LA LUNA Y LOS POETAS
( La lune et les poètes )
Publicado en
Le Gaulois, el 17 de agosto de 1884
Un poeta de un talento especial, muy amado por los Parnasianos, y poco
comprendido por el público en general, Stéphane Mallarmé, se ha declarado
enemigo de la luna. Tal vez tenga razón. Pero busca, según se dice, los medios
para destruirla. Es poco probable que lo consiga.
Ese astro lo irrita, lo cansa, lo obsesiona, lo exaspera, con su cara llorosa,
su aspecto de viuda inconsolable, su triste faz anémica y su luz amarilla,
siempre igual.
El odio de Mallarmé se comprende cuando se lee a los poetas, los poetastros, los
poetillas, los buenos jóvenes que abren su corazón y cantan al rocío,
la luna y las estrellas, todos los años, en primavera, en unos volúmenes que
parecen antologías de canciones.
Son verdaderamente sorprendentes estos poetillas. Se dan cuenta una mañana que
hace buen tiempo al levantarse el día, y experimentan de pronto la necesidad de
contarnos que han descubierto el rocío, y nos dicen eso en pequeñas frases
finalizadas con rimas, lo que les dificulta bastante expresarse con claridad.
Descubren del mismo modo las rosas, los arroyos, las praderas, el mar ( con su
fondo de espuma ), los bosques, los grandes bosques sombríos. Se dan cuenta de
que los pájaros cantan, y tienen la deferencia de prevenirnos enseguida; luego
encuentran una muchacha y se emocionan ( ¡qué sorpresa! ); entonces nos detallan
minuciosamente todas las particularidades de las sensaciones que ellos
experimentan.
Pero llega la noche, el sol se oculta, la luna sale ¡Oh! entonces deliran...
Esos jóvenes tienen la extraña ingenuidad de contarnos todas las operaciones de
la naturaleza.
Y todos los años, una lluvia de estrofas, de cantinelas, de poemillas, de
pequeños estribillos pretenciosos y vacíos, donde las mismas palabras, rimando
juntas del modo más banal, se repiten bajo forma de letanías del día y de la
noche, lo que cada uno de nosotros puede ver, sin rimas y sin frío, desde su
ventana.
¿ Qué comezón obliga a todos estos honrados e intrépidos muchachos, a escribir
esas pamplinas y sobre todo a publicarlas ? ¿ Qué nos enseñan de nuevo, de
original, de singular ? ¡ Nada ! Pero no pueden resistirse a hacernos saber que la
luna les ha mirado, que los ríos tienen encanto cuando hace calor, que es dulce
bañarse en ellos, que las flores sientan bien, y que uno tiene generalmente
ganas de abrazar a las muchachas. Sobre este último tema, son de una locuacidad
infinita, como si fuesen los únicos en soportar la influencia de un bello
rostro y de una hermosa figura. Y cuentan eso, no en poemas donde harían prueba
de invención, de imaginación, de composición y de arte, sino en pequeños versos
mediocres que no dicen nada.
Y si se añade a esto los volúmenes aparecidos desde hace veinte años solamente,
uno se encontraría tal vez diez mil que no contienen otra cosa. Y todos los años
nacen nuevos poetas (?) para cantar al rocío, a las rosas, a la muchacha y
a la
luna, que se llamaba Phoebé, antes. Y siempre el mismo estribillo, más o
menos bien torneado, más o menos tonto que comienza:
- Una mañana que hacía bueno...
- En una hermosa mañana...
- En una clara mañana de abril...
- En una bella mañana de mayo...
Esto varía poco, muy poco. Las rimas incluso son siempre semejantes.
En cuanto a la luna, la pobre luna, la simple y buena luna de Pierrot, que hacía
cantar:
Au clair de la lune, |
Al claro de luna, |
ellos la han acomodado a todos los ritmos; la han estropeado, ensuciado, nos
la han hecho aborrecer.
Y el viejo astro, plácido y triste, agujereado a versos como un viejo queso, no
inspira más que un piadoso rencor a nuestro amigo Stéphane Mallarmé.
Se tenía sin embargo sobre la tierra una cierta simpatía por la luna, simpatía
de vecindad y gratitud de enamorado; pues todos, hombres y mujeres, aquí abajo,
hemos amado al claro de luna y no lo hemos olvidado.
Teníamos incluso por la luna, más que simpatía, una cierta ternura natural,
una buena amistad poética.
Era la compañera de la Tierra, su única compañera un poco próxima en el gran país
de las estrellas.
Ambas viven en su pequeño rincón con su esposo, el sol, que las acaricia con sus
rayos. Pero la pobre luna gira a su alrededor, melancólica y estéril, mientras
que la Tierra fecunda y viva se cubre de flores, de bosques y de seres bajo los
claros besos del macho brillante.
¡Triste luna ! ¿Es demasiado vieja para animarse todavía con sus caricias de
fuego? ¿ o es un astro virgen ?
Un poeta, que la ama, Edmond Haroucourt, piensa que ha pasado la edad del
amor.
Él la llora.
Puis ce fut l'âge blond des tiédeurs et des vents. |
Luego fue la hermosa época de los calores y los vientos. |
Pero la Tierra, a su vez, se aja, y el sol envejece. Unas manchas aparecen en
su cabellera de rayos, como la piel de una frente que se descubre; y pronto se
apagará, y más frío que un cadáver permanecerá inmóvil en el sombrío espacio,
junto a sus dos esposas negras y heladas como él.
Pero, si algunos, diciéndose poetas, están en trance de arruinarnos la luna,
otros, los poetas verdaderos, le han hecho una famosa publicidad.
¿ Nos inspiraría, sin ellos, la emoción que todavía nos produce, que todavía nos
da, aunque sus efectos no varíen demasiado ?
Cuando se eleva detrás de los árboles, cuando vierte su luz temblorosa sobre un
río que fluye, cuando cae a través de las ramas sobre la arena de los paseos,
cuando sube solitaria en el cielo negro y vacío, cuando desciende hacia el mar,
iluminando su superficie ondulada y líquida con una inmensa estela de claridad,
¿acaso no estamos sobrecogidos por todos los encantadores versos que
inspira a los grandes soñadores ?
Si vamos por la noche con el alma alegre y si la vemos, totalmente redonda,
redonda como un ojo amarillo que nos mirase, inclinada justo encima de un
tejado, la inmortal balada de Musset se nos pone a canturrear en nuestra
memoria-
¿ Y no es él, el poeta burlón, quién nos la muestra con sus ojos ?
C'était, dans la nuit brune, |
Estaba, en la noche oscura, |
Si nos paseamos, una noche triste, sobre una playa, a orillas del Océano que ella ilumina, no nos pongamos, casi a pesar nuestra, a recitar estos dos versos tan grandes y tan melancólicos:
Seule au-dessus des mers, la lune voyageant, |
Solo encima de los mares, la luna viajando, |
Si nos despertamos, en nuestra cama, que ilumina un rayo entrando por la ventana, ¿ no nos parece ver descender hacia nosotros la figura blanca que evoca Catulle Mendès ?
Elle venait, avec un lis dans chaque main, |
Ella venía, con una azucena en cada mano, |
Si, caminando durante la noche por el campo, oímos de pronto algún perro de
granja dirigir hacia el plácido astro su forma larga y siniestra, ¿ no somos
golpeados bruscamente por el recuerdo de la admirable pieza de Leconte de Lisle,
Les Hurleurs ?
Luego nos ponemos a murmurar otros versos del impecable y soberbio poeta,
aquellos leídos últimamente en sus Poèmes tragiques:
Par la chaîne d'or des étoiles vives |
De la cadena de oro de las estrellas vivas |
O bien, un lamentable paisaje surgido ante nosotros, con un viejo lobo blancuzco elevando hacia la luna su cabeza puntiaguda:
Les lourds rameaux neigeux du mélèze et de l'aune. |
Las pesadas ramas nevadas del alerce y del chopo. |
Es en una noche de cita. Uno va suavemente por el camino, estrechando la
cintura de la amada, tomándola por la mano y besándola en la sien. Ella esta un poco
lasa, un poco emocionada y camina con paso fatigado.
Aparece un banco bajo las hojas que mecen como una suave ola la dulce luz.
¿ Acaso no estallan en nuestro espíritu, en nuestro corazón, como una canción de
amor exquisita, los dos versos encantadores:
Et réveiller, pour s'asseoir à sa place, |
¡ Y despertar, para sentarse en su sitio, |
¿ Se puede ver la media luna dibujar su fino perfil, en un gran cielo salpicado de astros, sin pensar en el final de esa obra maestra de Víctor Hugo que se llama Booz endormi? :
... Et Ruth se demandait, |
... Y Ruty se preguntaba, |
Y dado que hablamos de Víctor Hugo, nadie mejor que él ha cantado a la bella noche galante y divina:
La nuit vint, tout se tut ; les flambeaux s'éteignirent ; |
La noche llego, todo se muere; las llamas se apagan; |
Pero no olvidemos a los viejos poetas, y esta tan admirable invocación de
El Asno, en Apuleyo, que termina el libro de las Metamorfosis.
Y verdaderamente si los hombres deben gratitud a nuestra
dulce vecina la Luna, ella no tiene que quejarse del lugar que nuestros poetas
le han hecho en nuestros corazones.
17 de agosto de 1884
Traducción
de José M. Ramos González para
http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión
en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre