LA MUCHACHA
( La jeune fille )
Publicada en Le Gaulois, el 27 de
abril de 1884
Busco en la historia
de la literatura francesa, un escritor que se haya dignado a escribir la
historia de una muchacha antes que los dos maestros que acaban de publicar esos
dos soberbios libros: la Joie de vivre y Chérie
¿ Cómo es posible que, casi simultáneamente,
dos novelistas: Edmond de Goncourt, el hombre de las profundas y sutiles
psicologías, y Émile Zola, el hombre de los vigorosos escenarios, de los
estudios exhaustivos y crudos, hayan elegido ese mismo delicado tema y hasta el
momento desdeñado: la muchacha ? Desde que se hacen auténticas novelas en
Francia, uno libro únicamente, Paul et Virginie, nos muestra el corazón
de una muchacha. Pero es más un poema que un estudio de observación, y Virginia
nos aparece más como una imagen que como un ser real. Se ve pasar, parece, una
forma graciosa, sonriente, un poco vaga; se la ve desvanecerse en la profundidad
poética de un bosque al lado de la silueta, encantadora y confusa también, de un
joven. Virginia, es la muchacha y no una muchacha.
¿ Por qué ese persistente desdén hasta ahora, en
las letras francesas, por el ser secreto, todavía velado, misterioso, que pronto
será una mujer ?
Dos razones, sin duda, había detenido hasta este
momento a los escritores. Es muy difícil, casi imposible, conocer a la muchacha.
Los novelistas de hoy proceden más bien por observación que por intuición, y,
para describir el corazón de una muchacha, es necesario, al contrario,
proceder más por intuición, por adivinación, que por observación. La muchacha
nos permanece desconocida porque nos es ajena. La vemos poco, no le hablamos, no
penetramos en sus pensamientos, sus sueños. Además vive en un mundo lejano,
alejado de nosotros, oculta como una mujer hasta la hora del matrimonio.
Ahora bien, descender a esta alma es tanto o más
difícil toda vez que ella se desconoce a si misma, pues no está formada,
no está todavía realizada, no puede mostrar más que los gérmenes, las sombras de
los sentimientos, de los instintos, de las pasiones, de las virtudes o de los
vicios que en ella se desarrollarán cuando sea mujer.
El Sr. Octave Feuillet, en Julia de Trécouer,
describe sin embargo a una muchacha. Pero, el proceso totalmente poético de este
eminente novelista, aun no conteniendo la observación precisa, ha podido abordar
este audaz tema con una atrevida seguridad.
Es muy distinto, en efecto, crear un tipo de
novela observando escrupulosamente la vida. Los escritores de escuela de los que
el Sr. Feuillet es un modelo, conciben un personaje que quieren hacer seductor u
odioso siguiendo sus ideas, su capricho o su deseo de gustar. Lo forman a su
antojo en lugar de soportarlo. Sin preocuparse en absoluto de la exacta verdad,
de la inflexible psicología, lo hacen vivir unas aventuras agradables o
terribles con la única preocupación de seducir al lector, de conmoverlo o
alegrarlo. Les basta mantener una veracidad amable y relativa, que no sorprenda
y no irrite a nadie, y que entretenga al espíritu en un dulce estado de emoción.
Ciertos autores, como el Sr. Feuillet, como antes que él Jules Sandeau, como
George Sand, demuestran un gran talento en este arte de despertar la curiosidad
del lector, de mantener su interés y de ganar su corazón.
Pero los escritores de otra escuela, entre los
que se encuentran Flaubert y los hermanos Goncourt fueron los maestros, proceden
de otro modo. ( No hablo del gran Balzac, cuya manera de trabajar, toda
intuición, era aun muy distinta. ) Éstos miran, observan, anotan, estudian al
ser en todas sus manifestaciones.
Son unos respetuosos esclavos de la verdad, de
las pasiones y de los temperamentos humanos. La ley de la vida es su única ley.
No buscan producir un efecto que pueda emocionar o estremecer; sino que buscan
descubrir el móvil secreto y real de los actos, en levantar el velo de la
realidad, en tomar sobre los hechos la misteriosa naturaleza. Poco les importa
gustar al lector, conquistar sus simpatías o excitar su cólera mediante
artificios, poco les importa indignar, irritar, perturbar, disgustar, aburrir o
seducir. No se preocupan de aquellos que los leerán; únicamente se preocupan de
la sinceridad de su obra. No son los esclavos del éxito, sino los servidores de
su conciencia de artista. Si Flaubert hubiese buscado solamente la venta y el
aplauso, no habría escrito jamás esa magistral novela de La Educatión
sentimental. Si hubiesen tenido el único deseo de ser leídos y aclamados, ¿
los hermanos Goncourt se habrían atrevido a intentar este serio y profundo
estudio de Germinie Lacerteux ?
Y he aquí por lo que un corazón de muchacha
suponía un tema difícil para hombres como Goncourt y Zola.
¿ Cómo descubrir las delicadas sensaciones que la propia
muchacha desconoce aún, que ella no puede ni explicar, ni comprender, ni
analizar, y que olvidará casi completamente cuando se convierta en mujer ? ¿
Cómo adivinar esas sombras de ideas, esos comienzos de pasión, esos gérmenes de
sentimientos, todo ese confuso trabajo de un carácter que se está formando ?
¿ Cómo anotar las etapas, las fases sutiles de
esta transición ? ¿ Cómo saber, viendo la semilla, lo que será la planta ?
Pues la mujer, tras el amor, es tan diferente de
la muchachita de la víspera como la flor difiere de la hoja de la que ha salido.
Es esto lo que indudablemente ha retenido hasta este momento a los novelistas
precisamente ante esta tan difícil tentativa. Escribir la vida de una muchacha
hasta el matrimonio, es contar la historia de un ser hasta el día en el que
existe realmente. Es querer precisar lo que es indeciso, aclarar lo que es
oscuro, emprender una obra de desescombro para interrumpirla cuando ella se
acomoda. ¿ Qué queda de la jovencita en la mujer cinco años después ? Tan poco
que no se la reconoce.
El hombre se desarrolla lentamente de año en año.
Por el contrario en la mujer, esta transformación que le provoca el matrimonio,
es brusca, completa, sorprendente. Es una revolución en el ser, una absoluta
metamorfosis; y nada a menudo puede hacer vaticinar lo que será, a los treinta
años, la adolescente de quince años.
El matrimonio, esa revelación de los secretos de
la existencia, esa manera nueva de ver, de comprender todas las cosas de la
vida, aporta en el alma de la joven tal aturdimiento que parece cambiada en
algunos días. Gérmenes ignorados por los instintos o pasiones se despiertan,
aparece todo el temperamento, los pensamientos se precisan, el ser se afirma, de
golpe sale de su envoltura de ignorancia y aparece como si no hubiese existido
hasta ese preciso instante.
Edmond de Goncourt ha seguido día a día, hora a
hora, el desarrollo secreto de un alma infantil. Describe con una extraña
penetración y una minuciosidad singular todos los fenómenos inapreciables de ese
pequeño ser que se prepara. Sabe sus indecisos gustos, sus inquietudes, sus
aptitudes, sus diversiones, sus tristezas, todos los sobresaltos, todas las
sorpresas de ese espíritu en formación. Indica el progreso desigual de sus
facultades, sus nuevas emociones de cada semana, de cada mes, de cada año, toda
la mecánica gentil y pueril de esta joven naturaleza despertando.
Ha tomado precisamente a una pequeña parisina,
precoz, enfermiza, madura demasiado pronto, un ser altivo, donde aparecen
prematuramente los pensamientos de la mujer, mezclados con todas las inocencias
de la niña.
Un toque de intriga. No es una novela, es el cuadro de
una alma de jovencita. Se ve a esta joven alma vivir, actuar, crecer, afirmarse
en ese joven cuerpo que tiene incluso un prematuro desarrollo, donde las
gracias, las formas precisas de la futura coqueta se muestran ya en la pilluela.
Definitivamente es un libro de análisis, más
encantador y más poderoso que si contuviese aventuras y peripecias amorosas.
Y el lenguaje tan sutil, tan refinado, tan penetrante
del maestro, desciende con unas estrategias, una soltura, unas atención
deliciosa en todos los secretos de esta monada de criatura, siguiendo todos los
desvíos de este frágil pensamiento creciente. Una alegría sonriente nos invade
ante el espectáculo tan claro y tan delicado de esta jovencita que nos muestra
al desnudo su pequeño corazón.
La otra es la obra de Zola. Es en los campos
donde el poderoso novelista hace crecer a su muchacha, alma simple y recta,
ignorando los vericuetos y las sutilezas de la vida. Ha tomado un ser generoso
que va a sufrir en la vida. Aquella, es esa flor natural y encantadora que es la
muchacha y que será la mujer. Nacida para los demás, como él dice, teniendo en
germen las santas virtudes femeninas; la abnegación, la bondad, la compasión; se
sacrifica siempre, con alegría, sin lamentarse, con una inocente confianza,
feliz de ofrecerse, de dar todo lo que tiene a fin de cumplir esa misión de
abnegación para la que parece haber sido creada.
Luego el escritor extiende su imagen, amplia los
datos. La historia de esta muchacha se convierte en la historia entera de
nuestra raza, historia siniestra, palpitante, humilde y magnífica, hecha de
sueños, de sufrimientos, de esperanzas y desesperación, de vergüenza y grandeza,
de infamia y de desinterés, de constante miseria y de permanente ilusión.
En la amarga ironía de este libro, La Joie de vivre,
Émile Zola, introduce una prodigiosa cantidad de humanidad. Entre sus más
notables novelas, pocas ha escrito que contengan tanta grandeza como la historia
de esta simple familia burguesa cuyos dramas mediocres y terribles tienen por
marco soberbio la mar, la mar feroz como la vida, como ella despiadada, como
ella infatigable, y que mina lentamente un pobre pueblecito de pescadores oculto
en un repliegue del acantilado.
Y sobre todo el libro planea, como un pájaro
negro con las alas extendidas, la muerte.
Y Chérie, la novela de Goncourt, acaba
también con la muerte. Como si, bajo el desencanto que crece, bajo la certitud
que se afirma cada día más en los espíritus, de la eterna miseria del ser,
todos, los novelistas y los poetas, no miran ahora más que el termino fatal y
rápido, no considerando más que como accidentes accesorios las aventuras,
amores, temores, esperanzas, pensamientos y alegrías que constituyen la vida, y
que nos conducen hasta aquí, con los ojos cerrados, a la muerte.
27 de abril de 1884
Traducción
de José M. Ramos González para
http://www.iesxunqueira1.com/maupassant
Versión
en francés: http://maupassant.free.fr/cadre.php?page=oeuvre