GUSTAVE FLAUBERT SEGÚN SUS CARTAS
( Gustave Flaubert d'après ses lettres )
Publicado en Le Gaulois, el 6 de septiembre de 1880

      Nadie lleva más lejos que Gustave Flaubert el respeto de su arte y el sentimiento de la dignidad literaria. Una sola pasión, el amor a las letras, ha colmado su vida hasta su último día. Las ama apasionadamente, de un modo absoluto, sin rival, y este cariño de hombre de genio, que dura más de cuarenta años, no tuvo nunca un desfallecimiento.
      Cuando no escribía, leía y tomaba notas.
      Ninguna literatura, se podría casi decir ningún escritor, le eran ajenos.
      He aquí lo que se encuentra en unas letras dirigidas a unas de sus amigas:

      "¿Qué le diría yo, hermosa y encantadora? Estudio historia, teorías médicas y tratados de educación. Después de lo que pasaré a otros ejercicios. Engullo grandes volúmenes y tomo notas. Va a ser así durante dos o tres años; después de lo qué me pondré a escribir."

      Se lee en otra carta:

      "Su amigo ha trabajado este invierno de un modo que ni él mismo comprende. Durante los últimos ocho días, he dormido diez horas. No me sostenía más que a base de café y de agua fría; resumiendo, estaba poseído de una espantosa exaltación. Un poco más, el hombrecillo revienta."

      Y en otra:

      "... Trabajo mucho. Me baño todos los días, no recibo ninguna visita, no leo ningún periódico, y veo bastante regularmente amanecer (como presentimiento), pues me pongo a mi tarea muy avanzada la noche, las ventanas abiertas, en mangas de camisa, y vociferando, en el silencio del despacho, como un energúmeno."

      Pertenece en efecto a la raza de los trabajadores compulsivos.
      Durante casi todo el año en su propiedad de Croisset, que adoraba, desde las nueve o diez de la mañana, se ponía a su tarea. Tan pronto acababa de almorzar, sin incluso dar una vuelta en su gran jardín, retomaba su labor, y, toda la noche, los marineros que descendían o remontaban el Sena se servían de lejos, como de un faro, de las cuatro ventanas del "Señor Flaubert".
      Necesitaba escribir, para hacer deletrear en las clases a los pequeños niños y enseñar por el corazón a los mayores, esta vida enorme de un gran artista que no vivió más que para su arte, murió por él, hizo callar su corazón, como él dice, reprimiendo todo deseo, anulando incluso toda llama carnal. Despreció el dinero como nadie, desdeñó ganarlo, se encontraba mancillado por las discusiones de interés y, lleno de un desprecio violento por las distracciones mundanas, las francachelas, las alegrías y los placeres, no conoció nunca otra felicidad que la que procedía de los libros. Experimentaba a veces gran exaltación declamando con sonora voz algún capítulo de los grandes maestros.
      Hiciese lo que hiciese, fuese a donde fuese, su espíritu no pensaba en otra cosa que en las letras; las personas, las conversaciones, las actitudes no le servían más que como efectos a describir, y cuando salía de un salón donde la mediocridad de las palabras había durado toda una tarde, estaba hundido, agobiado como si se le hubiesen molido a golpes, convertido él mismo en estúpido, afirmaba, tanta era su facultad para entrar en la piel de los demás.
      Sensible al exceso, impresionable, vibrante sin cesar, se comparaba a un quisquilloso que al menor contacto se estremece de dolor; y los grandes choques que recibió procedían seguramente de la bestia humana. Ella fue, por así decirlo, su enemigo personal, la desolación, el suplicio de su vida; y él la persiguió con encarnizamiento como un cazador persigue su presa, alcanzándola hasta el fondo de los más grandes cerebros. Tenía para descubrirla, una sutilidad de sabueso, y su ojo rápido caía encima, aunque ella se ocultase en las columnas de un periódicos o incluso entre las páginas de un hermoso libro. Llegaba a veces a tal grado de exasperación, que habría querido destruir a la raza entera; y su odio hacia el "burgués" no era más que un odio hacia la bestia.
      Tras la enumeración de sus lecturas espantosas, escribía un día: " Y todo esto con el único fin de escupir sobre mis contemporáneos el disgusto que me inspiran. Voy a decir mi manera de pensar, exhalar mi resentimiento, vomitar mi odio, expectorar mi hiel, limpiar mi indignación..." Pero, si él execraba la estupidez corriente, ¡como admiraba, adoraba la inteligencia! Se enfada con un periódico amigo en el que se le había criticado maliciosamente al Sr. Renan; el solo nombre de Victor Hugo le hacía aflorar lágrimas a los ojos, y este hombre de letras no habría permitido que, ante él, se osara tocar a los hombres de ciencia, a unos sabios fuesen quienes fuesen. Exaltaba a Claude Bernarde, tenía por amigo al Sr. Berthelot.
      Toda la elevada moral artística que ha guiado su existencia, la extrapolaba en ocasiones en preceptos familiares para dar consejos a los jóvenes. He aquí algunos fragmentos de cartas dirigidas a un principiante:

      "Ahora hablemos de usted. Usted se queja de las mujeres que son "monótonas". Hay un remedio muy sencillo, consiste en no utilizarlas."
      "Los acontecimientos no han variado". Esto es una queja realista, y además ¿qué sabe usted? Se trata de mirarlas más de cerca. ¿Ha creído alguna vez en la existencia de estas cosas? ¿acaso no es todo una ilusión? No hay de verdadero más que las relaciones: es decir el modo en el que nosotros percibimos los objetos."
      "Los vicios son mezquinos"; pero todo es mezquino.
      "No hay bastantes giros de frases "; busque usted y encontrará.
      "En fin, mi querido amigo, usted me tiene el aspecto de estar en un buen aprieto, y su disgusto me aflige, pues podría emplear más agradablemente su tiempo. Es necesario, entienda usted, jovencito, que es necesario trabajar más que eso. Llego a suponerlo demasiado díscolo. Demasiadas mujeres, demasiado remo, demasiado ejercicio. Sí, señor, la civilización no ha tenido tanta necesidad de locomoción como pretenden los médicos. Usted ha nacido para hacer versos. ¡Hágalos! Todo lo demás es vano, comenzando por sus placeres y su salud. Métase esto en su cabeza. Además su salud se encontrará bien si sigue su vocación. Esta observación es de una filosofía o más bien de una profunda higiene
.
      "Usted vive en un encierro, lo sé, y yo lo lamento en el fondo de mi corazón. Pero de cinco de la tarde a las diez de la mañana, todo su tiempo puede ser consagrado a la Musa, la cual es aún la mejor puta. Veamos, mi querido jovenzuelo, vuelva a levantar la nariz. ¿De que sirve recrearse en su tristeza? Hace falta enfrentarse cara a cara consigo mismo y ser fuerte: es el medio de convertirlo. ¡Un poco más de orgullo, caramba! Lo que a usted le faltan son los principios. Quedan por saber cuáles. Para un artista no hay más que uno: sacrificarse totalmente al arte. La vida debe ser considerada por él como un medio, nada más, y la primera persona de la que el debe burlarse, es de él mismo... "

      Y, en otra parte:

      "Pero, mi pobre hombrecito querido, que yo me compadezca de no tener tiempo de trabajar. ¡Como si un bello verso no fuese cien mil veces más útil a la instrucción del público que todas las serias pamplinas que lo ocupan!" Las ideas simples son difíciles de hacerlas entrar en los cerebros!"

      Y aún, en otra carta:

      "El Sr. L... me pone en un aprieto. Hacer un juicio sobre el futuro de un hombre me parece algo tan grave que prefiero abstenerme. Por otra parte, preguntar si se le debe escribir no me parece la marca de una vocación violenta. ¿Acaso se pide la opinión de los demás para saber si se ama?... Esperando, que trabaje: eso es todo... "

      He aquí un curioso axioma que repetía con frecuencia:

      "Los honores deshonran.
       "Los títulos degradan.
       "La función embrutece
."
       Y añadía: "Escriba esto sobre las paredes."

      Había situado su espíritu tan alto que ninguna preocupación básica podía afectarle. El arte era la única conversación que le interesaba; y no se podía incluso demasiado hablar de otra cosa con él.
      Fue y seguirá siendo el primer estilista de nuestro siglo. Trabajador feroz, cincelador obstinado. Pasaba algunas veces ocho horas para quitar de una frase un verbo que le molestaba.
      Creía en la armonía fatal de las palabras, y cuando una expresión, que le parecía sin embargo indispensable, no sonaba a su gusto, buscaba otra enseguida, seguro de que no tenía la auténtica, la única. El estilo para él no consistía en una cierta elegancia predeterminada de construcción, sino en la precisión absoluta de la palabra y en la perfecta concordancia del giro con la idea a expresar; de ahí estas diferencias capitales del estilo tan preciso y tan breve de L'Education sentimentale al periodo tan magnífico de la Tentation de saint-Antoine.
      Una frase que escribió a un amigo sobre Balzac es interesante respecto a este punto de vista:

      "Ese gran hombre no era ni un poeta ni un escritor, lo que no le impedía ser un muy gran hombre. Lo admiro ahora mucho menos que antaño, estando más y más hambriento de perfección. Pero tal vez sea yo quien se equivoque."

      Esta idea aproximada de su vida permite sin embargo inferir una moralidad.
      Cuando un artista se pone a su obra, tiene siempre una ambición secreta ajena al arte. La gloria que se persigue de entrada, la gloria radiante, que a uno gusta viviendo en una apoteosis, hace girar las cabezas, batir palmas, y cautiva los corazones de las mujeres. ¡Gustar a las mujeres! He aquí también el deseo furioso de casi todos. Poder, por todo el poderío del genio, estar en París como el sultán de un inmenso harén; Coger a derecha, coger a izquierda, en los salones del mundo o en los palcos de los teatros, esos frutos de carne viva de la estamos hambrientos sin cesar. No conocer obstáculo alguno; y cuando un lacayo emite ante uno su nombre con voz rotunda, buscar aquella que elegir entre todas esas encantadoras criaturas cuyos brillantes ojos se han fijado en uno.
      Por otra parte se persigue el dinero, bien por él mismo, bien para las satisfacciones que él procura: el lujo de la existencia y las delicadezas de la mesa.
      Gustave Flaubert amó las letras de un modo tan absoluto que, en su alma henchida por este amor, ninguna otra ambición ha podido encontrar lugar.
      Viviendo casi siempre solo, en el campo, no viendo en París más que a sus amigos más íntimos, nunca ha buscado, como muchos, esos triunfos mundanos o la popularidad vulgar. Jamás asistió a los banquetes literarios o políticos, no asoció su nombre a ningún grupo, a ningún partido; nunca se inclinó ante los mediocres o los imbéciles para obtener prebendas.
      Su fotografía no estaba a la venta; no se mostraba en los estrenos, ni en los lugares frecuentados por la alta sociedad; parecía ocultar su persona con una especie de pudor. "Yo doy mis libros al público, decía; lo menos es que guarde mi aspecto."
      De una naturaleza tierna, casi sentimental, se había sin embargo apartado del amor. Algunas mujeres fueron sus amigas abnegadas; otras, sin duda, fueron sus amantes; pero él había dado su corazón a la literatura, y nunca lo recobró.
      No vivió más que para el arte, usando su vida en este cariño inmoderado, exaltado, pasando noches febriles como los amantes solitarios, elevando los brazos, dando gritos, temblando de ardor sagrado, y acabó por caer, un día, fulminado por el trabajo, como todos los grandes apasionados acaban muriendo por su vicio.

6 de septiembre de 1880

Traducción de José M. Ramos González parahttp://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre