LA ARISTOCRACIA
( L'Aristocratie )
Publicado en
Le Figaro, el 21 de abril de 1884
Va a llevarse a cabo el admirable sueño de Dupont, del Dupont de Alfred de Musset:
Les riches seront gueux, et les nobles infâmes |
Los ricos serán pordioseros, y los nobles infames |
Todos los ricos todavía no son pordioseros, ni todos los nobles infames, pero
al menos serán soldados durante tres años, todos sin excepción. ¡ Bravo ! Los
Dupont y los Durand que nos gobiernan han tenido esta patriótica y sublime
idea. Un célebre tirano, cortaba antaño de un golpe de bastón, paseándose en sus
jardines, todas las adormideras cuya cabeza sobrepasara la de las demás, y
decía:
- Mi pueblo ha de ser como esas flores; no deseo que ninguna frente se levante.
Nuestros Dupont comprenden y practican la igualdad de la misma manera. La
espada del Romano o la guillotina del 93 son medios pasados de moda, pero se ha
encontrado el servicio obligatorio de tres años, lo que no está mal como
invención para nivelar las inteligencias.
Durand replica a Dupont:
Pour un esprit mort-né, convaincu d'impuissance, |
Para un espíritu nacido muerto, convencido de su impotencia, |
Nuestros Durand, indudablemente, están animados de ese sentimiento tan
humano, tan constante, que hace de los hombres mediocres los enemigos
irreconciliables de los hombres notables.
Sin valor personal, sin autoridad intelectual, sin renombre, sin superioridad de
ningún tipo, sin conocimientos, sin educación y casi sin instrucción, la mayoría
de nuestros diputados, instalados en el poder por la fuerza de esta máquina que se
llama sufragio universal, inventada para la exaltación de los mediocres, la
eliminación de los superiores y el degradamiento general, persiguen con un odio
celoso, todo lo que constituye una aristocracia.
Para éstos, es el enemigo que hay que atacar y abatir sin cesar. Como a Tarquin,
no les gustan esas cabezas que les sobrepasan.
¡ Al poder no le gusta otro poder ! Con mayor razón al poder, nacido
espontáneamente de la masa, el poder brutal, salido del pueblo inculto, no le
gusta el poder de la inteligencia, que se constituye por eliminación, por ese
lento y misterioso trabajo de selección, de refinamiento y de donde salen poco a
poco esa clase de seres privilegiados que son, en la historia, los grandes hombres
de un país.
Un pequeño abogado de provincias, hecho diputado por el azar de los votos, por
el poder de los pequeños vasos y unas promesas falsas, asombra de entrada al
convertirse en algo sin ser alguien, envidiará pronto con unos celos
inconscientes pero encarnizados a todos aquellos que, no siendo nada en el
Estado, cuentan mucho en el mundo. Y todos esos recién llegados canturrean en su
corazón el viejo « Ça ira » y no tienen en el fondo
del espíritu otro deseo, otra meta, que de golpear a los aristócratas, de
abatir a los poseedores del valor personal, del trabajo inteligente y de impedir
sobre todo que una aristocracia nueva, una aristocracia de talento se levante
ante ellos, que son los aristócratas del azar.
Ellos han encontrado un buen medio instituyendo el servicio obligatorio de tres
años. Es el final de la Francia artística, de la Francia pensante. ¡ Finis
Gallae !
En nombre de la igualdad todos los franceses deberán tres años de su vida a la
patria. Eso es poco... y es demasiado.
¡ La igualdad ! De principio, cuando se hayan establecido la igualdad de tallas, la igualdad de vientres, la igualdad de nariz y la igualdad de espíritus, yo me
someteré a la igualdad de las situaciones.
En esto, el Sr. Duran responderá que pretende reparar, por igualdad cívica, las
injusticias cometidas por la naturaleza o por Dios. No puedo más que respetar
esta tentativa. Me queda por examinar sus resultados.
De este modo se va a llamar a todos los franceses, sean quienes sean, de veinte a
veintitrés años y se les va a encerrar en un cuartel donde unos sargentos
instructores les enseñarán a distinguir su pie derecho de su pie izquierdo, y a
girarse a la orden.
Analicemos si esto es verdaderamente una medida
patriótica o simplemente una manera de golpear, en su germen, toda aristocracia
artística, pues el poder brutal, el poder fáctico, lo he dicho, execra el poder
moral, el poder de la inteligencia. Se va a tomar a los veinte años a todos
aquellos que habrían sido unos artistas, unos sabios, y, durante tres años, se
les va a obligar a hacerles olvidar su arte y su ciencia, así como la práctica
tan delicada de su difícil oficio.
Se les va a desviar de sus preocupaciones, de sus
estudios, se les va a cansar lo más que se pueda, convirtiéndolos, a base de
ejercicios, faenas, marchas y abrumadoras tareas, en unos seres ordinarios en
nombre de la Igualdad, y para mayor gloria de la Patria.
Y cuando se les devuelva a la vida, a esos
pintores, a esos músicos, a esos escritores, a esos sabios, tendrán su llama del
Arte apagada, habrá desaparecido su sutil trabajo y su agrado amor por las cosas
hermosas. Se les va a cortar las alas como se hace con los pájaros cautivos.
Pues es precisamente a los veinte años cuando el
talento se decide, cuando el artista eclosiona, cuando el temperamento se forma,
cuando el espíritu comienza a comprender, a poseerse, a concebir, a extenderse,
a llevar las flores que se convertirán en frutos. Se les toma justo en el
momento del empuje y de la expansión de la savia fecunda, en el momento decisivo
en el que tienen necesidad de todo su tiempo, de toda su voluntad, de todas su
fuerza de trabajo, de toda su libertad.
No hay un temperamento sobre cien, capaz de
resistir este método de esterilización.
¿ Es esto patriotismo ?
Hacer simples soldados con hombres superiores
equivale a meter en la cazuela a los cisnes del Mans. Esto no es una economía
política bien entendida.
¿ No habría, al contrario, que ayudar a cada
ciudadano, a contribuir a la grandeza de la patria, mediante todas las
facultades creadoras que la naturaleza ha puesto en él ? ¿ Acaso no se debería
proteger, socorrer, favorecer a todos aquellos que dan a Francia, la
inapreciable esperanza de acrecentar la suma de gloria artística que la sitúe en
el primer lugar de los pueblos contemporáneos ?
¿ Qué queda de Grecia ? ¿Es grande ante nuestros
ojos por sus luchas militares o por sus inmortales obras ? ¿ Por qué ese pequeño
rincón de tierra nos parece sagrado como un templo, el templo del genio humano ?
¿ Por qué el solo nombre de Italia provoca en las
almas una especie de misterioso estremecimiento ?
¿ Por qué vienen de todos los rincones del mundo
a ese suelo poblado de obras maestras ? ¿ Por qué la formación intelectual de un
hombre no es completa hasta que no haya visto Venecia, Florencia y Roma ? ¿ Por
qué Italia es más que una nación ? Pues no parece pertenecer solamente a los
italianos, pertenece a la Inteligencia humana, forma parte completamente, de esa
gran herencia artística que todos los hombres de genio dejan a los descendientes
de todos los pueblos y de todos los tiempos.
¿ Por qué, señor Durand ?
¿ Es porque Victor - Emmanuel ha hecho un pueblo
fuerte, o porque los Médicis han hecho de su patria una tierra de gloria ?
Esté seguro, señor Dupont, que los Médicis, han sabido
convertir a su país de tal modo que ninguna catástrofe futura puede afectar, a
partir de ese momento, a su renombre de tal modo que todas las naciones la
amarán y la admirarán tanto que habrá hombres sobre la tierra, como los Médicis,
señor, que no confundirán a Migeul Angel con el fusilero Pitou, que no invitarán
a los señores Rafael y Leonardo de Vinci, ejerciendo la profesión de pintor, a
perder tres años de sus trabajos a fin de aprender a desfilar en línea y a sacar
brillo a unos botones de cobre. Esté persuadido de que la República de Venecia
no habría obligado a los llamados Jacques Robusti, llamado Tintoreto; Paul
Caliari, llamado Paul Veronés, y Tizinao Vecelli, llamado el Tiziano, a mondar
patatas para el rancho, a llevar munición en sacos de tela, a barrer y limpiar
el dormitorio y otros lugares.
Queda saber quién puede tener razón, desde el punto de
vista de la patria, ¿ la República de Venecia o la República francesa ?
¡ La igualdad ! Sea. ¿ Que entiende usted por ello ? ¿
Es una cosa que no comporta ni apreciaciones diferentes, ni proporciones ? Todo
el mundo al mismo nivel. Bien. - Usted pide a cada uno tres años, sin
distinción. - Lo entiendo. Pero dígame, ¿ tienen los tres años de cada uno
exactamente el mismo valor ?
Si usted pidiese a cada uno cien francos, en
lugar de tres años. ¿ El sacrificio no sería un poco mayor para uno de esos
traperos que usted ha expulsado tan gallardamente de los caminos, que para el
barón de Rothschil o el Sr. el barón de Hirsch ?
Ahora bien, tres años de los Sres. Gounod, Bonnat,
Renan, Berthelot, Victor Hugo y otros de la misma catadura, no valen un poco más
que tres años de un obrero o de uno de nuestros diputados, tan fáciles de
sustituir que no se aprecia el cambio. Pero, ¿ quién podrá sustituir, compensar,
para la patria, para la humanidad, las obras que esos hombres, Gounod, Bonnat,
Renan, Berthelot, Victor Hugo, habrían compuesto durante esos tres años ?
Tres de vuestros años, Sr. Durand, no valen gran cosa,
pero los tres años de algunos hombres tienen un valor tal que su pérdida es
irreparable.
Todo, en este mundo, no lo olvide, se ajusta a la
ley de las proporciones, y la igualdad estricta es una estupidez, señor.
Y además, eso no es todo. Por encima de la igualdad,
hay leyes generales de la vida, que usted no cambiará, porque el sufragio
universal no puede nada sobre el legislador que las ha establecido. Ahora bien,
sería bueno comprender esas leyes, y tenerlas un poco en cuenta para
preparar vuestras leyes. Quiero decir que un poco de espíritu científico no es
inútil para gobernar a los hombres.
Pues bien, caballeros, persuádanse que no se hacen los
buenos ejércitos más que con el pueblo. Esta miserable carne de cañón que el
salvajismo humano hace necesaria, no debe ser la carne demasiado razonable ni
demasiado inteligente porque ésta se convertirá enseguida en la carne sublevada.
Usted no puede impedir que no haya en el mundo unas castas privilegiadas. Ahora
bien, si usted las mezclase en el ejercito, con las demás, haría una mezcla mala
y peligrosa.
Todo aristócrata, quiero decir todo joven de naturaleza
refinada, que usted arroje en la tropa, que usted obligue, durante tres años, a
esa odiosa existencia del cuartel, a las promiscuidades que repugnan, a todas
las cosas que sublevarán su instinto, su educación, su natural delicadeza, se
convertirá en un enemigo, un enemigo de la República, y sobre todo un enemigo
del ejército.
Esos jóvenes tienen el honor muy susceptible. Están
habituados a consideraciones. El suboficial los maltratará, los ofenderá, les
arrojará esas palabras que apenas sorprenden a un aldeano, pero que atravesarán
su epidermis ligera y harán hervir su sangre más viva. El mismo oficial,
acostumbrado a hacer caminar a los torpes, no reconocerá, bajo el uniforme, al
hijo de una raza más afín.
Ellos no dirán nada, por que el Consejo de Guerra
es terrible. ¿ Pero después ? ¿ Cree usted que volverán con sus familias y
enseñarán a sus hijos el amor por la vida militar ? Conservarán esos tres años
en el recuerdo que se tendrían de tres años de presidio, y, perseguidos por esa
pesadilla, no tendrán más que la preocupación de evitar ese suplicio a sus
hijos.
Dirá usted: « Tanto peor, la igualdad ante todo ».
Trate de fustigar a un caballo de pura sangre del mismo modo que a un caballo de
arreo para ver si usted le enseña la igualdad. Usted caerá en una difícil
situación, señor Dupont. Tenga cuidado de que el servicio de tres años no haga
tanto por Francia, lo que sería más grave.
Desde el momento que usted no puede hacer de la
aristocracia del país la aristocracia del ejército, no llame a filas a los que
tienen la cabeza demasiada alta.
Aunque usted lo intente, habrá siempre
aristócratas. Un país no es grande más que por su aristocracia, por sus hombres
superiores. Ayúdelos a desarrollarse, en lugar de detener su vuelo.
Incesantemente sale del pueblo, del pueblo
miserable, grosero, bruto y respetable porque es el Padre, el germen, la fuente
de todo, una clase más cultivada, que forma, sirviéndome de una expresión
célebre, una capa social superior, más inteligente, todavía incompleta.
De esta nueva burguesía, se destacan aún unos
individuos más finos, más cultos, más notables, que forman, a su vez, otra capa
social. Son necesarias varias generaciones para que el hombre llegue a su
desarrollo absoluto.
Finalizada esta metamorfosis se llega finalmente
a la aristocracia real de la nación. Es una capa de élite, donde plantarán, para
continuar con esta comparación, los más bellos árboles y darán los más hermosos
frutos. Es el vivero de los hombres superiores. No hablo de la nobleza claro
está, hablo de una aristocracia democrática, formada lentamente por vía de
selección.
Y el mismo fenómeno social se reproduce en
sentido inverso; las sagas que fueron superiores regresan al pueblo, fatigadas,
espesas, acabadas. Y eso siempre vuelve a comenzar.
Es un trabajo muy largo, incesante, fatal. Ahora bien,
su usted quiere cambiar el orden, mezclar esas capas, confundirlas, elevar
bruscamente las bajas y bajar las altas, si usted quiere sustituir al Tiempo,
para hacer, con el pueblo una aristocracia espontánea, y arrojar al pueblo a la
auténtica aristocracia, habrá hecho un muy mal trabajo para la patria, señor
Dupont.
21 de abril de 1884
Traducción
de José M. Ramos González para
http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión
en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre