no está hecha más que para los hombres; pero yo practico por deber... cuando
eso no sería más que para nuestro mundo. » Y no pensando mucho, en verdad, en
el abismo de hipocresía que contenía esta confesión.
Y todas esas personas quieren, a su imagen, una
literatura hipócrita.
Sí, esas novelas perfumadas, esos matrimonios de
amor sin discusiones de dote, esas devociones sin recompensas, esos servicios
totalmente desinteresados, eso no es en realidad más que hipocresía encargada
al escritor por el público. Todo el mundo lo sabe: los lectores no lo ignoran;
y los autores los saben tan bien, que se ve en todo momento a los más
honorables hacer concesiones a esta necesidad de falsedad, e introducir en unas
obras verdaderamente hermosas, artísticas y viriles, episodios enternecedores,
al modo inglés, a fin de que se perdone el resto en favor de esa vuelta de
tuerca.
Y el público se deleita con la lectura de
aventuras inverosímiles e fantoches ingenuamente perfectos, siempre los mismos;
y, en su alegría, declara al libro "bien escrito", lo que es, en ese
caso, el peor insulto que la mayoría de los lectores pueden dirigir al
escritor.
Nosotros no hemos inventado este odioso adagio:
« No es bueno decir toda la verdad. » Lo aplicamos a la literatura. ¿ Es
necesario entonces mentir ? - Ustedes responderán: « No ¡ cállese ! » - Lo
que todavía es mentir por silencio. Pero cuando se trata de un escritor, no hay
remedio: hace falta que diga lo que él cree ser la verdad o que mienta.
En resumen, las disputas literarias se limitan a
eso: lucha de la hipocresía humana contra la sinceridad del espejo, o la
exasperación del lector contra el particular temperamento del escritor.
En general, nuestros vicios o nuestros defectos
preferidos son aquellos cuya imagen nos hiere más, verdad constatada por este
otro adagio: « No se habla de sogas en la casa de un ahorcado.»
Podría citar muchos ejemplos. Me abstendré.
Regreso al libro del Sr. Camille Lemonnier.
He dicho que ese libro era un poema. Todo pasa,
en efecto, en una atmósfera poética muy sensible y poderosa. Los árboles se
convierten en una especie de seres; el bosque parece un mundo animado; las
savias hablan y cantan; la caza encarnizada del furtivo es un símbolo; se
engrandece como una de esas creaciones casi fantásticas de Victor Hugo. Son las
luchas de ideas, de poderosos animales, de criaturas eternas en ese bosque que
es más amplia que la misma creación, y no las sencillas emboscadas de un
pequeño aldeano que busca un conejo.
¿Entonces cómo se ha calificado esa novela de
realista ?
Únicamente porque se siente allí un poco a la
bestia humana en medio de los senderos boscosos.
El amor sencillo de estos dos simples seres se
desarrolla de un modo normal, pasa de la exaltación al cansancio de uno,
mientras que permanece siempre ardiente en el otro, así que esto tiene lugar en
la mayoría de las criaturas. La vida es grosera, grande, extensa, pero no
disfrazada. Es un canto; pero lo dice todo, ese canto; los aldeanos se vuelven
épicos, bobos quedan probablemente sin embargo; no tienen una moral a lo
Florian, ni ternuras campestres a lo Deshoulières. Los personajes no son ni
simpáticos ni consoladores, del modo que lo entiende el buen público.
4 de octubre de 1881
Traducción
de José M. Ramos González para
http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión
en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre