FILOSOFÍA - POLÍTICA
( Philosophie-Politique )

Publicado en Gil Blas, el 7 de abril de 1885

      Cuando tenemos accesos de patriotismo, siempre son intempestivos. Un día de fiesta nacional, arrancamosla bandera de una nación vecina, y la arrojamos por la ventana, porque esa nación mantuvo en guerra con nosotros hace ya quince años.
      ¿En qué, esa bandera colgada en una ventana de hotel, podría ser ofensiva para Francia ? Su presencia, por el contrario, en medio de los colores de los pueblos amigos, ¿ no debería ser considerada como un homenaje, como una cortesía ?
      Últimamente aún, cuando se enterró a Jules Vallès, los socialistas alemanes aportaron su corona al ataúd de este escritor, para decir: « No somos más alemanes que franceses; no conocemos los odios estúpidos entre pueblos, no conocemos las fronteras que convierten heroico el asesinato, el degollamiento glorioso si es practicado sobre el vecino de la izquierda e infame si es practicado sobre el vecino de la derecha.»
      Una jauría de patriotas furiosos se arrojó sobre esos inocentes y bien intencionados que tuvieron sin embargo la sencillez de defender su corona y de llevarla hasta el cementerio.
      Pero parece que las susceptibilidades del honor nacional, tan excitables cuando se trata de Prusia, no existen con respecto a China. La dignidad francesa se altera con una galantería alemana, pero encuentra totalmente natural que se firme la paz tras la lamentable derrota de nuestro ejército en Tonkin.
      No se habla más que de paz, el nuevo ministerio futuro está radiante antes de haber nacido; el Sr. Grévy está feliz, los periódicos están radiantes, la nación entera parece encantada. Se anuncia la paz, se la proclama, se la celebra; se felicitan, se estrechan las manos.
      ¿ Donde están entonces los patriotas ? ¿ Qué hacen ? ¿ En qué piensan ?
      ¡ Es odioso ser vencido por Prusia, pero es casi honorable ser derrotado por China !
     Es de temer que nuestra actitud de derrota satisfecha ante el pueblo chino, aparentemente reducible desde tan lejos, no enardezca a nuestros vecinos más próximos que esperan una ocasión para extender sus insuficientes territorios.
      ¿ El presidente de la República ha previsto una posible guerra con el príncipe de Mónaco o  con la república de Andorra ? ¿ Está resuelto a ceder Niza en primer lugar y Burdeos después, o pretende luchar contra los ejércitos de esas potencias ?

      ¿Y todo esto por culpa de Tonkin?
      Está pues escrito que nuestras colonias nos resultarán siempre fatales.
      Las personas competentes exclaman: « ¿ De qué se sorprenden ? Los franceses no sabrán colonizar nunca. »
    Reflexionando en ello, llego a creer simplemente que no sabemos elegir nuestras colonias. Tomamos los ruiseñores, asombrándonos que que no nos aporten nada.
      Si yo estuviese en el gobierno, como dicen todos aquellos que tienen ideas sobre la manera de salvar Francia, sé bien lo que haría. Pondría en una maleta todas nuestras colonias, Senegal, Gabon, Túnez, la Guayana, la Guadalupe, la Conchinchina, Congo, Tonkin y las demás, e iría a buscar a Bismarck. Le diría: « Señor, usted busca colonias, aquí tengo un stock, un montón, un surtido completo. Las hay de todo tipo, de múltiples matices. Están habitadas por árabes, negros, indios, chinos, anamitas, etc. Os pido, por cada una, un kilómetros de Alsacia y otro de Lorena. »
      Y si el canciller alemán aceptase, habría hecho desde luego un buen negocio.
      Uno se sorprende que el presupuesto no llegue nunca y que el dinero de los fondos públicos fluya como el agua de una fuente, y no se refleje más que en el mantenimiento de las tropas y de los funcionarios en todos los países estériles e inhabitables en los que la fantasía ignorante de un ministro nos ha hecho tomar posesión.
      En MATERIA de colonización, hay una ley que nunca debiera olvidarse.
      Es inútil apoderarse de una tierra que el europeo no haya poblado, si ha podido acceder allí desde hace tiempo.
      La semilla humana se desarrolla, como la de las plantas, cuando el suelo es bueno para ella. ¿ No es América un ejemplo decisivo ? El europeo la ha invadido, cubierto de un extremo al otro. La potencia absorbente de la raza blanca se vuelve irresistible en los climas que le convienen.
      Pero toda tentativa de colonización es vana en las regiones donde el Blanco no encuentre las condiciones ambientales de salubridad y de existencia que les son indispensables.
      Miremos África.
      El europeo la conoce desde el comienzo de los tiempos, y nunca ha podido instalarse allí. La hemos abordado por todas sus orillas, sin poder permanecer allí, ni tomar raíces como hemos hecho en América. La hemos atravesado sin llegar incluso a explorarla. Acampamos en sus orillas pero no entramos. ¿ De qué nos sirven Senegal y Gabón ? ¿ Son unas tierras tan opulentas como las de dónde nos llegan los trigos que matan la cultura francesa ? ¿ Qué haremos en el Congo, que haremos en Túnez ? Nada. Gastaremos mucho dinero, por honor, por un honor bien problemático.
      Todo ministro tiene el capricho absurdo de dar colonias a la patria, sin distinguir las útiles de las ínfimas. Se envía un explorador, un militar ávido de ascensos, un viajero ávido de especulación. Hace falta un informe en términos pomposos. Uno se apodera enseguida de Tonkin, del Congo o de Madagascar y se anuncia con gran publicidad. Eso supone veinte o treinta millones de más a gastar cada año a expensas del presupuesto.

      ¿ Quién lo necesita ?  Los ministros en primer lugar, y los diputados a continuación. Es en este momento, de un extremo al otro de Francia, hay como un grito de cólera y de desprecio contra la servil mayoría que a conducido al Sr. Ferry a todas sus funestas fantasías, mayoría que enseguida se ha desmarcado lavándose las manos como Poncio Pilatos.
      Esta ejecución brutal del jefe del poder por sus amigos, no contribuirá poco al movimiento cada vez mas acentuado de la opinión publica, a esta especie de invasión hasta el pueblo lleno de escepticismo y de desdén por sus representantes-
      Entrad en los pequeños restaurantes de Paris, en aquellos donde comen los trabajadores; las personas que conversan se burlan de sus elegidos, hablan de ellos como lo harían de estúpidas criadas divertidas.
      Los cocheros, ante el kiosco de la estación, junto al sargento municipal que apunta sus números, bromean agradablemente sobre los delegados populares.
      En un salón, cuando se ve entrar a algún caballero desconocido y se pregunta: « ¿ Quién es éste ? » si se os responde: « Es un diputado », una vaga piedad os invade.
      La Cámara provoca de tal modo situaciones para reír y para indignarse, ofrece razones para censurarla, burlarse de ella, mofarse de ella, sus torpezas son tan visibles, sus entusiasmos tan grotescos, que el oficio de diputado se ha convertido en una profesión cómica que pronto inspirará un claro desprecio a los mismísimos niños.
      Y sin embargo, entre los representantes del país, se encuentras muchos hombres distinguidos, instruidos e inteligentes, pero no tienen espíritu de conjunto, pues es necesaria una gran práctica de la política en una asamblea cualquiera para que ésta se vuelva inteligente en masa.
      Las cualidades de iniciativa intelectual, de libre arbitrio, de sabia reflexión e incluso de penetración de cualquier hombre superior aislado, desaparecen en general desde el momento en el que este hombre está en medio de un gran numero de otros hombres.
      He aquí un pasaje de una carta de lord Chesterfield a su hijo (1751), que confirma con rara humildad esa súbita eliminación de las cualidades activas del espíritu en cualquier reunión numerosa.
      « Lord Macclesfield, responsable de la mayor parte de la preparación del Proyecto de Ley, y que es uno de los más grandes matemáticos y astrónomos de Inglaterra, habló con un profundo conocimiento de la cuestión, y con toda la claridad que una materia tan engorrosa podría comportar. Pero como sus palabras, sus periodos y su elocuencia estaban lejos de ser las mejores, me fue concedida la preferencia unánimemente, aunque injustamente, lo confieso.
      « Esto siempre será así. Toda asamblea numerosa es muchedumbre: sean cuales sean las individualidades que la compongan, no hace falta nunca ofrecer a una muchedumbre el lenguaje de la razón pura. Solamente sus pasiones, sentimientos e intereses aparentes es lo que la mueve.
      « Una colectividad de individuos no tiene más facultad de comprensión, etc... »
      Esta profunda observación de lord Chesterfield, observación hecha a menudo por otra parte, y tenida en cuenta con interés por los filósofos de la escuela científica, alemanes e ingleses, constituye uno de los argumentos más serios contra los gobiernos representativos.
      El mismo fenómeno, fenómeno sorprendentes, se produce cada vez que un gran número de hombres está reunido. Todas esas personas, codo con codo, distintas, diferentes de espíritu, de inteligencia, de pasiones, de educación, de creencias, de prejuicios, de súbito, por el sólo hecho de su reunión, forman un ente especial, dotado de un alma propia, de un modo de pensar nuevo, común, y que no parece en absoluto formado por el promedio de las opiniones individuales. Es una muchedumbre, y esta muchedumbre es alguien, un amplio individuo colectivo, tan distinto de otra multitud como un hombre es diferente de otro hombre.
      Un dicho popular afirma que « la muchedumbre no razona ». Ahora bien, ¿ por que la muchedumbre no razona desde el momento en que cada individuo que la forma lo hace ? ¿ Por que una multitud hará espontáneamente lo que ninguna de las unidades que la conforma no habría hecho ? ¿ Por qué una muchedumbre tiene irresistibles impulsos, voluntades feroces, estúpidos arrastres a los que nada detiene, y llevado por esos irreflexivos arrastres comete actos que ninguno de los individuos que la componen cometería ?
      En una muchedumbre un desconocido arroja un grito, y hete aquí que una especie de frenesí se apodera de todos, y todos, con un mismo impulso al que nadie trata de resistirse, llevados por un mismo pensamiento que instantáneamente se vuelve común, a pesar de las castas, las opiniones, las creencias, las costumbres distintas, se precipitarán sobre un hombre, lo masacrarán y lo ahogarán sin razón, casi sin pretexto, mientras que cada uno, si hubiese estado solo, se habría precipitado, aun a riesgo de su propia vida, para salvarlo de la muerte.
      Y por la noche, cada uno ya en su casa, se preguntará ¿ qué rabia, qué locura lo ha invadido?, lo han arrojado bruscamente fuera de su naturaleza y de su carácter, ¿ cómo ha podido ceder a ese impulso feroz ?
      La explicación es que había dejado de ser un hombre para formar parte de una muchedumbre. Su voluntad individual se había mezclado con la voluntad colectiva como una gota de agua se mezcla en un río.
      Su personalidad había desaparecido, convirtiéndose en una ínfima parcela de una amplia y extraña personalidad, la de la muchedumbre: Los pánicos que sobrecogen a un ejército y esas tormentas de opinión que arrastran a un pueblo entero, y la locura de las danzas macabras, ¿ acaso no son más que ejemplos sobrecogedores de ese mismo fenómeno ?
      En definitiva, no es más sorprendente ver a los individuos reunidos formando un todo, que ver unas moléculas relacionadas formando un cuerpo.
      Y he aquí porque vuestra hija está muda. Es decir: he aquí porque la mayoría, cuyos votos repetidos nos han arrojado a la aventura de China, ha ahogado ferozmente a aquel que no había podido cometer tantas torpezas más que gracias a la aprobación del Parlamento.

7 de abril de 1885
Traducción de José M. Ramos González para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre