El nombre del destacado escritor que acaba de morir, estará en el futuro entre
los grandes nombres de la historia de las letras.
Cuando Rusia salga del difícil periodo por el
que atraviesa; cuando ese pueblo joven y nuevo haya tomado su lugar en la
civilización y en las artes, se reconocerá mejor que hoy a aquellos genios que
han abierto el camino.
Tourgueneff ocupará la primera fila entre esos
espíritus de primera hora, por su talento y por el papel particular que él ha
desempeñado en la política mediante las letras.
No serán más que cinco o seis, los escritores
que marcharán en cabeza de la joven literatura en su patria.
Apenas conocemos sus nombres, nosotros que no
sabemos nada de lo que existe fuera de nuestra casa.
Estos son: Pouchkine, un Shakespeare adolescente,
muerto en plena fase creativa, cuando su alma, utilizando su expresión, se
ampliaba, cuando « se sentía maduro para concebir y dar a luz poderosas
obras.»
Lo mataron en un duelo en 1837.
Lermontoff, un poeta byroniano más original
incluso, más vivo, más vibrante y más violento que el propio Byron.
Lo mataron en un duelo en 1841 a la edad de
veintisiete años.
Gogol, un novelista de gran envergadura, un
creador de la raza de Balzac y de Dickens.
Queda uno, bien vivo, tan político como
novelista y que acaba de desempeñar un papel considerable en los últimos
años; es el conde Léon Tolstoi, el autor de ese libro que tuvo,
excepcionalmente, un gran éxito entre nosotros: la Paix et la Guerre (
Guerra y Paz ).
Finalmente, Ivan Tourgueneff que acaba de morir.
La carrera literaria de Tourguenmeff fue de las
más agitadas y de las más singulares.
Debutó joven, muy joven. Creyéndose poeta como
todos los novelistas que comienzan, había hecho algunos versos publicados sin
gran éxito. Entonces, sintiendo el desánimo alcanzarle, dispuesto a renunciar
a las letras, iba a marcharse para estudiar filosofía en Alemania, cuando un
inesperado apoyo le vino del célebre crítico ruso Belinski. Este hombre
ejerció sobre el movimiento literario de su país una decisiva influencia, y su
autoridad fue más extensa y más dominante que la de ningún otro crítico en
ningún tiempo y en ningún lugar.
Dirigía por aquél entonces una revista llamada Le
Contemporain, y pidió a Tourgueneff un pequeño relato en prosa destinado a
esa antología.
El joven Tourgueneff, ardiente, liberal, educado
en plena provincia, en la estepa, habiendo visto al campesino en su casa con sus
sufrimientos y sus espantosas labores, en su servilismo y miseria, estaba lleno
de piedad para ese humilde y paciente trabajador , lleno de indignación
contra los opresores, lleno de odio hacia la tiranía.
Describió en algunas páginas las torturas de
estos desheredados, pero con tanto ardor, tanta verosimilitud, tanta vehemencia
y estilo, que una gran emoción se expandió, atenazando a todas las clases
sociales.
Llevado por este rápido e imprevisto éxito,
continúo una serie de cortos estudios tomando siempre como modelo, el pueblo de
los campesino; y como una multitud de flechas yendo a golpear en el mismo
objetivo, cada una de esas páginas alcanzaba en pleno corazón a la dominación
señorial, al odioso principio de la servidumbre.
Fue de este modo como se compuso ese libro, a
partir de ese momento, histórico, que tiene por título: Les Mémoires
d'un Seigneur russe.
Pero cuando quiso reunir en volumen todos esos
fragmentos aislados, la eterna censura lo vetó.
La casualidad de un encuentro personal en el
ferrocarril con uno de los miembros de esta institución tutelar hizo obtener al
joven autor la autorización solicitad al personaje oficial quién pagaría con
su plaza esta complacencia.
El libro tuvo una resonancia inmensa, fue
secuestrado, y el autor, arrestado, pasó un mes bajo los barrotes, no en una
prisión como en las que se encierra a los hombres condenados por esa clase de
delito, sino en el talego con los vagabundos y los ladrones; luego fue
exiliado por el emperador Nicolás.
Su indulto, muy reclamado por el zarevich, tardó
mucho en llegar. La razón puede ser que sobre la petición del heredero imperial,
Tourgueneff habiendo dirigido una carta al soberano no se prosterna a sus pies
sagrados ( variante de nuestra fórmula: « Vuestro muy humilde y obediente
servidor.» )
Regresó más tarde a su país, pero no viviría
allí demasiado. Al final, el 19 de febrero de 1861, el emperador Alexandre,
hijo de Nicolas, proclama la abolición de la servidumbre; y un banquete anual conmemorativo
fue instituido, al que asistían todos aquellos que habían tomado parte en este
gran acto político. Ahora bien, en una de esas reuniones, un célebre hombre de
Estado ruso, Milutine, llevando una tostada a Tourgueneff, le dijo: « El zar,
señor, me ha encargado especialmente repetiros que una de las causas que más
le han decidido a emancipar a los siervos es la lectura de vuestro libro Les
Mémoires d'un Seigneur russe. »
Este libro es, en Rusia, popular y casi un
clásico. Todo el mundo lo conoce, lo sabe por corazón y lo admira. Fue el
origen de la gran reputación de su autor como escritor y como liberal ( se
podría decir como liberador ) al mismo tiempo que fue el principio de su
inmensa popularidad.
Pero otro rol político estaba aun reservado a
este escritor: es quién debía descubrir y bautizar a los nihilistas.
Una vaga agitación, aún naciente, se producía
en la nación rusa, como esos fermentos de enfermedad que turban durante tiempo
nuestro cuerpo antes de que se pueda descubrir de que naturaleza está afectado.
Ahora bien, Tourgueneff, observador atento y profundo, es el primero en observar
este nuevo estado de los espíritus, la eclosión lenta de esta crisis de las
enfermedades populares, esta fermentación política y filosófica aún
oscura, que debía asolar Rusia completamente.
En un libro que desato gran polémica: Pères
et Enfants, constata la situación moral de esta secta naciente. Para
designarla claramente inventa, crea una palabra: los Nihilistas.
La opinión pública, siempre ciega, se indignó o
se rió con sarcasmo. La juventud se repartió en dos bandos; uno protestó,
pero el otro aplaudió, declarando: « Es cierto, solo él ha visto con
precisión, nosotros somos lo que él afirma. » Es a partir de este momento que
la doctrina todavía latente, que estaba en el aire, fue formulada de un modo
preciso, de modo que los propios nihilistas tuvieron auténtica conciencia de su
existencia y de su fuerza, y formaron un partido temible.
En otro libro, Fumée, Tourgueneff sigue
los progresos, la marcha de los espíritus revolucionarios, al mismo tiempo que
indica sus errores, las causas de su impotencia. Entonces fue atacado por ambos
bandos a la vez, y su imparcialidad azuzó contra él a las dos facciones
rivales.
En Rusia, como en Francia, es necesario pertenecer a un partido. Sea
amigo o enemigo del poder, crea en blanco o en rojo, pero hay que creer. Si
usted se conforma con observar tranquilamente, en escéptico convencimiento; su
usted permanece ajeno a las luchas que le parecen secundarias, o si, incluso
perteneciendo a una facción, se atreve a manifestar los fallos y las locuras de
sus amigos, se le tratará como a un animal peligroso; se le acorralará por
todas partes; será injuriado, abucheado, tratado de traidor y renegado; pues la
única cosa que odian todos los hombres, tanto en religión como en política,
es la auténtica independencia de espíritu.
Tourgueneff era con razón considerado como un
liberal. Habiendo descrito las debilidades de los revolucionarios, se le trata
como a un falso hermano. Él no continua por ello menos sus estudios sobre este
partido siempre creciente, tan curioso y tan terrible, que hoy hace temblar al
Zar; y su último libro: Terres vierges, indica con una asombrosa
claridad, el estado mental del nihilismo actual.
Tenía una independencia absoluta, una singular
situación en su patria. Sospechoso para las personas en el poder y sospechoso
para los revolucionarios, era, en realidad, un amigo fiel de unos y de otros y
sin opinión. Los nihilistas refugiados en París encontraban siempre su puerta
abierta; también cada vez que hacía a Rusia su viaje anual, sus amigos
franceses temían alguna medida rigurosa gubernamental respecto de él. La corte
le trataba con consideración sin testimoniarle gran amistad. Pero la juventud
lo adoraba, le dedicaba unas ruidosas ovaciones en las calles de San
Petersburgo.
Su obra literaria es bastante considerable. No es
este el lugar para analizarla. Mencionemos sin embargo una bella novela: Les
Eaux printanières.
Pero es tal vez en los relatos cortos donde se
desarrolla la mayor originalidad de este escritor que es un prodigioso contador.
Psicólogo profundo y artista refinado, sabe
componer en algunas páginas una obra absoluta, describir figuras completas en
algunos trazos tan ligeros, tan hábiles que no se comprende como semejantes efectos
puede ser obtenidos con unos medios en apariencia tan simples. Es un evocador de
almas sin rival por hacernos penetrar en los interiores de un ser en el que nos
muestra también las apariencias como si se le viese, y esto sin que se note
nunca sus procedimientos, sus palabras, sus intenciones y sus trucos de
escritor. Sabe crear sobre todo la atmósfera de sus cuentos con un incomparable
genio. Se siente, desde que se lee una de sus obras, tomado de si mismo en el
medio que evoca, se respira el aire, se participa de las tristezas, de las
angustias o de las alegrías. Aporta a los pulmones un extraño y particular
sabor, nos da el gusto de sus libros como si se probase algún bebedizo deliciosamente
margo.
También era un melancólico, pero un melancólico dulce, un
resignado constatando la miseria de las cosas y de los seres sin revolverse o
indignarse. Da toda su nota personal en sus obras maestras que se
titulan l'Abandonnée, le Gentilhomme de la steppe, Trois
Rencontres, le Roi Lear de la steppe, le Journal d'un homme de
trop.
Tenía, en literatura, las ideas más modernas y
más avanzadas, estimando que el novelista, no teniendo más modelo que la vida,
no debe depender más que de la vida tal y como ella es, sin combinaciones ni
extraordinarias aventuras. Lo que se llama la intriga en una novela lo
indignaba, pues no comprendía como personas pueden ser de espíritu tan ingenuo
para interesarse por unos acontecimientos privados de verosimilitud. Adoraba sin
embargo a los poetas cuyo arte, por el contrario, consiste en proporcionarnos
visiones e ilusiones. Ponía en primera fila a Shakespeare, Goethe y Pouchkine.
Su espíritu claro se acomodaba mal a la abundancia sonora de Victor Hugo que personifica
la poesía francesa. Tal vez también el temperamento filosófico de
Tourguefneff se sorprendía del temperamento puramente soñador de Victor Hugo.
Las concepciones místicas, extrañamente deístas,
las teorías religioso-fantásticas del gran poeta francés, tiene una total
ausencia de genio científico, y los arrebatos sublimes pero ilógicos de su
prodigioso genio poético despertaban dudas, reservas en el espíritu claro de
ese novelista filosofo que había descubierto una naciente revolución y que se
aferraba sobre todo a la idea, que penetra en los hombres tan fácilmente, que
amaba la ciencia positiva, y que fue, desde niño, rebelde a todo dogma, a toda
religión, a todo Dios, que permanecía siendo el ateo más tranquilo, el más
suave, pero el más determinado del mundo, totalmente indiferente a toda
creencia que incluso él mismo se sorprendía de perder el tiempo hablando de
esas cosas.
6 de septiembre e 1883
Traducción
de José M. Ramos González para
http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión
en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre