FLAUBERT Y SU CASA
( Flaubert et sa maison )
Publicado en el suplemento del Gil Blas, el 24 de noviembre de 1890
El doctor Cloquet
decía a la Sra. Flaubert, tras haber visto por primera vez al joven Gustave,
alto y delgado muchacho de dieciséis años, con los cabellos en bucles cayendo
sobre sus hombros: « Vuestro hijo, es el Amor adolescente.»
Entonces era guapo, de una belleza olímpica
de joven dios griego.
Esta belleza física duró poco. Un viaje a Oriente
le fatigó y lo engordó, convirtiéndose entonces en el hombre que hemos conocido,
grande, fuerte, un extraordinario galo, con enormes bigotes, nariz poderosa,
cejas espesas abrigando y cubriendo unos ojos azules, manchados en medio con
unas pequeñas pupilas negras, siempre móviles y que miraban fijamente, agudas y
turbadoras, agitadas con un incesante temblor.
Luego, he visto, en el último día, extendido
sobre un largo diván, un gran muerto con el cuello hinchado, la garganta roja,
aterrorizando como un coloso fulminado.
Se ha moldeado esta poderosa cabeza, y, en la
escayola, las cejas quedaron pegadas. No olvidaré nunca ese molde pálido que
conservaba, encima de los ojos cerrados, los largos pelos negros que cubrían
hasta entonces su mirada.
Su casa se ha convertido hoy en una fábrica de
petróleo.
No existía tal vez en Francia un domicilio más
literario y más seductor para un escritor.
Completamente blanco, datando del siglo XVII, separado
del Sena por una franja de césped y por un camino que discurría por la orilla,
desde donde se miraba el magnífico valle normando que va de Rouen al puerto del
Havre.
Los grandes navíos, remolcados lentamente hacia
la ciudad y vistos desde las ventanas del despacho de Flaubert, parecían pasar
por el jardín. Él los miraba con el rostro pegado a los cristales, luego volvía
a sentarse ante su mesa de trabajo, tomaba, en su gran plato de Oriente, una de
las cien plumas de oca que allí dormían, y se ponía a escribir declamando su
prosa. Se quedaba hasta tan tarde cada noche, que su lámpara servía de faro a
los pescadores del río.
Dos de las ventanas de ese despacho, lleno de
libros y de recuerdos de viaje, se abrían sobre el jardín, desde donde se
dominaba el valle. Un inmenso tulipero venía a acariciarlas. Flaubert casi nunca
abandonaba ese despacho, no le gustaba caminar, pues repetía a menudo que el
movimiento no era en absoluto filosófico.
Algunas veces, sin embargo, iba a pasear media
hora por la larga avenida de tilos, a la altura del primer piso, yendo desde la
casa al extremo de la propiedad. Pascal también había caminado bajo esos tilos,
pues él vivió algunos días bajo ese techo.
Se cree también que el abad Prévost disfrutó allí
de un breve paseo. Cuando se subía hasta lo alto del jardín, una admirable vista
se extendía bajo los ojos. El gran río, sembrado de islas cubiertas de árboles,
descendía desde Rouen hasta el Havre.
Sobre la orilla derecha, girándose hacia el este,
los cien campanarios de las iglesias de Rouen se levantaban hacia el brumoso
cielo, mientras que sobre la orilla izquierda las innumerables chimeneas de las
fábricas de Saint-Sever, barrio industrial, arrojaban al mismo firmamento
sus crespones ondulantes de humo negro.
Pero cuando se miraba hacia el oeste, se veía una
amplio valle verde donde discurría el río. Sobre las lomas, unos bosques
sombríos, y, al fondo, la gran serpiente de plata líquida que se deslizaba
suavemente hacia el mar.
24 de noviembre de1890
Traducción
de José M. Ramos González para
http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión
en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre