LA DELICADEZA
( La Finesse )
Publicado en el Gil Blas, el 25 de diciembre de 1883

      Verdaderamente da la impresión de que el talante francés está enfermo. A menudo se le ha comparado con la espuma del vino de Champagne. Ahora bien, todo vino descorchado durante tiempo se evapora, y algo similar le ocurre al talante, sin duda.
      Hemos conservado, es cierto, alguna cosa que nos hace las veces de talante: el chiste... Pero hemos perdido la primera cualidad que constituía el distintivo francés: la delicadeza.
      Hoy en día, sustituimos esta antigua cualidad nacional por algo brutal, grosero, burdo. Nos reímos estupidamente.
      El talante, en Francia, tenía varios tipos de manifestaciones. Se podían clasificar por géneros:
      El de las calles; El de los salones; El de los libros.
      ¿ Que es el talante ? El diccionario no da una definición clara. Se trata de un cierto giro de pensamiento a veces alegre, a veces cómico, a veces picante, que produce en la inteligencia una especie de agradable cosquilleo y provoca la risa.
      Se denomina reír a una alegría particular del alma que se manifiesta mediante gestos, pliegues nerviosos alrededor de la boca, y pequeños gritos entrecortados que parecen salir de la nariz-
      Ahora bien, en Paris, la relación imprevista, extraña, de dos términos, de dos ideas o incluso de dos sonidos, una extravagancia cualquiera, una acrobacia de la lengua hace pasar a través de la ciudad un halo de diversión.
      ¿ Por qué todos los franceses ríen, mientras que todos los ingleses y alemanes encontrarían incomprensible nuestro sentido del humor ? ¿ Por qué ? Pues porque somos franceses, porque tenemos la inteligencia francesa y porque poseemos esa encantadora y ágil facultad de reír.
      Pero hoy nos reimos por unas tonterías tan absurdas que uno queda confundido.
      Bajo la Revolución, bajo la Regencia, bajo la Restauración, bajo Luis XVIII las palabras que pululaban por la ciudad tenían una elocuencia ágil, una punta afilada, a veces incluso envenenada, y siempre con un discreto transporte. Detrás de la broma o la perfidia del trazo se ocultaba un pensamiento sutil. Esto sonaba tan claro como el tintineo de las monedas. Hoy el talante suena falso como el plomo.
      Y es posible que desde hace cuatro o cinco años todo el esfuerzo de ágil inteligencia de Francia esté agonizando por medio de palabras como v'lan et pschutt ! V'lan ! Pschutt !  ¿ Por qué Ulano ? ¿ Por que Pschutt ? ¿ Que tienen de divertidas esas sílabas ? ¿ Qué ola de estupidez ha ahogado nuestro espíritu ?

      « En Francia, el talante discurre por las calles », se dice. Uno sin embargo lo echa de menos cada vez más. Pero donde aparece esta decadencia, es seguramente en los salones.
      La conversación allí es generalmente banal, corriente, ociosa, artificial, monótona, al alcance de cada imbecil. Discurre, discurre en los labios, en los pequeños labios de las mujeres, que un gracioso pliegue hace retroceder, en los barbudos labios de los hombres que un extremo de cinta roja en la pechera parece indicar inteligencia. Discurre sin fin, repugnante, tonta hasta hacer llorar, sin una variante, sin un destello, sin una agudeza, sin una explosión de espíritu.
      Se habla de música, arte, elevada poesía. Ahora bien sería cien millones de veces más interesante oír a un charcutero hablar con competencia de salchichas que oír a los correctos caballeros y a las mujeres de mundo de visita, abrir su grifo a las banalidades sobre las únicas cosas grandes y hermosas que hay.
      ¿ Cree usted que piensan lo que dicen ? ?¿ que se esfuerzan para comprender o tratar de penetrar en su sentido misterioso ? No.
      Repiten todo lo que es costumbre repetir sobre cualquier tema. Eso es todo. También declaro que es necesario un valor sobrehumano, una dosis de paciencia a toda prueba, y una serena indiferencia hacia todo para ir hoy a lo que se llama mundo y soportar con rostro sonriente todas las ineptas barbaridad que se oyen con respecto a todo.
      Algunos salones son excepciones. Son raros.
      No pretendo que se deba profundizar, en una charla de diez minutos, en el sentido filosófico del menor acontecimiento, en ese « más allá » de cada hecho contado, que alargaría hasta el infinito todo tema abordado.
      Desde luego que no. Pero sería al menos necesario saber charlar con un poco de espíritu.
      ¡Conversar con talante ! ¿ Qué es eso ? Conversar, antaño, era el arte de ser hombre o mujer del mundo; el arte de no parecer nunca aburrido, de saber decir todo con interés, de agradar con no importa qué, de seducir con todo de la nada. Hoy se habla, se cuenta, se le da vueltas, se alborota, se cotillea, no se conversa ya, no se conversa nunca.
      Berlioz escribió en una de sus cartas:  
     « Vivo, desde mi retorno de Italia, en medio del mundo más prosaico, el más duro. A pesar de mis súplicas de no hacer nada, se placen, se obstinan en hablarme sin cesar de música, arte, elevada poesía; esas personan emplean esos términos con la mayor sangre fría:  Se diría que hablan de vino, mujeres, levantamientos u otras porquerías. Mi cuñado, sobre todo, que es de una elocuencia espantosa, me mata. Siento que estoy aislado de todo ese mundo por mis pensamientos, por mis pasiones, por mis amores, por mis odios, por mis desprecios, por mi cabeza, por mi corazón, por todo.»
      Pues bien, saber conversar, es saber hablar de vino, de mujeres, levantamientos y ... otras pamplinas, sin que sea nada... de lo que dice Berlioz.
       ¿ Como definir el vivo florecimiento de las cosas por las palabras, ese juego de raqueta con palabras flexibles, esa especie de sonrisa ligera de las ideas que debe ser la conversación ? 
      Hoy se lleva contar. Cada uno cuenta a su vez cosas personales, aburridas y largas que no interesan a ninguno de los presentes.
      Y además la conversación  siempre deriva hacia los acontecimientos políticos del día o de la víspera. Jamás levanta el vuelo para ir de idea en idea, como antaño.
      Pero no es únicamente la encantadora delicadeza francesa lo que ha desaparecido de la conversación. La sociedad actual, compuesta casi exclusivamente de recién llegados, ha perdido un sentido delicado, una especie de olfato sutil, inapreciable, inexpresable, que pertenece casi exclusivamente a los aristócratas letrados y que se puede denominar: el sentido artístico.
      ¡ Un artista ! El público de hoy, juzga difícil y refinado, llevado al límite, ese sentido artístico que desaparece, se apasiona por una frase, por un verso, por un epíteto ingenioso o audaz. Veinte líneas, una página, un retrato, un episodio le basta para juzgar y clasificar a un escritor. Busca, en lo más profundo, los interiores de las palabras, penetra en los motivos secretos del autor, lee lentamente, sin pasar nada, buscando, después de haber comprendido la frase, si no queda nada más en lo que ahondar. Pues los espíritus, lentamente preparados para las sensaciones literarias, sufren la secreta influencia de este poder misterioso que pone una alma en las obras.
      Cuando un hombre dotado, sea el que sea, no se preocupa más que de la cosa contada, cuando no se da cuenta de que el verdadero poder literario no está en el hecho, sino en la manera de prepararlo, de presentarlo y de expresarlo, no tiene sentido del arte.
      La profunda y deliciosa alegría que os sube al corazón ante ciertas páginas, ante ciertas frases, no viene únicamente de lo que ellas dicen; viene de una concordancia absoluta de la expresión con la idea, de una sensación de armonía, de belleza secreta escapando la mayoría del tiempo al juicio de las muchedumbres.
       Musset, ese gran poeta, no era un artista. Las encantadoras cosas que dice en una lengua fácil y seductora, dejan casi indiferentes a aquellos que se preocupan de la persecución, de la búsqueda, de la emoción de una belleza más elevada, más imperceptible, más intelectual.
      La multitud, por el contrario, encuentra en Musset la satisfacción de todos sus anhelos poéticos, un poco groseros, sin comprender incluso el estremecimiento, casi el éxtasis que nos pueden producir ciertas piezas de Baudelaire, de Victor Hugo, de Leconte de Lisle.
      Las palabras tiene una alma. La mayoría de los lectores no les piden más que un sentido. Es necesario encontrar esta alma que aparece al contacto con otras palabras, que ilumina y aclara ciertos libros con una luz desconocido, muy difícil de hacer surgir.
      Hay, en las relaciones y las combinaciones del lenguaje escrito por ciertos hombres, toda la evocación de un mundo poético, que el pueblo de los mundanos no sabe percibir ni adivinar. Cuando se le habla de ello, éstos se enfadan, razonan, argumentan, niegan, gritan y quieren que se le muestre. Sería inútil intentarlo. No sintiendo, jamás lo comprenderán.
      Unos hombres instruidos, inteligentes, incluso escritores, se asombran también cuando se les habla de ese misterio que ellos desconocen; y sonríen encogiéndose de hombros. Que importa. No saben. Tanto como hablar de música a las personas que  no tienen oído.
      Diez palabras intercambiadas bastan a dos espíritus dotados de ese sentido misterioso del arte, para comprenderse como si se sirviesen de un lenguaje ignorado por los demás.

      ¿ De dónde viene entonces esta embotamiento de nuestros espíritus ? ¿ De las nuevas costumbres ? ¿ o de los nuevos hombres ? Tal vez de ambos. ¡ Sin duda también del gobierno ! Pero no quisiera acusar al gobierno de haber producido la filoxera o la enfermedad de las patatas. Estas clases de acusaciones, frecuentes por lo demás, no están nunca suficientemente justificadas. Pero se puede, sin temor a equivocarse, acusarlo de dejarnos espesos como los alemanes.
      De tal amo, tal criado, dice un proverbio. De tal rey, tal pueblo. Si el príncipe es espiritual, artista y letrado, el pueblo enseguida se vuelve artista, letrado y espiritual. Cuando el príncipe es grotesco, el pueblo entero se vuelve estúpido. Ahora bien, nuestros príncipes, se puede confesar, no son ni artistas ni letrados ni finos ni elegantes ni delicados. Por « nuestros príncipes » entiendo nuestros diputados. Algunos son excepción; pero no cuentan, ahogados en la masa de los representantes salidos del sufragio universal.
      Y el jefe del Estado, hombre muy honesto, no busca en hacer del Eliseo un templo del Espíritu y de las Artes, como se habría dicho en el siglo pasado.

25 de diciembre de 1883

raducción de José M. Ramos González para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre