SR. JOURDAIN
¿ De qué se está hablando ?
EL MAESTRO DE FILOSOFÍA
De la prosa
SR. JOURDAIN
¡ Cómo ! cuando digo: « Nicole, tráeme mis
zapatillas y dame las buenas noches »,¿ es eso prosa ?
EL MAESTRO DE FILOSOFÍA
Sí, señor.
Es la prosa, en efecto. Todo el mundo,
seguramente, escribe y habla en prosa, puesto que según el maestro de
filosofía del Sr. Jourdain, no hay más que prosa y verso.
Sin embargo, yo estoy cerca de pensar de otro
modo, y de establecer unas distinciones infinitamente más sutiles que no hacía
Molière. Así, yo jamás daré mi brazo a torcer respecto a lo siguiente: que
todos los discursos políticos pronunciados en la Cámara están uniformemente
redactados en galimatías, y que los periódicos, los tres cuartos de lo que
publican, están escritos en letra pequeña. ¿ Es útil probarlo ?
Sí, sin duda, pues todo hombre que sabe mover
suficientemente su lengua para pedir una chuleta en una taberna, o para
informarse como se llevan la « dama » y las « damitas » de su amigo,
alimenta la pretensión ultrajante y fantástica de hablar francés.
Cualquiera es capaz de emborronar una carta dando
rienda suelta a su vanidad hasta imaginarse que tiene estilo. Todo reportero se
cree hombre de letras, y todo conserje, leyendo la obra de un escritor, se erige
en juez, declara el libro bien o mal escrito, según se corresponda más o menos
el día a la tontería de su espíritu.
¿ Qué es entonces el estilo ? se preguntarán.
En el fondo yo no sé nada; y estaré tentado de responder aún al modo de
Molière: - « ¿ Por qué el opio provoca el sueño ? - Quia habet virtutem
dormitivan. » Lo mismo ocurre con el estilo, a pesar de los gramáticos y
profesores que nos enseñan las reglas para escribir bien y que hacen prosa
ellos mismos como si fuesen cocineros.
Ahora bien, estos último días, una pequeña
discusión sobre este tema, abierta en un gran periódico matinal, me ha
parecido muy instructiva. Una solterona que se hacía llamar bas-breton, pero
que yo llamaría mejor marisabidilla, escribió al Sr. Francisque Sarcey para
pedirle su opinión sobre el sentido de una frase de Alphonse Daudet. Tras haber
olido el párrafo como se huele un pescado de dudosa frescura, desarticulada la
construcción, gramática en mano, sopesado cada palabra, etc,. dicha solterona
experimentó la necesidad de someter el caso a un juez competente y eligió al
Sr. Sarcey; El eminente crítico respondió invocando los privilegios del estilo
moderno, que no se parece mucho a su hermano clásico; la solterona respondió;
la disputa no se había acabado.
El Sr. Sarcey terminaba su último artículo más
o menos con estas palabras: «¡ Estas cuestiones son más interesantes que las
vanas disputas políticas y que todas las inútiles discusiones que nos
apasionan !»
Yo me guardaré bien de negar que estas
cuestiones sean interesantes; pero las juzgo tan vanas y tan inútiles como las
insoportables disputas políticas que son encumbradas en los periódicos.
¿ Por qué ?
¡ Porque no se enseñará nunca a los franceses
a hablar, ni a escribir su lengua ! Porque leen cada día la prosa asombrosa de
la que están llenos los periódicos, y que saborean con delicia; porque
consideran al Sr. Thiers como un gran escritor, y al Sr. Manuel, autor de los Ouvriers,
¡ como un poeta !
Escuché últimamente a un hombre de letras de
auténtica primera fila definir el estilo más o menos así: « Algo que hiere
al público, que indigna a menudo a los críticos, y que revuelve la Academia.
» Y añadía: « El estilo, es la verdad, la variedad y la abundancia de la
imagen; la infalible elección del epíteto único y característicos; la
precisión absoluta de la palabra para significar la cosa; la concordancia
rítmica de la frase con la idea.»
Decía todavía: « La frase debe ser puesta en
escena como un payaso, hacer cabriolas adelante, atrás, en el aire, de todas
las formas; jamás hacer dos volteretas iguales, asombrar sin cesar por la
variedad de sus poses y la multiplicidad de sus formas.»
También decía: « La idea es el alma de la
palabra; la palabra, el cuerpo de la idea; la frase constituye la armonía de
esa alma y de ese cuerpo.»
Al día siguiente incluso, abría por casualidad
un volumen del Sr. Thiers y leía lo siguiente:
« La tierra estaba tan cubierta de nieve que no
se veía ninguna parte de suelo... el combate duró ocho horas; y, a la noche,
seis mil enemigos mordían el polvo.» - ¡Precisión en la imagen!
Pues he aquí que, por casualidad, abrí, algunos
días después, la obra del Sr. Troplong sobre la propiedad según el Código
civil. La primera frase que me asombró fue esta:
« En medio de tantas instituciones que caducan o
envejecen, la propiedad permanece en pie, asentada sobre la justicia y fuerte
por el derecho. Es incluso la propiedad que, acorde con la familia, tiene hoy a
la sociedad poderosamente sujeta sobre la superficie móvil de la democracia.»
¡Oh, miseria ! ¡ Leer esto ! ¡ Cómo me
gustaría conocer la dirección de la solterona del Sr. Sarcey para pedirle su
opinión !
- Buenos días, querido. ¿ Está usted bien ?
- Gracias. No mal, ¿ y usted ? ¡ Que tiempo
fabuloso !
- Sí, pero el fondo del aire es frío.
¿ Quién no ha oído veinte mil veces ese
diálogo ?
Ahora bien, dígame, por favor, ¿ qué es
eso del fondo del aire ? Yo conozco el fondo de un plato, el fondo de una
botella, los fondos de los pantalones, el fondo de mi cartera; pero, a pesar de
los desesperados esfuerzos de mi imaginación, ¡ no me puedo representar el
fondo del aire !
También, cada vez que oigo hablar de ese fondo inverosímil,
permanezco soñador y miro el viento como se contemplan esos grabados en
los que hay que descubrir algún rostro disimulado: « ¡ Buscad el fondo del
aire ! »
No niego que no sea desesperadamente nervioso y
susceptible, pero esas cosas me irritan como una falsa nota, como el ruido de
una sierra sobre la piedra, como el chirrido de una lima. Y he aquí que no me
atrevo a abrir un periódico, de lo seguro que estoy de leer, cada mañana, en
todas las hojas, en alguna sutileza política a la que ellas se dedican, la
superlativamente asombrosa figura siguiente:
« Estamos autorizados a anunciar que esta
noticia no tiene sombra de fundamento. »
¡Oh ! señores redactores, ¿ qué dicen ustedes
?
¿ De que fundamento una noticia podría tener la
sombra ? Y esta misma sombra, de la que ustedes hablan, ¿ la han visto alguna
vez ? ¡ La sombra de un fundamento ! ¡Estupefacción ! Pensad también en la
opinión que las damas inglesas podrían tener de nosotros, si pudiesen penetrar
en todas las sutilezas de nuestra lengua. Ese fundamento las haría morir de
pudor indignado ya que ustedes no parten más que de la sombra de ese objeto.
Y he aquí una frase de un ilustre embajador: «
¡ Todos esos rumores están desprovistos de fundamento !»
¿De dónde vienen entonces, esos rumores, señor
embajador ? Me detengo, ya es tiempo. Pero, cuando pienso que usted ha escrito
esto sin pensarlo, y que su ministro lo ha leído sin reír, tengo el derecho de
decir que ustedes emplean tanto el uno como el otro un francés de retrete.
¡ Que cosa curiosa que jamás una comparación
marca su impronta precisa en un espíritu ! Una palabra no tiene, pues, para la
mayoría de las personas, más que un valor relativo; quiere expresar alguna
cosa, es cierto, pero no despierta de inmediato una imagen clara y absolutamente
exacta. Se comprende más o menos el sentido indicado, se adivina la intención,
¿ pero no se ve la cosa dicha ? ¿ De dónde viene esto ? ¿ Por qué no se
percibe inmediatamente el valor de una expresión como el de una moneda ?
Responderé: ¿ Por qué son necesarios largos estudios para discernir una
vajilla de cuarenta mil francos de una de cuarenta céntimos; un plato
hispano-marroquí con esmalte dorado, estriado, sencillo y realmente bello, de
un plato de Gien cubierto de ornamentos?
¿ Por qué son necesarios expertos sabios en la
sala Drouot para discernir penosamente un original de una copia ?...
Es por la misma razón que el Sr. Jourdain,
quién hace, sin saberlo, prosa de la mañana a la noche, no está ducho, aunque
lo piense, en esas cuestiones de estilo tan delicadas, infinitamente difíciles
y eternamente controvertidas.
P.D. En mi último artículo sobre la dificultad
de poner de acuerdo las leyes humanas y las leyes naturales, el amor y el
matrimonio, solicitaba la opinión de la Señorita Hubertine Auclert sin esperar
demasiado una respuesta.
He recibido la siguiente carta:
Señor,
En su artículo del 22 de noviembre, usted me propone
una cuestión. He aquí mi respuesta:
Para expulsar la desgracia y la inmoralidad de la
vida conyugal, es necesario poner las leyes de acuerdo con la naturaleza, y las
costumbres en armonía con la honestidad.
Me reservo, por otra parte, el desarrollar esta
tesis, continuando en la Citoyenne mi estudio sobre el matrimonio.
Reciba, señor, mis apresurados saludos.
Hubertine Auclert
Seguiré con interés los desarrollos de la Señorita Hubertine Auclert, y me esforzaré en aprovechar las ocasiones que me proporcionará para retomar esta tesis con ella.
29 de noviembre de 1881
Traducción
de José M. Ramos González para
http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión
en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre