IVAN TOURGUENEFF
( Ivan Tourgueneff )

Publicado en el Gil Blas del 6 de septiembre de 1883

      El nombre del destacado escritor que acaba de morir, estará en el futuro entre los grandes nombres de la historia de las letras.
      Cuando Rusia salga del difícil periodo por el que atraviesa; cuando ese pueblo joven y nuevo haya tomado su lugar en la civilización y en las artes, se reconocerá mejor que hoy a aquellos genios que han abierto el camino.
      Tourgueneff ocupará la primera fila entre esos espíritus de primera hora, por su talento y por el papel particular que él ha desempeñado en la política mediante las letras.
      No serán más que cinco o seis, los escritores que marcharán en cabeza de la joven literatura en su patria.
      Apenas conocemos sus nombres, nosotros que no sabemos nada de lo que existe fuera de nuestra casa.
      Estos son: Pouchkine, un Shakespeare adolescente, muerto en plena fase creativa, cuando su alma, utilizando su expresión, se ampliaba, cuando « se sentía maduro para concebir y dar a luz poderosas obras.»
      Lo mataron en un duelo en 1837.
      Lermontoff, un poeta byroniano más original incluso, más vivo, más vibrante y más violento que el propio Byron.
      Lo mataron en un duelo en 1841 a la edad de veintisiete años.
      Gogol, un novelista de gran envergadura, un creador de la raza de Balzac y de Dickens.
      Queda uno, bien vivo, tan político como novelista y que acaba de desempeñar un papel considerable en los últimos años; es el conde Léon Tolstoi, el autor de ese libro que tuvo, excepcionalmente, un gran éxito entre nosotros: la Paix et la Guerre ( Guerra y Paz ).
      Finalmente, Ivan Tourgueneff que acaba de morir.

      La carrera literaria de Tourguenmeff fue de las más agitadas y de las más singulares.
      Debutó joven, muy joven. Creyéndose poeta como todos los novelistas que comienzan, había hecho algunos versos publicados sin gran éxito. Entonces, sintiendo el desánimo alcanzarle, dispuesto a renunciar a las letras, iba a marcharse para estudiar filosofía en Alemania, cuando un inesperado apoyo le vino del célebre crítico ruso Belinski. Este hombre ejerció sobre el movimiento literario de su país una decisiva influencia, y su autoridad fue más extensa y más dominante que la de ningún otro crítico en ningún tiempo y en ningún lugar.
      Dirigía por aquél entonces una revista llamada Le Contemporain, y pidió a Tourgueneff un pequeño relato en prosa destinado a esa antología.
      El joven Tourgueneff, ardiente, liberal, educado en plena provincia, en la estepa, habiendo visto al campesino en su casa con sus sufrimientos y sus espantosas labores, en su servilismo y miseria, estaba lleno de piedad para ese humilde  y paciente trabajador , lleno de indignación contra los opresores, lleno de odio hacia la tiranía.
      Describió en algunas páginas las torturas de estos desheredados, pero con tanto ardor, tanta verosimilitud, tanta vehemencia y estilo, que una gran emoción se expandió, atenazando a todas las clases sociales.
      Llevado por este rápido e imprevisto éxito, continúo una serie de cortos estudios tomando siempre como modelo, el pueblo de los campesino; y como una multitud de flechas yendo a golpear en el mismo objetivo, cada una de esas páginas alcanzaba en pleno corazón a la dominación señorial, al odioso principio de la servidumbre.
      Fue de este modo como se compuso ese libro, a partir de ese momento,  histórico, que tiene por título: Les Mémoires d'un Seigneur russe
      Pero cuando quiso reunir en volumen todos esos fragmentos aislados, la eterna censura lo vetó.
      La casualidad de un encuentro personal en el ferrocarril con uno de los miembros de esta institución tutelar hizo obtener al joven autor la autorización solicitad al personaje oficial quién pagaría con su plaza esta complacencia.
      El libro tuvo una resonancia inmensa, fue secuestrado, y el autor, arrestado, pasó un mes bajo los barrotes, no en una prisión como en las que se encierra a los hombres condenados por esa clase de delito, sino en el talego con los vagabundos y los ladrones; luego fue exiliado por el emperador Nicolás.
      Su indulto, muy reclamado por el zarevich, tardó mucho en llegar. La razón puede ser que sobre la petición del heredero imperial, Tourgueneff habiendo dirigido una carta al soberano no se prosterna a sus pies sagrados ( variante de nuestra fórmula: « Vuestro muy humilde y obediente servidor.» )
      Regresó más tarde a su país, pero no viviría allí demasiado. Al final, el 19 de febrero de 1861, el emperador Alexandre, hijo de Nicolas, proclama la abolición de la servidumbre; y un banquete anual conmemorativo fue instituido, al que asistían todos aquellos que habían tomado parte en este gran acto político. Ahora bien, en una de esas reuniones, un célebre hombre de Estado ruso, Milutine, llevando una tostada a Tourgueneff, le dijo: « El zar, señor, me ha encargado especialmente repetiros que una de las causas que más le han decidido a emancipar a los siervos es la lectura de vuestro libro Les Mémoires d'un Seigneur russe. »
      Este libro es, en Rusia, popular y casi un clásico. Todo el mundo lo conoce, lo sabe por corazón y lo admira. Fue el origen de la gran reputación de su autor como escritor y como liberal ( se podría decir como liberador ) al mismo tiempo que fue el principio de su inmensa popularidad.

      Pero otro rol político estaba aun reservado a este escritor: es quién debía descubrir y bautizar a los nihilistas.
      Una vaga agitación, aún naciente, se producía en la nación rusa, como esos fermentos de enfermedad que turban durante tiempo nuestro cuerpo antes de que se pueda descubrir de que naturaleza está afectado. Ahora bien, Tourgueneff, observador atento y profundo, es el primero en observar este nuevo estado de los espíritus, la eclosión lenta de esta crisis de las enfermedades populares, esta  fermentación política y filosófica aún oscura, que debía asolar Rusia completamente.
      En un libro que desato gran polémica: Pères et Enfants, constata la situación moral de esta secta naciente. Para designarla claramente inventa, crea una palabra: los Nihilistas.

       La opinión pública, siempre ciega, se indignó o se rió con sarcasmo. La juventud se repartió en dos bandos; uno protestó, pero el otro aplaudió, declarando: « Es cierto, solo él ha visto con precisión, nosotros somos lo que él afirma. » Es a partir de este momento que la doctrina todavía latente, que estaba en el aire, fue formulada de un modo preciso, de modo que los propios nihilistas tuvieron auténtica conciencia de su existencia y de su fuerza, y formaron un partido temible.
      En otro libro, Fumée, Tourgueneff sigue los progresos, la marcha de los espíritus revolucionarios, al mismo tiempo que indica sus errores, las causas de su impotencia. Entonces fue atacado por ambos bandos a la vez, y su imparcialidad azuzó contra él a las dos facciones rivales.
      En Rusia, como en Francia, es necesario pertenecer a un partido. Sea amigo o enemigo del poder, crea en blanco o en rojo, pero hay que creer. Si usted se conforma con observar tranquilamente, en escéptico convencimiento; su usted permanece ajeno a las luchas que le parecen secundarias, o si, incluso perteneciendo a una facción, se atreve a manifestar los fallos y las locuras de sus amigos, se le tratará como a un animal peligroso; se le acorralará por todas partes; será injuriado, abucheado, tratado de traidor y renegado; pues la única cosa que odian todos los hombres, tanto en religión como en política, es la auténtica independencia de espíritu.
      Tourgueneff era con razón considerado como un liberal. Habiendo descrito las debilidades de los revolucionarios, se le trata como a un falso hermano. Él no continua por ello menos sus estudios sobre este partido siempre creciente, tan curioso y tan terrible, que hoy hace temblar al Zar; y su último libro: Terres vierges, indica con una asombrosa claridad, el estado mental del nihilismo actual.
     Tenía una independencia absoluta, una singular situación en su patria. Sospechoso para las personas en el poder y sospechoso para los revolucionarios, era, en realidad, un amigo fiel de unos y de otros y sin opinión. Los nihilistas refugiados en París encontraban siempre su puerta abierta; también cada vez que hacía a Rusia su viaje anual, sus amigos franceses temían alguna medida rigurosa gubernamental respecto de él. La corte le trataba con consideración sin testimoniarle gran amistad. Pero la juventud lo adoraba, le dedicaba unas ruidosas ovaciones en las calles de San Petersburgo.

      Su obra literaria es bastante considerable. No es este el lugar para analizarla. Mencionemos sin embargo una bella novela:  Les Eaux printanières.
      Pero es tal vez en los relatos cortos donde se desarrolla la mayor originalidad de este escritor que es un prodigioso contador.
      Psicólogo profundo y artista refinado, sabe componer en algunas páginas una obra absoluta, describir figuras completas en algunos trazos tan ligeros, tan hábiles que no se comprende como semejantes efectos puede ser obtenidos con unos medios en apariencia tan simples. Es un evocador de almas sin rival por hacernos penetrar en los interiores de un ser en el que nos muestra también las apariencias como si se le viese, y esto sin que se note nunca sus procedimientos, sus palabras, sus intenciones y sus trucos de escritor. Sabe crear sobre todo la atmósfera de sus cuentos con un incomparable genio. Se siente, desde que se lee una de sus obras, tomado de si mismo en el medio que evoca, se respira el aire, se participa de las tristezas, de las angustias o de las alegrías. Aporta a los pulmones un extraño y particular sabor, nos da el gusto de sus libros como si se probase algún bebedizo deliciosamente margo.
    También era un melancólico, pero un melancólico dulce, un resignado constatando la miseria de las cosas y de los seres sin revolverse o indignarse. Da  toda su nota  personal en sus obras maestras que se titulan l'Abandonnée, le Gentilhomme de la steppe, Trois Rencontres, le Roi Lear de la steppe, le Journal d'un homme de trop.
      Tenía, en literatura, las ideas más modernas y más avanzadas, estimando que el novelista, no teniendo más modelo que la vida, no debe depender más que de la vida tal y como ella es, sin combinaciones ni extraordinarias aventuras. Lo que se llama la intriga en una novela lo indignaba, pues no comprendía como personas pueden ser de espíritu tan ingenuo para interesarse por unos acontecimientos privados de verosimilitud. Adoraba sin embargo a los poetas cuyo arte, por el contrario, consiste en proporcionarnos visiones e ilusiones. Ponía en primera fila a Shakespeare, Goethe y Pouchkine. Su espíritu claro se acomodaba mal a la abundancia sonora de Victor Hugo que personifica la poesía francesa. Tal vez también el temperamento filosófico de Tourguefneff se sorprendía del temperamento puramente soñador de Victor Hugo.
      Las concepciones místicas, extrañamente deístas, las teorías religioso-fantásticas del gran poeta francés, tiene una total ausencia de genio científico, y los arrebatos sublimes pero ilógicos de su prodigioso genio poético despertaban dudas, reservas en el espíritu claro de ese novelista filosofo que había descubierto una naciente revolución y que se aferraba sobre todo a la idea, que penetra en los hombres tan fácilmente, que amaba la ciencia positiva, y que fue, desde niño, rebelde a todo dogma, a toda religión, a todo Dios, que permanecía siendo el ateo más tranquilo, el más suave, pero el más determinado del mundo, totalmente indiferente a toda creencia que incluso él mismo se sorprendía de perder el tiempo hablando de esas cosas.

6 de septiembre e 1883

Traducción de José M. Ramos González para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre