EL ESTILO EPISTOLAR
( Le style épistolaire )
Publicado en Le Gaulois, el 11 de  junio de 1888

      No puedo escribir estas pretenciosas palabras sin que me aparezca la figura de mi profesor de secundaria, que tenía por costumbre decirnos que el estilo epistolar había sido una de las glorias de Francia. Parece que en otros lugares ese famoso estilo no existe. Aceptamos eso en nosotros, como el vino de Burdeos y el vino de Champagne. Sin embargo estoy un poco tentado a creer que una especie de filoxera literaria ha hecho también sus estragos sobre esta rama del genio nacional. Así pues, el estilo epistolar nos pertenece, y la Sra. de Sévigné lo ha llevado a la perfección. Esto es algo tan reconocido, tan innegable, tan resplandeciente, que me sentiría incapaz de confesar, aun cuando lo pensase, que esas famosas cartas del la Sra. de Sévigné no me han hecho lanzar cohetes de entusiasmo. Y si tuviese el mal gusto de confesarlo, muchas personas me considerarían como el último de los ridículos.
      Honor entonces al estilo epistolar, que es una especie de charloteo escrito, familiar y espiritual, permitiendo expresar con encanto las cosas banales y que los deberes de la cortesía obligan a las personas bien educadas, a comunicar a sus amigos de vez en cuando, todas las semanas o todos los meses, según el grado de intimidad.
      Teniendo esta necesidad de dirigir sobre un papel, los pensamientos a los amigos, es indudable que esas ideas tendrán más valor y gracia si están torneados graciosamente. Antaño, durante los dos siglos que han precedido a nuestra Revolución, se tomaban muchas molestias para no decir gran cosa en unas cartas familiares y a menudo amaneradas. Todo el mundo escribía, todos los días, e incluso todas las noches, a alguien. Uno se pregunta como podrían disponer de tiempo para hacer otras cosas, tan numerosas y voluminosas son las correspondencias encontradas y publicadas.
      Si la mayoría de esas cartas permaneciesen sin interés, pudiendo a lo sumo enseñarnos algunos detalles de la vida en esa época, hay sin embargo un gran número que tienen un gran valor por la cualidad de los corresponsales y la importancia de los temas que tratan. Todas aquellas que tocan de un modo íntimo la historia de nuestro país, forman una especie de biblioteca secreta de los archivos nacionales, donde podemos aprender como está hecha la historia.
      Los historiados nos presentan los sucesos más relevantes como platos ya cocinados, mientras que, en las cartas, aprendemos la cocina de la política, de las guerras y de las revoluciones.
      Desde este punto de vista, nada más curioso y divertido de leer que la correspondencia del mariscal de Tessé reunida y publicada por el conde de Rambuteau. Si Tessé no era en absoluto un gran virtuosos del estilo epistolar, fue sin embargo uno de los que se ha servido del arte de escribir, pues él es ante todo un cortesano, un familiar de la Sra. de Maintenon, un recto, un diplomado en guerra y de corte, llevando a los campos un escritorio que usaba más que su espada.
      Aparte de todos los detalles divertidos, imprevistos, cómicos, picarescos o serios, que se encuentran línea tras línea en esas cartas que el conde de Rambuteau ha tenido la buena inspiración de legarnos, se ve allí de un modo sobrecogedor cual era el trato de los hombres de ese tiempo con las más grandes damas, y no se podía sin embargo llamar a eso un buen tono si el espíritu no purificaba todo.
      Las bromas más atrevidas sobre aquello de lo que se debe hablar menos, las anécdotas más vivas, de las cuales el Sr. de Rambuteau ha debido incluso suprimir algunas, hacían entonces sonreír, sin enfadar y sin escandalizar a las princesas más augustas, y eran, en esa época solemne, moneda corriente en la correspondencia.
      Allí están contadas, en efecto, con una gran destreza espiritual, que se llamaba entonces un giro galante, y que consistía en disimular la audacia bajo la picante elegancia de la frase. Tessé, como la mayoría de los hombres y mujeres de ese siglo, había adquirido un ingenio especial para hacer pasar las bromas más atrevidas por cabriolas de retórica.

      El pensamiento, distraído por la diversión de las palabras, por subentendidos malicioso, por esta transparente falda de bailarina que no oculta nada de lo que debería ocultar y que hace decir: « ¡ Oh ! dios mío, pero si está desnuda ! » sin que uno se escandalice demasiado de esta desnudez desvelada bajo un velo ( pues el velo existe, y eso el lo que más sorprende, de lo claro que es), - el pensamiento se anima con ese giro, se divierte con esa broma, y acepta ver debajo, a causa de lo está encima  parece disimular-
      Es indudable que hoy se atreve a decir a las mujeres, en el mundo, cosas tan vivas como antaño; pero no pienso que se les puedan escribir, pues el estilo epistolar ha muerto, como la afirmaba mi profesor.
      En Francia, siempre se ha gustado la picardía, que tiene derecho de citarse en la sociedad más elegida, e incluso es una marca de elegancia, un signo de raza de esta sociedad, al tolerar el espíritu francés en sus atrevimientos más escabrosos, y de reír y de no enfadarse del asunto, si a veces se escandaliza con la palabra. Fue una tradición que nos han dejado los hombres y las mujeres de los dos grandes siglos antes del nuestro. El mariscal de Tessé puede ser considerado como el tipo de esos hombres de corte audaz y prudente.
      Desde luego, la sociedad que ríe, como la nuestra, por unas bromas naturales, no es más inmoral que la sociedad que ruge sin reír, como  la de nuestros vecinos los ingleses.
      Pero, si esta tradición de libre fantasía ha continuado, aunque atenuada, en la intimidad de algunas casas francesas, es cierto que la mayoría de los nuevos salones permanecen ajenos a todo espíritu, libre o no. Los nuevos ocultos, como los ha bautizado el más espiritual de los grandes hombres de la República, están escondidos sin tradición y sin lectura, que toman la pesadez por el buen tono, el aburrimiento por el quehacer,  y que han sabido hacer de la juventud francesa una muy espesa mezcla de medio burguesas estúpidas y medio patanes engreídos, hombres de negocios sin encanto, paletos políticos de provincias, que les cuesta mucho hablar de cualquier otra cosa que no sean sus intereses.
      Esos hombres, sin duda alguna, no tienen ni el tiempo ni el gusto de escribir, a sus amigos o amigas, nada espiritual y profundo sobre lo que ven, lo que piensan y lo que sienten. Piensan en general que dos y dos son cuatro, y no saben expresarlo de otro modo que el Sr. Jourdain. En cuanto a sensaciones, no afinan nada, y ven lo preciso para conducirse a través de las especulaciones cuya única preocupación obstruye su intelecto.
      Si yo fuese mujer sin embargo, no me gustaría tener por amigo a un hombre incapaz de regalarme otra cosa que pendientes; y, aun adorando las perlas delicadas y el agua petrificada de los diamantes, encontraría eso insuficiente para expresar todos los matices del afecto y para hacerme pasar largas horas de solitario aburrimiento. Me gustaría esperar el sobre en el que su escritura reconocida me aportase la promesa de ingeniosos cumplidos, historias contadas, anécdotas divertidas, y de la fantasía alegre o tierna, plasmada línea tras línea, para mí, para gustarme y distraerme.

      ¿ Cuántos son hoy, entre los hombres más conocidos, más inteligentes, más eminentes, capaces de contar así, de un modo encantador, por amistad, por amor, o solamente por interés de cortesano, como el mariscal de Tessé, todas las cosas diversas que les pasan bajo los ojos en la vida cotidiana y tan cambiante ?
      Y agrego: ¿ cuántas mujeres son capaces de responder a esas cartas en el mismo tono, con la misma ligereza elegante y caprichosa ?
      Y, si pensamos que casi todos los  hombres conocidos de los dos siglos precedentes han dejado correspondencias llenas de interés, de encanto y de estilo, al igual que todas las mujeres de entonces, desde las princesas hasta las nuevas ricas, eran capaces de tener cabeza, sin desventaja con respecto a los primeros escritores de los tiempos, en esta esgrima de espíritu escrito, estamos obligados a concluir, como mi profesor de secundaria, que el estilo epistolar  ya no existe, y que ha sido condenado a muerte, en compañía de algunos gentiles hombres y de algunas damas hermosas, por la Revolución francesa.

11 de junio de 1888
Traducción de María Rodríguez Fernández para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre