ENTUSIASMO Y TEATRALIDAD
( Enthousiasme et cabotinage )
Publicado en Le Gaulois, el 19 de mayo de
1881
Ciertamente, ciertamente, la compostura está en boga y es necesario que hayamos
perdido el sentido de lo grotesco y la facultad de la risa para no haber
pataleado de alegría después de que los periódicos nos informasen de los
detalles fantásticos del desembarco de Sarah Bernhardt. « ¡ Hip, hip, hurra !
» como se exclamaba en el espigón del Havre; jamás la teatralidad, ese vicio
francés; jamás el entusiasmo fuera de lugar, la tontería particular de las
multitudes, la ingenua alegría de los burgueses tragones, han ofrecido al
mundo semejante muestra de ridículo.
Me gusta esta actriz de gran talento, pero cuyo
talento reside sobre todo en su voz, como ese gato de los cuentos de hadas, cuyo
poder está en su rabo. Esta voz, se dice, es de oro; esto es una imagen,
supongo, para expresar lo que ella aporta, y mucho, a su propietaria. No es que
la delicada artista haga lo que quiere de su voz, al estilo de Robert Macaire,
pues ella no la emplea, al contrario, más que de un solo modo, siempre el
mismo, en todas las obras, en todos los papeles; pero el encanto de este órgano
y la seducción de la mujer son también siempre los mismos, y tan poderosas que
éstos sustituyen todo lo demás. He aquí por tanto una actriz de un merito
incuestionable que sin embargo fracasó en parte, en la obra de un maestro, el
último año. La crítica, bastante suave por cierto, amable y galante para una
tan exquisita rapsoda en prosa o verso, habiendo constatado ese medio revés,
enseguida la actriz, atacada de una crisis nerviosa, plantó a su teatro, sus
compañeros, su director, al autor y al público, abandonando su empleo,
desaparecido ofendida, rabiosa, segura además de provocar mucho estrépito.
Los periódicos, otros cómicos, aprovechan para contarnos el color de sus
medias, la forma de sus sombrillas, etc., etc., haciéndole una publicidad
furiosa. Entonces la idea de aprovecharse le llega, y ella comienza un viaje
artístico-comercial a lo largo y ancho del mundo, despachando su voz a todas
las personas, en travesías más o menos largas; vendiendo la prosa o los versos
de nuestros autores, marcados al timbre Sarh Bernhardt; llevando tan lejos como
es posible a la industria dramática, llegando incluso a entusiasmar a los
americanos, esos maestros en la publicidad. Y pronto hela aquí regresando para
esta raza especial de chovinistas que forman parte de nuestra burguesía, hela
aquí regresando, digo, al genio francés errante por el Universo.
Y se la sigue en pensamiento, se interesan por la cifra de lsus ingresos, la
acogida que recibe, la vida que lleva. ¡ Hip, hip, hurra por Sarah Bernhardt !
Ella regresa. En verdad, Falta el aliento y la expresión también, para contar
este regreso.
MÁS DE CINCUENTA MIL personas abarrotaban los espigones y todo el puerto del
Havre. Los navíos, atracados, estaban ENGALANADOS CON LOS COLORES NACIONALES,
muchas personas ondeaban banderas; se gritaba: - ¡ Viva Sarah ! ¡ viva
Bernhardt ! ¡ viva Sarah Bernhardt ! « Los soberanos, dijo un periódico
convencido, no tienen a menudo semejantes recepciones.» ¡ Hundidos los
soberanos ! - ¡ acabados, los soberanos ! - Hoy la teatralidad, únicamente, es
el rey por todas partes. Sobre la proa del trasatlántico, una gran forma blanca
se observa: es ella, la musa de Francia. La inmensa muchedumbre ondula, clama,
vocifera; todos los sombreros están en el aire; todos los estandartes saludan.
Entonces alguien (esperemos que la posteridad sabrá quién), alguien tuvo la
genial inspiración de poner entre las manos de Sarah Bernhardt una banderita
tricolor. Enseguida ella también agita su sombrero, dice « Hola » con los
colores franceses; y llora de alegría; en medio de un entusiasmo
indescriptible.- ¡ Pardiez ! - La Compañía Trasatlántica ha hecho engalanar
el espigón de desembarco. - ¡ Oh sueño ! Los músicos tocan al aire del
Chalet: Detengámonos aquí. (Eso, es el culmen: el culmen del espíritu y del
oportunismo de los directores de las bandas) Ella desciende; y la multitud
delirante la transporta hasta su coche. Y Sarah ha lamentado que el gentío
fuese tan numeroso, lo que impedía abrazar a todo el mundo.- ¡ Ah ! eso es muy
gentil de su parte.
Leyendo todos estos detalles, la estupefacción nos embarga. Y estaban
emocionadas, todas esas personas, emocionadas de verdad; y unas mujeres lloraban
con lágrimas auténticas. Juraría que algunas han rezado, que han tenido unos
pensamientos patrióticos, asociando el regreso de esta amable actriz con ideas
de gloria nacional, de grandeza republicana, ¿ incluso de venganza ? Quien
sabe, quizás han emitido el deseo secreto de ver a ¡¡¡ Sarah Bernhardt
casada con el Sr. Gambetta !!! Todo es posible, os digo, tan terrible es el
contagio del estúpido entusiasmo.
Y ahora, se puede designar al Havre como capital de provincia. Grandes
cosas han acontecido allí... ¡ Hip, hip, hurra por Sarah Bernhardt !
El entusiasmo en Francia es un peligro público y permanente. Es él quién nos
arroja a todas las tonterías.
« Es tan bueno tener entusiasmo, dicen los sentimentales, de tener el corazón
emocionado, de admirar, de exclamar su exaltación.» Y, en nombre del
entusiasmo, hacer callar a los que no tienen más que la razón, aquellos que
discuten y sonríen, aquellos que dudan, queriendo juzgar y saber. « Entusiasmo
y teatralidad », esos son nuestros vicios, nuestros grandes vicios. Nuestros
padres también se entusiasmaban, pero tenían un sentido crítico superior, el
sentido de la risa, que hacía contrapeso a las exaltaciones sin motivo. Desde
que ha quedado solo el entusiasmo, el buen sentido nacional se ha ido hundiendo
sin cesar.
Nuestra historia está llena de ejemplos.
Fue un movimiento de la razón lo que provocó la Revolución, la grande. Fue el
entusiasmo, ese entusiasmo nervioso, espantoso, estúpido, quién la llevó a
los excesos, a las masacres, a las locuras prodigiosamente insensatas que le
sirvieron de apoteosis. Y la teatralidad, esa hermana del entusiasmo,
también apareció allí. Todos comediantes, Mirabeau, Camille Desmoulins,
Robespierre, Danton, Marat, todos. Hablaron como comedianes, mataron como
comediantes y murieron como comediantes. Incluso la misma guillotina era una
comedia. Y la diosa Razón, y las fiestas del Ser Supremo, y todas las
ceremonias nacionales: orgía de teatralidad, teatralidad del entusiasmo,
entusiasmo de la teatralidad.
Llega el Imperio; ese comediante, Napoleón, representa los dramas sobre los
campos de batalla; y Francia entusiasmada aplaude. Él la arruina, la agota, la
mata, pero él actúa bien, ese comediante de ghenio; y ella se deja arruinar,
da su dinero, sus hijos, todo, en aras al furioso entusiasmo. Sale vencido de la
patria abatida, agonizante, extenuada por él. Parece sobrevenir la
tranquilidad; pero no puede remontar porque el entusiasmo reaparece más
frenético que nunca, y porque el país se arroja en nuevas y sangrantes
aventuras detrás de su actor favorito.
Toda nuestra política de sentimiento que ha hecho de nosotros los caballeros
andantes de Francia, esos Don Quijotes siempre marchando en socorro del
perseguido, no proviene más que de nuestros constantes accesos de entusiasmo.
Francia, como una hija, tiene amores de una hora, héroes cualesquiera que ella
aclama. Nos hacen falta héroes; tenemos necesidad de exaltación.
Vean nuestros periódicos más leídos, espejos de la opinión pública; tienen
unas crisis como la multitud, bajan la cabeza en todos los éxtasis
injustificables del momento. ¿ Acaso el Sr. de Girardin, tras haber flagelado,
vituperado, maldecido las guerras, no ha sido el primero en gritar: « ¡ A
Berlín ! », nos ha dado la señal de este entusiasmo fatal que nos ha perdido
entonces ?
La teatralidad es rey, de tal modo rey que nadie puede
ignorar. Los hombres
más superiores están obligados a convertirse en comediantes ellos mismos para
hacer triunfar sus mejores ideas. Es por este medio por lo que se separa en dos
un continente; es por este medio que se vuelve diputado.
Por lo demás, no hay necesidad de talento. Golpear el bombo y arengar a las
personas: todo está ahí. Los políticos dan hoy unas representaciones en
provincias ante salas de electores, como artistas en una tourné: - ¡
Comediantes !
Se nombran esos candidatos por « saber decir » mucho más que por « saber
hacer » y sobre todo mucho más que el « saber », en el sentido simple y
absoluto de la palabra.
Los poetas hacen conferencias sobre sus libros: - ¡ comediantes !
Los perseguidores de los jesuitas ¡ una gran orquesta de comedia !
Los jesuitas expulsados - ¡ comediantes !
Unos y otros viven para la galería.
Y los espectadores también, silban o aplauden: comediantes, todos comediantes,
excepto algunos extraños convencidos.
Y comediantes todos los jefes de ambos bandos, los legitimistas fogosos que se
encuentran en el hogar de la danza, y los barbudos amnistiados que se encuentra
en el fondo de las « tascas ».
Les digo con toda sinceridad que el único hombre de nuestro siglo que sea
verdaderamente digno de una estatua sobre la mayor plaza de París, es Mangin,
el comerciante de lápices.
19 de mayo de 1881
Traducción
de José M. Ramos González para
http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión
en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre