LA ESCALA SOCIAL
( L'échelle social )

Publicado en Le Gaulois, el 9 de junio de 1881.

      Parece que algunas profesiones llevan implícita una particular dignidad, imponiendo  unos deberes especiales, obligando a el mantenimiento de una rigidez excepcional. ¿ Un notario, por ejemplo, no está obligado a una pose grave encorbatado de blanco ? ¿ No es cierto que no deberá bailar más que con modestia, o incluso abstenerse absolutamente del baile ? Sus funciones lo condenan a una eterna severidad. Un notario fogoso, espiritual y bromista, parecería un monstruoso contrasentido.
      Ahora bien, ¿ Por qué un notario deber ser más grave que un capitán de húsares ? No me lo pregunte, lo ignoro, pero es así.
      Parece igualmente que existe toda una graduación de importancia y consideración en las profesiones que yo llamaría corrientes; y que un hombre sutil debe decidir instantáneamente a que grado de estima social se asocia el titular de una plaza de abogado, de maestro de jefe de oficina, de sustituto, de perito tasador, de agente de Bolsa, de inspector de alguna cosa, etc.
      Si usted da a entender a un arquitecto cualquiera que lo coloca en la misma esfera social que a un farmacéutico, se ofenderá sin duda mortalmente; pero, si su sastre llega a sospechar que usted no lo considera infinitamente superior a su zapatero, no se lo perdonaría jamás.
      ¿ No es admisible también que las personas que poseen títulos y funciones oficiales deben tener la bota sobre los individuos sencillos ejerciendo profesiones llamadas liberales ? Vea usted en un salón, frente a frente, a uno de esos
arribistas que llenan pasajeramente su comportamiento social en los ministerios, y un artista de gran talento: el artista permanecerá siempre en segundo plano ante la Excelencia de aventura que levanta a su alrededor una nube de consideración.
      Un caballero condecorado ( los viejos burócratas lo son en la vejez ) parece superior a un caballero recién encintado. Las mismas cruces extranjeras dan un cierto barniz de estima. Los empleados del Estado se consideran por encima de los boticarios. Los comerciantes desprecian a los mercaderes.
      Existe toda una complicada jerarquía, enmarañada, sorprendente, que es necesario conocer al dedillo. Si usted hace esto, está bien visto, si hace lo otro, está mal visto. Esto es más noble que esto otro.

      Y sin embargo me había parecido que las funciones oficiales indicaban siempre un poco de servidumbre y de obediencia; que entrañaban necesariamente una renuncia a la independencia absoluta de pensamientos y de acción. El hombre a quién otro puede mandar no es un hombre libre; ¿ y qué hay más noble que un hombre libre ? ¿ Ha visto usted alguna vez a un ministro enjabonar la cabeza a un jefe de división, el jefe de división limpiar el cráneo de un jefe de oficina, el jefe de oficina criticar a sus empleados ? Esos hombres son todos subordinados; e incluso el mismo ministro tiembla ante el jefe del Estado, que a su vez se estremece ante el pueblo, el más brutal, el más violento y el más grosero de los jefes.
      ¡ Los títulos imponen respeto ! ¿Qué significa esto ?  Sumisión ante los grandes, pues no se dan los títulos más que a la obsesión. Esto quiere decir: largas permanencias en las antesalas, cumplidos y servicios interesados, perfeccionamiento del tacto y del arte de dejarse ver bien.
      ¿ Las condecoraciones ? Pronto no se las llevará más, en tanto recaen en lo ordinario. En cuanto a las cruces extranjeras, cuando veo una sobre un traje, me parece que este traje habla y dice esto: « Soy vanidoso, puesto que ese trozo de cinta, verde o azul, me produce placer; incapaz, puesto que a pesar de mi deseo, no he podido obtener la cruz de mi país; en definitiva, no orgulloso, puesto que me atrevo a llevar esto, de lo que tantas personas sonríen.» 
      Me había parecido que se debía respetar en primer lugar a los independientes y los capaces, la vanguardia de la inteligencia, aquellos que caminan solos y fuertes, con el desprecio por la jerarquía y el servilismo, ¡ los libres !
      Me había parecido incluso que hacer una obra artística era la más noble cosa que se puede soñar, que probar el valor de su espíritu, dar señales de talento, constituía para un hombre la primera de las superioridades. Confieso que estaba dispuesto a saludar a hombres como Victor Hugo, Émile Augier, Dumas, Halévy, más respetuosamente que a un ministro incluso o que a un consejero de Estado.
      Parece que estoy equivocado, y hago honorable enmienda. Los tasadores peritos me han dado una dura lección de tacto; los agentes de Bolsa la han completado.
      Acabo, en efecto, de aprender sucesivamente dos noticias que me han hundido en un océano de estupefacción.

      La primera es la siguiente:
      Un joven, ejerciendo el oficio de perito tasador, pero sintiendo poseer vocación de autor dramático, se atrevió a colaborar con dos escritores profesionales, y se preparaba a hacer representar su obra cuando el gremio al completo de los peritos tasadores se levantó indignado.
      La sala Drouot se estremeció. los martillos de marfil caían nerviosamente sobre la madera de las tablas donde reinan esos príncipes de los objetos usados parisinos. ¡ Cómo ! ¡¡¡ un hombre quién adjudica diariamente  valores a muebles de todo tipo, iba a dejar imprimir su nombre sobre unos carteles al lado de los nombres de dos escritores de comedia !!! Sería la vergüenza y el deshonor para todos, la desconsideración arrojada sobre el cuerpo entero. ¡Cómo ! un perito tasador quiere escribir palabras, moldear frases, ensalzar el espíritu, tener éxito ! No, nunca.
       Y una comisión se dirigió al imprudente para hacerle elegir entre el teatro con el desprecio de las personas honestas, y la sala de las ventas con la estima de todos.
      ¿Como la corporación de los peritos tasadores tan susceptible, se dejaba doblegar ? Lo ignoro. Pero la obra fue representada y el nombre del autor aclamado. Lo lamento. Esto arroja siempre un poco de subestima sobre una profesión; pues he acabado por comprender, tras largas reflexiones, que es verdaderamente difícil para un hombre cuyo oficio consiste en sabor el valor exacto de un espejo resquebrajado o de una silla de tres pies, ¡ dejar imprimir su nombre al lado de los poetas y comediantes ! En fin, la cosa está hecha. Nos inclinamos, pero lo deploramos.
      Sin embargo agradezco a los señores peritos tasadores el haberme proporcionado unas indicaciones bastante precisas para saber en que categoría puedo clasificar exactamente su profesión.

      Igualmente debo agradecer a la poderosa corporación de los agentes de Bolsa, que acaban también de disipar mis dudas sobre otro punto.
      Un agente de Bolsa debía representar una comedia en una fiesta, y la noticia se difundió. Pronto, la cámara sindical se soliviantó. Un sacerdote de las finanzas no puede, no debe, oficiar de histrión. Demostraba una falta de modales chocante, una falta de gusto, una incapacidad de dignidad que alcanzaba a sus colegas. Se hizo comprender a este aspirante a cómico que se comprometían de este modo los informes y las transferencias. Debió ceder. Se decía que estaba lleno de elocuencia y talento. Tanto peor para la comedia, pero tanto mejor para la Bolsa. Ese templo de la riqueza no será confundido con una asamblea de personas mundanas. Aquellos que ponen el pie en este recinto sagrado no tienen el derecho de vivir como los demás. Deben ser inmaculados, irreprochables, de una pureza nívea y de una dignidad sin mácula.
      Honor a la corporación de los agentes de Bolsa, que se ha mostrado más severa que la de los peritos tasadores.

      Gracias a estos dos grandes ejemplos de dignidad profesional, podría finalmente reconocerme un poco en el laberinto de la consideración debida a cada profesión. Mi ignorancia en estas materias me había valido varias humillaciones sensiblemente desagradables.
      De este modo, encontrándome últimamente en un salón repleto de madres de familia con hijas casaderas, salió por azar el tema de las uniones convenientes, y en apreciar el valor de cada estado desde el punto de vista de la respetabilidad social. Unas dudas se plantearon. Se me tomó por arbitro. Se trataba justamente de establecer el matiz existente entre un perito tasador y un oculista. Yo me incliné por el oculista. Pero esas damas opinaron a favor del perito tasador, por la razón de que el oculista recibe el dinero directamente de mano a mano. Una de ellas sin embargo fue disidente, apoyándose sobre el argumento de que la sala Drouot es una especie de bazar y que el perito tasador opera en público.
      Luego se planteó esta cuestión: « Una muchacha de buena familia, pero sin fortuna, ¿ puede casarse con un veterinario ? »
Yo respondí afirmativamente, sin dudar.
      Se burlaron.
      Entonces me callé, conformándome con escuchar religiosamente las excelentes razones, infinitamente sutiles, admirablemente deducidas, de esas damas, los pros y contras de cada profesión. Una de ellas sobre todo me pareció de una sorprendente penetración. Contaba con vehemencia como y por lo que, seguido de pruebas, había decidido a su farmacéutico a negar su hija al hijo de un herborista. Concluyó así: « Desde arriba hasta abajo de la escala social, hay que establecer grados, y reglamentar siempre su conducta sobre los matices de estima que se debe a cada uno. »

      Me falta delicadeza para elucidar esos casos. Pero, como los periódicos más divulgados tienen la especialidad de este tipo de cuestiones, y plantean seriamente a sus lectores si un hombre de mundo sentado en un salón debe tener su sombrero sobre la rodilla izquierda o la derecha; como siempre se encuentran un gran número de doctores en buen gusto para responder con una multitud de razones al respecto, estaría encantado que se me quisiera informar un poco y levantar unas dudas que me persiguen.
      Así pues: dentro de la jerarquía social, ¿por qué el propietario de unos altos hornos es considerado generalmente por encima de un hilandero de algodón ? Personas muy distinguidas me han afirmado que hay ahí un matiz. No logro captarlo. Lo que yo entiendo perfectamente, por ejemplo, es la nadería de estas preocupaciones, la elegante tontería de estos argumentadores de lo que hace falta y de lo que está bien visto.
      Un viejo proverbio dice: « No hay oficio estúpido. Solo personas estúpidas » Es cierto, desde mi punto de vista, muy cierto; ¡ pero hay tantas personas estúpidas ! ...

9 de junio de 1881

Traducción de José M. Ramos González para http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre