EL INVENTOR DE LA PALABRA « NIHILISMO »
( L'inventeur du mot
« nihilisme » )
Publicado en Le Gaulois, el 21 de noviembre de 1880

      Nuestros grandes e incluso nuestros pequeños hombres son todos conocidos en el extranjero; no hay en nuestra casa tan ínfimo literato o tan mediocre político cuyo apellido no haya pasado el mar y atravesado montañas y no aparezca periódicamente en los periódicos ingleses, alemanes o rusos.
     Por el contrario, aquí no se sabe nada de nuestros vecinos, que poseen hombres de talento o incluso de genio cuyo nombre se detiene en las fronteras francesas.
     Tomando, por ejemplo, los apellidos de los cinco primeros escritores rusos de este siglo, no hay seguramente más de tres cuya reputación sea considerada incluso en las letras parisinas.
     Y sin embargo, en el futuro, esos cinco escritores permanecerán no como precursores, sino como clásicos, como los padres de las letras rusas. Estos son: Pouchkine, un Shakespeare joven, muerto en plena fecundidad de su genio, cuando su alma, utilizando su expresión, se extendía, cuando « se sentía maduro para concebir y crear obras grandiosas ».
     Murió en duelo en 1837.
     Lermontoff, un poeta byroniano, incluso más original, más vivo, más vibrante y más violento que el propio Byron - muerto en duelo en 1841, a la edad de veintisiete años.
     Debería execrarse a los hombres que destruyen a semejantes seres cuya vida importa al espíritu humano y a todas las generaciones futuras.
     Gogol, un novelista, del tipo de Balzac y de Dickens, muerto en 1851.
     El conde Léon Tolstoi, muy vivo aún; uno de los grandes escritores del mundo actual, el autor de ese enorme libro que tuvo tanto éxito en Francia el año pasado, y que se llama: Guerra y Paz.
      Por último Ivan Tourgueneff, un parisino muy conocido por nosotros, inventor de la palabra "nihilista", el primero que ha designado a esta secta hoy tan poderosa, y que, por así decirlo, la ha bautizado.
Gracias a su oficio de hombre de letras, observaba sin cesar a su alrededor, y destaca, el primero, este estado nuevo de los espíritus, esta crisis particular de las enfermedades cerebrales populares, esta fermentación política y filosófica desconocida, inadvertida, que debía producirse en toda Rusia.
      Los marineros experimentados presienten de lejos la tempestad, y los verdaderos novelistas ven por adelantado el futuro, como lo hace Balzac.
     Tourgueneff reconoció esta semilla de la Revolución rusa cuando germinaba bajo tierra, antes aún de que hubiese salido al sol, y, en un libro que desató una gran polémica: Pères et Enfants, describe la situación moral de esta especie de naciente secta. Para designarla claramente, él inventa, crea una palabra: los nihilistas.
      La opinión pública, siempre ciega, se indigna o se ríe con sarcasmo. La juventud se repartió en dos bandos; uno protestó, pero el otro aplaudió, declarando: « Es cierto, solo él ha visto con precisión, nosotros somos lo que él afirma. » Es a partir de este momento que la doctrina todavía latente, que estaba en el aire, fue formulada de un modo preciso, de modo que los propios nihilistas tuvieron auténtica conciencia de su existencia y de su fuerza, y formaron un partido temible.
      En otro libro, Fumée, Tourgueneff sigue los progresos, la marcha de los espíritus revolucionarios, al mismo tiempo que indica sus errores, las causas de su impotencia. Entonces fue atacado por ambos bandos a la vez, y su imparcialidad azuzó contra él a las dos facciones rivales. En Rusia, como en Francia, es necesario pertenecer a un partido. Sea amigo o enemigo del poder, crea en blanco o en rojo, pero hay que creer. Si usted se conforma con observar tranquilamente, en escéptico convencimiento; su usted permanece ajeno a las luchas que le parecen secundarias, o si, incluso perteneciendo a una facción, se atreve a manifestar los fallos y las locuras de sus amigos, se le tratará como a un animal peligroso; se le acorralará por todas partes; será injuriado, abucheado, tratado de traidor y renegado; pues la única cosa que odian todos los hombres, tanto en religión como en política, es la auténtica independencia de espíritu.
      Tourgueneff era con razón considerado como un liberal. Habiendo descrito las debilidades de los revolucionarios, se le trata como a un falso hermano. Él no continua por ello menos sus estudios sobre este partido siempre creciente, tan curioso y tan terrible, que hoy hace temblar al Zar; y su último libro: Terres vierges, indica con una asombrosa claridad, el estado mental del nihilismo actual.
      A despecho de las injurias de algunos fanáticos, su popularidad es muy grande en Rusia, y siempre le esperan ovaciones cada vez que regresa a St- Petersburgo. Los jóvenes sobre todo lo veneran; pero la primera causa de este favor se remonta a bastante lejos ya, a los tiempo en los que apareció su primer volumen.
      Era joven, muy joven. Creyéndose poeta, como todos los novelistas principiantes, había escrito algunos poemas, publicados sin gran éxito; entonces, sintiendo venirle el desánimo, dispuesto a renunciar a las letras, iba a partir para estudiar filosofía en Alemania cuando un inesperado apoyo le llegó del célebre crítico ruso Belinski. Este hombre ejerció sobre el movimiento literario de su país una influencia decisiva; y su autoridad fue más extensa, más dominante que la de ningún crítico en ningún tiempo y en ningún lugar. Belinski dirigía por aquel entonces una revista llamada: Le Contemporain, y pidió a Tourgueneff un pequeño relato en prosa destinado a la misma.
      Tourgueneff, joven, ardiente, liberal, educado en plena provincia, en la estepa, habiendo visto al aldeano en su casa, en sus sufrimientos y sus terribles tareas, en sus servidumbre y su miseria, estaba lleno de piedad por ese trabajador humilde y paciente, lleno de indignación contra los opresores, lleno de odio hacia la tiranía.
      Describió, en algunas páginas, las torturas de estos tristes desheredados, pero con tanto ardor, tanta verosimilitud, vehemencia y estilo que una gran emoción se produjo, extendiéndose a todas las clases sociales. Llevado por este éxito rápido e imprevisto, continuó una serie de cortos estudios tomados siempre del pueblo campesino, y, como una multitud de flechas yendo a golpear en el mismo punto, cada una de esas páginas golpeaban en pleno corazón a la dominación señorial, el principio odioso de la servidumbre.
      Es de este modo como fue compuesto ese libro considerado histórico que tiene por título: Les Mémoires d'un Seigneur russe.
Pero cuando quiso reunir en un volumen todos estos fragmentos sueltos, la eterna censura impuso su veto. La casualidad de encontrarse en un ferrocarril con uno de los miembros de esta institución tutelar hizo obtener al autor la autorización solicitada por el personaje oficial, quién pago de su peculio esta diligencia.
      El libro tuvo una repercusión inmensa, fue embargado, y el autor detenido pasando un mes bajo los barrotes, no en prisión,
sino en el talego con los vagabundos y los ladrones del camino, luego fue enviado al exilio por el emperador Nicolas.
      Su indulto, aunque reclamado por el zarevich, tardó bastante en llegar. La razón de ello tal vez se deba a que, bajo la petición del heredero imperial, Tourgueneff, habiendo dirigido una carta al soberano, no se postra a sus «sagrados pies» (variante de nuestra fórmula «su más humilde y obediente servidor»).
      Regresó más tarde a su país, pero no vive en él mucho tiempo.
      Por último, el 19 de febrero de 1861, el emperador Alexandre, hijo de Nicolas, proclamó la abolición de la servidumbre; y un banquete anual conmemorativo fue instituido, donde asistían todos aquellos que habían tomado parte en este gran acto político. Ahora bien, en una de esas reuniones, un célebre hombre de Estado ruso, Milutine, brindando con Tourgueneff, le dijo:«El Zar, Señor, me ha encargado especialmente que le repita que una de los motivos que más le han decidido a emancipar a los siervos, es la lectura de su libro Les Mémoires d'un Seigneur russe
     Este libro es, en Rusia, popular y casi un clásico. Todo el mundo lo conoce, lo sabe por corazón y lo admira. Es el origen de la reputación de su autor como escritor y como liberal, se podría casi decir como «libertador», al mismo tiempo que es el principio de su gran popularidad. La obra literaria de Torugueneff es bastante considerable: sin pretender analizarla aquí, o incluso citar todas sus obras, mencionamos otra muy buena novela, Les Eaux printanières. Pero tal vez es en los relatos cortos donde aparece la originalidad de este escritor, que es ante todo un maestro contador.
     Psicólogo y artista de primer orden, sabe componer en algunas páginas una obra absoluta, agrupar maravillosamente las circunstancias y describir unas figuras vivas, tangibles, penetrantes, en algunos ligeros trazos, tan hábiles que no se comprende como tanto relieve se obtiene con medios en apariencia tan simples. De cada una de estas cortas historias se eleva como un vapor de melancolía, una tristeza profunda y oculta bajo los hechos. El aire que se respira en sus creaciones siempre se reconoce; llena el espíritu de pensamientos graves y amargos, parece incluso aportar a los pulmones una fragancia extraña y particular. Observador realista y al mismo tiempo sentimental, ha dado una única nota, sólo él, nada más que él. Se le encuentra en todo su poderío en esas cortas obras maestras que se titulan:
L'Abandonnée, - Le Gentilhomme de la Steppe, - Trois Rencontres, - Le Journal d'un Homme de trop, etc.
      Ahora Tourgueneff vive casi todo el año en Francia. Posee aquí numerosos amigos: la familia Viardot, la Sra. de Edmond Adam, el Sr. Hébrard, director del Temps, los novelistas Edmond de Goncourt, Zola, Daudet, Edmond About, y muchos otros. Gustave Flaubert lo quería y lo admiraba apasionadamente.
      Muchos de nosotros, sin duda, lo han encontrado sin conocerlo. Como adora la música y la escucha lo más frecuentemente que puede, los habituales del concierto de Colonia observan cada invierno una especie de gigante de blanca barca y largos cabellos, con un aspecto de Padre Eterno, ademanes lentos, mirada tranquila tras el vidrio de sus anteojos, y todo un porte de hombre superior, no se trata de una distinción aristocrática, ni del aplomo del diplomático, sino una especie de dignidad sencilla, la serenidad del talento. Él es modesto, más que la mayoría de los escritores franceses. Se diría incluso que se esfuerza para que nunca se hable de él.

21 de noviembre de 1880

Traducción de José M. Ramos González para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre