Se habla de guerra con China. ¿ Por qué ? no se sabe. Los ministros en este
momento dudan, se preguntan si van a hacer matar a todo el mundo en aquellas
tierras. Asesinar al mundo les es indiferente, solo les inquieta el pretexto.
China, nación oriental y razonable, trata de evitar esas masacres matemáticas.
Francia, nación occidental y bárbara, propone la guerra, la busca, la desea.
Cuando únicamente pienso en esa palabra, la guerra, me entra un azoramiento
como si se hablara de brujería, de inquisición, de una cosa lejana, acabada,
abominable, monstruosa, contra natura.
Cuando se habla de antropófagos,
sonreímos con orgullo proclamando nuestra superioridad sobre esos salvajes, los
auténticos salvajes. ¿Los que se baten por comer a sus vencidos o los que se
baten por matar, nada más que por matar? Una ciudad china nos apetece: vamos,
para tomarla, a masacrar a cincuenta mil chinos y ha hacer degollar a diez mil
franceses. De este modo el honor nacional ( ¡ singular honor ) que nos impulsa
a tomar una ciudad que no nos pertenece, el honor nacional que se encuentra
satisfecho por el robo, por el robo de una ciudad, lo estará todavía más por
la muerte de cincuenta mil chinos y de diez mil franceses.
Y aquellos que allí van a perecer son jóvenes que podrían
trabajar, producir, ser útiles. Sus padres son viejos y pobres. Sus madres, que
durante veinte años los han amado, adorado, como adoran las madres, aprenderán
en seis meses o un año tal vez, que el hijo, el niño, el nieto educado con
tanto trabajo, con tanto dinero, con tanto amor, está caído en un bosque de
rosales, el pecho acribillado por las balas ¿Por
qué han matado a su chico, tan buen mozo, su única esperanza, su orgullo, su
vida? Ella no lo sabe. Si, ¿por qué? Porque existe en la profunda Asia una
ciudad que se llama Bac-Ninh; y porque un ministro que no la conoce se divierte
tomándosela a los chinos.
¡La guerra!...batirse!
degollar!...masacrar a los hombres!..Y nosotros tenemos, en nuestra época,
conjuntamente con nuestra civilización, con el alcance de la ciencia y el grado
de filosofía a donde creemos llegado el genio humano, escuelas donde se aprende
a matar, a matar desde muy lejos, con perfección, mucha gente a la vez, a matar
inocentes hombres, pobres diablos, cargados de familia y sin ninguna credencial.
El Sr. Jules Grévy da pábulo con obstinación a los más abominables asesinos,
a los descuartizadores de mujeres, a los parricidas, a los estranguladores de
niños. Y he aquí que el Sr. Jules Ferry, por un capricho diplomático del que
la nación se sorprende, del que se asombran los diputados, va a condenar a
muerte, con corazón ligero, a algunos millares de bravos muchachos.
Y lo más asombroso es que el pueblo
no se levanta contra el gobierno. ¿Qué diferencia hay pues entre las
monarquías y las repúblicas? Lo sorprendente es que toda la sociedad no se
rebele ante la palabra guerra.
¡Ah! Viviremos siempre bajo el peso
de las viejas y odiosas costumbres, de los criminales prejuzgados, de las ideas
feroces de nuestros bárbaros antepasados.
¿Nadie más que Víctor Hugo se
habría avergonzado y lanzado ese gran grito de liberación y de verdad?
"Hoy, la fuerza se llama
violencia y comienza a ser juzgada; la guerra se convierte en algo reprobable.
La civilización, bajo la denuncia del género humano, instruye el proceso y
prepara el gran dossier criminal de los conquistadores y los generales. Los
pueblos llegan a comprender que la magnitud de un crimen no le hace menor; que
si matar es un crimen, matar mucho no puede ser una circunstancia atenuante; que
si robar es una vergüenza, invadir no debería ser una gloria.
¡Ah! Proclamemos estas verdades
absolutas, deshonremos la guerra!"
Un artista hábil en esta partida, un
masacrador de genios, M. De Moltke, he aquí las extrañas palabras que un día
respondió a los delegados de la paz, las extrañas palabras siguientes:
-La guerra es santa, de
institución divina; es una de las leyes sagradas del mundo; ella salvaguarda en
los hombres todo lo grande, los nobles sentimientos: el honor, el desinterés,
la virtud, el valor, y les impide, en una palabra, caer en el más repulsivo
materialismo.
Así, reunirse en rebaños de
cuatrocientos mil hombres, caminar día y noche sin descanso, no pensar en nada
ni estudiar, ni nada aprender, ni leer, no ser útil a nadie, pudrirse de
suciedad, dormir sobre el fango, vivir como las bestias en un continuo
embrutecimiento, saquear las ciudades, quemar los pueblos, arruinar a los
pueblos, después encontrar otra aglomeración de carne humana para abalanzarse
encima, hacer lagos de sangre, llanuras de carne apiladas mezcladas con la
tierra fangosa y enrojecida, montones de cadáveres, los brazos o las piernas
arrancadas, el cerebro aplastado sin beneficio para nadie, y morir en la esquina
de un campo, mientras que vuestros viejos padres, vuestra esposa y vuestros
niños mueren de hambre; ¡a esto es a lo que llamamos no caer en el más
espantoso materialismo!
Los hombres de la guerra son el azote del mundo. Luchamos contra la naturaleza,
la ignorancia, contra los obstáculos de todo tipo, para hacer menos dura
nuestra miserable vida. Unos cuantos hombres, unos benefactores, unos salvadores
consumen su existencia trabajando, buscando aquello que puede ayudar, que puede
socorrer, lo que puede aliviar a sus hermanos.
Van entregados intensamente a su útil
tarea, acumulando los descubrimientos, engrandeciendo el espíritu humano,
difundiendo la ciencia, dando a la inteligencia cada día una suma de saber
nuevo, dándole cada día a su patria bienestar, satisfacción, fuerza.
La guerra llega. En seis meses, los
generales han destruido veinte años de esfuerzos, de paciencia y de genio.
Esto es lo que se llama no caer en el más horrible materialismo.
Hemos visto la guerra. Hemos visto a los
hombres transformarse en brutales, enloquecidos, matar por placer, por terror,
bravuconería, por ostentación. Cuando el derecho ya no existe, la ley está
muerta, toda noción de lo justo desaparece, nosotros hemos visto fusilar a
inocentes hallados en una carretera y convertidos en sospechosos porque tenían
miedo. Hemos visto matar perros encadenados a la puerta des sus amos para probar
revólveres nuevos, hemos visto ametrallar por placer vacas tumbadas en un
campo, sin ninguna razón, por el mero hecho de disparar su fusil y por puro
divertimento.
He aquí a lo que llamamos no caer en el
más fanático materialismo.
Entrar en un país, degollar al hombre que
defiende su casa porque está vestido con una blusa y no tiene un quepis sobre
la cabeza, quemar las habitaciones de miserables que ya no tienen pan, destrozar
unos muebles, robar otros enseres, beber el vino hallado en las bodegas, violar
a las mujeres encontradas por las calles, quemar millones de francos en pólvora
y, dejar detrás de si la miseria y la ira.
He aquí a lo que llamamos no caer en el
más espantoso materialismo.
¿Pues, qué han hecho los hombres de la
guerra por demostrar, a pesar de todo, un poco de inteligencia? Nada. ¿Qué han
inventado? Cañones y fusiles. Eso es todo.
El inventor de la carretilla, ¿ no ha
hecho más por el hombre, con esta simple y práctica idea de ajustar una rueda
a dos palos, que el inventor de las modernas fortificaciones?
¿Qué nos queda de Grecia? De los libros,
de los mármoles. ¿ Es grande porque ha vencido o por lo que ha producido? ¿Es
la invasión de los Persas quien le ha impedido caer en el más aterrador
materialismo? ¿Son las invasiones de los Bárbaros las que han salvado a Roma y
la han regenerado? ¿Es Napoleón I el que continuó el gran movimiento
intelectual comenzado por los filósofos al final del último siglo?
¡Y bien! si, puesto que los gobiernos
usan así el derecho de muerte sobre los pueblos, no hay nada de insólito en
que los pueblos cojan a veces el derecho de muerte sobre los gobiernos.
Se defienden, tienen razón. Nadie tiene
el derecho absoluto de gobernar a los demás. Solo se puede hacer por el bien de
los que son gobernados. Cualquier gobierno tiene tanto el deber de evitar una
guerra como un capitán de navío tiene el de evitar un naufragio.
Cuando un capitán ha perdido su buque, se
le juzga y se le condena si es reconocido culpable de negligencia o incluso de
incapacidad.
¿Por qué no calificar a los gobernantes
después de cada guerra declarada? Si los pueblos comprendieran esto, si ellos
mismos reprobaran a los poderes homicidas, si rechazaran el dejarse asesinar sin
razón, si se valieran de sus armas contra los que se las han dado para
masacrar, ese día la guerra habría muerto. Y ese día llegará.
He leído un libro soberbio y terrible del
escritor belga Camille Lemonnier, y titulado Les Charniers. Al día
siguiente de Sedan, ese novelista partió con un amigo y visitó a pie esa
patria de la muerte, la región de los últimos campos de batalla. Caminó entre
los fangos humanos, deslizándose sobre cerebros desparramados,
vagabundeando entre las podredumbres e infecciones durante días enteros y
leguas enteras. Recogió entre el barro y la sangre « esos pequeños cuadrados
de papel arrugados y sucios, cartas de amigos, cartas de madres, cartas de
novias, cartas de abuelos ».
He aquí, entre mil, una de esas cosas que vio.
No puedo citar más que en cortos fragmentos ese párrafo que me gustaría
reproducir al completo:
« La iglesia de Givonne estaba llena de heridos.
Sobre el umbral, mezclado con el barro, la paja pisoteada formaba un amasijo que
fermentaba.
« En el momento en el que íbamos a entrar, unos
enfermeros, con bata gris, salpicada de manchas rojas, arrojaban por la puerta
de la entrada una especie de líquido fétido como aquel en el que chapotea el
zueco de los carniceros en los mataderos.
« El hospital gemía... Unos heridos estaban
atados a su camastro mediante unas cuerdas. Si se movían, unos hombres los
tomaban por los hombros para impedir que se moviesen. Y algunas veces una cabeza
pálida se dirigía hacia la paja y miraba con ojos de suplicio la operación
del vecino.
« Se oía a unos desgraciados gritar
retorciéndose, cuando el cirujano se aproximaba, y trataban de ponerse de pie
para salvarse.
« Bajo la sierra, gritaban aún, con una voz sin
nombre, rota y ronca, como unos despellejados: « No, no quiero,
dejadme...». Ese fue el de un soldado que tenía
las dos piernas destrozadas.
- Excúseme la compañía, dijo, me han quitado
los pantalones.
« Había guardado su traje, y sus piernas
estaban vendadas, en unas trizas empapadas en sangre.
« El médico se puso a retirar esas
vendas, pero se pegaban unas a otras, y la última se adhería a la carne viva.
Se vertió agua caliente sobre el burdo vendaje, y, a medida que el agua se
derramaba, el cirujano arrancaba las vendas.
- ¿ Quién te ha vendado así, amigo ? preguntó
el cirujano.
- Fue el camarada Fifolet, mayor.
........
« La sierra, estrecha y larga, dejaba unas
gotitas, en cada uno de sus dientes.
« Hubo allí un movimiento en el grupo. Se cayó
a tierra un trozo.
- Todavía un segundo, valiente, dijo el
cirujano.
« Yo pasaba mi cabeza por el hueco de los
hombros y miraba al soldado.
- Vamos rápido, mayor, decía él.
« Mordía su bigote, blanco como un muerto y los
ojos fuera de las órbitas. Sostenía el mismo con dos manos su pierna y aullaba
por momentos con voz tembloroso un ¡ hou ! que nos hacía sentir la sierra en
nuestra propia espalda.
- ¡ Se acabó ! dijo el cirujano quemando el
segundo muñón.
- ¡Buenas noches ! dijo el soldado.
« Y se desmayó.»
Recuerdo, el relato de la última campaña de China, hecha por un valiente
marinero que se reía aún con placer.
Me contó que los prisioneros eran empalados a lo
largo de los caminos para divertir al soldado; las muecas tan grotescas de los
sometidos a ese suplicio; las masacres ordenadas por unos oficiales superiores,
para aterrorizar la región, las violaciones en esos lugares de oriente, ante
los niños perdidos, y los robos a manos llenas, los pantalones atados hasta los
tobillos para llevar los objetos, el pillaje regular, funcionando como un
servicio público, devastando luego desde las pequeñas cabañas de todo
pequeño burgués hasta el suntuoso palacio de verano.
Si nosotros vamos a la guerra con el imperio
Chino, los precios de los viejos muebles de laca y de las ricas porcelanas
chinas van a bajar mucho, señores coleccionistas.
11
de diciembre de 1883
Traducción
de José M. Ramos González para
http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión
en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre