FIN DE TEMPORADA
( Fin de saison )

Publicado en El Gil Blas, el 17 de marzo de 1885

      Regresan a París.
      -¿ Quién ?
      - Los parisinos, caramba.
      - ¡Ah !  ¿ Los parisinos estaban fuera de París ?
      - ¿ De dónde sale usted, señor, que ignora que los verdaderos parisinos no están nunca en París. O mejor dicho, pasan allí tres meses al año, abril, mayo y junio. En julio y en agosto van a las aguas de los Pirineos, de Auvergne o de Alemania. En septiembre, octubre y noviembre, cazan en sus tierras. En diciembre, pasan por Paris para comprar sus trajes invernales, luego marchan enseguida hacia el Mediterráneo.
      El Mediterráneo, ese jardín incomparable que comienza en Hyéres y acaba en Menton, para los franceses. Allí pasan enero, febrero y marzo, y se van justo en el momento en el que esa tierra maravillosa comienza a florecer. Los campos, sí los campos, los humildes campos, están llenos de flores salvajes más bellas que las de los invernaderos. Ejércitos de niños las recolectan para vender.
      Las rosas trepan hasta la copa de los árboles, y pronto los limoneros y los naranjos, abriendo sus flores blancas, exhalarán un perfume tan fuerte que embriaga como el vino. Su poderosa y deliciosa fragancia saturará ese país, lo cubrirá, lo adormecerá, lo mecerá; y cada noche las luciérnagas, esas moscas de fuego, bailarán bajo las hojas, en el aire balsámico, mezclándose por miles en sus luminosos vuelos. Se creería asistir a la milagrosa eclosión de larvas de estrellas que se ejercitan en revolotear para elevarse hacia el firmamento.
      Pero los parisinos ya se habrán ido. Pues los parisinos se marchan. La estación pasó sin grandes acontecimientos. Sin embargo no se ha estado mal - Hyéres queda tranquilo. Su esplendor ha pasado. Más lejos, en las salvajes montañas de los Maures, inexploradas hasta el momento, se preparan nuevas temporadas. La gran playa de Cavalaire espera a los compradores. A lo largo del admirable golfo de Grimaud,  en los bulevares abiertos en los bosques de pinos esperan unas villas. Quién vivirá verá.
      Saint-Raphaël- Aquí todos los propietarios son médicos. Esperan a sus enfermos - que no vienen enseguida.
      Se pasa el Esterel, aquí está Cannes, la aristócrata, la ciudad de los príncipes, de las princesas y de las duquesas. Tranquila como una gran dama, desdeña al pequeño burgués que por otra parte parece abandonarla, pues allí no encuentra ni casino, ni paseo frecuentado, ni distracción de ningún tipo, abriendo sus puertas el teatro una vez al mes aproximadamente. Rechazado por la altanera y encerrada sociedad de la ruta de Fréjus, repelido por la torpeza ignorante de la autoridad local que no hace nada por él, el particular que busca diversión, se va a Niza.
      El maravilloso jardín del Sr. Doguin muestra lo que se podría obtener, si se quisiera, si se supiese, si se tuviese un poco de inteligencia, cosas verdaderamente interesantes y útiles.
      La gran distracción de Niza y de Cannes durante el carnaval consiste en las batallas de flores. Nada más encantador que ese gran desfile de coches cargados de ramos, al borde del mar, que esa lucha a golpes de rosas, de violetas, de anémonas, de resedas, de campanillas, de mimosas.
      Las crónicas, este invierno, se han emocionado en cabecera,  por la brusca marcha del príncipe de Gales, en pleno carnaval. Aunque unas historias han circulado sobre esta inesperada partida. Según unos, que parecen seguros de sus informaciones, la policía de Londres habría advertido a la de Niza que estaba preparado un atentado contra el egregio y alegre personaje. Se ha hecho circular incluso el texto de despachos confidenciales de los grandes periódicos ingleses a sus corresponsales. Esos despachos decían: « Un crimen horrible ha sido concebido. Amenaza la vida de nuestro príncipe heredero. Si el cielo permitiese que semejante desgracia llegase, telegrafíenos las circunstancias de inmediato. Le enviamos adjunto un modelo de despacho. Usted no tendrá más que tachar las palabras que no correspondan:
      « Su Alteza Real, el príncipe de Galles ha sido atacado - herido asesinado - calle... - en el momento en el que él .... - El - o los - asesinos han sido - arrestados - perseguidos - o... han huido gracias a... etc. »
      Según otras personas, no menos bien informadas, unos hombres maleducados habrían gritado dos o tres veces: « ¡ Jartum ! »  al paso de ese futuro monarca. Finalmente, una tercera versión circula, según la cual Su Majestad la Reina, la severa y austera historiógrafa de John Brown, habría llamado a su hijo, encontrando de mal gusto que arrojase violetas a las damas de Francia a orilla de las aguas azules del Mediterráneo, mientras que los infieles árabes arrojaban en las aguas del Nilo los uniformes rojos de los soldados ingleses.
      Sea lo que sea, el gentil príncipe se ha ido tan aprisa que todo el mundo ha olido un misterio.
      En Niza la vida alegre es tan permanente como la guillotina en los días del Terror. Hay que divertirse, por el día o por la noche, de la mañana a la tarde y de la tarde a la mañana. Y se divierten, por las buenas o por las malas, sin reír y sin placer, sin apego y sin convicción. Se divierten porque hay que divertirse en Niza. Es la patria elegante y blanca de los vividores y de los príncipes rusos, de los carteristas de cualquier sexo. En esta ciudad por lo menos se ofrece a los extranjeros todos los placeres posibles. Allí se representa la comedia, la opereta y la ópera. La Sra. Pasca acaba de obtener allí un gran éxito en una representación de Séraphine, la magistral obra del Sr. Victorien Sardou, cuyo autor, que vive en Niza, ha dirigido los ensayos.
      Aquí esta Villefranche, dónde la escuadra está anclada. Los grandes navíos de hierro, dispuestos sobre el agua, parecen extraños monstruos salidos del fondo del mar.
      Pero en el puerto, detrás de los espigones, se ven tres barcos delgados, largos, pintados de gris, parecidos a unos peces flotantes. Son los torpederos, las pequeñas bestias que se comerán a las grandes. De vez en cuando, se ve un coche venido de Menton detenerse en el camino que domina el golfo. Un joven desciende, mira durante tiempo los enormes edificios en la rada y los estrechos barcos en el puerto, y pronuncia la célebre frase de Victor Hugo: « Ese matará a ese.»
      Es el Sr. Gabriel Charmes, el eminente redactor de Débats, que ha abandonado el Egipto inglés por la encantadora costa del Midi frances, y que continua sus estudios tan interesantes sobre el papel del torpedo en las guerras navales.
      Aquí está Beaulieu, el bien llamado. Luego Mónaco, Monte-Carlo, cuyos nombres suenan como bolsas de escudos. Admirables ciudades habitadas por la más odiosa población de la tierra. Hablo de la población volante - sin juegos de palabras; - una corte de los Milagros, una raza de traperos, una barrio poblado de mendigos son menos horribles que esa mezcolanza de viejas mujeres con capacho, de aventureros y personas de mundo que rodean las mesas de juego. No se imaginan hasta que punto ese publico pulula, extraño y repugnante.
      Pero lo que es admirable del viejo Mónaco, sobre su roca al pie de la enorme montaña donde se le ve asomar en todo lo alto, es un fuerte francés. Monte-Carlo no es únicamente la patria de la ruleta, es también el de la música. Allí se celebran magníficos conciertos, y se encuentran todos los artistas del mundo: he aquí a la Sra. Nilssson que charla con el Sr. Faure, aquí la Sra. Heilbron, la Sra. Franck-Duvernoy que acaba de ser aclamada en el primer acto de Herodiades cantado como una gran artista.
      Y allá abajo está Menton, el punto más cálido de la costa, el país preferido de los enfermos.

      Asi pues los parisinos abandonan el Mediterráneo y regresan a París.
      Pero entonces ¿ quiénes pueblan París en la ausencia de los verdaderos parisinos que no están allí nunca ? Pues la ciudad está siempre llena, tanto en invierno como en verano; y sería muy difícil decir a un ignorante si los parisinos están o no en París.
      - Las personas que quedan, señor, son los provincianos de Paris.
      - ¡Ah ! muy bien, pero, ¿ cómo se les reconoce ?
      - Se les reconoce por sus costumbres. Quiero decir que, no abandonando nunca una ciudad que por otra parte es de buen tono dejar en ciertas épocas, viven en ella como unos provincianos anquilosados.
      Debo añadir que existen en París varios tipos de provincianos parisinos:
      1º Aquellos para quienes Paris constituye todo el universo y que desconocen Argenteuil tanto como Londres o San Petersburgo. Nada existe para ellos fuera de lo que se hace en el interior del recinto de las fortificaciones.  Éstos no conocen otros árboles que los de los bulevares, otras noticias que las de los bulevares, otro ferrocarril que el de la Circunvalación. Tienen una vida ajetreada, movida, estrecha y urgente. Siempre llegan diez minutos tarde a todo lo que hacen; lo que les impide pensar nunca en cosas profundas, nunca emprender un trabajo de gran comprensión, de conocer otra cosa que las tareas rápidas, los placeres inmediatos, los asuntos urgentes de la existencia parisina. Esos provincianos de las aceras parisinas desprecian la provincia, los viajes, el mar, los bosques, los pueblos vecinos, las costumbres de los ingleses, de los alemanes, de los rusos y de los americanos. Se burlan de lo que no saben, de lo que no comprenden, de lo que no conocen, persuadidos además de que no merece la pena forzar su inteligencia ocupada en tareas menudas.
      Se dicen y se creen los parisinos por excelencia, los únicos espirituales de los hombres, los únicos conocedores de arte, los únicos dentistas de la tierra.
      Los dos polos de sus preocupaciones son el periódico o el teatro. Se apasionan por todo lo que se hace en Paris.
      2º  Al lado de ellos vive el pueblo innumerable de los auténticos provincianos, encerrados en Paris, como lo estarían en una prisión. Se dividen en numerosas tribus: tribu de los empleados, tribu de los funcionarios, tribu de los comerciantes, tribu del viejo barrio. Viven éstos entre aquellos, en sociedad. Viven con sus conocidos, su mundo, sin dudar de que París, el auténtico París está hecho de cien modos distintos, y que cada uno encierra extraños misterios. No dudan que el verdadero parisino, él, conoce todos esos mundos, los ama y los frecuenta, se encuentra su casa por todas partes, habla con cada uno siguiendo su lengua y su moral.
      Las personas atrasadas de lo que se llama todavía el barrio Saint-Germain - provincianos.
     La sociedad de los Puentes y Calzadas, por ejemplo, tan particular, encerrada, viviendo siguiendo tradiciones, tan preocupada de jerarquías y de conveniencias, mundo honorable entre todos, pero taciturno y apagado, no es otra cosa que un mundo de provincias en Paris.
      Cada barrio tiene sus diferentes provincianos en los que se encuentran siempre los rasgos característicos del provinciano. Cada calle es una provincia donde se compadrea, donde se confabula, donde se vegeta como en Carpentras, donde se ignoran los hechos importantes del día, y la verdadera vida del mundo, el movimiento de la ciudad y los pueblos vecinos, la actividad del pensamiento humano en trabajo, los libros, las artes, la ciencia.
      El verdadero parisino, al contrario, que se encuentra en todas las clases, en todas las profesiones, en todos los medios,  ignora su vecindad, no sabe los nombres de los inquilinos de su casa, pero conoce los de todas las personas célebres, posee su historia y sus obras, ingresa en todos los salones, se ocupa y preocupa de todas las manifestaciones del espíritu, no se perdería nunca en Niza, en Florencia o en Londres más que en París. Vive de la vida general y no de una vida enclaustrada como el provinciano. No tiene demasiada moral, demasiadas creencias, demasiada opinión y demasiada religión, aunque  lo muestre por decencia y por saber vivir; se interesa en todo sin apasionarse más de una semana a lo sumo. Su espíritu está abierto a todo, acepta todo, mira todo, se divierte con todo y se burla de todo, tras haber creído un poco en todo.

17 de marzo de 1885
Traducción de José M. Ramos González para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre