LOS HÉROES MODESTOS
( Les héros modestes )
Publicado en Le Gaulois, el  1 de marzo de 1882

     ¡ Cuantos hombres modestos hay que son héroes ! Se afirma que los tiempos de los héroes ha pasado; estamos en el siglo de los abogados y financieros. ¡ Muéstreme un héroe ! Existen y merecen tanto ese nombre como los más ilustres portadores de gloria. Solamente que son desconocidos.
      ¿ Qué es lo que constituye el heroísmo, según la antigua acepción de esta palabra pasada de moda ? ¿ Basta con ser valiente, muy valiente, temerario ? ¿ Ser bueno y abnegado hasta los últimos extremos ? No, desde luego. Salvo raras excepciones de cobardía nata e incurable, todo hombre puede ser muy valiente en un momento dado. La valentía, frecuentemente, depende del estómago, que regula el estado del espíritu. Se es a menudo capaz, después de cenar, de un acto temerario al que uno no se habría atrevido en el desayuno. ¿ Quién entonces, sufriendo de un violento malestar, arriesgará su vida para salvar a alguien ? ¿ Quién entonces, en la excitación del apetito satisfecho retrocederá ante un peligro, incluso excesivo ?
      Lo que es extraño, por ejemplo, es el valor constante, sin desfallecimientos, unido a la constante abnegación. Es esta clase de instinto que induce al hombre a arriesgar su piel todas las veces en que la de los demás está en peligro, y eso sin vacilar, sin reflexionar, sin preguntarse lo que le ocurrirá a su mujer y a sus hijos si él muriese - pues sacrificar a los suyos, es todavía sacrificarse a si mismo.
      Digo que existen muchos de estos hombres que son intrépidos sin espectadores y abnegados sin remuneración.
      Conozco a varios. Es de uno de ellos del que quiero hoy decir algunas palabras, tanto en cuanto un poco de apoyo puede serle en este momento muy útil para una modesta plaza que solicita.

      Se llama Alexandre Poret. Es piloto en Fécamp. He aquí su vida en algunas palabras. Desde su juventud, navega, y salva hombres cuando la ocasión se presenta, de modo que hoy él tiene quinientos meses de mar, veintidos años de pilotaje, y tres años de servicio al Estado, y que es portador de una medalla de oro de primera clase, otras dos medallas, y de dos certificados de salvamento por actos de valentía. Es además patrón de canotaje del puerto y... padre de nueve niños bien vivos.
      ¿ Se puede pedir más a un hombre para el servicio del país ? No arrugarse ante el peligro con tal número de hijos, ¿ no es cumplir sobradamente todos sus deberes de ciudadano ?
      Pero lo que hay de particular en ese terranovés, es que no sabe nadar.
      Esta vida, pasada en medio de tempestades y tragedias marítimas, comenzó por un drama. No conocemos demasiado, nosotros,  personas de las ciudades, esa existencia accidentada sobre las mareas, esta lucha incesante con la ola, este revoloteo continuo de la muerte. La muerte nos parece como algo posible en cualquier instante, pero que siempre creemos alejada, oculta en todo caso por sueños de felicidad; y no pensamos en ella de buen grado. Esas personas, los salvadores, tienen por misión combatirla sin cesar, de verla en toda ocasión. Luchar con ella es su oficio; piensan en cada minuto, sin dudarlo, como cada uno piensa en la profesión que ha tomado. Todo marinero comienza por ser aprendiz. El joven Poret fue grumete en un barco de pesca. Pero en ese tiempo, los derechos de entrada sobre las mercaderías extranjeras daban grandes beneficios a los contrabandistas; y el contrabando era de uso común a lo largo de toda la costa normanda.
      Como el patrón y los hombres del barco de pesca temían las indiscreciones del grumete, se le abandonó, durante una noche de niebla, en pleno mar en una pequeña embarcación, para ir sin duda a transportar sin él, mercancías prohibidas de un navío inglés a tierra.
      Pero la bruma, débil al principio, aumentó pronto; la pleamar entraba en la barca donde el niño dormía, y, cuando quisieron recogerlo no se encontró. Pasó la noche, llegó el día, luego la noche aún. El pequeño grumete, muriéndose de hambre y de sed, se puso a pescar, yendo siempre a la deriva. Tomó algunos peces que comió curdos. 
      Fue  encontrado al tercer día a lo lejos por un navío que pasaba.
      He aquí un principio en la vida marítima.
      El salvamento que le valió su gran medalla de oro es particularmente dramático.
      Por una furiosa tempestad, una navío en peligro, queriéndose refugiar en el puerto de Fécamp, abandonó el paso y rozó contra las rocas. Una parte de la tripulación ganó tierra; pero, bajo la gran vela abatida y que cada ola cubría con una masa de agua, un hombre se levantó debatiéndose; se veían de lejos sus esfuerzos, y nadie se atrevía a intentar socorrerle. El piloto Poret se consagró, y se puso a buscar ansiosamente cuatro marineros que se atrevieran a salir en ese huracán para llegar a bordo del navío naufragado. Muchos rehusaron acompañarle; por fin, encontró a cuatro valientes que subieron con él en la barca, y partieron. Veinte veces se les creyó perdidos; por fin llegaron al navío: Poret arrojó una cuerda, y entre dos olas escaló al puente. Llevaba entre sus manos un gran cuchillo abierto, y, aferrado a los menores objetos, dejaba pasar sobre él el oleaje monstruoso. Por fin se metió bajo la vela; pero de repente el suelo se hundió bajo él y cayó a la inundada cala, de la que no había podido ver la abertura. Se creyó perdido; pudo sin embargo, a base de energías, elevarse por el agujero y subir. Pero, en su caída, su cuchillo le había escapado, y, cuando él alcanzó al hombre entonces sin consciencia, fue con sus dientes con lo que se vio obligado a abrir sus dedos crispados sobre una cuerda.
      Su valor no sirvió de nada esta vez, el hombre que él transportaba estaba muerto. Eso supuso, para el salvador, u
na gran pena.
      Otro día, un navío se había destrozado sobre el espigón donde el piloto se encontraba de guardia; de repente advirtió en la espuma de las olas un marinero que se ahogaba. Olvidando su consigna y pese a no saber nadar, se precipitó al mar, cogiendo al náufrago y salvándolo.
      ¡ No tuvo en esa ocasión ninguna recompensa, pues había abandonado su puesto !
      Ahora comienza a sentirse envejecer, la familia a sostener es numerosa; y la mar aporta menos que la bolsa, aunque los náufragos sean tan frecuentes en una como en la otra.
      El valiente hombre solicita una pequeña plaza que dependa del ingeniero y del prefecto. Me gustaría que estas líneas les abriesen los ojos, y que se le  tenga en cuenta tanto su obra de repoblación como su obra de abnegación. A este último título, sus competidores puede también ser tan merecedores como él, pues nuestros puertos de mar están llenos de esos salvadores modestos y heroicos; pero no hay mucho que reúnan, como él, meritos tan diversos como completos.

      No es bueno, a veces, contar en algunas palabras la vida de estos humildes. Cada día los periódicos consagran columnas enteras a comediantes sin talento, a hombre políticos desconocidos el día anterior, olvidados al día siguiente, a todos los CUALESQUIERA   que pululan por París. Leemos todos los días los RETRATOS de no importa quién: pintores cuyo arte consiste sobre todo en mistificar al público; mundanos cuyos apellidos parecen jeroglíficos y que nadie conoce, y que no han hecho nada: de todos los escamoteadores de reputación que operan sobre los bulevares.¿Los humildes abnegados no valen más que estos bromistas ?
      Y, puesto que se condecora tan fácilmente a estos aquí, ¿ porqué olvidar tanto tiempo a aquellos allá ?
      Sé bien que se han hecho promesas al hombre del que acabo de hablar, promesas que serán atendidas, y que el extremo de cinta no tardará mucho en llegarle. Pero es tímido, siempre enrojece, no atreviéndose a pedir nada, no sabiendo golpear a las puertas. El espera que se dirijan a él.
      Ha tenido sin embargo su día de orgullo. Cuando la emperatriz de Austria vino a pasar un verano cerca de Fécamp, solicitó que se le indicase un marino experimentado para conducir el pequeño vapor puesto a su disposición, por un rico normando, para los paseos que ella quisiera hacer a lo largo de la costa; y fue al piloto Alexandre Poret a quién fue concedido el mando del yate imperial.

1 de marzo de 1882

Traducción de José M. Ramos González para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre